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28/09/2005

Crescencio / Engratzia

Si la vida de los hombres era difícil, no era más sencilla la de las mujeres.
Josefa, la madre de Paula, como la mayoría de las mujeres, trabajaba en las labores del campo como uno más. En las labores agrícolas no existía diferencia de sexos.
-    ¿Todavía no tienes preparada la comida?
-    ¿Cuándo quieres que la haya preparado? Bastante con que la tengo hecha desde ayer.
-    Los hombres comieron y se fueron a la siesta. La madre de Paula,  sin embargo, se puso a fregar los cacharros y a preparar la cena... 
Josefa no conocían el descanso, ni en verano, ni en invierno. En las faenas del campo no se quedaba atrás. Igual en la siega, que en la escarda, que en la siembra, como el resto de las mujeres, era normal ver a Josefa con la capaceta colgada al hombro esparciendo  la simiente por la pieza como si de otro peón más  se tratara.
 
Las horas de la colada eran los únicos momentos de esparcimiento.
-    ¿Ya sabéis lo que le ha ocurrido al hermano mayor de Gabino?
-    ¿Qué le ha pasado,  pues?
-    He oído que se le ha ido de casa la mujer.
-    Ya me parecía a mí demasiado remingada, esa señoritinga de Zúñiga. Ya decía yo que no le iba a durar ni una semana. Comentaba Teófila maliciosamente, mientras frotaba y frotaba unos pantalones sucios.
-    Sí si, se casaron en Zúñiga, en el pueblo de la mujer, han pasado  el viaje de novios en San Sebastián. Hace cuatro días volvieron al pueblo y según tengo oído nada más ver la casa puso mala cara, y le ha hecho la vida imposible al pobre marido.
-    Sí, si así es comentó otra mujer, yo la he visto marcharse con una maleta; pero no sabía que se iba para siempre, aunque si que me pareció raro que se fuese tan pronto, a los cuatro días de llegar, pero pensé que tendría algún negocio que hacer.
-    Sí, si negocio comentó una joven, a la vez que cogía de la banasta una prenda, la metía en el agua, la enjabonaba, la volvía a meter en el agua, frotaba las manchas más llamativas, para meterla y sacarla rápidamente de nuevo una y otra vez. No callaba, se le juntaba una palabra con otra, una frase con otra...  menuda pájara es ésa, ya me comentaron mis hermanos, siguió murmurando la joven mientras cogía la prenda entre las dos manos y la estrujaba como si del cuello de un gato se tratase.
Lo que ocurre que no todas son tan sumisas como nosotras comentó Paula. Las palabras de Paula dejaron boquiabiertas al grupo de mujeres, aunque no tuvieron inconveniente alguno en seguir criticando a diestro y siniestro.

 
11. Engracia y Crescencio el hermano mediano de Gabino
 
-      Hola muchachas
-      Buenas tardes
-      Bailas
-      Bueno
-      ¿De donde eres?
-      Del otro lado de Codés
-      ¿De Álava?
-      No, no navarro, como tú. Del otro lado de Codés, pero navarro.
-      ¿De donde?
-      De Nazar
Ah de Nazar, ahí tenemos parientes, los pimporretes... Los conoces.
No los voy a conocer...
-      ¿Ha venido mucha gente eh?
-      Sí, si como de costumbre, las fiestas de este pueblo son famosas.
-      ¿Cómo te llamas?
-      Engracia
-      ¿Y tú?
-      Crescencio
-      Bueno, ha acabado el baile.
-      De primera, encantado, hasta luego Engracia.
 
Había un gran ambiente. Hasta la hora de la cena anduvimos en grupo tomando tragos en las tabernas y en casas particulares, de vez en cuando nos acercamos al baile. Al llegar la hora de la cena nos dividimos de dos en dos, yo como siempre fui con Benito, y éste cuando no me lleva a casa de Engracia a cenar.
 
-      Se puede
-      Adelante
 
La mesa casi estaba llena, unos 20 comensales. Había cinco platos más preparados. Esperamos cinco minutos y allí apareció el amo de la casa con otros tres invitados de su edad.
Para entonces Engracia ya me habia echado dos o tres miradas risueñas. El amo nos saludó atentamente a todos, en especial a Benito, le preguntó por sus padres. Se quitó la boina y comenzó *“bendice Señor estos alimentos, que vamos a tomar
 
Una cena especial. De todo. Conejo, cordero, cabrito. Todo de primera, cenamos sin prisa. Las mujeres entraban y salían sin cesar, sin sentarse ni un solo momento. Dos copas de anís y con el puro en la boca fuimos en busca de la cuadrilla.
 
