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26/10/2017

Pequeñeces (19)

En otra ocasión,  sería por los años 1950,  en plena posguerra, momentos en que cualquier vaivén económico hacía que la familia se plantease dejar el pueblo, vender las pocas tierras de la familia y tomar el camino de la industrialización, cuando  vendimos diez tetones, cerdos que se tenían durante un año engordando en las casas para luego venderlos a un buen precio.  Convenimos la cantidad  con el tratante.  El trato se cerró sin complicaciones, nuestro padre estaba contento. Debíamos de bajar los cerdos a Mirafuentes, el pueblo de alado, desde donde saldría un camión con otros cerdos comprados en Otiñano y Mirafuentes. Y desde allí se llevarían a la plaza de Santiago de Estella, donde el tratante los vendería a bastante mejor precio que el que nos había pagado a nosotros. Aquella mañana todos los de casa se levantaron pronto, antes que amaneciese, los cerdos tenían que estar en Estella antes de las 8 de la mañana. Los dos hermanos mayores y nuestro padre los sacaron de la pocilga, los cerdos estaban limpísimos, su piel relucía, y no sin gran trabajo, con la ayuda de los dos hermanos pequeños penosamente atravesaron las calles del pueblo, padre delante, y el resto a los lados por detrás; no sin varias carreras de los cerdos que se iban para todos los sitios menos para donde debían, salieron del pueblo y tomaron el camino hacia Mirafuentes. Una vez llegado a este punto todo fue bastante más sencillo, los dos hermanos pequeños se volvieron a la cama.

No habíamos recorrido ni un kilómetro cuando un tetón (cerdo grande, también llamado primal) cayó desplomado en mitad del camino. No respiraba. Allí cayó muerto. Conocido por todos era que los cochos ya de unos años, no acostumbrados a salir mucho de sus pocilgas, a nada que hacían el menor esfuerzo, correr o agobiarse por cualquier circunstancia, especialmente los días de calor, era fácil que les diese un ataque al corazón. Pero no era este el caso, eran cerdos jóvenes, y todavía no había ni amanecido. No habían dado ni cincuenta pasos más cuando otro cerdo cayó seco.  Al final llegamos a Mirafuentes con cuatro cerdos. ¡Menudo desastre! ¿Cuántos llegarían vivos a Estella?.

Pronto supimos la causa, el día anterior en vez de darles el pienso de todos los días, harina de maíz y cebada, mezclada con bastante “salvao”,  les dimos harina, con la intención que en el mercado de Estella los cerdos de Nazar destacasen y estuviesen bien lucidos. El salvado es un alimento bastante más suave, elaborado con la cáscara de los cereales.  El empacho junto al esfuerzo y el agobio al que fueron expuestos los cerdos fue la causa de su muerte.

24/10/2017

Pequeñeces (18)

Los labradores, especialmente los que labraban y sembraban pocas tierras, porque pocas tierras tenían, estaban expuestos a cientos de contratiempos. Una tormenta, el granizo, la sequía, una mala cosecha hacía que el año se hiciese más largo de lo acostumbrado. No era una vida fácil. La simple pérdida de cualquier animal hacia que la paupérrima economía familiar se derrumbase. No existía lujo alguno, se vivía el día a día, pocos productos se compraban fuera, algo de pescado para cumplir con la vigilia de los viernes, algún bacalao seco para tenerlo colgado en el granero, para salir del paso cuando llegaba alguna visita, y las especias para la matanza son todos los alimentos que recuerdo que se comprasen en nuestra casa.

Muchas son las historias y las anécdotas de este tipo oídas a mis padres alrededor del fuego bajo de la cocina vieja, en las noches eternas del invierno, mientras nos asábamos por delante y las espaldas se nos quedaban heladas. La cocina vieja no tenía puerta, tan solo una manta vieja hacía de cortina.

