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24/10/2017

Pequeñeces (18)

Los labradores, especialmente los que labraban y sembraban pocas tierras, porque pocas tierras tenían, estaban expuestos a cientos de contratiempos. Una tormenta, el granizo, la sequía, una mala cosecha hacía que el año se hiciese más largo de lo acostumbrado. No era una vida fácil. La simple pérdida de cualquier animal hacia que la paupérrima economía familiar se derrumbase. No existía lujo alguno, se vivía el día a día, pocos productos se compraban fuera, algo de pescado para cumplir con la vigilia de los viernes, algún bacalao seco para tenerlo colgado en el granero, para salir del paso cuando llegaba alguna visita, y las especias para la matanza son todos los alimentos que recuerdo que se comprasen en nuestra casa.

Muchas son las historias y las anécdotas de este tipo oídas a mis padres alrededor del fuego bajo de la cocina vieja, en las noches eternas del invierno, mientras nos asábamos por delante y las espaldas se nos quedaban heladas. La cocina vieja no tenía puerta, tan solo una manta vieja hacía de cortina.

Recuerdo como nuestro padre contaba el año en que perdimos toda la cosecha, pues al trigo, y por entonces casi todo se sembraba trigo, algo de cebada y algo de forraje para el consumo de los animales de casa, le entró “la niebla”, una enfermedad que hizo que las espigas no granasen, con lo que a la hora de trillar no se recogió ni simiente para el año siguiente. No existía seguro, con lo que tuvimos que empeñar lo poco que teníamos para subsistir.

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