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22/01/2010

Nevadas (III)

Despúes de esta nevada, llegaron otras de menor intensidad, pero de igual afectación emotiva. Las nevadas de ahora ya no son como las de antaño. Cuando toda la familia nos encontrábamos reunidos alrededor del fogón esparando que saliesen las patatas asadas, o los niños cogíamos una patata de la caldera que se estaba cociendo para los cerdos, colgada del lar del fogón, mientras los padres y los hermanos mayores contaban las historias de siempre.

En esta nevada ya tendría unos 11 años, recuerdo como las nevadas nos hacían perder la sensación del tiempo, como las conversaciones entre los adultos eran más pausadas, en definitiva era como si el tiempo se detuviese, y no corriesen las horas del reloj. Por aquellos años mi padre era pastor de ovejas, con lo que una de las labores de la mañana consistía en ir a los corrales de las ovejas y llenar los cocinos de paja y alholva. El contraste entre el frío de la calle con el calor de dentro de los corrales era tremendo. No era fácil hacerse paso entre tanta oveja. Una vez acabada la labor allí permaneciamos horas y horas disfrutando al ver como amamantaban las ovejas a sus corderillos, mientras poco a poco acababan con el forraje de los cocinos. No existía prisa alguna. El tiempo se había paralizado.

Gerardo Luzuriaga

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