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30/09/2007

AURELIO IBARROLA

ADIOS A UN AMIGO APASIONADO POR LA LIBERTAD: Aurelio Ibarrola Perez de Pipaon.

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No por esperada la noticia es menos triste. Nuestro amigo y compañero Aurelio se ha ido. Ha llevado con paciencia y tranquilidad una larga enfermedad que le ha hecho verse cada día un poco más débil.

 

Los últimos latidos de su gran corazón los tendremos siempre presentes los que lo hemos conocido, los que hemos compartido con él trabajo, juergas, meriendas alredor del fogón… El último latido resonará siempre en las montañas desde Peñalamiel hasta Joar. Tendremos presente su andar erguido y sus palabras siempre justas y comedidas sobre cualquier tema.

 

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Paladín de la libertad y de la justicia. No se metía con nadie, no hablaba mal de nadie, pero manteniendo razonamientos sensatos y juciosos. Amante de la libertad con mayúsculas, se sentía libre y ha vivido libre.

 

Ha sabido apreciar como nadie las peculiaridades de Nazar, las calles, el monte, los setales… Ha demostrado con abundancia ser amigo de sus amigos.

 

 

Adiós Aurelio. Podría escribir y escribir, pero creo que no es necesario. Todos sentimos tu ida.

 

Caballo prieto azabache,
Como olvidar que te debo la vida
Cuando iban a fusilarme
Las fuerzas leales de Pancho Villa.
Aquella noche nublada
Una avanzada me sorprendió,
Y trás de ser desarmado
Fui sentenciado al paredón.

Y cuando estaba en capilla,
Le dijo Villa a su asistente,
Me apartas ése caballo,
Por educado y por obediente.
Sabía que no me escapaba
Pero pensaba en la salvación,
Y tú mi prieto azabache,
También pensabas igual que yo.

Recuerdo que me dijeron:
Pide un deseo pa' ajusticiarte
Yo quiero ser fusilado,
En mi caballo prieto azabache.
Y cuando en tí me montaron
Y preparaban la ejecución,
Mi voz de mando esperaste,
Y te avanzaste contra el pelotón.

Con tres balazos de máuser
Corriste azabache salvando mi vida,
Lo que tú has hecho conmigo,
Caballo amigo, no se me olvida.
No pude salvar la tuya
Y la amargura me hace llorar,
Por éso, mi prieto azabache,
No he de olvidarte nunca jamás.

 

EL PRESO NÚMERO 9

Al preso número 9
Ya lo van a confesar
Está rezando en la celda
Con el cura del penal

Porque antes de amanecer
La vida le han de quitar
Porque mató a su mujer
Y a un amigo desleal

Dice asi al confesor:
Los maté, sí señor,
Y si vuelvo a nacer
Yo los vuelvo a matar

Padre no me arrepiento
Ni me da miedo la eternidad
Yo sé que allá en el cielo
El ser supremo me juzgará
Voy a seguir sus pasos
Voy a buscarlos al mas allá, Ay, ay, ay!

El preso número 9
Era un hombre muy cabal
Iba la noche del duelo
Muy contento a su jacal

Pero al mirar a su amor
En brazos de su rival
Sintió en su pecho el rencor
Y no se pudo aguantar

Al sonar el clarín
Se formó el pelotón
Y rumbo al paredón
Se oyó al preso decir

Padre no me arrepiento
Ni me da miedo la eternidad
Yo sé que allá en el cielo
El ser supremo me ha de juzgar
Voy a seguir sus pasos
Voy a buscarlos al mas allá, Ay!

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Joarkide

28/09/2007

GABINO (I)

Aurkibidea

1. Dos asesinatos

2. El Valle de La Berrueza 1903

3. Juventud

4. El mayorazgo

5. La caza

 

1. Dos asesinatos

A las 11 de la mañana, Primitivo atropelló a un hombre que circulaba por la carretera recientemente construida. Allí mismo, a un lado de la cuneta quedó el cadáver a consecuencia de un golpe seco en la cabeza.

Pasados seis meses se celebró el juicio en el mismo pueblo. Primitivo, quedó absuelto, ya que el juez de paz y hasta el mismo fiscal consideraron el suceso como un infortunio.

En agosto del mismo año, alrededor de las 2:30 de la tarde, un hombre vestido con una chamarra de invierno salió de casa. No saludó, ni miró a nadie. Ni reparó en su mejor amigo aunque paso por su lado. LLevaba el rostro completamente desencajado. Atravesó el pueblo en un santiamén, tomó el camino de Mataverde.

Cinco minutos después se oyeron dos tiros. Aunque no era época de caza nadie les dio importancia, hasta que apareció la mujer de Primitivo con las manos en el rostro y gritando: !Han matado a mi marido¡ !Han asesinado a mi marido¡

Para cuando llegaron los vecinos el cadáver estaba tendido encima del cereal recién cortado.

El infeliz pasó 22 años en la cárcel de Pamplona hasta que murió a conseccuencia de varias enfermedades, agravadas por la vejez. Abandonado, sin visitas, sin ayuda de amigos, ni familiares.

2. El Valle de La Berrueza 1903

Hermenegildo tomó la senda hacia la Basílica de San Gregorio.
- Arre, arre.
- Vamos, ya falta poco. No tenemos más que llegar antes del anochecer para que el sacristán, familiar lejano, nos prepare una buena cena.
Tal como lo había descrito el padre de Hermenegildo. Se encontraron con un hombre regordete de unos 50 años, de tez blancuzca, que les preparó una buena cena y una buena cama. El día anterior no les había dado tiempo a apreciar el paisaje. La basílica tenía un aspecto majestuoso, resaltada por los rayos del sol que se reflejaban en la cúpula de cerámica de colores.

