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07/05/2012

Morrocos. Semana Santa

Semanas Santas ya pasadas hace años en un pueblo de la Navarra Media.

Recuerdos más que borrosos, estos de unas semanas santas ya pasadas. Son ya historia; pero no por ello irreales por mucho que les cueste creer a las nuevas generaciones, y muchas veces  hasta a nosotros mismos, los protagonistas directos de aquellos momentos.

Vaya por delante, que como era normal, nadie encontraba en estos días algo peyorativo, triste o negativo, ni tampoco impositivo o macabro; sino que era lo habitual, lo que año tras años veías hacer, lo que los mayores habían hecho desde que tenían uso de razón, por tanto era admitido con pasividad y lo dicho, como algo normal.

También es preciso resaltar que desde los 9  a los 18 años, no viví la Semana Santa en el pueblo, en Nazar, sino que las pasé en el Colegio, y eso si que eran verdaderas semanas santas, ahí sí que el ambiente no era tan natural y se forzaba en exceso la búsqueda del pecado y la redención por parte de Jesucristo. De ahí cuando digo recuerdos algo borrosos. Aunque no quita para que no hayan quedado grabados en la memoria aquellos oficios eclesiásticos hasta que tuve los 9 años. Ya cuando pude volver al pueblo por Semana Santa con 19 años, y ya en la Universidad, había cambiado algo el pueblo, más porque se había quedado casi sin habitantes que por el cambio que habíamos podido dar los nazarenos.

 

Paso a describir aquellos años de la niñez, y no os creáis que es la visión de un niño, sino que era la pura realidad. El pueblo se sumía en un luto estricto, el ambiente mismo se empañaba en estas fechas de un silencio sepulcral y hasta el aire parecía contagiado por los oficios religiosos. Los días solían ser bastante apacibles, cosa que no suele ocurrir habitualmente, donde el sol salía pero sin calentar excesivamente, para acabando refrescando por las tardes, justo a eso de la hora de las procesiones.

Días de luto, donde reinaba el silencio y la tristeza contenida. La iglesia se volvía tétrica, había un día donde todas las figuras y los retablos se tapaban con paños morados, que hacían el recinto de la iglesia todavía más oscuro, silencioso y misterioso. Las mujeres vestían de negro, con sus velos también negros que se echaban por la cabeza, los curas vestían casullas moradas o negras.

Días en que la alegría y el regocijo no se podía mostrar. El jolgorio, los gritos y hasta el silbar estaba prohibido. Las campanas de la iglesia también permanecían mudas durante estos días. Los niños sentíamos este ambiente y éramos también participes importantes de todo ello. Visto desde hoy día, podríamos decir que se trataba de una especie de teatro, pero nada tenía que ver con el teatro.

Existían unos momentos importantes, uno era el de la confesión. Los hombres que pertenecían a la Cofradía de la Santa Cruz, que eran casi todo el pueblo, acudían al pórtico vestidos con túnicas blancas, y con capuchas aplastadas. Se les denominaba morrocos.  Lo único que se veían eran los ojos.

Por estas fechas todo el pueblo se confesaba, niños, mujeres y hombres. Había muchos hombres que no se confesaban más que en estas fechas. Era solemne ver a hombres hechos y derechos esperar en los bancos junto al confesionario para confesarse.  También eran momentos especiales las procesiones. El silencio y el recogimiento de los feligreses era tal, que ni en el pórtico se oía el volar de una mosca. Los toques de campana eran sustituidos por las carracas que avisaban la hora de los oficios eclesiásticos, instrumento de madera que al moverlo hacia arriba y hacia abajo hacia que las tablas chocasen entre ellas y sacasen un ruido ronco y especial, como el ruido que sacan las cigüeñas con el pico. Los monaguillos nos encargábamos de ir de calle en calle anunciando los toques del comienzo de la misa.

Gerardo Luzuriaga

 

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