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17/10/2017

Pequeñeces (16)

Eran habituales las visitas de hijos y nietos que se habían ido a la ciudad. Sin embargo, desde que yo tengo uso de razón, ya cuando los abuelos habían fallecido, no recuerdo más que a Cándido, una de las pocas personas junto al tío Valentín, que pasaban largas temporadas en nuestra casa, Cándido sufría de los bronquios, venía en busca de un clima más apropiado que el de sus tierras guipuzcoanas.

Suegro de Antonio, sobrino de nuestro padre. Vestía con americana y camisa blanca, de hablar pausado y elegante, no decía ni una palabra mal sonante, (pecados o blasfemias como decimos por aquí), inusual en nuestro habla donde de tres palabras dos eran inapropiadas. Su tono de voz y entonación era muy diferente al que estábamos acostumbrados.

Natural de San Sebastián, repartía sus estancias entre los hijos e hijas, alguno de los cuales vivía en Estados Unidos, donde acudía asiduamente. Su llegada era bien acogida, pues venía con maletas repletas de ropa. Lo último que recuerdo es una chamarra de cuero negro de las que no se veían por estos lugares, y unas camisetas para el verano con imágenes inconcebibles (para nosotros) de colores vivos, con un tren que circulaba en el espacio por unos raíles invertidos, la estación era un globo terráqueo.

Aprendimos mucho con sus conversaciones, nos acompañaba a los niños a cazar pajarillos con liga, con cualquier palito cogido en el monte, y con unas cuerdas nos preparaba preciosos juguetes.

Con él es con quién conocí y aprendí a valorar los alrededores del pueblo, especialmente las fuentes, por aquellos tiempos tan necesarias y abundantes. Donde los segadores se sentaban alrededor de los manantiales para refrescarse. Las fuentes surgían por cualquier lugar, debajo de un chopo en cualquier rincón de cualquier pieza. Estas aguas abastecían a Asarta, Piedramillera y hasta Los Arcos llegaban canalizadas las frescas y cristalinas aguas de las estribaciones de la Sierra de Codés, y Costalera.

Nadie se pregunte a qué se debe que se hayan agotado, que hayan desaparecido. Algo hemos tenido que ver los humanos con las ansías de conseguir el máximo beneficio en el mínimo tiempo. Algo tendrá que ver que estén bombeando agua de los acuíferos de los alrededores del Ega en el Valle de La Berrueza.

Con mi tío Cándido, que aunque no era familia de sangre así lo llamábamos, recorrimos las balsas, estanques, pozos negros y cientos de fuentes con nombres propios de aguas cristalinas y frescas. Así es como conocí Jurda, debajo de dos chopos alargados, en el término de Mataverde, Balsarroya, el Cabezo, el Chorrón, las Vallejas, Fuentelateja, Fuentejuana, la Fuentilla, Pozonegro, el Reguillo, Fuentelavilla, Manalagua Manauro como aparece en algún escrito. Cándido murió bastante joven atropellado por un coche en una avenida de San Sebastián.

Tuvieron que pasar varios años para llegar a conocer las dos fuentes más enigmáticas de la zona. Fuentes Altas, tendría unos 9 años cuando subí con mi padre en busca de setas acompañado del burro que por aquellos tiempos teníamos en casa. Recuerdo que volvimos con las alforjas llenas de pardillas y plateras, que luego nuestra madre embotaba para todo el año. Fuentes Altas se encuentra en la zona del hayedo de la Dormida, debajo de Costalera en el término municipal de Santa Cruz de Campezo. Una fuente bien encauzada, que mana a gran altura como su nombre deja en evidencia, los alrededores merecen una visita, muy cerca del manantial hay dos tejos de grandes dimensiones y de gran antigüedad.

Y ya bastantes años más tarde tuve la oportunidad de visitar la Fuente de los Nenes. Tendría unos 13 años, cuando acompañé a los mozos algo mayores que yo hasta este lugar. Fuente que está ubicada en lo alto de las peñas de la Sierra de Codés; pero que por su belleza y notoriedad destaco en esta descripción. Es una fuente que mana a gran altura y que es preciso trepar bastante peligrosamente por unas clavijas que ascienden al manantial.

Pequeñeces (XVII)

En verano llegaban las cardelinas (jilgueros), Las bandadas de cardelinas, normalmente de diez a quince pajarillos se posaban en las zarzas, hierbas, plantas, flores y especialmente en los cardos en flor   de casi dos metros, especies de  alcachofas de filamentos morados muy atractivos visualmente. De la palabra cardo le viene el nombre de cardelina (Carduelis carduelis) a estos pajarillos que se posan suavemente en las flores de los cardos, especie de pelusilla blanca, con el pico tratan de librar las semillas con que alimentarse, muchas son las semillas “abuelos” que quedan libres que el viento las lleva de un lugar para otro hasta posarse en la tierra, donde surgirá otros cardos que serán alimento de las siguientes cardelinas del año siguiente.

La cardelina es un pájaro precioso, de un volar rápido de colores vistosos y llamativos. Pico blanco, cocorota negra, alrededor de los ojos y en la papada es el rojo chillón el que predomina sobre el resto de colores, pecho y parte de la cara blanco, espalda marrón, la cola y extremo de las alas negro, las alas son de color amarillo vivo, lo cual especialmente en el vuelo lo hace uno de los pájaros más vistosos del verano.

Los veranos son calurosos, por lo que los nogales plantados en el pueblo son apreciados para tomar la sombra. El abuelo se encuentra cómodamente sentado en una silla, medio dormido bajo los rayos del sol difuminados por las espesas ramas del nogal de enfrente de casa, con una hoz y la piedra de afilar en las manos, y la boina en la cabeza. De vez en cuando las rápidas carreras de los vencejos (gaviones) en celo o el canso revoloteo de las moscas o algún que otro abejorro hacen abrir los ojos al abuelo. Ayudado por los lejanos cantos de las cardelinas se adormece de nuevo. El aire fresco del viento le acaricia la cara, el tiempo no pasa para él, el vuelo raso y rápido de los gaviones lo despiertan de nuevo.