03/01/2008
El Carbonero (III) / Ikazkina (III)
2. Forma de vida
No había mujeres por los alrededores, o por lo menos, yo nunca oí a ningún carbonero hablar de ellas. Las faenas del carboneo estaban restringidas al sexo masculino. Aunque las pocas veces que bajaban a los pueblos seguro que no faltaba el alcohol y los bailes. Tal vez parezca un poco exagerado, pero tal como lo he oído miles de veces lo cuento, y no creo que exagerasen en nada, es más creo que la realidad fue bastante más dura de lo que se pueda expresar con palabras. La jornada comenzaba antes de que amaneciese, y no acababa hasta entrada la noche. No existían fines de semana. Tal sólo de vez en cuando, de muy vez en cuando se solía bajar a algún pueblo cercano. Lo demás consistía en trabajar y trabajar, no existían domingos. Está claro que no se contaban las horas de trabajo, ya que eran incontables.
La temporada de los carboneros duraba unos siete meses, por lo que salían de casa con la ropa y un hatillo para no volver hasta pasado ese período. Dormían en chabolas hechas por ellos mismos con troncos. Está claro que nuestro padre –El Carbonero, José Luzuriaga Lacalle en los papeles de la iglesia y no tanto en los del ayuntamiento- nos explicó una y otra vez las tareas que se debían de llevar a cabo para hacer una carbonera, toda una obra de ingeniería. De todas formas no me voy a detener en este asunto, ya que se puede consultar en cualquier libro sobre los carboneros, así como los utensilios que usaban en la cocción del carbón.
Estas cuadrillas de carboneros se organizaban entre ellos para poder subsistir toda la temporada. Ellos mismos realizaban las compras, y las comidas. Muy pocas veces tenían la suerte de contar con algún riachuelo, o fuente cercana de la que poder abastecerse. Aunque la comida era abundante, todos los días se comía lo mismo, y según he oído comentar a los carboneros del pueblo se parecía más a la comida de los animales que lo que estamos acostumbrados hoy día. Casi la única comida eran las habas, todas las que se quisiesen, acompañadas con un trozo no mayor que el dedo pulgar de tocino para cada trabajador, que podía ser sustituido por dos tragos de vino.
No disponían de agua para lavarse, y los pucheros se limpiaban rebanando con el poco pan que les correspondia.
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