Se notaba la frescura del verano. Hermenegildo caminó varias horas junto a la yegüa.

- So. Sooo.

Se detuvieron ante un grupo de campesinos.
El único que les hizo caso fue un mocete de 8 años, los demás siguieron con sus trabajos.
- Buenos días.

- ¿El camino para Santa Cruz de Campezo?
Sin dejar la guadaña, tan siquiera sin mirarle el que parecía más viejo del grupo le hizo signos con la cabeza de asentimiento.
- ¿Qué tal la cosecha?
- Bueno, tirando. Parece que venía buena, pero los últimos calores la han apurado. De paja bien, pero al final no ha granado como debía. Bastante peor que la de los años anteriores.
- Arre, arre.
No han dado ni cinco pasos cuando las campanas del pueblo tocan al Ángelus. Todos al unísono dejan la labor y se arrodillan para rezar las oraciones de costumbre.

Acabado los rezos, el que parecía más viejo, una vez que se colocó la boina de nuevo en la cabeza se dirigió a Hermenegildo.

- ¿Ya conoces la historia de San Gregorio Ostiense?
- Sí algo me comentó ayer el sacristán. Se construyó en la Edad Media en honor a un Obispo italiano de la ciudad de Ostia que vino a evangelizar las tierras de La Rioja. Y según cuenta la leyenda, les ordenó a sus seguidores que una vez que muriese lo subiesen a una mula y allí donde se parase por tercera vez le hiciesen una ermita.
- Sí, sí, así es. En el siglo XVII se destruyó la antigua ermita y se construyó la actual,  sin parangón  por estas tierras, la cual no envidia para nada a las mejores catedrales.
- Mientras el agricultor comentaba los prodigios realizados por el santo en beneficio de los agricultores y las alabanzas de la propia construcción, le ofreció la bota y un trozo de chorizo. Fíjate bien ¿No te das cuenta que la basílica parece que está en movimiento, como cabalgando encima de un caballo...?
- Sí, sí, algo de eso también me comentó el sacristán. 

Tras  ofrecerle de nuevo otro trago de la bota Hermenegildo se alejó a través de unos campos de trigo y avena.

Hasta que no oyeron los ladridos de los perros, no se dieron cuenta que se acercaban al pueblo. Las casas no se distinguían del paisaje. Se encontraron ante una población  de color ocre pardo: las calles, los tejados, los muros de las casas, las tapias de las huertas no se distinguían con facilidad de los campos cultivados.  Una vez enfilada la calle principal un grupo de niños les rodean y les acompañan hasta la salida del pueblo. Sin darse cuenta se encontraron fuera de la población. No vieron ni una sola persona aparte de los niños que les acompañaron por las calles, aunque en todo momento tuvieron la sensación de encontrarse bajo las miradas hurañas de los vecinos.

Llegaron a un despoblado en que no quedaban en pie más que cuatro casas viejas y una iglesia medio derruida, alrededor de la cual estaba pastando un rebaño de unas 200 cabezas.

Siguieron el camino y llegaron a un lugar muy similar en apariencia al anterior. A Nazar. Aunque en este pueblo también se sintieron vigilados; barruntaron un ambiente bastante más alegre. Aparte de niños, caballos, pollos y perros, se encontraron con personas  de todas las edades dispuestos a entablar conversación. En un cuarto de hora les pusieron al día de todo lo que ocurría no sólo en el valle, sino también en toda la comarca. Les explicaron las razones de la hurañez de los vecinos de Asarta, según parece les venía el carácter arisco a raíz de los severos castigos impuestos tras la pérdida de la batalla en la Segunda Guerra Carlista. 

No olvidaron tan fácil la liebre en salsa, servida por una sirvienta tan habladora como elegante.  Con gran pena atravesaron el puerto de Nazar, dejando atrás la Basílica de San Gregorio, la Sierra de Cábrega y los picos de Codés  y así abandonaron definitivamente este valle rodeado de bellas y encantadoras montañas.

3. Juventud

3. 1.  Inocente juventud

Recién cumplidos los 8 años deseaba que llegase el fin de semana. Anhelaba con impaciencia que diesen las 8 de la mañana del domingo. A Una con las primeras campanadas salía corriendo hacia la iglesia. Desde el primer toque de campana hasta el segundo preparaba las ropas de celebrar misa y las mías de monaguillo. Nada más tocar el segundo las chicas ocupaban los primeros bancos del lado izquierdo de la iglesia, el que correspondía a las mujeres.

Entre el segundo y el tercer toque, los monaguillos con túnica blanca y cíngulo rojo aprovechábamos para salir una y otra vez de la sacristía al altar, o al coro con cualquier excusa. Todo valía, encender las velas, las luces, cambiar las flores de lugar, llevar las vinajeras, preparar el libro de lecturas. Cualquier pretexto era bueno para cruzar la mirada con Francisca sentada siempre en el primer banco de la izquierda en el lado derecho. Eran momentos especiales, mezclados con el silencio, y la oscuridad de la iglesia.

Estos momentos y los de la comunión se fueron convirtiendo en instantes inolvidables. Sobre todo recuerdo el momento de colocar la patena sobre el pecho. Sin duda fueron estos sencillos guiños, intercambiados semanalmente, los que dieron paso al nacimiento de la  complicidad que duraría en el futuro.

