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16/10/2015

Gabino (1)

Hace unos años, comencé una serie de relatos sobre el pueblo, en aquella ocasión los escribí en euskera, es ahora cuando he repasado aquellos escritos y los he pasado al castellano, esperando que sea de vuestro agrado los voy a ir desgranando. Está escrito en forma de novela, por lo que aunque en algún momento no veáis un hilo conductor, si se leen todos los capítulos existe un hilo conductor, un protagonista y hasta una familia.

Espero que sea de vuestro agrado, y espero vuestros comentarios.

 

1. Dos asesinatos.

A las 11 de la mañana, Primitivo atropelló a un hombre que circulaba con su bicicleta por su lado de la carretera recientemente inaugurada. Allí mismo, en la misma revuelta grande, en un lado de la cuneta quedó el cadáver del hombre de 35 años, presentaba un golpe seco en la cabeza.

Pasados seis meses tuvo lugar el juicio en el juzgado de paz de la misma localidad. Primitivo quedó absuelto, tanto el fiscal, como el juez consideraron el suceso como un simple infortunio.

En agosto del mismo año, alrededor de las 2:30 de la tarde, un hombre vestido con una chamarra de invierno salió apresuradamente de casa, atravesó el pueblo, sin saludar y sin mirar a nadie. Ni reparó en su mejor amigo, el cual  estaba picando la guadaña a la  sombra,  bajo el nogal de la Pinta. Cruzó la villa en un santiamén, tomó el camino del camposanto hacia  Mataverde.

Cinco minutos después se oyeron dos tiros, a pesar de no ser época de caza, nadie les dio importancia, hasta que llegó la mujer de Primitivo fuera de sí, sin resuello, con las manos en la cara, corriendo por las calles abajo y gritando: ¡Han matado a mi marido! ¡Han asesinado a Primitivo!

Cuando llegaron los vecinos, el cuerpo de Primitivo estaba tendido encima de una manada de cebada recién cortada, con el pecho destrozado y completamente ensangrentado.

El autor de los disparos pasó 22 años en la cárcel de Pamplona abandonado, sin visitas, sin ayuda alguna de amigos, ni de familiares, hasta que murió a consecuencia de una tuberculosis contraída en la cárcel y nunca tratada.

Gerardo Luzuriaga




 

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