Recuerdo como nuestro padre contaba el año en que perdimos toda la cosecha, pues al trigo, y por entonces casi todo se sembraba trigo, algo de cebada y algo de forraje para el consumo de los animales de casa, le entró “la niebla”, una enfermedad que hizo que las espigas no granasen, con lo que a la hora de trillar no se recogió ni simiente para el año siguiente. No existía seguro, con lo que tuvimos que empeñar lo poco que teníamos para subsistir.

19/10/2017

Juanito

Hoy nos hemos amanecido con una triste noticia, JUANITO, Juan Castor Fernandez Andueza ha aparecido muerto en la cama. Una muerte dulce, pero al pueblo nos ha dejado entristecidos, aunque ya no era tan habitual verlo por el pueblo siempre hacía ilusión verlo.

Ha sido una muerte repentina. Se puede decir que casi otra casa más se cierra, pues su hermana que vive en Francia será difícil que visite la casa.

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Juanito durante los años en que podía bajar con Pinedo era habitual, no dejaba ni un solo fin de semana de bajar al pueblo. Era su ilusión, tenía su ambiente y su vida. Seguro que estaba toda la semana esperando a que llegase el viernes.

Lo recordaremos por muchas cosas, yo aquí quiero destacar su fuerza física, a pesar de su pequeña estatura tenía una gran fuerza y era capaz de llevar a dos personas al hombro sin despeinarse.

Este mismo año le concedieron el Celedón de Oro en Gasteiz. Todo un honor, ¿quién iba a pensar que no iba a llevar tal honor durante todo el año?

Juanito hil egin zaigu. Doluminak familiari. Oso familia gutxi zeukan. Arreba bat eta hiloba bat, Parisen bizi direnak, gero bigarren lehengusuren bat eta kitto. Baina Nazarren zeukan bere etxea, eta bere familia. Nazar dagoeneko ez da izango berdina. Denok gara beharrezkoak, batez ere herri txiki batean. Juanitorekin hamaika kontu joan egin  zaizkigu. Goian bego.

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17/10/2017

Pequeñeces (16)

Eran habituales las visitas de hijos y nietos que se habían ido a la ciudad. Sin embargo, desde que yo tengo uso de razón, ya cuando los abuelos habían fallecido, no recuerdo más que a Cándido, una de las pocas personas junto al tío Valentín, que pasaban largas temporadas en nuestra casa, Cándido sufría de los bronquios, venía en busca de un clima más apropiado que el de sus tierras guipuzcoanas.

Suegro de Antonio, sobrino de nuestro padre. Vestía con americana y camisa blanca, de hablar pausado y elegante, no decía ni una palabra mal sonante, (pecados o blasfemias como decimos por aquí), inusual en nuestro habla donde de tres palabras dos eran inapropiadas. Su tono de voz y entonación era muy diferente al que estábamos acostumbrados.

Natural de San Sebastián, repartía sus estancias entre los hijos e hijas, alguno de los cuales vivía en Estados Unidos, donde acudía asiduamente. Su llegada era bien acogida, pues venía con maletas repletas de ropa. Lo último que recuerdo es una chamarra de cuero negro de las que no se veían por estos lugares, y unas camisetas para el verano con imágenes inconcebibles (para nosotros) de colores vivos, con un tren que circulaba en el espacio por unos raíles invertidos, la estación era un globo terráqueo.

Aprendimos mucho con sus conversaciones, nos acompañaba a los niños a cazar pajarillos con liga, con cualquier palito cogido en el monte, y con unas cuerdas nos preparaba preciosos juguetes.

Con él es con quién conocí y aprendí a valorar los alrededores del pueblo, especialmente las fuentes, por aquellos tiempos tan necesarias y abundantes. Donde los segadores se sentaban alrededor de los manantiales para refrescarse. Las fuentes surgían por cualquier lugar, debajo de un chopo en cualquier rincón de cualquier pieza. Estas aguas abastecían a Asarta, Piedramillera y hasta Los Arcos llegaban canalizadas las frescas y cristalinas aguas de las estribaciones de la Sierra de Codés, y Costalera.

