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08/12/2015

Gabino (azkena)

Fulgencio

El sueño de anoche me ha dado mucho qué pensar, amigo Fulgencio. Nos encontrábamos en un pueblo semejante a este, pero unos 60 años antes. Te acuerdas de la yegua Petranca, aquella que se nos murió de torzón, pues toda la noche me he pasado soñando con ella, y con las cosas de aquellos tiempos.

A las 8 de la tarde  un grupo de niños, entre los que te encontrabas tú y mis hermanos, fuimos a por los caballos y las yeguas que estaban atadas en el campo. Benito llegó el primero a la fuente con su caballo blanco, pero el segundo fue mi hermano, con la yegua Petranca, te acuerdas de aquella yegua color ceniza, que volaba a las cuatro suelas.  Aquel día  que se nos murió me ha venido una y otra vez a la cabeza, convirtiéndose en una pesadilla.

Fulgencio no te da tristeza ver cómo se va cerrando una casa, luego otra, y otra, y así hasta ir quedándonos solos. Una muerte, la del vecino, otra más… cada día me entristezco un poco más.

Ha llegado el invierno, el frío se ha metido en nuestros cuerpos. Ni Fulgencio ni yo nos atrevemos a salir de casa. Las calles están desiertas, no se ve nadie, la lluvia, el viento dan un aspecto triste al paisaje. Estamos en febrero,  comienza a nevar. Un día, otro y otro. El cielo está gris. Nos hemos quedado atrapados en una red gris-negruzca. Sigue la nevada, nieva copiosamente. Me entretengo viendo los copos moverse de un lado para otro, sin rumbo fijo, como si los copos flotasen en el aire, ha blanqueado, ya llevamos dos días con nieve.

Estoy preocupado en casa. De vez en cuando miro por la ventana, me parece que deja de nevar. Miro de nuevo pero no es así la capa blanca de nieve va aumentando. El nogal de enfrente, y la campa se han  cubierto de nieve.

Después de comer a duras penas logro llegar hasta la casa de Fulgencio.

- Gabino, hoy no he pegado ojo. Me he pasado toda la noche tosiendo, me ha comentado Fulgencio nada más llegar a la puerta de su habitación.

- Coge un vaso de vino de la despensa. Uno para ti, y tráeme otro para mí, que tengo oído que un vaso de vino es lo mejor para los pulmones.

- Enciende también la radio, me ha dicho mientras se le resbalaban las lágrimas por las mejillas. 

- No te preocupes, de ésta sales, le digo convencido.

Y así fue, una semana en la cama y otra sin salir de casa y Fulgencio le dio la vuelta.

Los dos nos hemos propuesto resistir. No hay un solo día que no salgamos de casa. Cuidamos de los huertos, los puerros, las patatas, las berzas… No faltamos ni un solo día al paseo. La cuestión es salir de casa con un pretexto u otro. Hoy nos está costando más que lo normal recorrer  el kilómetro y medio aproximado, que andamos  diariamente. Hemos dominado al viento, hemos realizado ya la mitad del recorrido. Doscientos metros nos supone un cuarto de hora pasado, pero resistimos.

Inesperadamente  aparecen dos nubes negras por Sorlada. Hoy no nos libra nadie del chaparrón. Nos hemos dado la vuelta, pero ya es inútil. Grandes y redondas gotas nos caen encima. Han pasado cinco minutos y se desata el diluvio terrenal. Nos ha cogido de lleno. Nada más llegar a casa nos cambiamos de ropa al lado del fuego. Pero la gripe no nos la quita nadie.

De allí a dos días Fulgencio comenzó con un gran catarro. Había cogido la gripe. Aunque toma las boticas la tos no se le va.  Voy todos los días a visitarlo. Hoy nada más subir las escaleras me ha comentado,  Gabino, se acabó, de esta no pasa. Todo me sobra. Esta noche he tenido un buen sueño, hasta las calles estaban  plagadas de babutas con sus crestas vistosas, como si de gorriones se tratasen. Nuestro pueblo, lo he visto como hace 50 años. Tal como lo dejaste cuando tuviste que huir. ¡Qué alegría, ver a los niños correr por las calles! La escuela llena, las calles abarrotadas de animales. La taberna  llena, la iglesia a rebosar…

  • ¿Te acuerdas?
  • Claro que lo recuerdo, pero no te preocupes, todavía tendremos buenas ocasiones para recordar todo esto y muchas más cosas. Ahora lo que tienes que hacer es tranquilizarte y tomar las boticas.

Dos días después se puso mucho peor. No había forma de bajar la fiebre. El médico venía todos los días. Dos meses después a causa de una neumonía expiró. He estado a su lado hasta el último suspiro.

Desayuno, ando un poco, llega la hora de la comida, otro paseo por la tarde y sin darme cuenta llega de nuevo la noche. Sin hacer nada especial amanece otro día.  De nuevo  está encima otra primavera, llega otro otoño, y otro más.  De vez en cuando, Francisca,  me acerco aquel lugar hermoso en que disfrutamos  los dos. Me siento al lado del árbol junto a la peña a recordar viejos tiempos, a recordar lo vivido entre los dos.

¡Qué tranquilidad, qué paz, qué sosiego! Vivir, disfrutar…  y nada más.

 


 

 

  1. Final

 

He leído de un tirón los papeles desordenados dejados por el tío-abuelo Gabino. No entiendo como en los papeles no aparece lo que tantas veces me repetía, aquella pena que tenía siempre presente,  que Francisca no hubiese podido volver con él a vivir estos últimos sosegados años, todo lo referente a la política, tal como lo explicaba él, un nazareno republicano;  pero con cuarenta años de vivencia en Chile… No pierdo la esperanza de encontrar en algún armario de la casa, algún cuaderno con estas y otras muchas cosas más…

Hoy he decidido darme un paseo por los lugares que más amaba el tío, he subido la cuesta, he cogido la senda por la que acostumbraba a ir a la fuente, la que tanta nostalgia le traía; la senda está impracticable, con abundante maleza. Tras mucho esfuerzo he llegado hasta la fuente, me he mojado la cara y he pasado las horas inmerso en los recuerdos contados por el tío, que no tienen mucho que ver con lo dejado escrito.

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