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09/12/2014

Cirila Sanchez Etxeberria

Naciste en Azuelo, un precioso pueblo bajo las peñas de Codés, Anastasio y Gregoria Etxeberria, los Sánchez, te pusieron un nombre de moda en aquella época, Cirila, familia numerosa, como todas en aquellos tiempos. De muy pequeña viste la desgracia en casa, al arrollar un carro de bueyes a una hermana de muy corta edad. Luego llegó la Guerra Civil, un hermano cayó herido gravemente en el frente, moriría años después de aquellas secuelas. En Azuelo viviste los primeros años, años de juventud y alegría, fuiste al colegio en Azuelo, bueno fuiste cuando podías ir, muy poco, pues en aquellos tiempos las familias humildes empleaban los hijos y especialmente las hijas desde edad muy joven, la realidad es que nuestra madre justo aprendió a firmar.

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Pocas horas, muy pocas hiciste en la escuela, muchas más hacías  recorriendo los caminos para llevar el almuerzo a los hombres que estaban en el campo, para apacentar los cerdos y especialmente cuidando de los niños de los hijos de los ricos. Muy joven te enviaron a servir a El Busto, allí coincidiste con la que sería una gran amiga durante toda la vida, Luisa de Asarta, las dos llevastéis una vida muy similar. 

Luego vendría el noviazgo, noviazgo de aquella época, corto, tal vez dos bailes por fiestas, un par de domingos y poco más,  llegó ese  día de la boda tan esperada para las mujeres de aquella época, te casaste  con José Luzuriaga, el carbonero de Nazar,  un mocetón sano y fuerte 13 años mayor que tú, eso tampoco era nada extraño en la época que estamos hablando.

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Los primeros meses en Nazar no tuvieron que ser nada fáciles, con los suegros en casa, especialmente con Hermenegildo, hombre de carácter fuerte y brusco. Aunque Azuelo y Nazar están al lado seguro que al principio las costumbres de Nazar y especialmente las de casa del carbonero no tuvieron que ser sencillas de asimilar. Todo era distinto.

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Luego, ya casados, viviste años felices, sin lujo alguno, pero tampoco sin grandes necesidades, cada año y medio aproximádamente llegaba un niño, las dos primeras fueron niñas (Rosario y Codés), luego todo chicos (José Mari, Juan Antonio, Francisco Jabier, Gerardo y Jabi, siete en total aunque Francisco Jabier murió al primer mes.  Pasados los primeros meses de añoranza de la casa de Azuelo, de los hermanos, hermanas,  padres, amigas, calles, casas, olores… llegaron años bonitos y felices. No sin penurias. Dinero no se veía y trabajo no faltaba,  te ocupabas de echar de comer a las gallinas, a los conejos, a los cerdos, a los bueyes, al burro… de atender  la recua de hijos y suegros ya mayores. El trabajo caracterizó estos años, pero tú eras joven y fuerte, no te achicabas ni ante el trabajo de la casa, y mucho menos ante el trabajo del campo. Eran otros tiempos dónde las mujeres aparte de realizar las labores de casa ayudaban en las labores del campo.

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El campo justo daba para sacar la familia adelante, conforme iban llegando los hijos había más necesidad, los hijos eran un seguro para el futuro, pero el presente no era tan halagüeño, aunque la alegría es lo que reinaba por aquellos años en las casas de los campesinos. Especialmente en los días de fiesta y Navidad. Cada año se hacía más difícil vivir del campo.  ¡Qué felices fuisteis y lo poco que teníais!, nadie echaba en falta nada, no existía electricidad, tampoco agua corriente en las casas; pero existían otros lujos como juntarse alrededor del fuego y charlar sin prisa, rezar el rosario, la música y los cantares eran la alegría del pueblo y de las casas, nadie había aprendido música, pero eran muchos, entre ellos el carbonero, que tocaban la guitarra de oído, que es como aprendían a tocar. El canto fue una de tus principales aficiones, había que verte de un lado para otro cantando la primera canción que se te ocurría, las veladas de Navidades no faltaban los cantos de todos los años, villancicos mezclados con otras canciones populares o de moda de los años 20. Es difícil olvidar esas noches hasta las cinco de la mañana, contando anécdotas, aunque la mayor parte de las veces se repetían año tras año las mismas y se cantaban las mismas canciones.

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Con el paso de los años, ya estamos en los que conocí yo, alguna comodidad llegó a las casas, la electricidad, el agua corriente, la máquina de coser, la plancha eléctrica, la lavadora y por fin la televisión… Mis hermanos conforme iban creciendo se iban a las ciudades, las chicas a servir, primero a Francia era entonces, hoy sería Iparralde y los chicos a trabajar en las fábricas, los dos hermanos pequeños fuimos a estudiar para curas, por lo que los padres se quedaron solos en casa. La vida cambió, de ser una familia numerosa a quedarse solos, mi madre todavía muy joven y  mi padre sesentón pero con una fuerza y una vitalidad envidiable.

