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14/12/2017

Profesorado en Navarra

Mucho está dando que hablar la lista única del profesorado. Seguro que los que no saben euskera siguen arrimando el ascua a su sardina. Pero voy a explicar claramente lo que se pide con la lista única.

La lista única se está llevando a cabo en todos los lugares que existen varias lenguas. Esto es algo que pocos lo saben.

Está claro que los que no sepan euskera querrán que se hagan dos listas distintas y los que se presentan a euskera no se puedan presentar a castellano. Pero esto es ilógico y debería ser hasta ilegal.

Lo que proponen UPN, PP, PSE... es que el que se examina elija a donde aspirar

1. Convirtiendo al euskaldun bilingüe en monolingüe.

2. Se le prohibe aspirar a una plaza en castellano.

3. ¿Alguno entendería que por saber francés, inglés, o alemán... se le prohibiese presentarse a castellano?

4. Pues esto es lo que proponen que si sabes euskera y te presentas a euskera, no te puedas presentar a castellano. Pero bueno, hasta aquí hemos llegado.

5. Nadie que no esté involucrado en esto lo entendería

 

Creo que así todos lo entendemos a las mil maravillas.

11/12/2017

PEQUEÑECES (eta 30)

Aquí acaba una   primera etapa, hasta casi los 10 años, de 1956 a 1966, una etapa preciosa, llena de anécdotas y vivencias, etapa de inocencia y tranquilidad. A punto de cumplir los 10 años es cuando me fui interno, para cura al Colegio de los Escolapios de Estella. No coincidí en la escuela ni con Valen, ni Felipe, para cuando ellos entraron yo ya había tomado la determinación de ir de postulante al Colegio de Estella, en lo que actualmente es la Ikastola. Todavía circulaba el Vasco-Navarro.

Muchas son las anécdotas e historias que se han quedado en el tintero. Por ejemplo los pellizcos del cura y los golpes con la vara de mimbre de la maestra, hoy serían considerados malos tratos, el respeto a todo lo religioso, la llegada de la televisión y lo que nos suponía dejar la serie de Bonanza a medias para ir al rosario, cuando la mayoría de los mayores se quedaban sin ir al rosario viendo acabar la serie, cómo se vivían las Navidades y especialmente la Semana Santa, la novena y la hoguera de Loreto, las nevadas, la matanza y la cena que se hacía ese día, lo qué nos gustaba llevar el presente a las casas vecinas, las colectas y meriendas que hacíamos los niños por Santa Agueda, San Martín y Judas, la poca importancia que se le daba a la enseñanza, cualquier excusa era válida para no acudir a la escuela, recuerdo el día que llevaba la comida a mi padre y hermanos que estaban en una pieza en Montecillo y se me dio la vuelta la cesta con la cazuela de patatas con chorizo, ni corto ni perezoso las recogí más mal que bien con una cuchara y para adelante, ¡Claro qué se dieron cuenta¡, llegó casi sin caldo y con alguna que otra piedra, conversaciones con personas mayores, por ejemplo con Feli que cuando bajábamos mi madre y yo con un caldero de ropa para lavar en el pozo, no tenía mayor gusto que asomarse a la ventana y preguntarme dónde había desayunado. ¿Me decía qué has desayunado en un orinal? Y yo con no más de siete años me enfurecía y le gritaba no, no, no… en una cazuelilla que hemos comprado especialmente para mí.

04/12/2017

Pequeñeces (29)

En la segunda mitad de febrero, recién cumplidos los ocho años, llegó el inspector a la escuela. Resurre, la maestra estaba nerviosa, rondaría ya los 68 años, y aunque a pesar de que llevaba de maestra del pueblo más de cuarenta, se le veía muy intranquila. Las dos semanas anteriores nos trató con una paciencia, y hasta con un cierto cariño que no era habitual. También nosotros no nos comportamos como de costumbre, sino que había un silencio y una seriedad que tampoco era normal. Un martes a las 10 de la mañana se presentó un hombre alto, con bigote y gafas de unos 55 años, lo que más nos llamó la atención fue su bigote, el sombrero, y el maletín negro que llevaba en la mano.

