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09/01/2009

Niñerías (III)

Pedro y Gerardo barrieron lo mejor que sabían la cocina y la habitación, limpiaron con jabón y secaron con un trapo blanco los cacharros que se habían amontonado en la fregadera.

Abre la boca, saca la lengua, le dije mientras le tomaba el pulso en la muñeca. Tiene una gran fiebre. Le oscultaré bien, no sea que tenga cogidos los bronquios. Quítate el jersey, súbete la blusa, un poco más. Sin mirarle a la cara, le puse el aparato de medir la respiración en la espalda. Toma aliento, échalo… Lo que me temía tiene bien cogidos los dos pulmones, pero tranquilos con estas inyecciones pronto se curará. Cada día hay que ponerle una inyección, le conviene beber mucho agua, y para bajar la calentura que esté bien tapada en la cama, por lo menos los cuatro primeros días. También se le aplicarán dos ventosas en la espalda. No es grave, pero es mejor prevenir para que no tenga consecuencias.

Dos horas después apareció el practicante. Mientras hablaba con Pedro, puso la jeringa, y la aguja a hervir. Nada más ver la jeringa Mari Carmen se puso nerviosa. Date la vuelta, le dio dos palmadas en el culo, y de un golpe seco le puso la inyección. Llegó la hora de la comida y de la siesta. Con la excusa de que el calor y el sudor era conveniente para la enferma el médico se convirtió en esposo, y uno junto al otro echamos la siesta.

Para cuando el resto de los niños salieron de la escuela, ya estábamos esperándoles. Al llegar a casa nos encontramos en el portal a nuestra madre. Algo había sucedido, ya que tenía muy mala cara. El abuelo había fallecido un rato antes. A los hermanos pequeños no nos dejaron entrar a verlo, los mayores pasaron delante de nuestra madre, y a la salida comentaron que estaba más guapo que de vivo, con la chapela y la cara resplandeciente. Aunque le dimos la pelmada a la madre para entrar a la habitación no nos lo permitió.

Pasados unos meses, el día después de Santa Lucia, Gerardo nos comentó que había oído en su casa que muy pronto iban a hacer las maletas y que se iban a trasladar a la ciudad.

Esa misma tarde, sin perder tiempo, le pregunté a mi madre, si era verdad que la familia de Gerardo también se iba a ir del pueblo. Y mi madre me lo confirmó.

El año que viene, pasadas las navidades han decidido irse a la ciudad, me dijo sin darle excesiva importancia.

¿Pero que van a hacer con el abuelo y el tío soltero mayor que viven con ellos?

Crescencio y Mauricio se van a ir con ellos. Ya lo tienen todo decidido y pensado.

¿Mamá, nosotros no nos iremos, verdad?

No te preocupes. Por lo menos estaremos aquí hasta que viva la abuela. Eso es lo que dice tu padre, y así se hará, ya sabes como es tu padre.

Me pareció que mi madre ponía como excusa al padre, pero que ella tampoco tenía ninguna gana de comenzar una nueva vida lejos de estas tierras. Ya que me comentó que no veía a mi padre lejos de los animales y del monte. Tranquilo hijo, tu padre vive contento aquí y le costará mucho decidirse a dejar todo esto. Le va a costar mucho más de lo que parece abandonar el pueblo y las tierras. No os distéis cuenta que cuando se fue la familia de Tere no fue capaz ni despedirse de su mejor amigo. Tu padre seguirá el camino de su padre, y morirá aquí.

Gerardo Luzuriaga

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