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16/09/2017

Pequeñeces (VII)

El hijo mayor del pastor (que había llegado al pueblo recientemente de Soria), que siempre andaba descalzo y con pantalones llenos de petachos, cogió una piedra y se la tiró a un gato negro tuerto, no antes de echarnos una mirada desafiante a los que estábamos al otro lado de la calle, el gato antes de que la piedra saliese de la mano de un salto se escondió en el zarzal junto al camino.

Los tres niños,  que todavía no teníamos edad para ir a la escuela, estábamos jugando al hinque en un lodazal de al lado del frontón, cuando de repente oímos el chirrido del carro de bueyes de Ceferino,  que subía por la cuesta del carbón. Todos a una dejamos los hinques y nos acercamos corriendo al carro. Felipe, no sin gran esfuerzo, logró subirse al carro, y poniéndose a pie juntillas logró llegar a lo alto de las camportas, sacando  cinco hermosos racimos de uvas, y uno a uno nos los fue echando desde el carro. En un santiamén se tiró del carro, sin que Ceferino que iba delante de los bueyes se diese cuenta de nada.

Grano a grano fuimos dando con las uvas. Cuando estábamos en esas se nos acercó la mujer de Ceferino a echarnos la bronca,  que había visto todo desde lejos. Cualquier día de estos os va a suceder una desgracia, nos reprendió la mujer vestida de negro, con  un pañuelo oscuro tapando el moño de la cabeza. Sin hacerle excesivo caso, nos encaminemos hacia la escuela a esperar a que saliesen los niños mayores al recreo.

No pasaron más de cinco minutos cuando se oyeron las pisadas y las carreras de los niños escaleras abajo. Félix fue el primero en salir, como si le faltase el aire para respirar. Pasado el recreo, volvieron a subir las escaleras oscuras de la escuela, y nosotros  fuimos a intentar buscar los gatos recién nacidos a la casa de Pedro.

La casa de Pedro era grandísima. La fachada principal tenía dos puertas de entrada, una para la casa y otra para el corral. Contiguos a la vivienda había  tres pajares y otro corral, con puertas exteriores. A decir verdad, no sabíamos por dónde empezar a buscar; ya que los gatos aunque normalmente vivían en las dependencias habitadas, a la hora de tener las crías buscaban lugares  fuera de nuestro alcance.

Probemos en el pajar donde se guarda la trilladora, dijo Pedro. Tras una búsqueda de más de una hora por todos los rincones de la casa y los pajares, nos dimos por vencidos, ya que antes de que nuestros hermanos llegasen a casa lo debíamos de hacer nosotros. Al salir a la calle nos dimos cuenta que nuestra ropa estaba completamente sucia, aunque intentamos sacudirnos los unos a los otros, a más de uno nos castigaron sin salir por la tarde.

Llegamos a casa antes que nuestros hermanos. Ya teníamos asignadas las labores cotidianas:  llevar las vacas al abrevadero, limpiar las cuadras, bajar agua fresca de la fuente, traer la paja para las camas de las vacas, subir las berzas del huerto para los cerdos, a mí me tocó poner la mesa. Para cuando llegó nuestro padre, ya estábamos todos en la mesa, también los abuelos, ya que nuestra madre los había traído de la sombra donde habían estado sentados casi toda la mañana.

Después de comer salimos todos los hermanos a la carrera, a la madre ya se le había olvidado el castigo que me había puesto antes de comer. Para entonces nuestra madre ya tenía la cabeza en otros asuntos.

Felipe, Gerardo, y Pedro  seguimos buscando los gatitos. He andado vigilando a la gata, nos dijo Pedro, pero que sepáis que los gatos son bastante más inteligentes que las personas. Ya sabéis que como barrunten algo, son capaces de llevarse los cachorros al monte, me ha dicho mi padre que no es la primera vez que lo ha hecho. ¿Bueno, que os parece si miramos en el granero?

Era una gozada andar revolviendo en el granero de Pedro. Los graneros guardaban los secretos de las casas. Allí estaban bien guardadas las ropas viejas, camas antiguas, utensilios pequeños en desuso de la labranza, cencerros, collares... los chorizos y las morcillas colgadas en las latas, las tinajas de lomo y chorizo en aceite... allí también se guardaba el grano... También estaba el horno... Para cuando nos quisimos dar cuenta, los hermanos de Pedro ya habían llegado de nuevo de la escuela, con lo que cada uno nos fuimos lo antes posible hacía nuestras casas.

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