29/12/2013
Nazar
Las páginas de este itinerario semanal por Tierra Estella llegan hoy a uno de sus municipios más pequeños y acercan al lector a la villa de Nazar de la mano de uno de sus 50 habitantes. Superviviente de una generación que se crió en el pueblo pero eligió para vivir otros lugares, Pedro Bujanda Cirauqui tiene claro que éste es el suyo. Los porqués, a lo largo de un paseo de algo más de 700 metros de altitud y bajo el cielo azul de una fría pero soleada mañana de diciembre a la que pone marco un horizonte de montes nevados. Elige como punto de partida un enclave a un par de kilómetros del casco urbano.
RECUERDOS DEL DESPOBLADO
A pie de carretera arranca un breve paseo hasta alcanzar las ruinas del despoblado de Desiñana, habitado hasta 1640. De la leyenda de la mujer que sobrevivió a una epidemia y se quedó sola en todo el poblado a una historia de litigios con la vecina Asarta, Desiñana se vincula definitivamente a Nazar desde que, después de varios juicios en el siglo XIX, gana la batalla judicial y se agrega todo el término del despoblado.
Los muros que aún quedan hoy en pie son los de la iglesia del siglo XVI, llamada popularmente la ermita, como explica el guía de un recorrido al que se asoman también los recuerdos infantiles. "Venir a Desiñana me da una gran sensación de tranquilidad, me mueve por dentro porque por aquí solía pasear", señala de regreso a la carretera para seguir camino, ahora sí, hacia el mismo pueblo de Nazar.
EL MIRADOR DE LA IGLESIA
Con no más de una treintena de personas viviendo de forma fija en invierno, los picos más altos de población se dan en agosto, cuando se puede llegar a 300. Y esas cifras que desgrana Pedro Bujanda se perciben al llegar a un casco urbano cuyas casas, bien conservadas, hablan de ese regreso en los periodos vacacionales que lleva de nuevo niños a un pueblo en el que, durante el curso, solo tres de sus vecinos tienen menos de 18 años.
La siguiente parada conduce hasta la parroquia de San Pedro Apóstol. Desde el exterior, cualquiera de sus vistas merece la pena. Con la iglesia a la espalda y la sierra a la derecha, Pedro Bujanda mira hacia el pico El cogote redondo, a 1.380 metros de altitud, y a la peña La Concepción. Pero si la vista se orienta al frente, abarca Mirafuentes, Otiñano, el caserío de Cábrega, Mues, San Gregorio Ostiense en Sorlada y la torre de la iglesia de Piedramillera, entre otras referencias del entorno. "Se confunde con las nubes, pero desde este mirador pueden abarcarse también algunos días los Pirineos y el Moncayo", explica.
Nazar es lugar de viento, y, desprotegidos del aire, continúa la ruta por el pueblo que tiene también en su término la peña Costalera, uno de los referentes de la zona a 1.234 metros de altitud. Cita de montañeros, da su nombre a la sociedad, el centro de la vida vecinal en estos meses de invierno.
HACIA EL CAMPO DE FÚTBOL
Hay más en lo que a paisaje se refiere en esa Berrueza a la que Pedro Bujanda alude como una de las grandes desconocidas de Navarra. "Nazar dejó de tener equipo de fútbol en los 80 y ahora, desde hace unos años, se hace en verano un campeonato interpueblos de toda la Berrueza. Y siempre, máxima rivalidad con Asarta", señala. Ya en ese campo de fútbol testigo de esos encuentros entre vecinos y amigos, de nuevo un paisaje que vale una parada. Pedro Bujanda señala las ocho encinas que rodean el campo de hierba natural antes de asomarse a los Pinotes. "De pequeños también veníamos mucho aquí, en estas rocas recreábamos muchos juegos", cuenta desde otro de esos miradores naturales que divisan a lo lejos los barrios de Nazar, del Cuarterón al de Arriba y el de Abajo.
AL LAVADERO Y LA FUENTE
Otra vez en el centro del pueblo, en la pequeña plaza eje de la actividad en fiestas bajo cuyo sauce se coloca el escenario de las verbenas. Y, más arriba, uno de sus referentes, la ermita de Nuestra Señora Loreto y un recuerdo en su entrada al incendio del monte que llegó a las puertas del pueblo en septiembre de 1994. Nazar le agradece a la Virgen todo el favor recibido entonces y cuida con mimo su espacio a través de una cofradía formada por unas 150 personas. "Los niños de Nazar veníamos con nuestros mayores a tocar la campana, subíamos a hacerlo, y quienes la oían tenían que rezar una Salve. Casi todos los que hemos crecido aquí tenemos ese recuerdo", señala.
