Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

30/10/2015

Gabino (7)

Huida

 

Las conversaciones en las tabernas se fueron animando. Los jóvenes comentaban las noticias que llegaban, de la Montaña, de la zona de Estella,  de La Ribera… El ambiente del pueblo se fue enrareciendo.

 

En esta época Beltza, el perro  de pintas blancas y negras que usábamos para intercambiar  las noticias entre nuestra casa y unos familiares de Azuelo,  iba y venía más a menudo que de costumbre. Esta era la forma que teníamos en la familia desde antaño para mantenernos al día de lo que ocurría en el Valle de Aguilar de Codés.

 

Una tarde, a unas horas bastante poco normales, pasadas las siete de la tarde llegó el perro jadeando, con la lengua fuera. La madre cogió el mensaje, como no sabía leer, sin perder tiempo envió a mi hermana de 7 años con el papel que traía en el collar a la pieza del roble donde nos encontrábamos segando habas.

 

“Gabino, tienes que huir. Cuanto antes, no pierdas tiempo. Tres nombres se han mencionado en la Junta del Valle: el tuyo, Marcelino y Escolástico”.

 

No podíamos salir de nuestro asombro. Juramentos que nunca había oído, salieron de la boca del hermano mayor, mientras el resto se quedaron cabizbajos.

 

Sin despedirme de nadie, dejé la hoz, la zoqueta, y el sombrero de paja encima de la mies y tomé el camino de casa. Padre mandó al hermano de 12 años con la nota recibida  al encuentro de Marcelino y Escolástico para que tomasen precauciones. 

 

El kilómetro y medio de vuelta, lo hice preparando la huida. No tenía claro que trayecto elegir. Pronto descarté el tren, o el autobús, por la falta de dinero. Me decidí pasar la frontera por los Pirineos.

 

Llegué angustiado, ya estaban en la entrada mi madre, Francisca con el hijo en brazos. Madre algo malo se había barruntado y nada más verme se santiguó. Se dirigió a la despensa, entramos todos detrás de ella,  me preparó unos calcetines de lana, las botas de monte, cogí un par de navajas, un pasamontañas. Francisca para entonces ya me había preparado un hatillo con una hogaza, chorizo, queso y un buen trozo del pernil.

 

Aunque la idea era pasar la frontera lo antes posible, las dos primeras semanas me resguardé en una cueva que conocía en la Sierra de Lokiz, allí estaba seguro y protegido. El día anterior a partir  hacia la sierra de Aralar bajé  a Narcúe, aparte de unos niños correteando no vi a nadie,  me hice con unos pantalones y unas camisas oscuras que estaban tendidas en un colgador a las afueras de la población.

 

Al dejar atrás el Valle de Lana no pude reprimir unas cuantas lágrimas.

 

Sin grandes dificultades, ni sobresaltos llegué a las inmediaciones de la muga.  Las patrullas de la Guardia Civil se intensificaron. Según mis cálculos podían faltarme unos 25 kilómetros. Oí un ruido, me agazapé entre los bojes, oculto entre la hojarasca estuve vigilante, sin moverme,   durante un largo cuarto de hora, no me vieron.

 

Al día siguiente no tuve mejor suerte, así que decidí volver al refugio que había abandonado anteriormente. Se me hizo imposible avanzar, las patrullas estaban por todas  partes. Dormí a pierna suelta. Me desperté hambriento alrededor de  las 11 de la mañana. Miré en el zurrón, no me quedaban más que dos mendrugos más duros que las piedras.  Con la intención de pasar el rato me dispuse a sacarle punta a una rama de roble. Inesperadamente  vi moverse una culebra entre la hojarasca, de un golpe hinqué la navaja en su cabeza. Llevaba meses que no me pegaba semejante festín

 

La Guardia Civil estaba al acecho, vigilaba todos los caminos, y veredas del bosque. Oí unos pasos, me quedé inmóvil. A pesar de ser una noche como las fauces del lobo, eché  a correr, oí cuatro fogonazos de fusil que deslumbraron completamente el bosque.  Estuve  a punto de caerme, me trabé con las raíces de un árbol, trompicado y todo huí monte abajo. Sentí a los dos Guardias Civiles tras de mí. Cuando ya los tenía encima, a menos de 20 metros,  se desató una tormenta de rayos y  truenos, que  me salvaron de morir acribillado.

