Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

28/09/2005

En el tajo / Errealitatean

 
En la entrada de la casa de Primitivo encima de la puerta destacaba una copia barata de las espigadoreas de Millet, con un marco de época de gran valor. Cada vez que cruzaba el umbral no podía menos que apartar la mirada. Imagen bucólica, que para nada tenía que ver con la realidad. La tranquilidad, el sosiego, la paz y las ropas recién planchadas en nada se correspondían con las horas de trabajo que nos esperaban.
 

Contrato por un día

 
Viernes, cinco y media de la mañana, allí estábamos todos en fila, delante de la fuente, esperando la llegada del amp. Aquel día también se quedaron sin trabajo los mismos, los de siempre. Los más necesitados. Me vinieron a la memoria las palabras del abuelo: algún día tendríamos que acabar con este atropello.
-                Tú, tú... y tú.
-                Igual que todos los días, los más viejos, débiles y necesitados descartados.
 
 
La siega.
 
-No te pares. Sigue la renque.
- Le reprendió agriamente Benito al más joven del grupo.
Todavía no habían dado ni las  10 de la mañana, el día no había hecho más que comenzar, aunque ya  llevábamos 4 horas y media sin descanso.
- No puedo más, tengo todas las articulaciones doloridas, me comentó el joven que iba delante de mí, aprovechando que el amo había llegado ya al final de la hilera.
- Este ritmo es insoportable, comentó un tercero mientras agarraba con la mano izquierda, resguardada con la zoqueta, un manojo de trigo y con la hoz en la otra mano de un golpe cortaba la mies a ras de suelo. Todo ello a la máxima velocidad posible, una y otra vez, durante todo el día, y durante toda la temporada.
- No dejes tanto espacio, y date más prisa, le reprendió de nuevo Benito.
- ¿No te das cuenta que hace aire y es necesario dejar bien apelmazadas las manadas?, le respondió sin mirarle a la cara.
-                Sin hacerle caso siguió rodeando cada puñado de trigo con cuatro espigas para que el viento no esparciese la mies. Tal como lo había hecho hasta ahora en todos los lugares en que había estado contratado.
-                No cojas tanta anchura, sé un poco espabilado. Mira la renque que lleva el nuevo de Los Arcos, le comenté por lo bajo.
De esta año no pasa, me voy para la ciudad. No aguanto más.
 
El  único momento de descanso eran los escasos segundo que teníamos para tomar un trago de agua, y de vez en cuando de vino, las menos.
Todos los días es igual, me comentó aprovechando otra ausencia del amo. No sé que es peor si cuando va tirando del grupo Benito, o cuando van a la cabeza esos dos esbirros: Cirilo y Antonio. Dos gallegos que venían todos los años para la siega a casa de Primitivo. No te fies de ninguno de los dos, le comenté. Es difícil saber quiés es más zalamero y traicionero de los dos.
 
 

Un día normal

 
Ya estábamos todos en la plaza esperando a Primitivo, llegó primero Benito y comenzó a señalar con el dedo uno a uno  los elegidos para el día. Fue de uno en uno señalando con el dedo. Este día contrató a todos los reunidos menos a uno.
-                ¿No me digas que no puedes contratar a uno más?.
-                Gabino, métete en tus asuntos, y sigue a los demás.
-                ¡Te arruinarás por pagar un jornal más!
-                Pero si hay trabajo para diez personas más.
-                Se oyó un murmullo. Pero si es el amo de medio Navarra. Será cabrón.
               ¿Para quién querrán el dinero que les sobra? Se oyó de nuevo.
-                Solo con la hacienda que ha aportado su mujer tienen para contratar a media Berrueza. Solo con las tierras que tienen en Andosilla a la orilla del Ebro tienen para dar de comer todo el año a toda la Merindad de Estella. 
-                ¡Cuánto más tienen más quieren!
-                ¿Qué pasa aquí? Gritó Primitivo que llegaba al galope.
-                Nada, nada comentó Benito. Sin decir ni palabra nos dirigimos al tajo, mientras el padre de Félix tomó el camino de casa.
No se sabe si la avaricia y la racanería surgió a raíz de la compra del primer tractor que se conoció en el valle, o como se decía en el pueblo, le venía de familia. Primitivo no tuvo suerte con la compra del tractor. Con lo que se gastó en este tractor podía haber comprado la otra mitad de Navarra. El primer día que lo usaron se dieron cuenta del fracaso. Nada más entrar en la finca las ruedas se metieron en la tierra y no había manera de andar. Tuvieron que sacarlo con la ayuda de dos parejas de bueyes, para dejarlo aparcado para siempre en el cobertizo de la era.
 