El baile estaba ya para acabar, cuando aparecimos unos 20 mozos.
¿Dónde habeís estado hasta ahora? Nos comentó una vieja, enseñandonos el bastón.
Le pedí baile a Engracia. Bailamos dos piezas lentas seguidas.
-      Dentro de tres semanas son las fiestas de Cabredo. ¿Irás?
-      Si. Todos los años vamos.
-      De primera. Allí nos veremos.
-      ¿Ya te vas para casa o qué?
-      Si ya tengo la hora.
 
A finales de agosto en las fiestas de Murieta me encontré con las amigas de Engracia. Unos metros detrás de ellas apareció Engracia con otra chica algo más joven que ella.
-      Hola Engracia
-      ¿Qué  tal Crescencio?
-      ¿Dónde has andado durante todo el verano?
-      En el pueblo, como siempre
-      ¿Porqué no apareciste en Cabredo?
-      Ah, ah, al final no pude. Se atrasó la cosecha y no pudimos ir.
-      ¿Bailas?
 
Dos horas estuvimos juntos, bailando, hablando. Le pedí casarse conmigo.
 
El 12 de octubre los padres de Crescencio y él mismo vestido con el único traje que tenía fueron a Azuelo a la petición de mano de Engracia. La boda se celebró la primera semana de mayo.
 
-      Crescencio estoy nerviosa
-      Tranquila mujer, es normal. Ya verás que bien te llevas con los de casa.
-      No sé. No sé. Igual tiene razón mi hermana, que no para últimamente de repetir : “La boda no es una cosa de bromas. Lo que se hace en una hora dura para toda la vida”.
-      No te preocupes, mujer.
-      Piensa en el viaje de novios. Iremos a San Sebastián. Mejor dicho a Lasarte y Hernani a la casa de nuestras tías. Así gastaremos menos.
-      Tira. Bien me parece. Me han comentado que San Sebastián es precioso.
 
A la semana ya estaban de vuelta. Engracia subió la cuesta que llevaba a  la casa detrás de Crescencio.  Tipi-tapa, tipi-tapa. Empujaron la puerta de la calle, agradecieron la frescura del portal, pero para Engracia no fue agradable encontrarse con una nube de moscas revoloteando. Tampoco le agradó el olor intenso. Crescenció dio la luz, al lado, en la cuadra había dos vacas royas, un caballo.
 
Subimos las escaleras a oscuras, pasamos al salón. Estaban todos esperándonos, excepto el padre de Crescencio. Una multitud, todos de casa. El tío soltero, dos tías solteras viejas, dos hermanos de Crescencio, la tía viuda...
 
-      Hola
-      Hola
-      ¿Qué tal en San Sebastián? ¿Habeís visto el mar? ¿Os lo habeís pasado bien? Nos preguntó la madre de Crescencio toda nerviosa.
-      Si, ha sido muy agradable. Nos han tratado muy bien. El ambiente de la ciudad nos ha gustado mucho. El mar nos ha encantado.
-      ¡Ay San Sebastián, San Sebastián! ¡Qué tiempos aquellos!
-      Nosotros también hace 40 años estuvimos en San Sebastián de luna de miel. Todavía recuerdo Igueldo, La Concha, la iglesia de Santa María. Allí vi los hombres más modernos del mundo, ¡Qué sombreros!
-      Bueno siéntate. Me callaré. Seguro que estáis cansados. ¿Os apetece un café con leche?
 
Cansados del viaje tomaron un baso de leche, y enseguida se fueron a la cama, aunque estaban desechos Engracia no logró conciliar el sueño tan fácil.
-      ¿Qué te ha parecido la casa?
-      Está bien. Lo que más me ha llamado la atención ha sido la  puerta labrada del salón.
-      ¿Y la familia?
-      Bien.
 
Nos despertamos hacía las 8 de la mañana, ya estaban en la cocina el tío Tomás, las tías Felicitas y Cirila. No había luz eléctrica más que en el salón y en la cuadra. La vida se hacía en la cocina vieja al lado del fogón. Los demás estaban sentados en el banco corrido.La cocina era una habitación pequeña, sin ventanas, en medio de la casa, oscura, ennegrecida por el humo. La chimenea estaba en el centro de la habitación.
 
-      ¡Crescencio qué  horas  son éstas de levantarse! Dijo el padre sin decirle ni buenos días, ni saludar.
-      Nada más desayunar iré a casa de Primitivo, a ver donde me manda; pero siendo el primer día...
-      No tiene nada que ver, aquí no ha cambiado nada. ¿Entendido?
 
Crescencio se bebió de un trago el tazón de café con leche y sin decir ni palabra salió de la casa. Engracia estuvo todo el día esperando la llegada de su esposo. Barruntó la llegada de Crescencio y bajo las escaleras. Era de noche, no le preguntó nada. Cerró la puerta, la abrazó y le dio dos besos, estuvieron unos diez minutos contemplando los animales, ella subió a la cocina, mientras Crescencio se quedó media hora más.
 