 

Completamente mojado hasta los huesos, cansado, sin fuerzas, ni resuello me tumbé esperando lo peor.  Poco a poco,  escondido entre los árboles logré volver de nuevo al refugio,  los días siguientes permanecí escondido, intenté dos  veces más pasar la frontera, imposible. Tuve que zafarme de dos nuevas emboscadas. Vi la muerte de cerca.

 

Decidí cambiar el rumbo, casi sin darme cuenta me encontré en la Provincia de Santander. De aldea  en aldea, gracias al “alabado sea Dios” logré conseguir algunos curruscos de pan seco. Pasé los meses pidiendo de puerta en puerta,   recorriendo los parajes más recónditos de Cantabria. Pobre, sin un duro, muerto de frío;  pero seguro. ¡Y para los tiempos que corrían, no era poco!

 

En el Valle del Pas me abrió la puerta un hombre viudo de de unos 50 años con varios hijos e hijas.

 

  •  Pasa, pasa.

 

Entrar en una vivienda habitada supuso volver a plantearme cientos de cosas. Me acurruqué junto al fuego. Una vez bien aseado, lavado con jabón y abundante agua,  me ofreció un buen plato de potaje caliente, con una botella de vino. Pasé la noche en un pajar algo alejado del vecindario. No era la primera vez que algún alma caritativa se apiadaba de mí, pero nunca había encontrado el calor humano que encontré en esta familia.

 

A las 6 de la mañana, cuando todavía faltaban varias horas para el amanecer apareció la pareja de la Guardia Civil. Me había metido en la boca del lobo sin darme cuenta. Bien aseado, bien dormido, rasurada la barba y el pelo arreglado no se me hizo fácil contestar a lo que parecía un inocente interrogatorio.

 

Sin duda, me han atrapado, pensé, ¿Qué hacía un hombre que aparentaba  unos 25-30 años, con acento distinto,  pidiendo de puerta en puerta? Me sentí atrapado como un ratón sin salida.

 

Sin pensarlo dos veces, valiéndome de que en aquel  mismo momento apareció el amo, salí corriendo dándome  de nuevo a la fuga.

 

Mientras huía desesperado y ascendía la montaña me vino a la cabeza pasarme al maquis. Tras seis largos meses recorriendo las aldeas  de los Picos de Europa, las dudas se disiparon y decidí volver al pueblo.

Gerardo Luzuriaga

 

29/10/2015

Gabino (6)

De caza en domingo

Este pueblo  era un  pueblo de cazadores, Primitivo como la mayoría de los habitantes, era un cazador empedernido. Especialmente los domingos y fiestas de guardar, lloviese, nevase o hiciese el tiempo que hiciese salía en busca de cualquier animal. Con el pasamontañas calado hasta los ojos, la escopeta colgada al hombro, la navaja bien sujeta en la faja, con un trozo de pan, un  casco chorizo, y la bota en el zorrón salía por la puerta chiflando para no volver hasta bien entrada la noche.

 

Las andanzas de caza de Primitivo eran bien conocidas en los municipios de alrededor. Sus correrías se hicieron famosas en Navarra, Álava y parte de La Rioja. No era extraño que hasta en los días más duros del invierno pasase dos o tres días sin volver, durmiendo entre la hojarasca y los bojarrales.

 

A pesar de tratarse del rico de la comarca, la comandancia de Los Arcos le acechaba de cerca y tenía ganas de echarle el guante; pero a pesar del celo de los guardias, no era extraño ver en la cuadra  de Primitivo colgados zorros, corzos, gatos monteses, ginetas, y jabalíes de gran tamaño abatidos con sus argucias, sin usar la escopeta para no atraer la atención de los guardias.

