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19/09/2007

Ramón Abrego (Iguzkitza)

La arqueología campesina de Ramón Mientras labra sus terrenos, Ramón Ábrego va desenterrando la historia de Tierra Estella. Saca piezas celtas, romanas y medievales, investiga para descubrir viejas obras y edificios, y se asoma a curiosidades geológicas.

Ramón Ábrego practica lo que podríamos llamar labranza arqueológica o arqueología campesina. Durante muchas décadas, este agricultor y ganadero de Igúzquiza, de 76 años, ha arado sus tierras para cultivar cereal, forraje y maíz, y de paso ha desenterrado tesoros como para montar un museo: losas celtas, ruedas de molino romanas, tumbas y estelas medievales También ha dado a conocer restos olvidados de castros y monasterios, ermitas y hospitales, puentes y trujales, canales y ermitas. Algunos de estos hallazgos han aparecido de improviso, pero en muchos casos Ramón ha llegado hasta ellos después de investigar y seguir las pistas de la historia. Sin embargo, cuando se le pregunta cómo localizó las ruinas de un hospital de peregrinos o el acueducto de un señor feudal, da un manotazo al aire para quitarle importancia y dice: «¿Eso estaba ahí desde siempre!».

Ramón terminó la escuela a los 14 años pero no ha dejado de leer y estudiar en 62 años de labranza. Su abuelo y su tío, también campesinos, le pasaban los libros. Y su curiosidad por la historia se encendió definitivamente a finales de los años 40: «Entonces venía a nuestra casa un profesor de Zaragoza, sería historiador o arqueólogo o algo así. Yo tenía 17 o 18 años y mi padre me mandaba con el profesor, para que le enseñara los alrededores. Le llevaba a ver unas ruinas o un puente y él me iba explicando: esto es un puente romano, esto es un castro, aquí tenían un trujal Y así me aficioné. Me encantan los romanos, desde chaval. En la escuela justo nos decían 'Egipto, Grecia y Roma', sólo las etiquetas y cuatro cosas de cada civilización. Y yo pensé: para qué voy a estudiar Egipto y Grecia, si desde Roma hasta hoy tengo toda la historia al lado de casa. Y me puse a estudiar sobre los romanos, cómo hacían los pueblos, los caminos Como soy labrador, también me interesaba cómo labraban ellos. Tenían varios tipos de arados, hasta una segadora mecánica, técnicas muy avanzadas. Tan avanzadas que hemos trabajado casi como los romanos hasta ayer mismo, hasta que entraron las máquinas».

Bajo las losas, huesos

Las piedras que guarda Ramón cuentan la historia de Tierra Estella desde tiempos anteriores a Cristo. De los celtas tiene varios molinos de mano o de vaivén (una especie de tabla de piedra rugosa, ligeramente cóncava, sobre la que se trituraba el grano frotando con otra piedra). De los romanos, algunas ruedas de molino bien conservadas. De la Edad Media , una estela, un sillar con la cruz de la orden hospitalaria de San Juan y varios fragmentos de un conducto de aguas. En un breve paseo por Igúzquiza, el muestrario arqueológico se amplía mucho más.

Ramón posee unos terrenos amplios junto al castillo medieval de los Vélaz de Medrano, en las afueras del pueblo. Pasamos junto al edificio, caminamos hacia un montículo y Ramón empieza a escudriñar la tierra. «Yo me imaginaba que por aquí tenía que haber tumbas. Y cuando nos pusimos a arar aparecieron un montón de losas. Debajo de las losas había huesos. Eran sepulcros medievales. Y de cristianos, porque estaban orientados hacia el oeste. Por esta zona hubo pocos musulmanes. Mis hijos han vuelto a tapar las tumbas bajo tierra, porque molestaban para labrar, pero todavía queda alguna a la vista». Nos lleva a un pequeño talud, aparta unos arbustos y aparece un sarcófago vacío, encajado en la tierra. ¿Por qué imaginaba Ramón que aparecerían todas esas tumbas? «Porque sabía que en esta zona los señores del castillo tenían una ermita pequeña y era probable que el cementerio estuviera a su lado».

Del castillo queda en pie una torre defensiva con varias troneras -reconstruida- y algunas construcciones agregadas (habitaciones, bodegas y graneros). También se mantiene un arco de entrada con el escudo de los Medrano en la clave. En un documento del siglo XV ya se dice que este castillo era «antiquísimo» y «famoso por la esplendidez de las fiestas celebradas por su Señor, sus hijos y sus nietos, a las que solían asistir con frecuencia los mismos monarcas navarros». Los señores de Medrano, familia de ricohombres, siempre estuvieron muy ligados a los reyes y aparecen junto a ellos en los episodios más notables de la historia navarra. En 1212 tenemos a Pedro González de Medrano en la batalla de las Navas de Tolosa, acompañando a Sancho el Fuerte; en 1270, a Iñigo Vélaz de Medrano participando en las Cruzadas con el rey Teobaldo; en 1521, a Jaime Vélaz de Medrano como alcaide del castillo de Amaiur, último reducto de la soberanía navarra ante la invasión castellana

El «antiquísimo» castillo de Igúzquiza debió de construirse en el siglo XII, porque en esos tiempos a los Medrano se les encomendó una de las vigilancias más importantes del reino: el cinturón defensivo de Estella. A las pocas décadas de fundarse esta ciudad (a finales del XI), se levantaron el castillo de Igúzquiza y el de Monjardín, ambos bajo mando de los Vélaz de Medrano, para vigilar los caminos que llegaban de Álava y de Logroño.