Pasaron dos, tres semanas y no cambiaba nada. Los días eran uno la copia del anterior. La media hora que Crescencio se quedaba en la cuadra junto a los animales se convirtió en una hora.
 
Las miradas cariñosas de Crescencio seguían siendo como el primer día; pero pronto se dio cuenta que se había casado con un hombre de pocas palabras, que de nada serviría intentar explicarle sus preocupaciones.
 
Las discusiones entre Crescencio y su padre fueron en aumento. Cualquier contratiempo era causa de polémica.
Crescencio ¿No es tiempo de sembrar la avena?
¿A quién se le ocurre pasar la narria con este tiempo?
El colmo fue cuando al padre de Crescencio se le ocurrió echarle en cara el comportamiento de Engracia: “La mujer que has traido va a arruinar la hacienda”. ¿A quién se le puede ocurrir en un domingo cualquiera matar una gallina?
 
No estoy preparada para llevar esta vida de matrimonio, se repetía una y otra vez Engracia. Al principio ella misma se consolaba, tranquila, no tienes más que 20 años, con el tiempo todo cambiará. Pero pasaban los meses y la situación se iba convirtiendo poco a poco en un infierno.
 
Pasaron los meses y nada cambió.
La hermana solía venir de vez en cuando a pasar el día con ella. Por fin un día se decidió a comentarle sus preocupaciones.
Cuando llegó la hora de casarme me sentí la mujer más feliz del mundo. Logré lo que aspira toda mujer. Un hombre, una familia, una hacienda, una casa.
- No sé como explicarte, no es fácil. No vivo contenta, siento una tristeza que no puedo expulsar.  Creo que lo voy a dejar todo, no me queda ilusión.
No sabes cuantas noches cuando se duerme Crescencio echo a llorar como una niña.
No te preocupes, es pronto. Deja pasar unos meses. A todas nos ha pasado lo mismo.
La soledad se me hace insoportable. Engracia se sentía invadida por la soledad.
 
Gracias a las visitas de sus familiares y el cariño de su marido, los meses pasaban más mal que bien.
 
El padre acostumbraba a visitar a su hija una vez al mes por lo menos. El perro comenzó a ladrar, señal de que se acercaba su padre por el camino de Otiñano. Salió a su encuentro. Cinco minutos después apareció con la cesta de fruta en una mano y el bastón en la otra. Sin dejar el bastón se sacó el papel de fumar del chaleco y se puso a liar un cigarro, le dio unas cuantas veces a la rueda de la chispa, una vez encendido el cigarro rodeo el ahujero del mechero con la mecha y de nuevo se metió el mechero en el bolsillo pequeño del chaleco.
¿Qué tal hija?
Tirando.
Estuvo en un trance de decirle la verdad. ¿Pero como le podía preocupar con sus tonterías, si ni ella misma sabía  a qué se debía su preocupación? El padre se fue al otro día por la mañana para poder contar a su esposa e hijas las obras  hechas en la casa de su hija: se había construido una nueva cocina, con luz natural y eléctrica, con un armario blanco en medio de la habitación y una cocina económica que no la había visto ni en las mejores casas del pueblo.
 
 
Engracia intentó hablar con su marido. En vano. Era hombre y de pueblo, aunque  a veces, en los momento dulces y especialmente en la cama no lo parecía. Pronto se dio cuenta que el hablar sería en balde, pues aparte de no entenderlo no tenía muchas oportunidades de conversar con su esposo a solas.
Se trataba de un hombre especial, nunca tenía la menor duda, tomaba las decisiones en un abrir y cerrar de ojos. Me da la impresión que nunca  se enteró de mi soledad y melancolía. No tenía en la cabeza más que el trabajo, el ganado y el sexo, especialmente el sexo.
 
Un domingo después de misa decidí comentarle:
No puedo más, el ambiente de esta casa, de este pueblo se me hace insoportable.
Jode, jode... se quedó pensativo: Mirándome fijamente a los ojos me dijo:
Tranquila, ya verás como todo se pasa con el niño que está por llegar. Y se quedó tan tranquilo. No le dio ninguna importancia. Descolgó la escopeta, llamó a los perros y se fue a cazar como si nada hubiese ocurrido.
 
Una semana más tarde llegó mi hermana.
Hermana, no puedo más. Tengo que volver a casa, este modo de vivir no es vida.
¿Te arreglas mal con Crescencio o qué?
No. No es eso. Lo quiero y me corresponde como el primer día.
Todas las noches viene donde mí como si fuese el primer día. Por ese lado no me puedo quejar. Aunque han pasado algunos meses, no se ha apagado la ilusión sobre todo para eso. En el pajar, en la cuadra, en la cama, después de comer, de cenar, en la siesta, al amanecer.
Todo no se puede tener. Ya te lo advertí. Somos mujeres,  hemos nacido para sufrir. Sé fuerte. Sé inteligente. Hazlo por lo menos por el niño que llevas dentro. El padre de Crescencio es ya mayor, pronto todo será tuyo.
Piensa que no te ha tocado la peor casa, ni mucho menos, ni tampoco el peor pueblo. ¿Cuántas quisieran para sí tu situación?
Eso no me consuela.
Bueno. Prepararé el almuerzo. ¿Qué quieres? Te parece bien ¿Unas magras?
Es un poco tarde, pero tira.
 