Nadie se pregunte a qué se debe que se hayan agotado, que hayan desaparecido. Algo hemos tenido que ver los humanos con las ansías de conseguir el máximo beneficio en el mínimo tiempo. Algo tendrá que ver que estén bombeando agua de los acuíferos de los alrededores del Ega en el Valle de La Berrueza.

Con mi tío Cándido, que aunque no era familia de sangre así lo llamábamos, recorrimos las balsas, estanques, pozos negros y cientos de fuentes con nombres propios de aguas cristalinas y frescas. Así es como conocí Jurda, debajo de dos chopos alargados, en el término de Mataverde, Balsarroya, el Cabezo, el Chorrón, las Vallejas, Fuentelateja, Fuentejuana, la Fuentilla, Pozonegro, el Reguillo, Fuentelavilla, Manalagua Manauro como aparece en algún escrito. Cándido murió bastante joven atropellado por un coche en una avenida de San Sebastián.

Tuvieron que pasar varios años para llegar a conocer las dos fuentes más enigmáticas de la zona. Fuentes Altas, tendría unos 9 años cuando subí con mi padre en busca de setas acompañado del burro que por aquellos tiempos teníamos en casa. Recuerdo que volvimos con las alforjas llenas de pardillas y plateras, que luego nuestra madre embotaba para todo el año. Fuentes Altas se encuentra en la zona del hayedo de la Dormida, debajo de Costalera en el término municipal de Santa Cruz de Campezo. Una fuente bien encauzada, que mana a gran altura como su nombre deja en evidencia, los alrededores merecen una visita, muy cerca del manantial hay dos tejos de grandes dimensiones y de gran antigüedad.

Y ya bastantes años más tarde tuve la oportunidad de visitar la Fuente de los Nenes. Tendría unos 13 años, cuando acompañé a los mozos algo mayores que yo hasta este lugar. Fuente que está ubicada en lo alto de las peñas de la Sierra de Codés; pero que por su belleza y notoriedad destaco en esta descripción. Es una fuente que mana a gran altura y que es preciso trepar bastante peligrosamente por unas clavijas que ascienden al manantial.

Pequeñeces (XVII)

En verano llegaban las cardelinas (jilgueros), Las bandadas de cardelinas, normalmente de diez a quince pajarillos se posaban en las zarzas, hierbas, plantas, flores y especialmente en los cardos en flor   de casi dos metros, especies de  alcachofas de filamentos morados muy atractivos visualmente. De la palabra cardo le viene el nombre de cardelina (Carduelis carduelis) a estos pajarillos que se posan suavemente en las flores de los cardos, especie de pelusilla blanca, con el pico tratan de librar las semillas con que alimentarse, muchas son las semillas “abuelos” que quedan libres que el viento las lleva de un lugar para otro hasta posarse en la tierra, donde surgirá otros cardos que serán alimento de las siguientes cardelinas del año siguiente.

La cardelina es un pájaro precioso, de un volar rápido de colores vistosos y llamativos. Pico blanco, cocorota negra, alrededor de los ojos y en la papada es el rojo chillón el que predomina sobre el resto de colores, pecho y parte de la cara blanco, espalda marrón, la cola y extremo de las alas negro, las alas son de color amarillo vivo, lo cual especialmente en el vuelo lo hace uno de los pájaros más vistosos del verano.

Los veranos son calurosos, por lo que los nogales plantados en el pueblo son apreciados para tomar la sombra. El abuelo se encuentra cómodamente sentado en una silla, medio dormido bajo los rayos del sol difuminados por las espesas ramas del nogal de enfrente de casa, con una hoz y la piedra de afilar en las manos, y la boina en la cabeza. De vez en cuando las rápidas carreras de los vencejos (gaviones) en celo o el canso revoloteo de las moscas o algún que otro abejorro hacen abrir los ojos al abuelo. Ayudado por los lejanos cantos de las cardelinas se adormece de nuevo. El aire fresco del viento le acaricia la cara, el tiempo no pasa para él, el vuelo raso y rápido de los gaviones lo despiertan de nuevo.