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01/11/2010

Juventud - Nazar (I)

En Nazar,  como en la mayoría de los pueblos de la Berrueza,  por los años 1955-1965, años en que muchas familias habían marchado a las ciudades,  fuimos tan pocos niños y niñas que desde muy pequeños hicimos la vida juntos, recorríamos las calles, rompíamos las bombillas de las esquinas,  jugábamos todos juntos.  No voy a decir que de vez en cuando no existiesen nuestros más y nuestros menos; pero sí que tengo que decir que fueron la excepción. No en vano nos llevábamos bastantes años por lo que como lo hacen los animales cada uno ya sabíamos con quién no nos podíamos meter, y quienes eran los que imponían el poder físico. En definitiva que las peleas y los encontronazos entre nosotros fue la excepción. Y conste que no es la lejanía del tiempo el que me hace decir esto que hoy parece un poco idílico y hasta un poco raro entre los niños de un pueblo bastante salvaje. Pero creo que esta fue la realidad, por ejemplo Alfredo y yo nos llevamos seis meses, pero a pesar de ello nunca recuerdo que riñésemos. Lo mismo puedo decir entre el resto de la cuadrilla.

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En el sentido contrario, los únicos recuerdos que tengo son dos anécdotas, una la frase que iba repitiendo por las calles del pueblo el día anterior de cumplir los cinco años, mañana cuando cumpla los años le podré a la Tere, ya que creía que la fuerza de todo el año se recogía el día de cumplir los años. No me acuerdo si ese día reñí o no con la Tere. Tal vez ella se acuerde que es un poco mayor que yo. Y la segunda, la vez que Félix agarró del pelo a José Miguel y le quitó un mechón de su pelo rubio...

  Todo el grupo (Félix, Alfredo, José Miguel, Javi, Pedro, María Jesús, Encar, Bego y yo) fuimos creciendo alrededor del redajo que bajaba por la picota, allí pasábamos las mañanas haciendo las pozas con piedras, barro y cebollines de hierba, jugando al hinque o construyendo alguna cabocha.

 

 Desde muy jóvenes, desde niños ayudamos a nuestros padres en las tareas cotidianas, todos en las labores del campo, en la leña, y en las obligaciones cotidianas de dar de comer a los animales, llenar las pajeras, y otras actividade de ese tipo que nos eran encomendadas desde muy niños. Otros, los hijos de los pastores se las debían de ver  con las ovejas y las cabras, vimos esquilar a los mulos y burros, marcar las ovejas, estuvimos presentes en la matanza del cerdo, vimos despellejar a conejos y zorros, matar gallinas y palomas;  acudíamos al herrero, y con la tajada al veterinario. Desde muy jóvenes entramos a formar parte en la economía de las familias. Ayudamos a desplumar pajarillos y gallinas, además de ayudar a nuestras madres a doblar las sábanas y a enmadejar los ovillos de lana.  

Creo que en ninguna casa pasamos hambre, en todas las casas teníamos pan suficiente, aunque tampoco sobrase. El pan era un alimento sagrado, si por cualquier circunstancia se caía al suelo, al recogerlo se debía besar, me imagino que como un acto religioso.  Se trataba de familias con varios hijos e hijas, en la mayoría también vivían los abuelos.

Gerardo

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