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15/11/2015

Gabino (12)

Josefa

Josefa va  a la gavillera en busca de unas abarras, ramas secas y delgadas que conservan las hojas secas, muy útiles para encender el fuego, las parte y con un papel de periódico les prende fuego, sale a por seis o siete astillas, echa dos y deja el resto al lado del fogón. Se lava la cara y se peina, prepara los tazones para el desayuno de los dos cuñados solteros, y de su marido, a la vez que arrima a la chapa del fuego los pucheros de la comida.

Ya tiene preparado un perol con agua caliente, para que se corte la barba su marido, pues hoy es jueves, y los jueves y domingos tiene por rutina afeitarse la barba, especialmente los jueves que va a Estella a vender las escobas de biércol preparadas durante la semana, aunque hoy como nos encontramos en la época de la siega ha decidido no ir.

Josefa coge un puchero vacío, se calza las albarcas, y se echa encima una chamarra, que se encuentra colgada de un clavo junto a la puerta de la calle y sale al pajar donde guardan las gallinas, los conejos, una cerda y las cabras. Ordeña en un periquete las dos cabras, vuelve de nuevo y pone a cocer la leche recién ordeñada. Los hombres desayunan los tazones de café con leche y sopas.

Echa tres astillas al fuego, las mayores, aparta la cazuela principal, y se dirige de nuevo al pajar, para entonces ya está amaneciendo, viene un día caluroso, igual demasiado caluroso. Abre el portalón del pajar, por donde salen las gallinas y el gallo a picotear por los alrededores. Se acerca a las conejeras, las abre y les echa un puñado de lechocinos que había recogido la semana anterior junto al camino de Oihagazu. Llena los bebederos, suelta las cabras que bajan ellas solas a la picota, donde espera el pastor con el rebaño ya casi completo para dirigirse al monte para todo el día.

Vuelve de nuevo, se calza las zapatillas de andar por casa, cuelga el chamarro en el clavo junto a la puerta, coloca las albarcas encima del mueble en que los hombres guardan los utensilios de tamaño no muy grande, como el hacha pequeña, dos hoces para cortar la maleza de los alrededores, una caja con puntas, clavos y el martillo.

Da una vuelta por el cuarto de los suegros y de los niños. Sigilosamente mira desde la puerta, los niños duermen apaciblemente, el suegro hace horas que carraspea y se le oye dar vueltas en la cama, la suegra duerme también plácidamente.

Los hombres ya han desaparecido de la cocina, Josefa lleva los cacharros del desayuno a la fregadera, prepara cuidadosamente las alforjas que llevarán al campo, hoy vendrán a comer, abre el cajón del armario y mete medio pan, un buen casco de chorizo y medio queso blando en una tartera y coloca todo en las alforjas. Mete una botella de vino y otra de agua cada una en un lado de las alforjas, las deja colgadas de una punta que sobresale de la viga del pasillo, al lado de la alacena donde se guardan las hachas. Coge una cebolla, unos pimientos y unas guindillas verdes, un puño pequeño de sal gorda, la envuelve en un trozo de papel de periódico y coloca todo dentro de otra alforja.

Los perros se oyen en la calle de abajo, se asoma a la ventana y ve como los cuñados están ya ajustando la cincha al caballo, están listos para marchar al tajo. Su marido sube las escaleras, coge las alforjas, y con un hasta luego desde el pasillo se despide de Josefa.

Retira del fuego la leche, que como la mayor parte de las veces  ya se le  había sobrado, se acerca a la ventana, despide a los hombres con la mano, pero ellos ni se enteran. Arrima a la chapa un cacillo con un poco de café, mucha leche y algo de achicoria, hace unas sopas con el pan duro y se sienta a desayunar. Retira el tazón usado a la fregadera.

Coge el caldero vacío de la leche del granero, y baja las escaleras hasta el corral, se calza unas botas viejas, limpia la cama de las vacas y el caballo, las vacas agradecen la paja limpia, arriman el morro de vez en cuando al suelo y se llevan buenos bocados de paja a la boca. Coge el taburete de tres patas de una ventana que da a la calle, y se dispone a ordeñar a la vaca recién parida, poco a poco, chorro a chorro se va llenando el caldero. Sube la leche a la despensa, la pasa por el colador grande, deja el caldero tapado con un trapo blanco, para que no caigan moscas.