Ramón estudió la historia de esta familia y de su castillo, y gracias a esos conocimientos localizó las tumbas y varios silos enterrados. También descubrió una de las obras medievales más notables y desconocidas de la comarca. Le llamaban la atención algunas piedras que los vecinos de Igúzquiza recogían del campo para construir las paredes de las casas, grandes losas atravesadas por un canalito tallado. Ramón se dio cuenta de que eran piezas de un gran puzle: el conducto de piedra que los Vélaz de Medrano habían construido para traer agua desde dos manantiales de Montejurra hasta el castillo. Ramón, con la ayuda de sus amigos Santos y Florentino, buscó el trazado de la obra y desenterró unas cincuenta piezas, de unos cien kilos cada una. «Pero hay muchas más tapadas por la tierra y la vegetación, porque el conducto medía tres kilómetros. En la Edad Media muy pocos pueblos de Navarra tendrían una obra semejante».

Ese canal, a su vez, le ayudó a descubrir los restos de un hospital de peregrinos. «El conducto de agua pasa por unas tierras que yo leí que habían pertenecido a los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, herederos de los templarios. Construyeron un hospital menor, al borde del Camino de Santiago, y recibían agua del canal de los Vélaz de Medrano. En un sitio que se llama la Cuesta del Hospital quedan las ruinas de un corral de ovejas, cuatro piedras. El conducto pasa justo al lado. Verde y en botella, pipermín». Los arqueólogos y los historiadores confirmaron el pipermín de Ramón: el corral era el hospital jacobeo, que acabó guardando ovejas después de las desamortizaciones del siglo XIX.

Soplidos del Averno

Ramón también le da a la geología y muestra, en diversos parajes de Igúzquiza o en las cuchillas pétreas de Montejurra, las capas que se levantaron y quedaron en vertical. «Aquí sopló el Averno y se puso todo patas arriba. Son los bordes de una falla que empieza en esta zona y llega hasta Dax, en Francia. Nosotros padecemos las simas y a ellos les sale agua caliente sin gastar un real». Por Igúzquiza se extiende el diapiro de Estella, un gigantesco bloque mineral en el que las sales, los yesos, los materiales más livianos van aflorando hacia la superficie. En estas tierras blandas es frecuente que el suelo se desplome y se abran simas y huecos muy profundos, como enseña Ramón: en un terreno suyo apareció, de la noche a la mañana, un socavón que podría tragarse dos o tres autobuses.

Las simas suelen ser refugio de leyendas y de historias tenebrosas. Se dice que en el fondo del pozo de Igúzquiza, una pequeña laguna circular, yace un viejo castillo que se hundió porque sus dueños no dieron limosna a un mendigo -esta historia, con variantes que suelen identificar al mendigo con Jesucristo, se repite en lagos y pantanos de mil lugares-. Cerca está la sima de Igúzquiza, un socavón de 55 metros de profundidad, colonizado por robles, avellanos y boj. Las tropas gubernamentales fusilaron aquí al tudelano Ezequiel Llorente, alias Jergón, guerrillero carlista a quien acusaban de «asesinar sin compasión, piedad ni temor de Dios a jóvenes de 15 y 18 años, hombres en la mejor edad de su vida, ancianos casi decrépitos y a doncellas de 22 años, sepultándolas en los insondables abismos de la sima de Igúzquiza, unas veces después de muertos, otras mal heridas y otras vivas, sin más motivo que leves sospechas de que eran de opinión liberal o que habían conducido algún parte para columnas del ejército constitucional». En el mismo informe fiscal se le acusaba de haberse comido «una sartén llena de orejas fritas, cortadas a personas vivas que después tiraba a la sima».

Ramón desmiente aquellas acusaciones contra el guerrillero carlista: «En el fondo de la sima se hicieron búsquedas y nunca apareció ni un solo hueso. Todo era propaganda de guerra. A Jergón lo pintaban como un demonio porque era carlista, y al Cojo de Cirauqui, que mató a no sé cuántos pero era liberal, le llamaban paladín de la libertad». En algunas familias carlistas aún se oye hablar del Cojo de Cirauqui como del coco: si se decía su nombre, huían hasta las gallinas. En esas guerras del miedo, las simas eran un elemento valioso: «Tanto los isabelinos como los carlistas decían que tenían tal o cual sima, para asustar al enemigo. Es como los países que dicen ahora que tienen la bomba atómica, aunque no la tengan. Ahora se le llama arma psicológica, ¿no? Pues eso. Las simas eran armas psicológicas».

De vuelta a su casa, Ramón señala un paraje lejano. «Allá está el despoblado de Santa Gema. Había un monasterio del siglo X. Encontré unas piedras de una ermita posterior, del siglo XII. Pero eso ya es tema para otro día»

Artículo de Ander Izagirre publicado en el Diario Vasco.

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