 

La trilla

 
Hacía un día caluroso el bochorno es de los que hace historia, el calor pegajoso se mezclaba con el abundante sudor. El  polvo de la mies recien triturada invadía todos los rincones del pueblo, especialmente la era y los alrededores estaba cubierta de una canícula asfixiante.
Los caballos habían acabado de dar las primeras vueltas sobre la parva. Era el momento de poner manos a la obra. Todos los presentes tomábamos parte para  dar vuelta a la parva lo más rápido posible. Entonces comenzaba el ajetreo. La era se convertía en un hormiguero en que todas las manos eran pocas:  el movimiento, la  prisa, el correr, el ruido, el polvo, el calor, el sudor y en cierto modo también el nerviosismo se apoderaba del ambiente.
Dada la vuelta a la mies, los caballos hasta este momento atados algún árbol a la sombra comenzaban de nuevo a dar vueltas y más vueltas sobre la mies esparcida por la era. Hacía la una y media llegaba el momento de dar la última vuelta a la mies. Mientras los demás comíamos, padre se quedaba dando las últimas vueltas con la caballería, hasta convertir la paja fuerte y rígida de las habas casi en polvo.
Con la comida en la boca, bajo un sol sofocante recogíamos la parva en un extremo de la era. Los hombres con las horcas iban recogiendo la parte principal, detrás los niños con los rastros, detrás las mujeres con las escobas, hasta por fin recoger lo que quedaba con la plegadera. Llegaba el momento crucial, la espera del aire. No siempre movía el aire, y cuando andaba no siempre era el apropiado.
Todavía recuerdo el día que entré a formar parte de los aventadores. No tendría más de 15 años. 6 hombres en hilera, encima de la parva, tirando las paladas de mies al aire con la altura y dirección apropiada. Zas, zas, zas, seguían las paladas sin interrupción. Pasada tras pasada, comenzaban a diferenciarse los dos montones el de la paja y el del grano. Una vez que se había formado el montón de grano las mujeres ibán detrás de nosotros escobeando por  encima separando las gardajas, piedras, trozos de tierra, trozos de palos.
Por último los niños cribaban las gardajas, hasta dejar el montón reluciente como el oro. 
 
 

Otro día de siega

 
Sábado, las 6 de la mañana, ya estamos preparados con las hoces en el tajo. Nos encontramos ante otro día de bochorno infernal. Hoy hemos venido sin los amos, ni Primitivo, ni Benito han aparecido. Los gallegos marcan el ritmo, un  ritmo irresistible. Para las 7:30 el muchacho que el día anterior resistió más mal que bien la jornada, está ya rendido.
- Cuando traen el almuerzo, nos preguntaba una y otra vez.
Hacía las 11 comenzaron a quedarse rezagados dos peones que rondaban los 50 años.
-    Por fin aparecieron dos niños con sendas cestas con el almuerzo. Lo tomamos en un santiamén y de nuevo a la faena. Dale que te pego. La cintura para arriba y para abajo.
-    A las 12, el Angelus. Un poco después llegó Benito montado a caballo. Ya casi nadie les podía seguir. Pero nadie se quedaba  atrás.
-    Cuarenta grados, toda la mañana bajo el sol, doblando una y otra vez  la cintura.
-    Dos horas para comer y echar la siesta.
-    A las 3 en punto arriba de nuevo. El calor después de la siesta se hacía inaguantable, cuando más calentaba de nuevo a la faena y toda la tarde sin descanso. Las horas no avanzaban, por más que mirábamos al sol siempre parecía estar en el mismo lugar.
-    ¿Ya es hora de que traigan la merienda no?  Preguntaba insistentemente el joven, que no tenía mucha experiencia en la siega.
-    No te fíes hay días en que no se merienda.
-    Este día tenía pinta de ser uno de esos. Pasaban las horas y por mucho que mirábamos a la senda, no se acercaba nadie.
-    A las 7:30, Benito dio permiso para echar un trago de vino, y sentarnos un rato. La tarde iba hacia delante pero el calor no aflojaba.
-    ¿Hoy también seremos los últimos en marchar para casa?
No lo pongas en duda.
- Por fin se escondió el sol entre los montes, pero alli seguimos segando y segando.
-    ¿Es que no es hora de marchar para casa? Dijo completamente enfadado Marcelino.
-    Todavía se ve, le respondió Cirilo el gallego.
Para Benito, y mucho menos todavía para Primitivo nunca era hora de dejar la tarea. Hoy también llegaremos a casa de noche ciega.
No te quepa la menor duda, le contesté.
 