Abre los ventanillos de la habitación de los suegros, entran los rayos solares de la mañana. Levanta al abuelo, le ayuda a vestirse, poco a poco ayudado por ella llegan hasta la fregadera, donde se lava la cara, le ayuda a sentarse en la mesa.

Vacía los orinales del cuarto de los cuñados, y de los abuelos, hace las camas de los cuñados, y la suya propia. Entra en el cuarto de los niños y los va despertando suavemente, les deja encima de la mesilla la misma ropa que habían usado el día anterior, se dirige de nuevo al cuarto de la abuela, la despierta cariñosamente, llena un cuenco de metal con agua hirviendo que tiene preparada en la chapa del fuego, la mezcla con agua del grifo hasta dejarla tibia, asea a la abuela, y la sienta en la silla de la mesa.

Prepara cinco tazones de café con leche y sopas. Desayunan los cinco, los niños no callan, y en cinco minutos han acabado sus tazones, el abuelo y la abuela no tienen prisa alguna. Los niños van solos a la escuela, no antes sin lavarse la cara y repeinarse.  Josefa recoge los tazones y las cucharas de la mesa y se dispone a fregar los cacharros amontonados en el pozo de la fregadera.

Barre la cocina muy por encima, también el pasillo y los cuartos, recoge la porquería y la saca al patio, cambia la escoba por la de biércol y barre todavía más por encima la calle y el patio, esparce dos calderos de agua por la calle, y aprovecha para echarle otros dos calderos a las plantas.

Abre las ventanas de los cuartos, quita las sábanas de los abuelos y las saca a airear a la ventana, hace las camas de los niños, quita el polvo por encima de algún armario, mientras atiende alguna vecina que viene a por la leche que tiene ajustada.

Ayuda al abuelo a salir al poyato de la calle, lo sienta, coloca a su lado en una silla con un cojín a la abuela. Allí estarán hasta la hora de comer, que normalmente coincide con el momento en que el sol da de lleno en el rincón donde están sentados.

Recoge la ropa para lavar, hoy no es día de colada, la junta en una banasta, todavía no hay suficiente ropa esperará al lunes para bajar al pozo a hacer la colada, se lo piensa mejor, aunque no hay mucha ropa sucia decide bajar al pozo a lavarla, ya que esta semana no toca amasar el pan, y eso si que le llevará por lo menos cinco o seis horas.

 

-    ¿Ya sabéis lo que le ha ocurrido a Timoteo?

-    ¿Qué le ha pasado,  pues?

-    He oído que se ha ido Isabel.

-    Ya me parecía a mí demasiado remilgada, esa señoritinga de Zúñiga. Ya decía yo que no le iba a durar ni una semana. Comentaba Teófila maliciosamente, mientras frotaba y frotaba unos pantalones sucios.

-    Sí,  sí, se casaron en Zúñiga,  han pasado  el viaje de novios en San Sebastián, hace cuatro días volvieron al pueblo y según tengo oído nada más ver la casucha puso mala cara, y le ha hecho la vida imposible al pobre Timoteo.

-    Sí, sí,  así es comentó otra mujer, yo la he visto marcharse con una maleta; pero no sabía que se iba para siempre, aunque sí  que me pareció raro que se fuese tan pronto, a los cuatro días de llegar, pero pensé que tendría algún negocio que hacer.

-    Sí, sí  menudo negocio comentó Matilde, a la vez que cogía de la banasta una prenda, la metía en el agua, la enjabonaba, la volvía a meter en el agua, frotaba las manchas más visibles. Menuda pájara es ésa, ya me comentaron mis hermanos, siguió murmurando Matilde mientras cogía la prenda entre las dos manos para escurrirla.

Josefa vuelve del pozo, da una vuelta por el pajar, recoge los huevos que han puesto las gallinas, les pone pienso y agua a los conejos, a la vez que sube al palomar a poner agua a los pichones. Deja los huevos en la cesta que hay en la fresquera para ello.

Se quita el delantal y atraviesa la villa para ir a comprar unas alubias y de paso bajarle la leche  a  Celes, charlan un rato, y Celes le pone los cuatro kilos de alubias blancas  que tiene concertadas, de paso le baja el medio litro de leche a Paca, que está enferma en cama. Se tropieza con unos cuantos vecinos a los que saluda y hablan algo sin importancia y vuelve sin detenerse excesivamente. 

