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15/04/2012

La maestra

Casa la Pinta.

Una casa particular, con horno en el exterior, a un lado de la casa. La mayoría de las casas lo tenían, he conocido varios en el pueblo, no creo que quede ninguno. Los que conocí eran grandes, muy grandes. No puedo calcular pero si supongo que tendrían tres metros de diámetro. El único horno que conocí en la calle fue este. Las casas de antes también tenían su bodega, con su lago. También he conocido varios lagos, no creo que quede tampoco ninguno en el pueblo. La última prensa para hacer vino la recuerdo en casa de la Lucía.

Bueno el caso es que en casa de la Pinta, hoy conocida como la casa del nogal, he conocido tres hermanos, nunca convivieron junto, pero sí que los vi viviendo uno de tras de otro en la citada casa. La primera fue la maestra del pueblo. La Resurre Carlos. La recuerdo como una mujer alta y gorda, de cara redonda y roja. Pero especialmente la recuerdo or los golpes que me dio de pequeño, y eso que tuve la gran suerte de no ser de los que más golpes recibía, y también tuve la gran suerte de que solamente estuve con ella de los 5 a los 8 años, pues justo cuando iba a cumplir 9 años por la protesta de algunos padres especialmente del Pedro la jubilaron y vino una maestra joven de fuera6. Fue una mujer muy peculiar, soltera. Es curioso que una mujer de Nazar estudiase para maestra en aquellos años. Eso sí que es de resaltar, pero creo que luego no tuvo la suerte que se merecía al quedarse a ejercer de una profesión no muy considerada en el pueblo. Sí es verdad que era casi imposible aprender nada con esta maestra, también es una realidad la poca predisposición de los alumnos y  especialmente de los padres hacia la educación. Lo cierto es que la mayoría de los que acudieron a sus clases acabaron siendo analfabetos, justo en los diez años que en teoría deberían permanecer en la escuela aprendieron a leer, escribir y emplear las cuatro reglas. Aunque también es verdad, que entre todos los que iban a la escuela siempre había dos o tres que eran sus elegidos y preferidos que si que aprendían.

El caso es que en la escuela era un ogro, recuerdo de maravilla las reglas y palos de mimbres que acababan en nuestras espaldas. Cualquier trastada acababa en un castigo. A los castigos de la Resurrección había que añadir los golpes y castigos del cura, don Javier. Y a este si que le teníamos el respeto debido.

G. L.

 

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