 
La trilladora
 
Domingo, las 5 de la mañana, en casa ya estábamos todos levantados. Los hombres nos dirigimos al campo con los bueyes para acarrear la mies.  Para la hora de misa se trilló un carro de mies del Ceferino que había quedado del día anterior, se barrió hasta el último grano de la era, dejamos ya todo preparado para trillar lo que le correspondía al carbonero y acudimos todos a misa, bien nos vino el  descanso de media hora .
 
El ruido era insoportable. Se hacía imposible comunicarse hasta con el de alado. Todo era ruido. Una vez puesto en marcha el motor, el ruido era inaguantable. Pun, pun, pun, pun…
 
El sonido que sacaba la trilladora también era ensordecedor. No había una sola pieza que no estuviese en movimiento. Aunque parecía que de un momento a otro iban a saltar por los aires todos los tornillos, las ruedas, las poleas… nunca ocurrió ninguna desgracia, todo estaba bajo control.
 
A media mañana el estruendo, el calor, el sudor, el polvo, el picor comenzaba a hacer mella, más vale que de vez en cuando tenía la oportunidad de cruzar alguna mirada, y alguna palabra suelta con Francisca.
 
El motor, para nosotros conocido como el  “matakas” era el corazón. Las poleas eran las venas,  la polea mayor era la aorta, de 12 metros de largo. La trilladora tenía unas 20 poleas más de distintos tamaños, como si fuesen las diferentes venas del cuerpo. De todos los tamaños, algunas pequeñas, de medio metro o menos, otras de 2, 3 ó 4 metros.
Ruedas de metal que estaban unidas por maderas, que hacían funcionar a un gran número de piezas, algunas de suaves desplazamientos y otras de bruscas vibraciones. Dientes de hierro que trituraban las espigas, las cribas de ritmos suaves y horizontales.
 
Se trataba de un maremágnum en movimiento anárquico. Hasta la tierra misma parecía moverse, como si estuviésemos encima de una masa flotante. Todo estaba en movimiento.
 
En este hormiguero todos teníamos nuestro cometido. Los acarreadores, los alimentadores, los que recogían los sacos del grano, los niños que reunían  los líos, los que amontonaban la paja, los que barrían la era…
Bastante entrada la noche, llegaba la paz. Parado el motor de gasoil, poco a poco todos los demás aparatos se iban apagando tenuamente, con lo que la calma se adueñaba de nuevo del pueblo. 
9. Errealitatea
 
 
 
 
           
            Primitiboren etxeko sarreran   Millet margolariaren “las espigadoras” izeneko kuadroaren kopia handi bat zegoen eskegita, ondotik pasatzen nintzen bakoitzean zeharka begiratuz esaten nuen: zer demontre jakingo duzue zuek!
                       
            Zelako irudi bukolikoa!
Lasaia bezain gezurrezkoa. Langileen eta emakumeen arropa ondo zaindua, izerdiaren aztarnarik ez, aurpegietan ez zaie ikusten tentsiorik, ezta nekerik ere; poza eta osasuna baizik ez zaie igartzen. Hiritarrentzat, sasijauntxo hauentzat soroetan langile talde bat ikustea une bateko irudia da eta ez egun osoan eguzkipean aritzea. 
            Morroi hauen aurpegiak hezurtsu, zahar, zaildu, beltzaran izan beharrean oso gazte, zurizka, zainduak agertzen dira. Iruzurra, gezurra. Aitoren seme-alabak edo hobeto esanda hirritarren seme-alabak ziren, masailak borobil eta gorriak zeuzkatelako.  Nabarmentzen dena zelaia da, gari soroa mitxoletaz jantzita, errealitatetik at, zinez.
            Paisaje bukolikoa. Jauntxo baten etxean esekita egoteko modukoa. Herriko pasabide baten istorioa baina bidetik soilik ikusitakoa. Lana, izerdia, miseria egongo ez balitz bezala.            
 