Todavía recuerdo, con 12 años, como noté la mirada de Francisca, fue en el portal de la escuela, medio oscuro y la puerta medio cerrada, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, y no fui capaz ni de mover un solo músculo.-         ¡Gabino, hoy también andas bastante tarde!

- ¡Ya tendrías que estar cuidando los cerdos!

- ¡Si no quieres que te riñan tendrás que marchar cuanto antes!

No me dio tiempo ni a enterarme de lo que me estaba diciendo la maestra, estaba ensimismado en la mirada de Francisca, cuando los gritos de mi hermano me volvieron a la realidad.

- Adiós, Adiós... señorita. Rojo como un tomate es lo único que pude balbucir. Al salir por la puerta me pareció intuir una sonrisa pícara en el rostro de Francisca, que perduró en  la memoria bastante más que aquella tarde, mientras pastaban los cerdos.

- Desde entonces y especialmente desde el día que me di cuenta que a Francisca le comenzaron a crecer los pechos, esas miradas comenzaron a crear nuevas sensaciones en mi cuerpo.

A los 16 años, todavía con pantalón corto, el segundo día de las fiestas, a eso de las 9 de la noche, no sin haber dudado una y otra vez le pedí baile, ante la gran sorpresa de sus amigas. ¡El hijo del carbonero pidiendo baile a una Aranaz!.

- Francisca, bailas?

- Sí.

Sólo con el roce de las manos un suave escalofrío me recorría todo el cuerpo.

- No sé bailar.

- Tranquila, yo tampoco. Mueve las piernas, haz lo que yo haga.

La distancia entre nosotros era grandísima, ya que teníamos los brazos completamente extendidos. Estos segundos que permanecimos juntos bailando todavía los tengo vivos. Uno dos, uno dos, uno dos, vuelta, dos pasos. De nuevo le agarro por la cintura, uno dos, uno dos y se acabó. Los músicos acabaron la pieza para comenzar una nueva.

3.2.  Edad rebelde

Nueve años después, en otro día de fiestas muy semejante se oyó un murmullo en la plaza del baile:

- ¡Gabino se ha licenciado!

- ¡Hace unos minutos ha llegado al pueblo!

- ¿Pero si no se licenciaba hasta Navidades?

- Sí, sí. ¡Pero ha llegado!

Eran las doce y cuarto de la noche, todo el pueblo estaba en la plaza, los músicos se disponían a tocar la segunda pieza de la noche cuando me acerqué al baile entre un gran bullicio, sin pensarlo dos veces fui donde Francisca y le pedí baile.

Sin andarme con rodeos quiero casarme contigo, le dije.

De repente, se armó la de cristo en el baile.

- ¡Has vuelto! ¡Ven aquí! Que haces ahí bailando, ya tendrás tiempo de sobra para bailar en otros momentos.

- ¡Vamos a probar las cubas de las bodegas!

- Se armó un gran griterío. Todos los mozos a la vez abrazándome. De repente me cogieron entre siete morroscos y me soltaron por el aire como una pluma. Hasta que logré librarme de los abrazos y empujones de mis amigos.

Al día siguiente Primitivo se levantó temprano. Se sentó en el sillón de la cocina a esperar que amaneciese. Estuvo sentado en su sillón de paja hasta que se levantó el resto de la familia.

- Francisca, tienes tantos pretendientes como quieras, estás en edad de casarte. Hasta ahora he tenido que rechazar a más de 20 pretendientes que podían haber sido de tu condición. No andes en tonterías. Sé prudente. El jueves que viene, día de mercado, a mucho tardar, concertaré tu boda con el padre del Josetxu de Mendaza. La boda se celebrará dentro de tres meses. Me dijo padre.

- Ayer comentaron en la taberna que bailaste con Gabino. No te puedes ni imaginar el hablar que has dado en todo el valle.

- Espero que no vuelva a suceder.

Primitivo conforme iba hablando se iba encendiendo. !Con quién y con el hijo del carbonero¡ ¡Con esos que no tienen ni tres termones dónde caerse muertos! ¡Espero que no vuelva a suceder!

Justo cuando Francisca iba a disculparse y dar alguna explicación se encontró con la mirada compasiva de su madre. Fue suficiente para darse cuenta que era mejor callarse.

La mirada y el rostro desencajado de su padre la dejó petrificada. Mientras tanto la madre intentó encontrar palabras conciliadoras. En realidad no estaba muy segura de lo que podía decir. Por un lado, tampoco ella comprendía como Francisca había podido bailar con uno que no era de su clase, pero por otro lado, se veía en la obligación de mediar de alguna manera ante su hija. Pero el miedo le impidió gesticular palabra, silencio que le pesaría durante el resto de sus días.

Al día siguiente, a pesar del dolor de cabeza, producido por el vino, fui consciente de la nueva situación. Una sensación de ganador y tranquilidad me rondó la cabeza, para convertirse en preocupación e inseguridad nada más salir a la calle.

Gabino.

No hay derecho. Tan cerca y tan lejos, mi amor. En definitiva para vivir lejos, muy lejos. Más lejos imposible. De aquí en adelante no nos veremos más. Entiéndeme. Aunque el corazón me pide lo contrario, la razón manda en este caso. No nos queda más remedio que vivir en soledad. Separados.

Ten siempre presentes estas palabras, estés donde estés, sea el día que sea, siempre te querré, siempre te tendré en el recuerdo. No existirá otro más que tú. El único consuelo que tengo es saber que los dos estamos sufriendo el mismo tormento.

