21/09/2009
El Convento
La media de edad de los curas era bastante alta, en realidad no existía una gran diferencia en la forma de actuar entre los jóvenes y los de más edad; ya que todos nos parecían de edad avanzada, ya que no existía disparidad entre ellos a la hora de poner castigos o de dar las azotainas. Especialmente en las clases es donde más sufríamos los traumas de nuestros educadores, ya que la educación se basaba en la competitividad entre los alumnos. Entre los profesores, sin duda, destacaba por su salvajismo el profesor de Gimnasia, el único que no sacerdote, se trataba de un sargento del destacamento del cuartel de Estella, nos trataba peor que a los mulos de su destacamento. En cada clase acabábamos un par de alumnos sangrando de las narices, debido a los estacazos que nos arreaba.
El padre Félix, que no pasaba de los treinta años, se destacaba por su mojigatez y su conservadurismo. A pesar de ser de Tolosa y de apellidos euskaldunes, de sus labios no salió ni un solo agur, kaixo, zer moduz… o palabras semejantes en los cuatro años que coincidí con él. Lo cual tampoco era nada extraño para los tiempos en que vivíamos. Hora tras hora se pasaba de un lado para el otro del patio, rodeado de una veintena de alumnos tan tradicionales y ñoños como él, entre los que me encontraba yo oyendo sus gansadas.
De todas maneras, si el trato físico rayaba en los malos tratos, todavía tenía más influencia el trato moral. Como ya he dicho anteriormente, los educadores habían conseguido inculcarnos su forma de pensar, de manera que hasta creíamos a pie juntillas que nosotros éramos los culpables de las desgracias que ocurrían a nuestro alrededor, por no seguir el camino que el Señor nos había trazado o por haber cometido alguna falta irreparable. Los pecados más graves eran los relacionados con el sexo, pero no los únicos, como veremos en adelante.
Para los padres, y claro está también para nosotros el mundo estaba corrompido, el mal campaba en el exterior. El demonio se aprovechaba de todas nuestras debilidades, sus mejores aliados eran los comunistas y las mujeres. He aquí el caso de un chaval de un pueblo de la ribera Navarra, recién llegados de las vacaciones de Navidades no tuvo mejor ocurrencia que enviarle a una amiga una postal en la que dibujó un corazón con los nombres de ambos. Ipso facto fue expulsado, para escarmiento y escarnio del resto de los postulantes, aspirantes a sacerdotes. Por todos los medios debíamos evitar coincidir con las chicas, hasta se nos prohibía hablar con ellas, claro está estas recomendaciones eran para la época de vacaciones, ya que en el colegio las únicas mujeres que tenían acceso eran las dos limpiadoras del comedor.
Igualmente tampoco se nos permitía acudir a las celebraciones festivas, es más a mi hermano no le permitieron asistir a las bodas de nuestra hermana la mayor celebradas en Logroño, debido a que esas conmemoraciones no eran idóneas para los que un día seríamos sacerdotes.
Especialmente los pecados relacionados con el sexo eran lo que estaban considerados como pecados mortales. Los que como mínimo llevaban el castigo de ser echados a las calderas de Pedro Botero para toda la eternidad. Los hechos normales de niños de pueblo de 6 a 10 años eran considerados por los curas como las mayores aberraciones, que de no confesarlos nos encaminaría de cabeza al fuego del infierno. Todas estas historias cercanas contadas en un ambiente especial desde el púlpito, hicieron que nuestras conciencias quedasen modeladas a los gustos de nuestros instructores. He aquí alguna de estas historias. Sucedió a principios del siglo XX, en un pueblecito de Polonia, nos exhortaba el cura desde el púlpito, se trataba de dos hermanos gemelos, los dos eran buenos cristianos, que ayudaban a sus padres y cumplían minuciosamente con la doctrina cristiana. Tal era así que eran la admiración y el ejemplo del resto de los niños y niñas del pueblecito. A los 14 años debido a una desgracia familiar, volcó el remolque en que iban murieron los dos. Uno fue directamente al cielo, el otro sin embargo, para desconsuelo de su hermano, fue enviado directamente al infierno, debido a que no se había confesado un desliz que había cometido en su niñez.
Todos los pecados no eran iguales, aparte de los relacionados con el sexo, nosotros los aspirantes a curas, teníamos otro tipo de faltas que eran consideradas tan graves como los cometidos contra el sexto mandamiento. Y era precisamente, que habíamos sido elegidos para ser los salvadores del mundo por el propio Dios, con lo que romper esa unión se convertía en el pecado más grave y abominable que podíamos cometer. Un jueves un muchacho de Sema decidió dejar el camino del Señor y volver a su pueblo, con sus padres, hermanos, amigos…, con tan mala suerte que la Estellesa en la que iba a la altura de Allo, en una curva se salió de la carretera y tuvo un accidente grave. El accidente tuvo eco, como era lógico en toda la merindad de Estella, pero en el Convento la versión de los curas fue que el responsable y causante del accidente fue el chico de Sesma por haber desobedecido los designios del Señor.
Gerardo Luzuriaga
21:45 | Permalink | Comentarios (0)
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