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02/12/2015

Gabino (17)

 Un día normal

A las 11 en punto, como todos los días salgo en busca de Fulgencio, Benito, y Felipe. Acaricio el perro  que está tendido al sol enfrente de la puerta. ¡Qué raro, a pesar de llegar cinco minutos tarde no hay nadie esperando! He mirado de nuevo a mi “Folch Mar”, no es extraño, me he dicho hace un bochorno insoportable. ¡Quién es capaz de resistir esta chicharrina! Pasados diez minutos, cuando ya comenzaba a impacientarme aparece Felipe, cojeando, pues había perdido un pié en la Guerra Civil.  Inválido de guerra para cobrar, pero sin embargo, uno de los más capacitados, y el que mejor conoce  los setales y recoger biércol para hacer las escobas, el único que sigue usando tabaco picado cuarterón.

Pasada media hora llega Fulgencio.

Aprovechado la sombra de los árboles, y siguiendo el ritmo de Fulgencio, -cada día le cuesta más andar- paso a paso llegamos hasta un peñasco junto al camino, donde tomamos  un nuevo respiro de un cuarto de hora, mientras Felipe y yo nos liamos un cigarrillo.

No sé si se debe al cansancio o a la ilusión de ver que nos vamos acercando a la vieja fuente hace que  los latidos del corazón se hagan más palpables.  La fuente está igual de cuidada que cuando la dejé. El caño sigue protegido con la misma media teja, 50 años y sigue todo igual.  He bebido un buen trago del chorro, aunque lo mío  me ha costado agacharme para llegar al chorro de agua.  

El viaje  de vuelta lo hemos hecho casi sin esfuerzo, gracias a las anécdotas que nos ha recordado Benito, como si le hubiesen sucedido el día anterior. ¿Recordáis el día que se me escaparon las vacas cuando las llevaba la pilón a beber agua? No tenía todavía ni 12 años, en vez de volver  directamente a la cuadra como todos los días, cogieron el camino de Ubago, cuando parecía que ya les iba a tomar la delantera, y lograría cerrarles el paso, echaban de nuevo a correr. Así llegaron hasta el río Odrón, donde inexplicablemente se dieron la vuelta, y volvieron como si nada.

G. L.

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