No nos queda otro remedio. Perdóname por no ser más atrevida. Me faltan las fuerzas. Tengo que ceder.

Cariño, llora lo que sea preciso. No puedo más. No te rebeles. Lo primero es lo primero y la palabra del padre es sagrada.

Mi amor.

El paso del tiempo no me consuela, que los dos suframos no me alivia. Todavía sigue viva la llama que se encendió hace años. Cariño. Los dos juntos le haremos frente. Ten presente que yo también siempre te amaré, allá donde estés. Ahora es el momento de ser fuertes, de resistir.

Mantengamos la llama del amor viva. Sigamos el camino que nos marca el corazón.

No puedo vivir de los recuerdos.

¡Qué momentos!

Sueños imborrables. Algún día espero hacerlos realidad. Te he gozado en sueños. Algunas veces desnuda, en bragas con los pechos al aire, uno junto al otro, sin prisa. Francisca solo de recordarlo se me alegran los ojos y se me levanta el ánimo.

Más de una vez me despierto junto a ti, tomando el camino de la era, unidos por la cintura, subiendo sin prisa, para acabar haciendo el amor en el refugio debajo de la encina de al lado de la roca,  en la vieja era encima del pueblo. Tus nalgas encima de mi cuerpo desnudo. Allí medio escondidos, medio al aire libre. Besándonos sin movernos. Las manos de un lugar para otro. Francisca no quiero perderte. Quiero tenerte para siempre. No te vayas. Resiste.

El fuego que encendimos me da ánimo para seguir luchando. Estoy preparado para estar esperándote el tiempo que haga falta. Para hacer frente a 10 hombres como tu padre. Resiste. La  distancia no apagará la llama encendida. No hay nada que sea capaz de apagar la llama de nuestro amor.

Tan pronto como acabó de leer la carta, roto el corazón por la oscuridad y las lágrimas de alegría, empujó la puerta medio abierta del pajar y se retiró a un rincón del pajar donde nadie le pudiese molestar. Las lágrimas vertidas en las cuatro horas que permaneció acurrucada junto a la paja le confortaron para poder seguir adelante.

- Padre, hace tres días que no me he confesado

- Dime hija, cuáles son tus pecados.

- He pecado mortalmente, padre. He pecado contra el cuarto y el sexto o el noveno mandamiento.

- He tenido pensamientos carnales.

- ¿Más de una vez, hija?

- Sí

- ¿Y han sido consentidos?

- Sí

- ¿Cuántas veces?

- Seis o siete veces

- ¿Qué clase de pensamientos han sido?

- Feos, muy feos, padre.

- ¿Tú sola, o aparecen otras personas en esos sueños?

- Sí, padre

- Si, ¿Qué hija?

- Sí, con un hombre, padre.

- ¿Quién es?

El silencio, la oscuridad y la frescura de la iglesia se rompió con el ruido seco de un trueno, el rincón donde estaba colocado el confesionario, y la cara del cura resplandeció por un momento con la luz que entró por la ventana del ábside. El silencio y la oscuridad de la Iglesia reflejo de sosiego, placer y tranquilidad se mezclaron con las palabras del cura y se convirtieron de repente en miedo, intranquilidad y desasosiego.

- ¿Quién, quién?

- ¿Con quién, con quién cometes actos impuros?

- Gabino. Con Gabino.

- ¿Gabino? ¿El hijo del carbonero?

- Tienes que quitártelo de la cabeza. En verdad, hija. Es un pecado mortal. De aquí en adelante cundo te vengas esos pensamientos imagínate el fuego eterno.

- Tienes que permanecer pura y limpia para tu futuro esposo. Pura y limpia también de pensamiento. Tan pecado es el que se comete realmente como el que se imagina. La imaginación es el mal de este mundo.

- Tienes que acercarte inmaculada al altar.

- Ego te absolvo...

- Pero, cuenta, cuenta cual era el otro pecado.

- Padre, he pecado contra mis padres. Pongo en duda lo que mis padres me ordenan.

- Hija, hija. Este pecado es tan grave como el anterior.

- Es necesario respetar y obedecer a los padres. Los padres nunca yerran, nunca se equivocan. Siempre velan por la seguridad de los hijos. Y siempre quieren lo mejor para ellos. Igual no le entenderás. Esa es una enfermedad de la juventud. Igual que los animales resguardan a sus crías de los enemigos cuidan nuestros padres de nosotros. No tengas duda. Obedece y haz  lo que te dicen los padres. Son buenos cristianos. Lo que ahora se te hace incomprensible con el paso del tiempo lo entenderás y estarás siempre agradecida.

- Ego te absolvo...

Si antes de hablar con el cura no sabía que hacer, ahora mucho menos. Las palabras del cura se agolpaban en la cabeza, mezcladas con los sentimientos y con las últimas letras escritas por Gabino.

A la siguiente semana, una mañana normal, antes de que el gallo cantase salimos para Estella. Con el corazón a punto de explotar, con las manos unidas y sin atrevernos a mirar hacía atrás, nos dirigimos carretera abajo. Unos minutos antes de las 7 ya estábamos en la estación del tren de Acedo.

Para cuando llegamos al Convento de las Clarisas de Estella, ya estaba el cura, Basilio, esperándonos delante de la puerta. De pie, nervioso, no aparentaba más de 30 años. En diez minutos acabó la ceremonia y salimos casados.