Nazar se despide con el sonido del agua. Es el lugar elegido por Pedro Bujanda para poner el broche a su ruta. Allí, junto a la fuente y el lavadero, en un conjunto que luce también la restauración de unos años atrás, se siente en casa. "Como que pertenezco a esto y que es el lugar donde me gustaría quedarme", dice.
RECUERDOS DEL DESPOBLADO
A pie de carretera arranca un breve paseo hasta alcanzar las ruinas del despoblado de Desiñana, habitado hasta 1640. De la leyenda de la mujer que sobrevivió a una epidemia y se quedó sola en todo el poblado a una historia de litigios con la vecina Asarta, Desiñana se vincula definitivamente a Nazar desde que, después de varios juicios en el siglo XIX, gana la batalla judicial y se agrega todo el término del despoblado.
Los muros que aún quedan hoy en pie son los de la iglesia del siglo XVI, llamada popularmente la ermita, como explica el guía de un recorrido al que se asoman también los recuerdos infantiles. "Venir a Desiñana me da una gran sensación de tranquilidad, me mueve por dentro porque por aquí solía pasear", señala de regreso a la carretera para seguir camino, ahora sí, hacia el mismo pueblo de Nazar.
EL MIRADOR DE LA IGLESIA
Con no más de una treintena de personas viviendo de forma fija en invierno, los picos más altos de población se dan en agosto, cuando se puede llegar a 300. Y esas cifras que desgrana Pedro Bujanda se perciben al llegar a un casco urbano cuyas casas, bien conservadas, hablan de ese regreso en los periodos vacacionales que lleva de nuevo niños a un pueblo en el que, durante el curso, solo tres de sus vecinos tienen menos de 18 años.
La siguiente parada conduce hasta la parroquia de San Pedro Apóstol. Desde el exterior, cualquiera de sus vistas merece la pena. Con la iglesia a la espalda y la sierra a la derecha, Pedro Bujanda mira hacia el pico El cogote redondo, a 1.380 metros de altitud, y a la peña La Concepción. Pero si la vista se orienta al frente, abarca Mirafuentes, Otiñano, el caserío de Cábrega, Mues, San Gregorio Ostiense en Sorlada y la torre de la iglesia de Piedramillera, entre otras referencias del entorno. "Se confunde con las nubes, pero desde este mirador pueden abarcarse también algunos días los Pirineos y el Moncayo", explica.
Nazar es lugar de viento, y, desprotegidos del aire, continúa la ruta por el pueblo que tiene también en su término la peña Costalera, uno de los referentes de la zona a 1.234 metros de altitud. Cita de montañeros, da su nombre a la sociedad, el centro de la vida vecinal en estos meses de invierno.
HACIA EL CAMPO DE FÚTBOL
Hay más en lo que a paisaje se refiere en esa Berrueza a la que Pedro Bujanda alude como una de las grandes desconocidas de Navarra. "Nazar dejó de tener equipo de fútbol en los 80 y ahora, desde hace unos años, se hace en verano un campeonato interpueblos de toda la Berrueza. Y siempre, máxima rivalidad con Asarta", señala. Ya en ese campo de fútbol testigo de esos encuentros entre vecinos y amigos, de nuevo un paisaje que vale una parada. Pedro Bujanda señala las ocho encinas que rodean el campo de hierba natural antes de asomarse a los Pinotes. "De pequeños también veníamos mucho aquí, en estas rocas recreábamos muchos juegos", cuenta desde otro de esos miradores naturales que divisan a lo lejos los barrios de Nazar, del Cuarterón al de Arriba y el de Abajo.
AL LAVADERO Y LA FUENTE
Otra vez en el centro del pueblo, en la pequeña plaza eje de la actividad en fiestas bajo cuyo sauce se coloca el escenario de las verbenas. Y, más arriba, uno de sus referentes, la ermita de Nuestra Señora Loreto y un recuerdo en su entrada al incendio del monte que llegó a las puertas del pueblo en septiembre de 1994. Nazar le agradece a la Virgen todo el favor recibido entonces y cuida con mimo su espacio a través de una cofradía formada por unas 150 personas. "Los niños de Nazar veníamos con nuestros mayores a tocar la campana, subíamos a hacerlo, y quienes la oían tenían que rezar una Salve. Casi todos los que hemos crecido aquí tenemos ese recuerdo", señala.
Nazar se despide con el sonido del agua. Es el lugar elegido por Pedro Bujanda para poner el broche a su ruta. Allí, junto a la fuente y el lavadero, en un conjunto que luce también la restauración de unos años atrás, se siente en casa. "Como que pertenezco a esto y que es el lugar donde me gustaría quedarme", dice.
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