10. Atazan
 
 
 
           
            Udan lan nekosoa  zetorren.
 
            Segan (I)
Ilaran bederatzi gizonak bata bestearen atzetik, egun osoa gerria dantzan, gora eta behera, zutik eta makurturik ibili behar. Egunsentitik ilundu arte, siesta txiki bat egiteko denbora izan ezik egun osoan  jarrera beran. Gorputza jarrera txarrean, zinez.
- Ez gelditu, jarraitu, esan zion mespresuz Benitok gazteari.
            Gerria bihurtuta, belaunak etengabe lanean, giltzadura guztiak minduak. Kaiku batez babestu ezkerreko eskua gari sorta bati heldu eta eskuineko eskuko igitaiarekin, ipurdi-ipurditik, kolpe jarrai eta gogor batez gari guztia ebaki. Ebakitako garia sorta lau gariekin inguratuz haizeak soroan zehar sakabana ez dezan. Ahalik eta azkarren. Eta horrela behin eta berriz. Hau den-dena, idazten baino askoz denbora gutxiagoan;  -hurrengo astean, hainbat sortarekin besartekada egin eta lau zekale landarekin ondo lotu, haizeak garia soroan zehar sakabana ez dezan; asaoak pilatan utzi batean bestean-. horrelaxe behin eta berriz.
            - Ezin dut gehiago. Hau jasanezina da komentatu zidan anaia zaharrenak.
            Geure artean tarte handia ez sortzeko aurrekoari erne eta arretaz begiratu behar genion, nahiz eta izerditan patsetan izan, udako eguzki gorripean. Hamar minutuetatik  behin, gari lerroa bukatzean,  ur-tragoa egin, eta noizean behin ardo-zurrutada bata dastatu, ugazaben arabera, baina normalena zen hiru tragotxo egun osoan hartzea.  Giltzurrunei atseden eman eta zutik egoteko aukera bakarra beste lerro bati ekin baino lehen. Hamar minutuero, hamabost segundo beste ilara bat hartzeko unea, alegia.
            - Etxera noa, esan zidan gazteak. Oraindik hamaikak ez dira, bost ordu jarraian atsedenik gabe. Ezin dut gehiago.
            Lerroan lehena zebilena jauntxoaren seme indartsua, Benito. Jakina, lanean ari zenean, bada, edozein aitzakia zen ona, ilaratik irten eta potrojorrean ibiltzeko, baina gure artean ibilita tropela arnasarik gabe utzi arte ez zen konformatzen; denok ito beharrean; bigarren eta hirugarren ugazabarik ezean bere esklaboak:  Antonio eta Cirilo, Galiziatik urtero etortzen zirenak. Zein baino zein sendoagoak, zein baino zein harroputzagoak. Egun osoan abiadura handiz ahalik eta azkarren. Ea jabeari zuria nork egiten zion hobeto, ea jabeari berea nok erakusten zion hobeto.

           

 
            Egun baterako kontratua.
            Egun hartan ere betikoak gelditu ziren lanik gabe, behartsuenak hain zuzen ere. Lanik denontzat ez zegoenez  morroien arteko borrokak belaunaldiz belaunaldi irauten zuen, errepikatzen zuen behin eta berriro aitonak.  Konpetentzia latz, gogor, anker honekin bukatu beharko dugu, errepikatzen zuen.
 
            Ez zen erraza onartzea  herriko plazan hogeitamar gizon-mutil elkartu, ugazaba etorri eta betiko morroskoak kontratatu, zaharrak eta  behartsuenak lanik gabe uztea. Egun horretan ere, ahulenak, behartsuenak jornalik gabe konformatu behar.
 