Para la una del mediodía, ya estábamos de vuelta en el pueblo. Cada uno en nuestra casa, como si no hubiese ocurrido nada. Dos semanas después los Padres de Francisca nada más conocer la noticia de nuestro casamiento, la deshederaron y la metieron en el Convento de monjas clarisas de Los Arcos.

Aprovechando que el resto de las monjas se encontraban rezando maitines un día de invierno, valiéndose de una escalera escalo el muro y  se escapó por la tapia del huerto.

Gracias a las recomendaciones del padre  Basilio yo ya trabajaba de peón para los Duques de Cábrega. Dos años estuve allí, hasta que una mañana apareció Francisca. Volvimos al pueblo. Alquilamos la única casa que quedaba libre, la peor casa del pueblo. Ubicada en un callejón que no daba el sol en todo el día. Nos vimos en la obligación de vivir en penumbra, no entraba el sol más que por una pequeña ventana que daba a un patio ocupado tanto de noche como de día por cuatro cerdos del vecino. Las 24 horas del día debíamos usar candelas y candiles, excepto en la cocina, la cual daba al citado patio.

4. El mayorazgo

Para Paula esta casa era casi como la suya, en ella pasó la mayoría de las horas de su juventud. Su abuela sirvió en esta casa, su madre todavía permanece de sirvienta, ella misma había nacido en ella. De todas maneras, nunca se acostumbró a la oscuridad y los ruidos de aquella casa.

Los verdaderos quebraderos comenzaron un anochecer de luna llena. Como cualquier otor día cogió el candil que estaba colgado de un gancho detrás de la puerta, encendió la mecha, echó un poco de aceite, y se dirigió hacia el granero en busca de avena para las palomas. Atravesó el pasillo de dos zancadas, en el momento que sintió una sombra que se le acercaba, notó la respiración cercana. Contuvo la respiración todo cuanto pudo. En vano, cada momento sentía más cercano al agresor.

Las llamaradas alargadas del candil se entremezclaban con los suaves rayos de la luna que hacían que los muebles del pasillo pareciesen fantasmas en movimiento. Sintió los dedos agarrándole la punta de la falda, se dio la vuelta y no era otro que Primitivo, el señor de la casa, que venía del cuarto de amasar el pan. Se tranquilizó.

Los anocheceres se fueron haciendo cada día más indeseables, ya que justo se se atrevía a salir de los cuartos del primer piso, y cuando tenía que acudir a la bodega o al resto de las habitaciones siempre lo hacía de forma rápida y sin atreverse a mirar hacía atrás.

Paula no era la única criada ni mucho menos. Había épocas en que convivían 8 peones,  4 criadas y la cocinera.

Aquel día amaneció lloviendo, y así siguió durante todo el día. Benito, el sobrino mayor de Primitivo llegó del monte completamente empapado. Entró directamente a la cocina vieja, allí encontró agachada de espaldas a Paula avivando el fogón. Se le marcaban las formas redondeadas a través de la tela de la falda. Se cruzaron las miradas. Benito no pudo apartar la mirada de las curvas redondeadas del cuerpo joven y esbelto de la criada.

El fin de semana, la tarde del sábado en la taberna los mozos elogiaron la figura de Paula. Seguro que no era la primera vez que hablaban de Paula ante Benito, pero a éste así le pareció. Todo lo que escuchó le pareció del todo acertado, aunque en cierto modo se sintió ofendido y algo celoso.

No era alta, tampoco pequeña, de estatura media más bien, de espaldas anchas y fuertes. Con brazos regordetes y de carnes duras.

Al día siguiente, a la misma hora de todos los días se encontró con Paula en la cuadra.

-Hace calor hoy. ¡Eh!.

-¿Le has echado pienso a los bueyes?

-Si, si.

-¿Y a las vacas que trajimos ayer del monte?

-También. Y también las he llevado al abrevadero.

-¿Tienes tiempo para ayudarme a llenar unos sacos de cebada para llevar a moler?

Paula no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. El hijo del amo casi pidiendo las cosas por favor. Ya tenía el sí en los labios cuando Benito aprovechó para pasarle el brazo sobre el hombro. Paula con un movimiento rápido, se soltó  para ir en busca de sacos vacíos para llenarlos de cebada. A los dos minutos apareció con 12 sacos sobre el hombro, caminaba delante, moviendo las caderas. Sin prisa, medio en silencio cuando ya habían llenado y atado  6 sacos se oyeron las voces de dos peones que venían a realizar el mismo trabajo.

-Buenas.

- Nos ha mandado Primitivo que preparemos unos sacos de cebada para llevar al molino. Comentaron mientras miraban maliciosamente a Paula.

El mismo día por la tarde coincidieron de nuevo Benito y Paula en la cocina. Hacía un bochorno insoportable. Benito aprovechando la oscuridad, la frescura del lugar y el atontamiento que produce el calor sofocante de un día de verano se acercó a Paula y se sentó a su lado. Consiguió una sonrisa complaciente de la muchacha, a la vez que se levantó del banco corrido en el que estaba remendando un calcetín para dirigirse a la fregadera a lavar unos cacharros que habían quedado en el pozo de la fregadera. 

Un 8 de abril alrededor de las 11 de la mañana Benito volvió del campo en busca de más patatas para sembrar. Nada más atravesar la puerta del patio se encontró con Paula que estaba echándole de comer al perro atado junto al portalón principal. Le pareció más guapa que nunca, Paula llevaba aquel día el pelo suelto que la hacía más esbelta.

Acarició al perro, y agarrando por la cintura a Paula le dio un beso corto en los labios. Paula sintió un escalofrío que  le recorrió todo el cuerpo.

