08/09/2009
Ikastetxea
Fue la época en que empezábamos a pensar en las chicas y a verlas con ojos diferentes. La mayoría de nosotros habíamos echado los ojos a una forastera, tal vez la única razón fuese que no era del pueblo. De todas formas fue el momento en que todos intentábamos conseguir una sonrisa, unas palabras agradables que nos hiciese sentirnos como pavos engalanados. Casi todos comenzamos a sentir algo por las chicas. La llegada de las fiestas de los pueblos coincidió con los primeros bailes. Aquel verano cambió el sentir que teníamos con las chicas, sin darnos cuenta comenzamos a apreciar los encantos de las chicas, que hasta entonces las habíamos considerado como a cualquier otro de nosotros.
Llegó el fin de las vacaciones, no sólo nosotros nos entristecimos, también los que se quedaban en el pueblo sentían nuestra marcha. Intentaron por todos los medios convencernos para que no volviésemos al colegio. Pero el destino estaba ya echado, al siguiente día ya nos vimos atravesando la puerta del colegio de Estella. El cual constaba de dos partes completamente diferentes, una vieja casi en estado calamitoso, y otra parte recién construida de ladrillos rojos. Aunque el colegio estaba ubicado en el centro de Estella, al lado de la estación de autobuses y de trenes, nosotros nos encontrábamos aislados, el patio al que teníamos acceso estaba completamente rodeado por los muros del colegio y los muros que separaban a un colegio de monjas de cláusura.
De nuevo comenzaron las filas, a la hora de lavarnos por la mañana, a la hora de ir a los servicios, ya que tan solo contábamos con cinco letrinas en un extremo del patio y otros tantos urinarios, a la hora de ir a misa, a la hora de comer, de entrar en las clases...
No se nos hizo sencillo pasar de la libertad del pueblo a aquel régimen, en que absolutamente todos los movimientos del día estábamos controlados. Lo único que me aliviaba era dejar discurrir la mente, adentrarme aunque solo fuese en pensamiento en el ambiente del pueblo. Correr por las calles con los chicos y las chicas o imaginarme en la cuadra de casa contemplando las vacas en el pajar o en el huerto, jugando en el viejo carro de la era, azuzando a las gallinas, intentando que el choto del rebaño nos siguiese. Por desgracia, cualquier ruido era suficiente para devolverme a la triste realidad, y encontrarme cara a cara con las gafas oscuras del cura, cuidador de turno.
Tenía que hacer verdadero esfuerzo para no entretenerme en este tipo de pensamientos, ya que la vuelta a la realidad no me compensaba los momentos vividos.
La mayoría de los padres no tenían nada de especial, se puede decir que todos parecían cortados por los mismos patrones. Poco habladores y bastante distantes, a la vez que amargados. Todos de la misma ideología. El hermano Emiliano y el padre Dámaso, en cuanto al trato rompían la norma, al igual que el padre Jualián Lara, por todo lo contrario, aquel padre que iba de pueblo en pueblo buscando postulantes, con cara de santo y apacible, en el colegio era el azote de los alumnos, cualquier excusa era suficiente para ganarse un buen soplamocos.
Las reglas de colegio no eran otras que el orden, la disciplina y la obediencia. Todo teníamos prohibido, sin olvidar los castigos, bien porque nos salíamos de la fila, bien porque nos pillaban hablando, bien porque nos reíamos, bien porque teníamos las manos metidas en los bolsillos… Cualquier motivo era suficiente para encontrarte con cualquier castigo inesperado.
Ebaristo
16:03 | Permalink | Comentarios (0)
Los comentarios son cerrados