            Asteazken horretan gertatutakoa larrutik ordaindu behar izan nuen.
            Haraneko aberatsena hamar morroiren bila abiatu zen. Benitok, bere ilobak,  hatz erakuslez seinalatuz,  banan-banan ilaratik atera gintuen. Ez zuen bakarrik ere gehiago seinalatu.
            Pausoa aurrera emanez oihakatu nion:
            - Herri erdia daukanak ezin du kontratatu egun baterako behintzat behartuena. Primitiboren anaiak ez baitzekien non sartu zeukan diru guztia.
            - Sartu zure aferetan, hartu zure igitaia eta segi besteek hartu duten bidea, erantzun zidan zakar.
            Temati ekin nion, lurrik ederrenak, hurbilenak, emankorrenak dauzkan horrek ezin du ordaindu jornala ala?  Herrian izateaz gain, Kabredon, Meanon, Agilarren eta beste leku batzuetako lurren jabea da. Emazteak ere Andosillan labore-lur ugari dauzka, Ebroko ondoko lur zati onenen jabea da. Zer axola zaizue soldata bat gehiago ordaintzea? Agian ez dago lanik? Baita halako hamar gehiagorentzako ere!
            Atzean marmara entzun zen, baina Nafarroa erdia berea da! Norendako nahi du poltsikoan daukan dirua!
            Izan ere, senar-emaztea bakar-bakarrik bizi ziren ondoko jauregi itzelean, haraneko jauregirik hoberenean,  mutilzahar eta neskazahar izanik ezkondu zirelako. Bizitza tristea bezain laburra eduki zuten, urte gutxira  bizi ziren moduan Heriok eraman zituen, gizona, hirurogei urte betetzear zegoenean, Iruñeko ospitalean gripeak jota hil zen, gorpua hilerrian lurperatzera ekarri zuten. Emazteak sei urte goibel iragan eta gero bide berbera eraman zuen. 
            Gezurra irudi arren, pasadizo batzuengatik izango ez balitz, zaila izango litzateke familia horren aztarnak aurkitzea, bere izena, baita etxea eta azienda ere aspalditik ilobarentzat, Benitorentzat izan denez, egun ez dago arrastorik. Umore gabeko eta zuhurra zen. Zinez, zekena zen. Umeek, aldiz, ez zeukaten entretenimendu hoberik,   ortuetako sagarrak eta madariak lapurtzea baino. Egun batean bai, eta hurrengoan ere bai,  ehun kiloko kankarroa, kupel itxurakoa, buru handia, ipurdi itzela, tripaduna umeen atzetik zebilen bi sagar ez ziezaizkioten lapurtu.
            Behin entzun nion fidegarria ez zen herritar bati, hain zekena izatearen zergatia traktore bat erostetik zetorkiola, erosketa eskasa bezain garestia izan baitzen; porrot harengatik ote zuen bizitzaren aurrean zeukan jarrera piper hori eramatea.  Gehienek, aitzitik,  bestelako iritzia zeukaten. Baita nik ere, jarrera trakets hura berezkoa zen, familiatik zetorrena.
            Traktore harekin xahutu zuen diruarekin Nafarroa herena eros baitzitekeen, Nafarroa erdia berea zenez, ez dut uste zakarkeriaren zergatia traktorea erostean zetzanik. Gauza da, soroetara eraman orduko gurpilak lurrean sartu eta astoa balaztan bezala gelditu zela, ez aurrera, ez atzera, gurpilak lokatzetan trabaturik barru-barruraino sartuta. Behien laguntzaz lortu zuten ateratzea, betiko larrainekoko bazter batean uzteko. Eta horrela ezagutu dugu belaunaldiz belaunaldi, larrainean aparkatuta, hautsez gainezka. Ederra. Gurpilak handiak. Den-dena burdinazkoa, bolantea, argiak, kanbioen palanka, galgak, baita gurpilak ere. Urteak eta urteak pasatu arren, han zegoen oso-osorik, bazter batean, amaraunez eta lasto artean ia ezkutatuta. Denboraren joanaren lekuko.
           
            Animaliako gizona agertzearekin bat erabateko isiltasuna egin zen, zurrumurruak bukatu ziren, nik neuk alorrerako bidea hartu nuen, Felixen aita, burua makurturik, etxeko bidea hartu zuen bezala.
 
 
            Segan (II)
Ohiko moduan, seietarako soroan ginen. Ezbairik gabe, egun sargoria zetorren, dagoeneko bero sapa baitzegoen. Hego-haize egun horietako bat baitzen.
            Erritmo ikaragarria jarri zuten galiziarrek. Goizeko sei eta erdietarako, hamabost urte bete berriak  mutikoak,  eginahalak eginda ere,  ezin zion jarritako erritmoari jarraitzea.  Hamarretako doi-doi ziren jarraitzeko berrogeitaka zeukaten beste biak. Hortik aurrera gehienentzat kalbario zetorren, batez ere Benito aurrean zegoenean. Ezinezkoa zen erritmoa eramatea, hura beroa.
 