Ayúdame a partir estas patatas. Las tengo que llevar a la pieza lo antes posible. Necesitamos dos sacos más por lo menos. Le comentó Benito.

Paula sin decir nada, se fue en busca de un cuchillo. Benito le siguió con la mirada, gozando con sus andares. Se sentaron enfrente en dos banquetas. De repente Benito animado por lo que había sentido anteriormente, agarrando suavemente a Paula por el hombro la tiró al suelo. Sin perder tiempo le bajó las bragas, le apartó las piernas y se puso encima, con suaves movimientos hacia atrás y adelante se abrazarón y besaron.

Paula oyó unos pasos, suaves como de mujer. Unos segundos después oyó como se retiraba tan suavemente como había llegado.

Los cuerpos se entrelazaron, Benito intensificó los movimientos hacia delante y hacia atrás. Paula tan pronto como sintió la humedad en su cuerpo, extendió los brazos y de un golpe apartó a Benito de encima, para dejarlo tumbado boca arriba.

Se levantó, se subió las bragas y se fue. 

Pasados 5 meses, la madre siguió con la mirada triste los últimos pasos de Paula en el pueblo. Paula salió del pueblo con la cabeza baja, sin mirar para atrás más que una vez para despedirse de su madre que se quedó en el umbral de la puerta las lágrimas le resbalaban por la cara. No se llevó del pueblo más que el recuerdo de las lágrimas de su madre y el llanto desgarrador de su hermana la menor. Fue un viaje sin vuelta, como ella bien lo sabía. El resto de su vida la pasó en el convento de monjas clarisas de Pamplona.

Tan pronto como dio a luz un niño sano y regordete se lo quitaron para ingresarlo en la Inclusa.

5. La caza

Primitivo como la mayoría de los habitantes del pueblo era un cazador empedernido. Especialmente los domingos,  lloviese, nevase o hiciese el tiempo que hiciese, el  mal tiempo  no era impedimento para que pasase el día fuera de casa en busca de cualquier animal salvaje  por los montes de los alrededores. Con el pasamontañas calado hasta los ojos, la escopeta colgada al hombro, la navaja metida en la faja,  y el zurrón bien lleno de comida salía de casa chiflando para no volver hasta bien echada la noche.

Las andanzas de Primitivo eran de sobra conocidas en los pueblos de alrededor. Sus correrías se hicieron famosas en Navarra, Álava y en media Rioja. No era extraño que hasta en los días más duros  del invierno pasase  dos o tres días sin volver a casa, durmiendo  entre la hojarasca y los bojarrales.

Famosas se hicieron sus cacerías de jabalies y zorros. La comandancia de Los Arcos le acechaba de cerca, pero a pesar del celo de los guardias civiles, no era extraño ver a Primitivo regresar con jabalies de gran tamaño que había dado muerte con su navaja, sin haber hecho uso de la escopeta para no atraer la atención de los guardias.
 
En una ocasión todo el vecindario nos vimos obligados a salir en su busca. Llevaba 7 días sin volver a casa con una nevada de metro y medio. Cuando ya todos pensabamos lo peor, cuando ya la mayoría habíamos decidido abandonar la búsqueda, pues la noche se echaba encima, apareció Primitivo que subia por el camino de Costalera, junto a Fuentes Altas chiflando y cantando como si nada hubiese ocurrido. Había pasado toda la semana bien comido y bien caliente en casa de unos familiares de Orbiso.
 
Como todos los domingos, éste también salió después de misa a cazar perdices con su perro. Cargó la escopeta con dos cartuchos de mostacilla del 8 de la marca “el gamo”, tomó el camino del prado, a la altura de Disiñana oyó el vuelo de una bandada de  perdices, descolgó la escopeta del hombro, se dio la vuelta y tiró los dos tiros casi sin apuntar hacia el maizal donde habían ido a refugiarse las perdices. Al instante se oyeron los gritos de una joven que estaba por lo que parece haciendo sus necesidades en el maizal.  
 
Con tan mala suerte que algunos perdigones sin fuerza se incrustaron en el culo de la recién licenciada maestra en la Universidad de Zaragoza.
 
Se reunió el ayuntamiento y como no podía ser de otra manera, el pueblo acabó pagando el infortunio de Primitivo. Entre el alcalde, el secretario y el cura lo arreglaron todo. Nombraron a Resurre maestra perpetua del pueblo, 50 años estuvo de maestra. Maestra sin vocación. La única filosofía que conocía era la de la letra con sangre entra, y bien que la puso en práctica. Ningún niño, ni niña logró aprender a dividir; sin embargo los castigos, y los malos tratos con las varas de mimbre y la regla en las palmas de la mano y la cabeza fue la única filosofía que fue capaz de enseñar. Con ella se acabó la educación oficial en varias generaciones.

Gerardo Luzuriaga

24/09/2007

Jaime - Paula (ezkontza)

1ac6015ace6eea6934fdf6bfb0992644.jpgBoda a la vista de otro Carbonero (ikazkina). Mirad la cara de satisfación de su madre. Madre no hay más que una.

ZORIONAK NAPARRAK.

