29/06/2009
Épocas pasadas
Retrotraigámonos a épocas pasadas, no tan lejanas. Digamos cuarenta, digamos treinta, digamos veinte años... Por esos tiempos todo o casi todo se elaboraba en el pueblo.
Eran pueblos distintos. Hasta no hace muchos años en todos los pueblos había cura, y hasta hace unos siglos, en la mayoría más de uno, en alguno hasta tres y cuatro. Igualmente en estos pueblos había barberos, herradores, herreros, carpinteros, albañiles, médicos, maestros y hasta practicante.
Se trataba de pueblos autosuficientes, en los que no faltaba lo imprescindible. Se cocían las piedras de yeso con las ollagas del monte para sacar la cal, todas las casas elaboraban su jabón, se iba en busca de vencejos para la época de la cosecha, con los que se ataba la mies, se elaboraban cestos con las mimbres que crecían en las zonas húmedas, se recogían las encinas para engordar los cerdos... Casi todas las casas conservaban los hornos para hacer el pan, y los lagares donde se pisaba la uva, que una vez prensada se guardaba el mosto en las cubas de las bodegas.
La mayor parte de los aperos de labranza se fabricaban en el propio pueblo, en la fragua del herrero, o si se trataba de aperos especiales había que ir a algún pueblo cercano. Todos sabíamos en qué pueblo podríamos encontrar cada uno de estos aperos, yugos, horcas, rastrillos, hoces, bravanes, zoquetas, arados y hasta carros.
En unos años estos pueblos han experimentado un cambio sorprendente. Recuerdo los lugares donde cada familia tiraba la basura, lugar elegido por las gallinas para picotear. La mayoría de las veces se aprovechaba una esquina del cemoral para echar los desperdicios, nada comparado con la cantidad de basura que se produce hoy día. En un solo día de los de hoy se acumula más basura que lo que seis meses de aquellos tiempos. Recuerdo que lo único que habia era algunos botes de conserva, chirlas pequeñas, y alguna cáscara de plátano o naranja. Ni un solo papel, ni un solo plástico. Eran otros tiempos y no hace tantos años.
Recuerdo borrosamente, como cuando vemos las figuras de los árboles lejanos los días de niebla, los vendedores de especias, preludio de la matanza. Creo recordar a un hombre ofreciendo canela, pimentón, pimienta, anis... al vendedor de la sal, que la vendía por sacos...
¿Quién no se acuerda del Quinqui? hombre pequeño, con un andar de paso cortísmos, tambaleandose de un lado a otro del camino. Lo recuerdo con un atillo blanco de tamaño la mitad de una manta de las de paja, de aquellas que se llevaban de las eras a los pajares. Iba de puerta en puerta vendiendo la mercancía. Una vez soltados los nudos extendía los productos ante la mirada de las mujeres y especialmente de los niños. En aquel trapo blanco había de todo, desde ahujas, hilo, dedales, cremalleras, botones...
¿O quién no recuerda a la madrillera? Dando gritos de casa en casa, vendiendo el pescado: congrio, potas, barbos...
Periódicamente llegaban cuadrillas de gitanos que reparaban los culos de las cazuelas, y vendían cestas de mimbres y según parece se apropiaban de todo lo ajeno, aunque también es fácil que muchos vecinos aprovechasen tales venidas para hacer lo propio. Poco a poco fueron desapareciendo las cuadrillas de gitanos, al igual que los pobres que venían caminando, y como habían venido tras pedir un currusco de pan tomaban el camino para otro pueblo.
Fui testigo de como los gitanos esquilaban algún burro y algún que otro macho. Lo que no he visto, pero si he oído contar es la llegada del sustanciero, con los huesos de jamón, que los alquilaba por las casas por horas para que las familias hiciesen sopa de cocido.
Igualmente recuerdo con cierta nostalgia la empaquetadora de fardos de paja del David, y sus dos peones fijos que subían de la Ribera, o cuando tocaba marcar las ovejas con el hierro y la pez caliente, o el olor fuerte a zotal cuando se limpiaban los corrales de las ovejas, o o o... miles de labores que hoy ya han desaparecido.
En tiempos ya más cercanos una vez a la semana aparecía el Manolito del Orestes de Mirafuentes, con su furgoneta, con todo lo necesario para la limpieza y la alimentación. Los niños estabamos esperándole como agua de mayo, con la intención de que nuestras madres comprasen chocolate Loyola para poder conseguir los cromos de la Real, el Athletic y los ciclistas más famosos del momento.
Por aquellos años una vez a la semana también se acercaban al pueblo los hermanos Generoso y Cecilio Gastón, vendedores de ropa y carne respectivamente. Generoso venía desde Los Arcos y Cecilio desde Mendaza... Hombre zalamero con las mujeres como ninguno este Cecilio. Le tengo oído en persona varias anécdotas que dejo para momentos más oportunos.
Por otro lado, aunque parezca extraño por lo dicho hasta ahora, no he tenido la suerte de ver amasar el pan, de ver cocer el pan, aunque por los utensilios que se han conservado en casa, me lo puedo imaginar como un trabajo árduo y laborioso. Hasta no hace muchos años en casa todavía se conservaba la habitación que mantenía el nombre de cuarto de amasar.
Metidos en harina tengo que decir que he conocido a varios panaderos, uno cojo de Ancín, que dejaba el pan para Nazar en Mendaza, y era mi familia la encargada de subirlo con un burro hasta el pueblo. Recuerdo muy bien los vales de cartón que intercambiaban los vecinos por los panes que distribuíamos.
Durante muchos años nos trajo el pan Carrasco de Mendaza...
Gerardo
20:11 | Permalink | Comentarios (0)
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