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22/10/2007

Gabino (V)

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20. Benito

21. Gabino

20. Benito

A los pocos días, un día de junio a Benito se le olvidó andar. Se le metió en la cabeza que no podía andar, y no fue capaz de dar un paso más. Desde este día no tuvo un momento bueno. Los últimos días los pasó insultando y ordenando a los peones, aunque para entonces no había ni uno solo en la casa. Eran otros tiempos, tiempos de tractores y cosechadoras.  Si no hubiese sido por la tristeza que daba ver a los familiares de Benito, diría que oír sus salidas de tono y las expresiones ya en desuso  se hacía graciosas.
 
Se nos fue. Como vivió murió, gritando, bravucón y faltón. La víspera que fuimos a visitarlo nos conoció. Mostró la misma autoridad que de joven, postrado en la cama, sin voz, sin poder hablar nos ordenó sentarnos y cuando le pareció nos mandó de la habitación.
  
A los dos días se celebró el funeral. Siete curas concelebraron la misa. Entre ellos, un obispo de Espronceda que ha pasado los 15 últimos años en Mozambique en las misiones. Ha venido una gran cantidad de gente, como no se conocía en el pueblo desde muchos años. Jóvenes y viejos. Naturales y de fuera. Ricos y pobres.
 
El día ha sido invernal. Llevaba dos meses sin llover, sin caer ni una sola gota. Hoy, sin embargo, la tormenta ha sido de las que pocas veces se han visto. Especialmente en el momento de trasladar el ataúd, estaba enfrente de la puerta principal a la iglesia. Ha comenzado a diluviar. Disimuladamente se han ido los congregados en busca de refugio. Medio minuto después no quedamos más que 10 amigos y familiares. El cura del pueblo, fuera de sí, gesticulando como un energúmeno ha pedido un paraguas, ante la reprobación con la mirada del cura joven que tenía al lado sufriendo la chaparrada estoicamente. El vendaval, los truenos, rayos, y tromba de agua no ha parado hasta que se ha acabado la ceremonia.
 
Ha llegado el momento del sermón. Las palabras del cura no han podido ser menos acertadas. No solo para los vecinos y bien conocedores de las andanzas juveniles del difunto, sino también para el resto de los congregados. El  cura del pueblo no ha tenido mejor idea que recordar las atrocidades del tiempo de la guerra. Podemos tener la seguridad que nuestro difunto Benito está a la derecha de Nuestro Señor, ha comenzado el sermón, y está a la derecha, ya que durante su vida no ha cumplido más que con lo ordenado por Él. Y ha seguido alabando las fechorías realizadas por el difunto en nombre de Dios, subrayando lo hecho en contra del comunismo y por el bien de la paz, la justicia y la religión. En los bancos de atrás, donde estaban colocados los hombres se ha oído un murmullo, pero al cura le ha dado lo mismo.
 
Ni los familiares más allegados se han sentido confortados con estas palabras. El otro  cura joven, familiar del difunto, ha resaltado el carácter más humano de Benito, subrayando los últimos años de su vida, años de sufrimiento, paciencia y humanismo. 

He sentido la muerte de Benito. Lo suyo ha sufrido el pobre Benito. En el último momento parece que la única que no se ha apiadado y no ha dado el brazo a torcer ha sido la naturaleza. Y yo en cierto modo me he regodeado y me he alegrado al ver que alguien no había olvidado los atropellos  y barrabasadas de Benito. Terrible ha sido el momento de dar tierra al féretro,  la tromba de agua caída ha sido imponente, el viento hacía imposible mantenerse en pie a los que sostenían las sogas. Una vez de vuelta del camposanto ha amainado la tormenta, el cielo se ha aclarado y hasta ha salido de nuevo el sol.

 21. Gabino

Los únicos que quedamos ya en el pueblo somos Florencio y yo. Desde que Felipe decidió trasladarse a Legazpia el pueblo no es el mismo. No podemos quitarnos la imagen de Benito. Recordamos sus frases sin sentido, sus mismas preguntas hechas una y mil veces. Permanecemos horas en silencio. No es necesario hablar para entendernos. De repente Florencio me dice seriamente : “Mi ilusión es morirme y que me entierren en el camposanto del pueblo”. ¿Anda el otro?
¿A qué viene ahora eso? Bastante me importa donde me entierren. Nada más acabar la frase me vino a la memoria como murió el padre de Florencio. Fue hace años, en San Sebastián murió de neumonía después de bañarse en la playa. Lo ingresaron en el hospital pero no salió. Allí lo enterraron pues traer el cuerpo debía valer un dineral.
 
Con el adiós de costumbre nos hemos separado. Me he preparado una sopa de ajos, y me he sentado a leer un rato el periódico. He cenado y me he ido a la cama.

No puedo dormir. No tengo ganas de dormir, lo intento, pero no lo consigo. En vano, hasta me duelen los ojos de tanto cerrar los ojos. Agotado al final parece que me he dormido. Vuelta tras vuelta en la cama, me levanto a tomar un vaso de agua. Pasa media hora, me tomo un vaso de leche caliente con la intención de tranquilizarme.
 
Oigo las campanadas de la torre como si estuviesen al lado. Las doce, la una, las dos.  Retumban en mi cabeza, me traen viejos recuerdos, me detengo en ellos, pero sigo sin poder dormirme. Cuando parece que me he dormido oigo el kirikikiiiiiiiiiiii del gallo. No he pegado ni ojo.
 
Justo cuando más a gusto estaba, me despiertan los golpes en la puerta de la casa de al lado. Son las diez. Más a gusto no puedo estar en la cama, acurrucado, calentito. Me doy media vuelta y me duermo de nuevo. Las diez. No me puedo despertar, medio despierto, medio dormido me viene a la cabeza que es martes, quiero levantarme pero no puedo, un poquito más, otro poquito más y así van pasando los minutos. Me despierto de dos en dos minutos y pienso que ya estoy levantado, pero no. Sigo allí acurrucadito entre las sábanas calientes.
 
Se me ha hecho tardísimo. No tengo tiempo de hacer tostadas, ni tomar mantequilla. Me tendré que beber la leche de un sorbo si quiero llegar para cuando el médico no se haya marchado. Estoy bajando las escaleras cuando me tropiezo en la entrada de casa con Don Hugo, el médico que viene a verme.
 
¿Qué tal marchas Gabino?
No he podido pegar ojo. No he dormido ni pizca.
 
A ver Gabino, qué tienes ahora, me ha preguntado el médico conforme atravesaba el dintel de la puerta de la cocina.
No estoy bien. Le he respondido ofreciéndole una silla para que se sentase.
Entonces como siempre. No esta vez, parece que es de preocupar. Estos últimos días tengo un dolor extraño en la cadera.
A ver, a ver bájate los pantalones. Te duele.
Sí.
No parece gran cosa. Tómate cada día una pastilla de éstas.
 
Me ha despedido con la sonrisa de todas las semanas entre los ladridos de los perros de alrededor.  Me da la impresión que no me ha dado más que un placebo. Las pastillas por no tener no tienen ni prospecto. Sin caja ninguna.
 

Gerardo Luzuriaga

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