La mesa estaba preparada. Todos esperando. Por fin llegó el padre de Crescencio. Apareció con un puño de espigas en la mano.
¡Mira Crescencio!
¡Me cagüen Dios!
¡Me cagüen la Virgen Santa!
Las espigan no han granado. ¡Están huecas!
Les ha entrado la niebla.
¡Qué simiente habeís usado!
Ya sabes que simiente hemos usado. La que nos algenció ese amigo tuyo, ese maldito explotador. La que te vendió Primitivo. A él es al que te tienes que enfrentar y no con los de casa.
 
La comida no fue  tranquila, se entabló una fuerte discusión entre los hombres. Crescencio una y otra vez mencionó las injusticias y abusos de Primitivo.
Padre esto es insoportable. Primitivo cada año nos roba un trozo de terreno, este año ha movido la muga por lo menos 20 centímetros. Y tú lo sabes.
Padre de seguir así, nos dejará sin hacienda. Este año nos quedaremos sin cosecha.
¿Qué nos pedirá este año, a cambio de nueva simiente?
Algo tenemo que hacer. ¿No están de acuerdo?
 
 
Todos de la casa nos quedamos preocupados, en el reloj de la torre de la iglesia daban las dos y media de la tarde, cuando vimos a Crescencio con la escopeta al hombro bajar las escaleras del granero. No reparó en nadie, ni en el vecino que estaba picando la guadaña debajo de un nogal. En un instante atravesó el pueblo. Aunque no era tiempo de caza nadie le dio importancia a los dos tiros que se oyeron. El cuerpo de Primitivo cayó junto a la mies recién segada.
 
La desgracia entró en la casa. La mujer amaba a Crescencio. Él la hacía feliz. De ese día en adelante la vida de la familia cambio por completo. ¿Cómo vivir sin sus caricias, sin su sudor, sin su fuerza? Lo llevaron preso a  la cárcel de Pamplona.
 

Pasado un mes, nació el niño. Le pusieron de nombre Jesús. Aunque parecía normal a medida que pasaron los años las taras quedaron a la vista. Aquel mismo invierno murieron el padre y la madre de Crescencio. Uno detrás del otro.  El pueblo fue cruel con la familia, hasta les prohibieron espigar las plantas  que se quedaban en los campos y en los caminos después de recogida la cosecha. Les robaron  las tierras. Quedaron en la pobreza total, hasta que tuvieron que ir de pueblo en pueblo, de casa en casa en busca de caridad. En toda la tierra de Estella se les conoció como el tonto de Nazar y su madre.

 
11. Emakumeen eguneroko bizimodua
 
 
            Gizonen bizimodua gogorra bazen, emakumeena askoz ere latzagoa zen.  Soroetan gizonen moduan ibili behar. Neguko egunetan idien aurreko zihoana emakumea zen. Eskukakada-eskukakada gari-hazia soroan sakabanatzen zuten. Ereingo garai guztia egun osoan lepoan, pausoak eman ahala eskuekin aleak sakabanatuz, pisu handia, arratsalderako erdi hila, indarrik gabe. Lepoko mina, egun batean bai eta hurrengoan ere bai,  egun osoa hogeitamar kilo  gainean, bete eta hustu, bete eta hustu. Hura zen kalbarioa.
 
Etxera ailegatu eta etxekoa egin behar. Gizasemeek patioko putzuan aurpegia busti, alkandora kenduta galtzarbea, lepoa, burua;  iturri azpian jarrita hamar minutuko atseden ezin hobea hartu zuten  bitartean andreek bazkaria prestatu, eta mahaia atondu behar zuten. Bazkaldu ondoren gizontxook ordubeteko premiazko loaditxoa egin bitartean emakumeek afaria edo askaria prestatu eta harrikoa egin.
 
-         Bazkaria oraindik ez dago prest?
 
 
            Idunari lotua zeukan musuzapia burugainean jarrita arta-jorrari gogor eta gogoz ekiten zion, ilaran atzean gelditu gabe. Gero etxean ailegatu eta sukaldari, zerbitzari egin behar zuen. Gizonen  kapritsoen esanetara. Lotsagarria. Ez zegoen eskubiderik.
 