 

Raíces - Sustraiak

56d25540efaa66d989cdd37ce440e8bf.jpgHace unas semanas, se acercó al pueblo una familia navarra que vive en Pamplona. La mujer, había pasado temporadas en Nazar. Como es normal encontró el pueblo cambiado. Hacía más de 50 años que no había vuelto, pues como todos los de Nazar sabemos, el Satur vendió la casa y las tierras y se fue a vivir a un pueblo de Gipuzkoa. Esta mujer según nos comentó era hija de ASUNCION, claro está de Nazar, hermana del Satur. Seguro que muchos de los que lean estas líneas se acordarán de su madre y también de ella misma, pues de joven pasaba temporadas enteras en casa de sus abuelos, los padres de Satur y Asunción.

También me han comentado por el pueblo que este verano han visitado varias familias de apellido NAZAR que viven en las Américas.

No tiene que ser fácil volver a lo que un día fue el lugar de tus antepasados, me da la impreión de que se tiene que sentir una cierta sensación extraña.

Joarkide

19/09/2007

Ramón Abrego (Iguzkitza)

La arqueología campesina de Ramón Mientras labra sus terrenos, Ramón Ábrego va desenterrando la historia de Tierra Estella. Saca piezas celtas, romanas y medievales, investiga para descubrir viejas obras y edificios, y se asoma a curiosidades geológicas.

Ramón Ábrego practica lo que podríamos llamar labranza arqueológica o arqueología campesina. Durante muchas décadas, este agricultor y ganadero de Igúzquiza, de 76 años, ha arado sus tierras para cultivar cereal, forraje y maíz, y de paso ha desenterrado tesoros como para montar un museo: losas celtas, ruedas de molino romanas, tumbas y estelas medievales También ha dado a conocer restos olvidados de castros y monasterios, ermitas y hospitales, puentes y trujales, canales y ermitas. Algunos de estos hallazgos han aparecido de improviso, pero en muchos casos Ramón ha llegado hasta ellos después de investigar y seguir las pistas de la historia. Sin embargo, cuando se le pregunta cómo localizó las ruinas de un hospital de peregrinos o el acueducto de un señor feudal, da un manotazo al aire para quitarle importancia y dice: «¿Eso estaba ahí desde siempre!».

Ramón terminó la escuela a los 14 años pero no ha dejado de leer y estudiar en 62 años de labranza. Su abuelo y su tío, también campesinos, le pasaban los libros. Y su curiosidad por la historia se encendió definitivamente a finales de los años 40: «Entonces venía a nuestra casa un profesor de Zaragoza, sería historiador o arqueólogo o algo así. Yo tenía 17 o 18 años y mi padre me mandaba con el profesor, para que le enseñara los alrededores. Le llevaba a ver unas ruinas o un puente y él me iba explicando: esto es un puente romano, esto es un castro, aquí tenían un trujal Y así me aficioné. Me encantan los romanos, desde chaval. En la escuela justo nos decían 'Egipto, Grecia y Roma', sólo las etiquetas y cuatro cosas de cada civilización. Y yo pensé: para qué voy a estudiar Egipto y Grecia, si desde Roma hasta hoy tengo toda la historia al lado de casa. Y me puse a estudiar sobre los romanos, cómo hacían los pueblos, los caminos Como soy labrador, también me interesaba cómo labraban ellos. Tenían varios tipos de arados, hasta una segadora mecánica, técnicas muy avanzadas. Tan avanzadas que hemos trabajado casi como los romanos hasta ayer mismo, hasta que entraron las máquinas».

Bajo las losas, huesos

Las piedras que guarda Ramón cuentan la historia de Tierra Estella desde tiempos anteriores a Cristo. De los celtas tiene varios molinos de mano o de vaivén (una especie de tabla de piedra rugosa, ligeramente cóncava, sobre la que se trituraba el grano frotando con otra piedra). De los romanos, algunas ruedas de molino bien conservadas. De la Edad Media , una estela, un sillar con la cruz de la orden hospitalaria de San Juan y varios fragmentos de un conducto de aguas. En un breve paseo por Igúzquiza, el muestrario arqueológico se amplía mucho más.

Ramón posee unos terrenos amplios junto al castillo medieval de los Vélaz de Medrano, en las afueras del pueblo. Pasamos junto al edificio, caminamos hacia un montículo y Ramón empieza a escudriñar la tierra. «Yo me imaginaba que por aquí tenía que haber tumbas. Y cuando nos pusimos a arar aparecieron un montón de losas. Debajo de las losas había huesos. Eran sepulcros medievales. Y de cristianos, porque estaban orientados hacia el oeste. Por esta zona hubo pocos musulmanes. Mis hijos han vuelto a tapar las tumbas bajo tierra, porque molestaban para labrar, pero todavía queda alguna a la vista». Nos lleva a un pequeño talud, aparta unos arbustos y aparece un sarcófago vacío, encajado en la tierra. ¿Por qué imaginaba Ramón que aparecerían todas esas tumbas? «Porque sabía que en esta zona los señores del castillo tenían una ermita pequeña y era probable que el cementerio estuviera a su lado».

Del castillo queda en pie una torre defensiva con varias troneras -reconstruida- y algunas construcciones agregadas (habitaciones, bodegas y graneros). También se mantiene un arco de entrada con el escudo de los Medrano en la clave. En un documento del siglo XV ya se dice que este castillo era «antiquísimo» y «famoso por la esplendidez de las fiestas celebradas por su Señor, sus hijos y sus nietos, a las que solían asistir con frecuencia los mismos monarcas navarros». Los señores de Medrano, familia de ricohombres, siempre estuvieron muy ligados a los reyes y aparecen junto a ellos en los episodios más notables de la historia navarra. En 1212 tenemos a Pedro González de Medrano en la batalla de las Navas de Tolosa, acompañando a Sancho el Fuerte; en 1270, a Iñigo Vélaz de Medrano participando en las Cruzadas con el rey Teobaldo; en 1521, a Jaime Vélaz de Medrano como alcaide del castillo de Amaiur, último reducto de la soberanía navarra ante la invasión castellana

El «antiquísimo» castillo de Igúzquiza debió de construirse en el siglo XII, porque en esos tiempos a los Medrano se les encomendó una de las vigilancias más importantes del reino: el cinturón defensivo de Estella. A las pocas décadas de fundarse esta ciudad (a finales del XI), se levantaron el castillo de Igúzquiza y el de Monjardín, ambos bajo mando de los Vélaz de Medrano, para vigilar los caminos que llegaban de Álava y de Logroño.

