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23/08/2013

Un pueblo de Navarra en los años 50

Un pueblo es, un pueblo es…

Nacimos y vivimos  en un pueblo pequeño, agrícola, con animales, aunque cada año que pasaba iban disminuyendo. Había caballos, burros, vacas, cabras, ovejas, cerdos, gallinas, conejos, palomas… Vivían en contacto con las personas. Los corrales eran la parte baja de nuestras viviendas, convivíamos con ellos.

La mayoría de las familias, no todas, tenían caballos y vacas. En el pueblo había un pastor de vacas (el carbonero fue durante muchos años), el cual las recogía a la mañana a toque de cuerno, se reunían en la picota, y al anochecer volvían al pueblo después de haber pastado todo el día en las zonas altas de la montaña: el puerto, costalera, mataverde, montecillo, detrás de las peñas…

También había un rebaño de cabras, abundante, cada familia, en este caso todas, especialmente las que no tenían vacas tenían una, dos o tres cabras para leche. Al igual que el pastor de vacas tocaba el cuerno, otro distinto y de sonido algo más fino y las recogía en la picota. Antiguamente donde actualmente se encuentra la sociedad Kostalera estaba el corral de la villa, un cercado donde se recogía el ganado paa que el pastor lo llevase al campo.

Existieron rebaños de ovejas, a veces hasta dos rebaños, Montoya y Morrás todavía conservan sus corrales derruidos en el monte, también Florencio y Fortunato tuvieron sus respectivos rebaños. Posteriormente los rebajos eran propiedad de Paco de Asarta, el cual contrataba a pastores (Angel, una familia de Soria que llegó al pueblo con una recua de hijos, los cuales mientras estuvieron en el pueblo fueron con nosotros a la escuela, el carbonero, Gabino, Raimundo de Estella, Primi de Ancín, Isidoro de Otiñano y otros muchos que no recuerdo), los últimos rebaños de ovejas pertenecieron a Cecilio de Mendaza.

El paisaje, y ni tampoco el pueblo tenía mucho que ver con lo que es hoy día. La hierba crecía por todas las partes. Las yeguas, caballos, burros pastaban en el pueblo. Algunos cerdos estaban sueltos y solían revolcarse en el redajo de la picota. Las gallinas, con los polluelos  andaban sueltas alrededor de las casas. Cada animal tenía su espacio, los animales también sabían cual era su espacio por el que se podían mover, era bastante extraño que invadiesen el terreno de los vecinos.

Existían bandadas de palomas, muchas de las casas, la mayoría teníamos unas cuantas palomas, alrededor de cuarenta. Cada grupo andaba separado, y muy pocas veces se mezclaban. Los graneros tenían una zona para las palomas. Durante el día estaban sueltas y se alimentaban en los campos y en los bosques y volvían al anochecer. Las palomas entraban y salían por la tronera. Hoy en día creo que no quedan más que dos troneras (Alfredo y Máximo) en los tejados de Nazar, y ninguna paloma.

La vida era distinta, no solo porque era habitual ver bandadas de palomas reboloteando por el pueblo, los niños y niñas desde muy pequeños teníamos obligaciones, y la obligación no era precisamente estudiar, eso no tenía gran importancia en la época en que nos tocó vivir. Con seis, siete años aprendíamos a desarrollar las labores que hacían los mayores. Era lo único que se preocupaban los padres en transmitirnos y sin esfuerzo alguno pasaban de padres a hijos y de madres a hijas.  Era innato, natural.

Nadie se esforzaba en explicarnos nada, no era preciso hablar, habíamos nacido para eso y se aprendía sin esfuerzo alguno: labrar con los bueyes, acarrear, juncir los bueyes, esparcir el ciemo, plantar las berzas, sembrar…

Un día el pueblo comenzó a cambiar. Los tractores hicieron su presencia, poco a poco los animales fueron desapareciendo. Las calles se encementaron… hasta llegar a lo que es hoy día.

Gerardo Luzuriaga

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