            - Datorren irailean hirira joango naiz lan bila. Komentatu zidan gazteak serio-serio.
           
            Saskia ekartzen zuen umea ikustearekin batera poza igartzen zitzaigun, batez ere zaharrenei eta gazteenei, hauek batik bat zeramatelako batik bat ordubete bidera begira saskia eskuan umeak noiz agertuko zain. 
                        Angelusa errezatuta ere artean ordu erdi gehiago geneukan, jabearen etxeko bidea hartzeko. Berrogei gradu, goiz osoan gerriak bihurtuta. Egun osoan eguzkiaren izpi zuzenak jasaten. Izerditan blai. Jasanezina. Etxera heldu bezain pronto eskuak, besoak, besapeak, aurpegia, ilea putzuan garbitu, helduak itzalira, joaten ziren bitartean, guk gazteok animaliak ura edatera eraman behar genituen, maihara joan, ziztu bizian jan, lasto pilan lokaiku bat egin eta ohartu orduko hirurak jotzean prest geunden arratsalde luzeari aurre egiteko. Orain aldapatik behera, Berrogeita bi gradu, lehen baino bero handiago, sorora ailegatu orduko arratsalde osoko  lanari ekiteko.
            Tenoreak ez zuen aurrean egiten. Bidezidorrera begiratu azkaria ailegatzeko zenbat denbora falta zen asmatu nahian. Zer  merienda zer meriendaondo, egun hartan beste batzuetan bezala ez ziguten askaria ekarri. Bost minutuko atsedena hartu genuen ardo zurrutada eta txiza egiteko. Iluntzen hasita bazegoen ere, artean egun osoko sargori itogarria present zegoen.
            - Ezbairik gabe. Ez dut egingo herri honetan beste uzta bat, errepikatu zidan gazteenak.
Herriko azkenak ginen, betiko moduan,  etxeko bidea hartzeko, eguzkia mendi artean galdu arte lan eta lan.  Benitorentzat inoiz ez zen garaila segak eta igitaiak uzteko ordurik iristen, herriko lehenengo etxeetara ailegatzerakoan gau itsu-itsua beti.
 
 
            Garijotzea
Egun osoa hautsetan itota.
            Aurrean zaldia, atzean  babak jotzeko makina, ehun, mila buelta uzta gainean, trostan. Orduero zaldiei atseden eman eta larraineko guztiok dantzan jarraitu behar genuen;  uztari buelta eman behar geniolako ahalik eta azkarren. Hori zen giroa, mugimendua, korrika, presa, zarata, hautsa, beroa, izerdia, urduritasuna. Hura giroa hura!
            Uztari buelta emanda berriro zaldiarekin jira eta bira. Ordu bata eta erdiak inguruan heltzen zen uztaren azken buelta, bazkaltzen genuen bitartean zaldia eta baten bat gelditzen ziren larrainean jiraka, baba lastoa xehetu arte.
            Arratsaldeko eguzkitan, bero itogarriaren azpian uzta biltzeari ekin behar genion, lehengo eta behin gizonek gaineko lastoa sardeez,  atzetik mutikoak eskuarez,   emakumeok erratzarekin larraineko bazter batean bildu behar izaten genuen. 
            Gero gerokoa, haizearen mende. Haize egokia ibiliz gero esku aditu guztiak abian jarrita bost orduan lanean jardunda bi tontor lortzen genituen, bata  aleena, txikia baina polita bezain distiratsua eta bestea lastoarena.
Baina hain gutxitan ibiltzen zen haize aproposa!
Haize egokia ibiliz gero, sei edo zazpi pertsona batera zebiltzan uzta lerro gainean, metro erdi bateko distantzian,  bere gainean jarrita sardeen bidez sardekada altura eta norabide zuzenera jaurtikiz, eta pasada bakoitzean aleak ezkerreko tontor batean eta lastoa gero eta urrutiago  baztertzen saiatzen ziren. Hauen atzetik beste bi emakume zihoazen eskobatzen alearen tontorraren gainean zeuden harriak, lur zatiak, lasto kirten sendoak baztertzen. Hauen atzetik lau ume zakarreria hau galbahetzen gelditu barik.
            Haize egokirik gabe ezin zitekeen ezer egin, ez bazen Bargotako aztiaren pasadizoak gogoraraztea, baina horiek beste kontu batzuk dira. Gehienetan oso luzea zen  haizearen zain itxaronaldia. Askotan, lo ere larrainean egin behar izaten genuen aita eta biok inork ostu ez zezan erdi garbituratko alerik. Kanpora lo egitea, berriz, helduentzat amorrazioa zena umeentzat zoria zen, ilargi azpian, udako gau sargori horietan, izar pila bat sabaian.
 