Ramón estudió la historia de esta familia y de su castillo, y gracias a esos conocimientos localizó las tumbas y varios silos enterrados. También descubrió una de las obras medievales más notables y desconocidas de la comarca. Le llamaban la atención algunas piedras que los vecinos de Igúzquiza recogían del campo para construir las paredes de las casas, grandes losas atravesadas por un canalito tallado. Ramón se dio cuenta de que eran piezas de un gran puzle: el conducto de piedra que los Vélaz de Medrano habían construido para traer agua desde dos manantiales de Montejurra hasta el castillo. Ramón, con la ayuda de sus amigos Santos y Florentino, buscó el trazado de la obra y desenterró unas cincuenta piezas, de unos cien kilos cada una. «Pero hay muchas más tapadas por la tierra y la vegetación, porque el conducto medía tres kilómetros. En la Edad Media muy pocos pueblos de Navarra tendrían una obra semejante».

Ese canal, a su vez, le ayudó a descubrir los restos de un hospital de peregrinos. «El conducto de agua pasa por unas tierras que yo leí que habían pertenecido a los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, herederos de los templarios. Construyeron un hospital menor, al borde del Camino de Santiago, y recibían agua del canal de los Vélaz de Medrano. En un sitio que se llama la Cuesta del Hospital quedan las ruinas de un corral de ovejas, cuatro piedras. El conducto pasa justo al lado. Verde y en botella, pipermín». Los arqueólogos y los historiadores confirmaron el pipermín de Ramón: el corral era el hospital jacobeo, que acabó guardando ovejas después de las desamortizaciones del siglo XIX.

Soplidos del Averno

Ramón también le da a la geología y muestra, en diversos parajes de Igúzquiza o en las cuchillas pétreas de Montejurra, las capas que se levantaron y quedaron en vertical. «Aquí sopló el Averno y se puso todo patas arriba. Son los bordes de una falla que empieza en esta zona y llega hasta Dax, en Francia. Nosotros padecemos las simas y a ellos les sale agua caliente sin gastar un real». Por Igúzquiza se extiende el diapiro de Estella, un gigantesco bloque mineral en el que las sales, los yesos, los materiales más livianos van aflorando hacia la superficie. En estas tierras blandas es frecuente que el suelo se desplome y se abran simas y huecos muy profundos, como enseña Ramón: en un terreno suyo apareció, de la noche a la mañana, un socavón que podría tragarse dos o tres autobuses.

Las simas suelen ser refugio de leyendas y de historias tenebrosas. Se dice que en el fondo del pozo de Igúzquiza, una pequeña laguna circular, yace un viejo castillo que se hundió porque sus dueños no dieron limosna a un mendigo -esta historia, con variantes que suelen identificar al mendigo con Jesucristo, se repite en lagos y pantanos de mil lugares-. Cerca está la sima de Igúzquiza, un socavón de 55 metros de profundidad, colonizado por robles, avellanos y boj. Las tropas gubernamentales fusilaron aquí al tudelano Ezequiel Llorente, alias Jergón, guerrillero carlista a quien acusaban de «asesinar sin compasión, piedad ni temor de Dios a jóvenes de 15 y 18 años, hombres en la mejor edad de su vida, ancianos casi decrépitos y a doncellas de 22 años, sepultándolas en los insondables abismos de la sima de Igúzquiza, unas veces después de muertos, otras mal heridas y otras vivas, sin más motivo que leves sospechas de que eran de opinión liberal o que habían conducido algún parte para columnas del ejército constitucional». En el mismo informe fiscal se le acusaba de haberse comido «una sartén llena de orejas fritas, cortadas a personas vivas que después tiraba a la sima».

Ramón desmiente aquellas acusaciones contra el guerrillero carlista: «En el fondo de la sima se hicieron búsquedas y nunca apareció ni un solo hueso. Todo era propaganda de guerra. A Jergón lo pintaban como un demonio porque era carlista, y al Cojo de Cirauqui, que mató a no sé cuántos pero era liberal, le llamaban paladín de la libertad». En algunas familias carlistas aún se oye hablar del Cojo de Cirauqui como del coco: si se decía su nombre, huían hasta las gallinas. En esas guerras del miedo, las simas eran un elemento valioso: «Tanto los isabelinos como los carlistas decían que tenían tal o cual sima, para asustar al enemigo. Es como los países que dicen ahora que tienen la bomba atómica, aunque no la tengan. Ahora se le llama arma psicológica, ¿no? Pues eso. Las simas eran armas psicológicas».

De vuelta a su casa, Ramón señala un paraje lejano. «Allá está el despoblado de Santa Gema. Había un monasterio del siglo X. Encontré unas piedras de una ermita posterior, del siglo XII. Pero eso ya es tema para otro día»

Artículo de Ander Izagirre publicado en el Diario Vasco.