            Lan eskerga ere izan arren,  ordurik alaienak putzuan emandakoak ziren. Etxean egindako jaboiaz arropa jo eta jo, igurtzi eta igurtzi aritzen ziren bitartean emakumeen kontuetan ibiltzeko aprobetxatzen zutelako; maindireak, praka zikinak,  galtzerdi garbiezinak, kaltzontzilo zulodunak bihurtzen zituzten bitartean solaserako aukera bakarra baitzuten.  Putzuetako ura zuri-zuri, bitsez gainezka, hainbeste ordu jaboiari ematearen poderioz herrian gertatukoak jorratzeko baliatzen ziren.
 
-         Gabinoren anaiari gertatutakoa jakitun zarete?
-         Zer gertatu zaio?
-         Emaztea etxetik ihes egin omen zaio.
-         Baina, bi aste baino gehiago ez daramate elkarrekin.
-         Joan zen astean Donostian ezkonberrien bidaian eman zuten. Ezta?
-         Gabinoren anaia zaharra, harro-harro,  pozaren pozez ibili den bitartean neskari, berriz,  etxea, herria, sendia ikustean tristura sartu omen zaio gorputzan. Beste batek gehitu du.
- Bai, bere herrira joan da berriro ez itzultzeko. Komentatu du Teofilak.
 
            Banastakada arropak garbitu behar bagenituen ere, gezurra iruditu arren unerik erosoenak ziren, arropa eskuetan hartu, uretan sartu, ondo busti orduko, harrian zabalduta jaboi zati eskuineko eskuz ondo igurtzi, berriro arropa hartu eta zatika-zatika  igurtzearen igurtzeaz uretan ondo bustita, bederatzi edo hamar sartu-atera azkarretan, gainbegirada bat eman orban garbiezin baten bila joan eta aurkitu ere egiten genuen; berriro jaboi eman ostera ere hasteko, bi eskuekin hartuta katuaren lepoa balitz bezala xukatzen genuen ur osoa ahalik eta azkarren lehor zedin, beste oihal bat hartzeko gobada osoa amaitu arte. Gezurra irudi arren, unerik aproposena zen gure gauzez, herriko kontuez hitz egiteko. Une atseginak ziren. Une hauei esker emakume batzuok egoera latz hura  jasatea lortu genuen.
           
            Sumisoak bezain alaiak. Hitz txar bat atera gabe. Aurpegia atsegina. Diruz eskas, beti janaria demasa, denontzat, beti edozein eskaera egiteko prest, beti aurpegi onarekin. Arropa denontzat, zapatak, zapatilak, gabonetako jostailuetarako aurreratutako dirua ostegun goiz batean Lizarrako dendetan gastatu; eta konturatu orduko berriro premia batzuk gainean, dirua atzera prestatu beharrean beste zeregin berri batzuetarako, ume pilaren ilusioak ez dezepzionatzeko.
 
           
 
           
 

12. Engratzia eta Krestentzio, Gabinoren ertaineko anaia.
 
 
            - Arratsaldeon neskak.
            - Arratsaldeon.
            - Dantzatu nahi?
- Beno. Bale.
- Nongoa zara?
- Kodesez bestaldekoa.
- Arabarra, beraz?
- Ez, ez. Naparra. Joar mendiaz bestaldekoa, baina alderdi honetakoa.
            - Jende asko etorri da. Eh?
            - Bai, bai. Betiko moduan. Hemengo jaiak oso onak dira eta.
            - Bai, bai. Ez dut  hori zalantzn jartzen.
            - Zein da zure izena?
            - Krestentzio
            - Eta zurea.?
            - Nirea, Engratzia.
            - Beno, Krestentzio. Dantza amaitu da.
            - Ederki, gero arte Engratzia.
 
            Giro aparta zegoen. Arratsalde osoa iji-aja, inguruetako mutilekin algaran, tabernan eta etxe partikularretan ardoa edaten, dantzaldian noizean behin agertu, dantzaren bat egin, eta konturatu gabe afaltzeko ordua iritsi zen. Ohiturari muzin ez egiteko betiko moduan ordu hori ailegatu arte taldean ibiltzen ginen mutilak eta afaltzeko binaka joaten ginen herriko etxeetara. Betiko moduan Benito eta biok parekatu ginen elkarrekin. Benitok Engratziaren etxera eraman ez ninduenean!            
 
            Dantzaldia bukatu orduko, herriko mutil batek agurtu gintuen. Eskua Benitoren bizkar gainean jarriz etxera eraman gintuen.
            Kontxo, Benito, orain arte ez zaitut ikusi. Zer moduz herrian? Familia? Gurasoak?
            Ondo, oso ondo denak
            Aurtengo uzta nolakoa?
            Ondo datorrela dirudi.
 