Le coloca bien el vestido y el pañuelo de la cabeza a la abuela. Echa de nuevo  una astilla al fuego. Pone la mesa con nueve platos, cucharas, tenedores y cinco vasos, los hombres beben del porrón, ya llegan los hombres del campo, el cuñado suelta las vacas y los niños las bajan a beber agua al pilón, para cuando llegan los niños, ya están todos en la mesa, Josefa saca el porrón de la fresquera, el niño pequeño llega con el barril lleno de agua fresca de la fuente. Comemos, los hombres se van directamente a la siesta.

Josefa recoge y friega los platos, barre la cocina, prepara de nuevo la alforja con la merienda. A las tres en punto, los hombres están saliendo de nuevo al tajo. Josefa lleva al abuelo a sentarse en el sillón de mimbres del patio, luego lleva también a la abuela y la pone a su lado. Su marido se ha retrasado buscando una hoz, y se despide de Josefa, hoy no vengas al campo, todavía no haces falta, el trigo no está del todo seco, por lo que es mejor que te quedes por aquí, le echas de comer a los cerdos.

Echa otros dos pozales a las plantas del patio. Arrima una cacerola grande con agua al fuego, echa unos tronchos de berza y unos cuantos kilos de patatas del año pasado, ya arrugadas. Esta será la comida de los cerdos de casi toda la semana.

Mira el montón de ropa para planchar, al instante desecha la idea, hasta el sábado por la tarde puede esperar la plancha, se dirige al corral con un balde lleno de salvado para los cerdos, lo mezcla con agua en el cocino, los cerdos se acercan apresuradamente al cocino, Josefa baja al huerto, riega unas berzas recién plantadas, saca tres potes de patatas y elige 5 tomates grandes, rojos y maduros. Vuelve sin detenerse,  lo primero que hace es preparar dos tazones grandes de leche, con galletas para los abuelos, le pone bien la boina, y le suena los mocos con el pañuelo que lo guarda de nuevo en el bolsillo del chaleco, acompaña al abuelo a sentarse debajo de la higuera, a la sombra, saca las sobras de la comida y las echa cerca del olmo, las gallinas se alborotan y acuden todas a la vez a picotear los desperdicios.

Al anochecer, llegan las dos cabras hasta el portalón del pajar, Josefa se mete la mano en el bolsillo y saca un currusco de pan, lo parte en dos y se los da a las cabras, mientras les abre la puerta y las guarda, llama a las gallinas y una a una van entrando  por la puerta.

Baja al abuelo al hogar y vuelve a por la abuela. Pone nueve platos en la mesa, llegan los hombres, se oyen los perros, los cuñados le quitan el capazo al caballo, y lo meten al corral, les echan el pienso y suben para la cocina, los hombres se lavan las manos, el marido se ha entretenido en exceso observando las vacas, un niño baja a llamarle, la cena está servida, el perol con la sopa de ajo ya está encima de la mesa, les  va sirviendo uno a uno. Un cuñado saca un pan del cajón, un niño baja a llenar el porrón de la cuba que se encuentra en la bodega. Se acaban la sopa, y Josefa pone la bandeja de huevos fritos con patatas fritas. Cenados, salen todos a la fresca, excepto los abuelos que es Josefa los que los acuesta. Baja también Josefa a estar un rato en la fresca con todos, no mucho, pues todos están cansados y se van despidiendo uno a uno.

Josefa lava los platos de la cena, y pone  unas alubias a remojo para el día siguiente, barre la cocina, se da un garbeo por el cuarto de los niños, tapa al más pequeño,  al pasar por su cuarto oye los ronquidos profundos del marido, llama a los perros, les echa por la ventana las pocas sobras de la cena, cierra la puerta del patio, se desnuda y se acurruca junto al marido sin meter ruido para no despertarlo.

Gerardo Luzuriaga

Comentarios

Un relato emocionante, una oda al trabajo callado de las mujeres, de nuestras abuelas y madres. Me ha encantado, la descripción sencilla, con palabras normales y entendibles... Una obra de arte.

Anotado por: Ane | 15/11/2015

Una bonita loa del trabajo encubierto de las mujeres del campo, casi mejor descrito que el de los hombres.

Anotado por: Pablo | 16/11/2015

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