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Buenos años fueron estos, aunque el trabajo no faltaba, pasaste de ser la mujer de un agricultor a ser la mujer del pastor. En todo momento le echaste una mano en las labores del pastoreo y amamantamiento de los corderos, cuidado de las ovejas dañadas. De todas maneras años felices y bonitos. Fueron los años en que se sacaba dinero con los gorrines, en casa había cinco cerdas criaderas, había que atender con cuidado y esmero los momentos del parto. Vosotros solos, sin lujos, fueron unos buenos años, en todos los sentidos. Mi padre tenía una pensión, pequeña, pero tener un sueldo mensual en Nazar suponía una entrada de dinero a la que no se estaba acostumbrado. 

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Llegaron los nietos, Iñaki pasó alguna temporada en casa, también de la jubilación del carbonero, aunque de las labores del campo y la atención al ganado nunca se jubiló pues siempre anduvo con las cerdas y los novillos, y entretenido en la pieza de la balsa y especialmente en la del roble, gracias a ello, muchos de Nazar hemos visto y hemos segado  a mano y trillado  con trillo. A los 70 años después de sufrir de úlcera de estómago durante más de 30 años, y recorrer los hospitales y consultas particulares de medio Euskal Herria, en el Hospital de Pamplona le dianosticaron úlcera de estómago, se operó y se fue el dolor para siempre, también para ti,  Cirila,  tuvo que ser un gran alivio no ver al carbonero retorcerse de dolor cada dos horas. Años tranquilos y sosegados.

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Te tocó despedir a varias vecinas, cuando ya el pueblo estaba en decadencia y no quedaban más que los mayores, lo hiciste a tu manera, sin que casi nadie se diese cuenta, pero siempre cerca, Josefina, Paquita, Lucia, Aparición…

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Y qué no decir de los años posteriores, con todos los hijos mayores, que acudían con los nietos los domingos, vacaciones,  Navidades. Siempre has tenido la casa abierta a los hijos, siempre eran bienvenidos, lo mismo podías estar los dos solos que nos juntábamos 20 personas para comer y dormir, que habilidad para dejar la casa abierta para todos. No era necesario llamar, era nuestra casa. ¡Qué maravilla de vida! También algunos vecinos tenían la casa abierta, especialmente los días de fiesta para comer un plato caliente, o echar una copa, especialmente para esto.

 

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Un día como otro cualquiera comenzaste a perder la memoria, al principio repitiendo la misma pregunta o repitiendo la misma frase una y mil veces. No tuvieron que ser fáciles estos momentos, al darte cuenta de que algo ocurría en tu cabeza. Poco a poco la memoria fue fallando un poco más. Llegó la muerte del carbonero a los 93 años, ni te enteraste… mejor… todavía estabas normal aparentemente… cada año la cosa se fue complicando… De  las frases repetitivas pasaste a olvidar nombres… a olvidar lo que habías hecho dos minutos antes… Fueron años largos, donde había que estar en todo momento atentos no te cayeses, no te perdieses… Se te olvidó comer, había que darte la comida… siempre o casi siempre de buen humor… Hasta que ya a los 87 años dejaste de andar… pasaste una neumonía que parecía que iba a ser la última… Saliste más mal que bien de ella, poco a poco te fuiste quedando en los huesos… tu vida de estos cinco últimos años se resume en estar en la cama o en un sillón sentada… Ya no te quedaban más que los huesos, sin querer adoptaste la postura fetal… Has tenido unas cuidadoras encantadoras y responsables, todas, especialmente Maria, la última, que ya llevará más de ocho años, te ha cuidado como si fueses su madre, ni una sola llaga, un cuidado especial, igualmente de bien y con cariño lo hicieron las anteriores, cuando no parabas un segundo quieta, de un lado para otro… Un día ya no pudiste comer más… todo se acabó… Dos semanas con suero y nos dejaste… Con algún año de más y de sobra, pero la oportunidad que hemos tenido de tenerte entre nosotros, y la oportunidad que hemos tenido de seguir bajando al pueblo, ver a los vecinos, amigos, recorrer los alrededores, los montes, los caminos… si no hubiese sido de esta manera no hubiese conocido ni una décima parte de los alrededores de Nazar…

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También nos has dado la oportunidad de seguir siendo una familia que nos hemos seguido reuniendo, viendo...

Todo esto  ha compensado con creces esos años de más que has vivido... 

Gerardo Luzuriaga

Comentarios

Precioso y muy bien expresado.

Anotado por: Diana | 14/12/2014

Muy emotivo Gerardo y desde aquí enviaros un fuerte abrazo de parte de toda la familia y que mantengamos el espiritu de todo lo vivido en Nazar.


un fuerte abrazo y animo

Anotado por: pedro eleta | 16/12/2014

¿Qué bien lo cuentas,primo!
Estoy emocionado porque lo que tu has sentido escribiendo sobre tu madre ,tu padre,tu familia,tu pueblo....,tus raices; es lo que siento yo.
Gracias por darnos la oportunidad de recordar lo que tanto queremos;nuestra familia ,nuestra tierra.
Un abrazo y hasta pronto.

Anotado por: Leonardo Sánchez | 22/12/2014

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