            Heldu ginenerako, gehienak mahaian zeuden. Hogei eta hamar pertsona geunden eserita mahai inguruan, bost plater gehiago paratuta bazeuden ere. Denak gizasemeak, Engratzia barne, etxean bost emakume izan arren.
            Lau kanpotar geunden, ohiko galderak egin ostean, bost minutu itxoin eta han agertu zen etxeko nagusia bere adineko beste hiru kanpotarrekin.
            Engratziak begirada adeitsua luzatu zidan,  soberan zeuden bi plater kendu zuen bitartean.
 
            Nagusiak ohiko agurren ondoren, eskuineko eskuarekin txapela kentzearekin batera bazkarietako aintzineko otoitza errezatu zuen: benedikatua, zu Jauna: bizidun guztiei jatekoa ematen diozuna; zabal ezazu gure bihotza zu goresteko, zabal gure eskua zuk emanetik behardunari emateko. Amen.
 
            Aparteko afaria. denetik, untxia, bildotsa, antxumea. Dena ondo, presarik gabe afaldu genuen, bi ordu eta erdi eserita eman genuen jan eta jan. Zerbitzari eta sukaldari xalo, bost emakume, behin eta berriro azaldu eta desagertu, instante batean eseri gabe.  Gainontzekoak bapo gelditu ginen. Kafea, bina kopa anis gaina egiteko eta purua ahoan etxeko mutilarekin aldameneko etxera joan ginen beste kopatxo bat hartzera.
 
            Dantzaldia bukatzear zegoenean azaldu ginen hogei mutileko taldea, zuzenean Engratziari eskatu nion dantza. Bi dantza lotu egin genuen bitartean txutxumutxuan ibili ginen afarian gaineko kontuekin.
            - Hiru aste barru Kabredoko jaiak dira. Joaterik bai?
            - Bai. Urtero joaten gara.
            - Ederki, bada. Han ikusiko dugu elkar.
                       
            Abuztuaren bukaeran Murietako jaietan, gutxien espero nuenean Engratziaren  lagunak ikusi nituen. Haien atzetik Engratzia beste neska batekin zetozen.
            - Arratsaldeon, Engratzia.
            - Halan ekarri,  Krestentzio.
            - Non ibili zara uda osoan?
            - Herrian, ezer berizirik egin gabe.
            - Zergatik ez zinen azaldu Kabredon?
            - Ah, Ah! Ezin izan nuen. Uzta atzeratua generaman eta, igande arratsalde horretan ere ezin izan genuen jai hartu.
 
***
 
            Bi ordu elkarren ondoan eman eta gero, dantza gozo batzuk egin ondoren Krestentziok ezkontzea eskatu zidan.  Urriaren hamabian Krestentzioren gurasoak eta baita Krestentzio bera ere traje ilunez eta halamoduzko gorbataz etxera etorri ziren ezkontzeko mandatu egitera.
 
                        Betiko bihurrikeriak egin ondoren maiatzaren lehenengo astean ezkontza egin zen.  Atezuan esan zizkidan ahizpa zaharrak ezkontza aurreko egunean behin eta berriro esandakoak: ezteia ez da txantxetako gauza. Ordubetean egiten den gauza da, baina bizitza osorako dirauena. Eztei-bidaia Donostiara egin genuen. Edo hobeto esanda Lasarte eta Hernanira, Krestentziok ezkonduta zeukan bi arreben etxeetara. Bost egun egin ondoren etxera bueltatu ginen.
 
                        - Krestentzio, urduri nago.
                        - Lasai emakumea, normala da. Bizitza berria da. Ohitutakoan etxean moduan ibiliko zara.
 
                        Krestentziori segika egin nion aldapan gora, ttipi-ttapa, ttipi-ttapa. Baita etxeko atea zeharkatzean ere. Sarrerako atetzarra bultzatu eta gero, iIluntasun eta freskurarekin batera euli multzo handi batekin topo egin genuen. Gure inguruan bueltaka geratu ziren eta ezin izan genituen uxatu. Usain gogor eta sakona barruraino sartu zitzaidan. Argia piztean aldamenean bi behi gorri, astoa eta txerrikorta ikusi nituen.
 
 
            Eskaileretan goruntz, ilun-iluna zegoen, lehenengo eskailerak eta lagunea pasatu eta gero beste hamabi eskailera igo genituen pasilo ilun batera heltzeko. Horma beltzetan, pasiloaren  muturrean arasa luze eta txiki bat berdez margotutako koloreagatik nabarmentzen zen. Goiko apaletan gordetzen zituzten etxekoek lanabes txiki gehienak, izan ere, denetik zegoen, eskua sartu eta aizkora zahar baten kirtena, mailuren bat, ingude zaharra, zer ez ote zen  zulo luze horretan egongo.
           
            Egongelan  zegoen familia osoa gure zain, Krestentzioren aita izan ezik. Tropel bat. Osaba mutilzarra, bi izeba neskazahar, bi anaiarreba ezkondugabeak, izeba alarguna...
 
