07/09/2006
Olvidados
No conocí a mi tío Pedro, y si no hubiese sido por una esquela en cartón duro que se guardaba con los papeles importantes de la casa, es fácil que tampoco hubiese conocido nada de su vida.
Pocas muy pocas veces se consultaban los papeles que se guardaban en una especie de cartera de cuero negro. Era mi padre el encargado de hacerlo, hombre de campo, rudo, poco acostumbrado a andar con papeles y escrituras. Se repetían siempre las mismas acciones, mandaba a mi madre traerle aquella especie de bolso negro con cerradura dorada, se sentaba en una silla e iba sacando lo que contenía la cartera, despacio, uno por uno. Se detenía en casi todos, conforme los desechaba los iba dejando en el mismo orden que estaban en un montón. Entre aquellos papeles desde pequeño siempre me había llamado la atención un cartón cada vez más amarillento, por fin un día se la pedí para leerla, la leí con detenimiento. Se trataba de una esquela de un hermano de mi madre.
Mi madre no es de muchas palabras, le pregunté por su hermano, lo que me dijo en aquella ocasión me lo ha repetido tantas veces como ha salido la conversación. Según mi madre, mi tio fue un mozo apuesto e inteligente. “Las guerras no traen nada bueno” dice que comentaba antes de ir al frente. Una vez en el frente, en el bando de los Nacionales, le alcanzó una bala en la cabeza, estuvo inconsciente y sin ser identificado vagó por varios hospitales. Se recuperó milagrosamente, volvió al pueblo, se casó, entró en la guardia civil y unos años después murió repentinamente, seguramente a consecuencia de la bala incrustada en el cerebro.
Ni a los abuelos, ni a los padres, ni a los tíos oí otros comentarios sobre el tío Pedro. Hasta hace muy pocos años no había visto ninguna fotografía en que apareciese el tío. Si no hubiese sido por la esquela ni estos escasos detalles me hubiesen llegado. Eso sí, la esquela, especialmente para mi madre supone seguir manteniendo vivo el recuerdo de su hermano, es el único recuerdo, el único detalle que ha perdurado en nuestra casa de aquel tío elegante e inteligente.
Todo lo ocurrido durante la guerra civil se ha mantenido en secreto, mi familia no ha sido especial, mi pueblo no ha sido especial; pero la realidad es que cada familia ha mantenido su secreto, el pueblo ha olvidado todo lo ocurrido durante aquellos años turbulentos. Los secretos de cada familia han quedado en las fotografías, en la mayoría de las casas guardadas en las mesillas de los padres.
Intenté en vano que mi padre -hombre dado a contar historias, buen narrador- me desvelase los secretos del resto de las familias. No conseguí más que alguan referencias a las historias de contrabando, como se veían obligados a guardar la cosecha de garbanzos en la gavillera para que no fuese confiscada, o alguna que otra historia de maquis. Pero nada de nada, de lo que ocurrió en el pueblo, nada de nada de lo que ocurrió en el resto de las familias.
Con el paso de los años me di cuenta cual fue la causa del silencio de mi padre y del resto de los vecinos. La decepcón, el miedo y especialmente el terror se apoderó de muchas familias que habían puesto su esperanza y algo más en las ideas republicanas. Y la sensación de haber perdido más que ganado se apoderó de las familias que se inclinaron por el bando nacional. Todos se sintieron decepcionados y en cierto modo perjudicados.
Los secretos familiares de la guerra, de estos años no han querido ser recordados, no han querido ser desvelados. Han quedado en una esquela, a lo sumo en una fotografía que se ha guardado con mucho cariño junto a los papeles importantes.
Olvidados de todas las ideologias, (izquierdas, derechas) de todas las clases sociales (ricos y pobres). Olvidados aquellos que murieron defendiendo las ideas revolucionarias, aquellos que murieron en el bando nacional, aquellos que huyeron...
Gerardo Luzuriaga
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