 

En una ocasión el vecindario tuvo que salir en su busca. Llevaba más de 7 días fuera de casa con una nevada de más de un metro, cuando ya se habían rastreado centímetro a centímetro todos los alrededores y se estaba a punto de abandonar su búsqueda, apareció Primitivo en Fuentes Altas, venía por la senda de Costalera chiflando, y cantando como si nada. Había pasado toda la semana bien comido y bien caliente donde unos familiares lejanos de Orbiso.

 

Como el resto de domingos, Primitivo cogió la escopeta, la cartuchera y tomó el camino del Prado, cargó la escopeta con dos cartuchos de mostacilla del 8, marca el gamo, recorrió la Fuentilla, el Prado, Cuatro Caminos y cuando llevaba más de dos horas, a la altura del despoblado de Disiñana, oyó el vuelo de una pareja de perdices, descolgó la escopeta del hombro, se dio la vuelta y disparó dos tiros casi sin apuntar en dirección al  maizal donde habían ido a refugiarse. Al instante se oyeron los gritos de una joven que estaba, por lo que parece haciendo sus necesidades en el maizal.

 

Con tan mala suerte que algunos perdigones sin fuerza se incrustaron en el culo de la recién licenciada en magisterio en la Universidad de Zaragoza.

 

Hubo sesión extraordinaria en el Ayuntamiento, la villa acabó pagando el infortunio de Primitivo, alcalde del pueblo. Entre el alcalde, el secretario y el cura lo arreglaron todo. Nombraron a la joven maestra Resurrección, nacida en la localidad, maestra perpetua, y le concedieron algunos privilegios extras,  con  lo que estuvo más de 50 años ejerciendo en la misma localidad.

 

La única filosofía que conocía era la de la letra con sangre entra, y bien que la puso en práctica. Pocos fueron los alumnos que aprendieron a dividir; sin embargo todos tuvieron la ocasión de probar sus varas de mimbre.

 

Este fue un mal día para la cultura de nuestro  pueblo, pocos fueron los niños y niñas que aprendimos a escribir y menos a multiplicar y dividir.

Gerardo Luzuriaga

 

26/10/2015

Gabino (5)

  1. Mayorazgo (Benito)

Paula, hermana de Gabino, siguió los pasos de su abuela y su madre, anteriores sirvientas en casa de Primitivo. A pesar, de que pasaba más tiempo en ella que en la suya propia, nunca tuvo la confianza suficiente y hasta le daba cierto respeto andar por ciertas zonas. Paula nunca se acostumbró a la oscuridad, los ruidos y los misterios de aquella mansión;  por lo menos contaba con diez habitaciones, aparte de bodega, y horno de pan, varios corrales, pajares y graneros anexos a la vivienda.

Un día como cualquier otro cualquiera cogió el candil que estaba colgado del gancho detrás de la puerta, encendió la mecha, echó un poco de aceite y se dirigió a un granero en busca de avena para el ganado. Atravesó el oscuro y largo pasillo en dos zancadas, sintió una sombra tras ella, contuvo la respiración todo cuanto pudo; en balde, cada vez sentía más cercana la presencia  de aquel extraño.

Las llamaradas alargadas del candil se entremezclaban con los suaves rayos de la luna que hacían que los muebles del pasillo pareciesen fantasmas en movimiento. Sintió los dedos sujetándole el extremo de la falda, se dio la vuelta y no era otro que Primitivo, el señor. Se tranquilizó.

Los anocheceres se fueron haciendo cada día más largos, tan solo en contadas ocasiones se alejaba de las habitaciones habitadas, aunque a veces se le hacía imprescindible salir a los corrales, bodega o graneros adosados a la vivienda principal, lo cual lo hacía siempre a regañadientes, e iba por los pasillos corriendo y sin atreverse a mirar hacia atrás.