            - Arratsaldeon.
            - Baita zuei ere.  Bi musu.
-  Zer moduz Donostia aldean? Itsasoa ikusi duzue? Ondo aprobetxatu duzue? Galdetu zigun Krestentzioren amak urduri.
            - Bai, primeran ibili gara. Hiriko giroa atsegina egin zaigu. Itsasoak txundituta utzi gaitu.
            - Ai, Donostia, Donostia.
            - Horik denbora horiek!
            - Gu ere, Donostian ibili ginen duela berrogei urte edo Igeldon, La Conchan, Alde Zaharreko Santa Maria elizan, Konstituzio enparantzan, La Bretxa merkatuan, Kaian, Alamedako ibiltokian, munduko lekurik ederrenean, han ikusi nituen gizonik modernoenak, ederrenak, horiek kapelak horiek! Gizonenak nahiz emakumeenak! Horiek janzkerak horiek! Zuhaitzak, saltegiak, argindarra, errotuluak, urte dexente iragan arren gaur izango balitz bezala gogoan ditut. Ibiltoki zabala, ederra, bikain argiztatua, udal banda jotzen. Aste bukaezina, dena ordainduta,  nire ahizpa zaharra Donostian bizi baitzen umezain.
            Beno, isildu egingo naiz. Ziuraski zisko egina zaudete. Atsedena beharko duzue.
 
Etxe osoan deigarri gertatu zitzaizkidan bakarra egongelako haritzezko habe sendoa eta irudi geometrikozko haritzezko atea izan ziren. Benetan dotore bai habea  eta bai atea. Habe nagusia etxe dotoreetan zeuden parekoa baitzen. Garai batean etxe nagusi batetik ekarritako mahai errektangularrak ere,  orain sitsak janda zegoenak atentzioa eman zidan.
 
            Nekatua nintzenez, baso bat esne edan ondoren, segituan oheratu ginen. Neka-neka eginda oheratu arren, loak ez ninduen gau hartan luze hartu.
 
            Esnatu nintzenerako Osaba Tomas, izeba Felizitas eta Zirila  sukaldean ziren. Argindarra sartu berria izan bazen  ere, sukaldea eta ikuiluan baizik ez zuten paratu, bonbila  bana. Sukaldean subajua egun osoan piztuta zegoenez argi honetaz baliatu ziren.
 
            Gaiontzeko gizonak sisiluan zeuden, aitona txapela eskuan noizean behin euliren bat akabatzen saiatuz. Izan ere, sukaldea euliz gainezka baitzegoen. Leihorik gabeko gela zen, etxeko erdi erdian kokatuta, txikia, iluna, beltz-beltza kearen ondorioz, lekurik sakratuena zen, eguzkiaren izpitietatik at. Sukalde erdian burdinazko plaka gaiean su bajua zegoen bi lonazko oihal gogor oliotsuk babesturik. Sutondoa goizez lapikoz gainezka zegoen,  txikiak, ertainak, eta handiak; arratsaldez patatak, azak eta gainontzeko hondakinekin egosten zen txerrijana lapiko itzel batean.  Bizitza su-baju ondoan egiten genuen, denak eserita, makurtuak, batzuk aulkitxoetan eta beste batzuk lurrean, denok ke eta usainez inguraturik.
            Armairu zuri erosi berriari eta sisiluari esker ematen zuen herriko familia arrunt baten sukaldea eta ez ijitoek udan erabiltzen zituzten lastotegia.        
 
            - Krestentzio, zer ordu dira hauek esnatzeko?
            - Aitak egunonik eman gabe luzatu zion.
            - Lasai aita, Primitiboren etxetik gozaldu bezain laster pasatuko naiz, ea non bidaltzen nauen. Baina lehenengo eguna izanda...
- Zer lehenengo eguna edo bigarrena, hemengo gauzak ez dira aldatu, lehengo moduan jarraituko dute zuzenean begira zidan bitartean.
 
 
            Krestentziok zurrutada batez amaitu zuen antosina eta fitsik esan gabe eskaileretan behera jo zuen, Primitiboren etxerako bidea hartuz.
            Giroa tentsioz gainezka zegoen. 
 
            Gaua noiz iritsiko irrikitzen nengoen. Atarramendurik gabeko solasaldiak bizilagunekin trukatzea jasanezina egiten zitzaidan,  ea zer moduz zeuden  nire senidak, eta antzerako ganorabako galderaz gogaituta nengoen.
            Krestentzioren presentzia igarri nuen, kaleko atearen tranka entzun bezain laster berarengana jaitsi nintzen, gau ilun-iluna zen, ez nion ezer galdetu, ezta berak ere. Atea itxi, bi musu eta besarkada bat emanez gora bidali ninduen, ikuiluan hamar minutu ganaduei begira iraun ondoren igo zen,  ordu erdi bat  sukaldean suari so elkarrizketan eta ohera joan ginen.
 