Estuvo unas dos horas en la escuela, nos hizo unas cuantas preguntas, y como vino se fue. El caso es que este año fue el último que dio clase Resurrección, no le dejaron continuar al año siguiente, Pedro, un vecino del pueblo que tenía tres hijos de 6, 5 y 3 años se quejó de la poca dedicación y empeño que ponía en la enseñanza; al finalizar el curso el alcalde le notificó su sustitución.

El año siguiente fue muy importante llegó una maestra joven, creo que se apellidaba Biurrun, de Pamplona, una maestra con ganas de enseñar y con nuevas ideas. Fue un cambio radical para todo el pueblo. También este año, ya cuando estábamos para acabar el curso llegó una familia para quedarse, Marcelino que al igual que muchos del pueblo se había ido a trabajar a una fábrica a Elorrio, se casó con Pili, que había enviudado unos años antes, y que tenía dos hijos del anterior matrimonio, Valentina y Felipe. Inesperadamente Marcelino dejó la fábrica, y se vinieron los cuatro para el pueblo. De repente dos niños más, dos nuevos amigos, se integraron inmediatamente. Teniendo en cuenta que hasta ese momento no estábamos más que nueve chicos y chicas, que viniesen dos nuevos compañeros fue todo un acontecimiento. Todos lo agradecimos.

En mayo de ese mismo año, se pasó por la escuela un cura escolapio de Estella, el padre Julián Lara. Llegó con un automóvil Citroen dos caballos gris. Un cura alto, delgado, de piel blanca, de manos largas y poco trabajadas, con una nariz puntiaguda, y de un hablar sosegado y suave. No tendría más de 35 años, aunque a mí me pareció que tendría por lo menos unos 60. Nos reunió a los tres niños de 8 hasta los 10 años, Félix, Alfredo y yo, nos tuvo más de dos horas contando las maravillas del colegio que tenía la Orden de las Escuelas Pías en Estella, nos entretuvo con anécdotas, y también mencionó la importancia de la cultura para salir del ambiente cerrado de los pueblos, y la importancia del sacerdocio en la sociedad. Nos entusiasmó todo lo oído. Luego pasamos uno por uno a hablar personalmente con él. Salimos con los bolsillos llenos de caramelos, y al despedirse nos regaló un balón rojo de plástico duro, de curtis, así lo llamábamos entonces.

01/12/2017

Pequeñeces (28)

En esta sociedad rural de la década de 1960 era difícil sentirse solo, porque en ningún momento estabas solo. No es como ahora en que cada cual busca la tranquilidad y el sosiego en los pueblos. Por aquellos años todo se hacía en cuadrilla, aparte de que las calles estaban llenas de vecinos y animales. Aunque no teníamos mucho donde elegir a la hora de entretenernos, cualquier actividad la dábamos por buena.

La búsqueda de nidos en verano era una de los mejores entretenimientos. Los agujeros de las tapias y las tejas de los pajares era uno de los lugares preferidos de los gorriones para hacer sus nidos. No era sencillo, pues había que trepar por las paredes en busca del nido. No convenía hacer excesivas visitas, pues siempre existía la posibilidad de que los aborreciesen, especialmente si estaban en huevos. Pero una vez detectado el nido casi se nos hacía imposible no ir todos los días a ver su evolución. Había una leyenda que la cumplíamos a rajatabla, nunca podíamos enseñar los dientes cuando mirábamos al nido, pues estábamos en la creencia de que los padres aborrecerían a las crías y no volverían más dejándolas abandonadas. Todavía creo que algo de verdad existirá.

Una vez escalada la pared nos encontrábamos con estas posibilidades, o el nido estaba en zaborra, lo único que encontrábamos era el nido sucio y vacío, las crías habían volado recientemente. Si estaban recién nacidas estaban en culitatis, y cuando ya estaban para echar a volar en cañón.

Perseguir a las crías recién echadas a volar era otro de nuestras distracciones preferidas, hasta que de puro cansancio no podían seguir volando y es cuando las atrapábamos no sin gran dificultad, el trabajo era en equipo. Cada uno estábamos colocados en lugares estratégicos y cuando uno se cansaba seguía el otro, aunque la mayor parte de las veces los pajarillos agotados caían bajo las garras de algún gato que merodeaba por los alrededores y se beneficiaba de nuestras argucias.