            Haize egokia ateraz gero hura zen abiadura, mugimendua, denok batera zas, zas, zas, zas uzta haizetara. berez ikasitakoa. Trebetasuna. Lerroaren muturraraino denok batera heldu eta segundo bat galdu gabe, buelta eman eta  jo eta ke haizea gelditu arte. Ahalik eta azkarren bai,  baina ale bat bera ere lasto pilara bota gabe.
 
             
 
            Garia jotzeko makina.
Garia jotzeko garaian ez zegoen iganderik. Egia esateko negu partean izan ezik urte osoan ere apenas. Ordubete galdu mezatara joateko eta berriro denok larrainean Han geunden  denok: helduak, emakumeak, zaharrak, umeak.  Inor ez zegoen sobera,  nagusiaren uzta izan arren gurea balitz bezala genbiltzan.
 
            Zarata jasanezina zen. Ondokoak ulertzeko  belarri ondoan  oihuka aritu behar zen. Dena zarata zen. Gehien ateratzen zuena Matakas motorea. Piztu ondoren jasanezina, burrunbatsua, manibela baten bidez gizonik indartsuena behin eta berriro saiatuz gero, pun, pun, pun, pun, pun...  erritmikoa, motela, etengabeko hotsa ke beltzez nahasten zen. Une horretan hasten zen beroa, azkura, izerdia;  gaitzerdi, aukera baineukan Frantziska ikusteko eta lantzean behin solasaldi motz-motzak edukitzeko.
 
            Garia jotzeko makina erraldoia zen. Ez zuen ematen tinkoa, dena mugimenduan  zelako. Poleak, burdinazko eraztunak, galbaheak, helizeak, torlojuak, pieza guztiak une batetik bestera intengo zirela ematen bazuen ere, irmo zirauten. Poleen ondoan eta batik bat azpitik pasatzea beldurgarria zen.
 
            Bihotza Matakas motorea zen. Zainak poleak. Hamar metro luze eta berrogei zentimetro zabal, polea nagusia zen aorta. Zaratatsua, bizia, mugikorra, izugarria. Polea nagusiak eraztunen puntaren puntan zeuden irteteko moduan, zarata jasanezinarekin lotura zeukana. Hogei polea gehiago, bere zainak balira bezala, batzuk txiki-tkikiak, besteak erdikoak, beste batzuk handiak. Dena zen mugimendua, bai barrutik, bai kanpotik,  anabasa begiratu batera, baina dena zegoen kontrolpean.
                       
            Tramankulua abian jarriz gero lurra ere mugimenduan jartzen zen. Egurrezko makilatxoz lotuta zeuden burdinazko berrogei eraztunak, barruko piezak ere mugimenduan ziren,  batzuk bizi-bizi, beste batzuk motelago, beste batzuk berriz, mantso-mantso. Zoramena. Mota askotako zaratak bereizten ziren. Burdinazko haginek garia txikitzean kirkilenena zirudien;  galbaheena, erritmikoa, suabea, tza, tza, tza, tza... atsegina, leuna;  helizeena erleen zumbidoren modukoa, fuuuuu, fuuuuu, fuuuuu...; aleena tutuetatik pasatzean euri suabeak egiten duen modukoa; lastoarena tutuetatik pasatzean neguko haize boertitzena zirudien, sukaldeko leihoko kristalen kontra euri tanta lotiek joko balute bezala.
            Inurritegi honetan bakoitzak bere eginbeharra geneu0kab. Mahaian garia bereizi,  mahai gainean gabilak  ipini, garraiolariak, alea zakuetan sartu, lioak batu, lastotegian eta larrainean lastoa pilatu behar genuenok, alegia.  Denak dantzan. Denak beharrezkoak. Lana kateatuta zegoen. Denak ondo eginez gero, ondo zihoan, baten bat fin ez ibiltzeak arazo handia zekarren.

            Matakas geldituta, emeki-emeki gainontzeko tramankuluak baretzen joaten ziren. Paradisua zirudien. Isiltasuna.

Gerardo Luzuriaga Sánchez

Los comentarios son cerrados