            Bi aste, hiru aste iragan eta dena berdin jarraitzen zuen, egunero lehendabiziko egunearen kopiaren kopia izan baitzen. Krestentzio hasieran ikuiluan behien artean hamar minutu ematen zuen, hilabeteak pasatu ahala ordubete bihurtzeko. Nahiz eta maitasuna, maitasun-begiradak, laztanak, ferekak eta gaiontzeko kontuetan lehendabiziko egunean bezala iraun, hitz gutxiko gizona zela agerian utzi zidan, hasieratik ezinezkoa egin zitzaidalako edozein solasaldiari ekitea, baita egunerokoari ere, izan ere, egunerakoa komentatzeko irrikitzen banintzen ere berak ez zidan jaramonik egiten. 
 
            Aitaren eta Krestentzioren arteko eztabaidak piztu ziren berriro. Lehendik bazetorren, ni etxera ailegatu nintzenetik kalapita gero eta latzagoak ziren. Gero eta ugariagoak gainera. Hala ere, gertatutzearen gertatzeaz batzuk salbu indargabe geratu ziren. Hau kasu:
            - Krestentzio! Garaia da halako eta halako soroetan oloa ereitzeko.
            - Krestentzio! Ez dago girorik goldea halako soroetan ibiltzeko.
            - Krestentzio! Ekarri duzun emakumeak haziendarekin bukatuko du. Nori otutzen zaio oilaskoa igande arrunt batean jartzea. Zer prestatuko digu jaietarako?, bide honetatik txahal eta guzti akabatu beharko dugu! Ohiko ika-mika bero hauek ateratzen zuten agurea bere onetik. Izan ere, bizitza osoan zehar, batik bat ezkondu zenetik  bera izan zen etxe honetan agindu duen bakarra, inor ez baitzen ausartzen hitz batere bere kontra esaten.
 
           
            Lehen-lehenik, ez nengoen prestatuta ezkon-bizitzarako, hogeita bat urtek agerian utzi zuten  gauza asko, haien artean  nire inseguritatea eta ezjakintasuna  bizitzaren aurrean.
 
            Herrian utzi nuen gure ama, baina, zorionez, etxe honetan ama ordea aurkitu nuen. Izan ere, etxea handia ez zenez, egun osoan elkarren ondoan derrigorrean ibili behar genuen. Horrela, Krestentzioren amak nire amaren hutsunea bete zuen, herrian utzi nuen ama bat, beste bat aurkitzeko etxe honetan. 
            Ezkondu nintzenean Nafarroako neskarik zoriontsuena sentitu nintzen. Nesken artean bizitzaren helburu bakarra gizona aurkitzea baitzen. Ezkontzea, azken finean.  Baita nirea ere, baina nire poza bi aste baino ez zuen iraun.
            Ez dakit nola azaldu, izan ere, ez da erraza. Alde batetik,  edozein emakumek eska dezakeena lortu dut: zoriontasuna, osasuna, lana, gizona... Beraz, zergatik nabil kexaka bizitzaren helburutzat neukana lortu dudanean? nola egon naiteke ernegatuta bisitzaren xedea lortu dudanean?
            - Engratzia, oso ondo ulertzen dizut kontatzen ari zarena niri ere gertatu zitzaidalako. Dena den, ez espero niregandik aholku handirik, ondo ezagutzen nauzu eta. Ez dakit asmatu dudan edo ez, baina ezkondu nintzenetik besteen kapritxoak jasaten baino ez dut egin. Ez banaiz damutzen ere, ez dakit hartu behar nuen bidea hartu dudanetz. Dena den, ulertzen dut zein zaila izan behar den zure barneko korapilo hori askatzea. Neu ere ari bainaiz ezetz esatearen faktura ordaintzen.
            - Ama, hau gogorra da, adiskiderik ez edukitzea, egun osoa planta egitea, kalera atera naizen bakoitzean sufrimentua jasatea. begitarte alaia, atsegina jartzea ez da nire gustukoa, planta egitea ez da nire estiloa. Bost axola niri, herri honetako jendearen esamesak.
            - Bai, neska, bai, ulertzen dizut, baina, herri honetan jendearen iritzia arau sakratua da. Krestzentzio maite baduzu, zure alde nahi baduzu eduki, ez egin arau honi muzin. Alaba maitia herri honetan jendeak dioenari begira egon behar dugu, bai nik, bai zuk, baita Krestentzioren aitak ere.
            - Ama ezin dut gehiago, ate batetik sartutako ilusioak atzeko leihotik ihes egiten zaizkit. Negar-zotinka hasiz gero, bukaezina izango da.

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