Paula no era la única criada. Había épocas en que hasta 8 peones,  dos criadas y la cocinera trabajaban  en la casa.

Un día de febrero en que amaneció lloviendo, y no paró en todo el día, Benito, el hijo de Primitivo llegó del monte completamente empapado, se dirigió directamente a la cocina vieja con la intención de calentarse y secarse la ropa mojada, allí encontró agachada de espaldas a Paula avivando el fogón.  Se le marcaban las formas redondeadas a través de la tela de la falda. Benito no pudo apartar la mirada a las curvas redondeadas del cuerpo joven y esbelto de la criada.

Justo ese fin de semana, en la tarde-noche del sábado los mozos hicieron mención a la belleza espectacular de Paula, seguro que no era la primera vez que hablaban en la taberna de Paula ante Benito, pero a éste así le pareció, hasta el punto que la conversación le hizo sentirse en cierto modo celoso. 

 Al día siguiente se encontró con Paula en la cuadra. 

-Hace calor hoy.  ¿Eh?

-¿A dónde vas?

- Al tendedero a colgar la ropa.

-¿Has lavado el buzo azul?

-Sí, ahora voy a tenderlo.

-¿Tendrás  tiempo para ayudarme a llenar unos sacos de cebada para llevar a moler?

 Paula no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Ya tenía el sí en los labios cuando Benito aprovechó para pasarle el brazo sobre el hombro. Paula con un movimiento rápido, se soltó  para ir en busca de sacos vacíos. A los dos minutos apareció con 12 sacos sobre el hombro, caminaba delante, moviendo las caderas. Sin prisa, medio en silencio.

Ya habíamos llenado y atado  6 sacos cuando se oyeron voces de dos peones que venían a realizar el mismo trabajo.

     -Buenos días, Benito.

     - Nos ha mandado Primitivo a preparar unos sacos para moler. Comentaron mientras miraban maliciosamente a la pareja.

La tarde del mismo día coincidieron de nuevo  en el salón. Hacía un bochorno insoportable, en el salón  semi oscuro  se sentía la frescura que no había en el exterior. Benito se acercó a Paula y se sentó a su lado, con lo que consiguió una sonrisa complaciente de la muchacha, aunque al instante se levantó del banco corrido en que estaba remendando un calcetín para dirigirse a la fregadera a lavar unos cacharros que habían quedado  de la comida en el pozo de la fregadera.

8 de abril, serían las 11 de la mañana cuando Benito volvió del campo en busca de más patatas para sembrar. Nada más atravesar la puerta del patio se encontró con Paula que estaba echándole de comer al perro atado junto al portalón principal. Le pareció más guapa que nunca, Paula llevaba aquel día el pelo negro suelto que la hacía más juvenil.  

Acarició al perro, y agarrando por la cintura a Paula le acercó su cara. Paula sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo de arriba abajo.

  • Ayúdame a partir estas patatas. Las tengo que llevar a la pieza lo antes posible. Necesitamos unos veinte kilos  más por lo menos.

 Paula sin decir nada, se fue en busca de un cuchillo. Benito le siguió con la mirada. Se sentaron frente a frente en dos taburetes pequeños. Benito agarró  suavemente a Paula por el hombro y la tiró al suelo. Sin perder tiempo le bajó las bragas, le apartó las piernas y se puso encima. Se abrazaron  y besaron.

 Paula oyó unos pasos de mujer. Unos instantes después le pareció oír cómo se alejaban, tan suavemente como había llegado. 

Benito intensificó los movimientos hacia adelante y hacia atrás. Paula tan pronto como sintió la humedad en su cuerpo, extendió los brazos y de un golpe apartó a Benito de encima, para dejarlo tumbado boca arriba.

Se levantó, se alisó la falda  y se fue.

Pasados 5 meses, la madre siguió con la mirada triste los últimos pasos   de Paula en el pueblo. Salió del municipio con la cabeza baja, sin mirar hacia atrás más que una vez para despedirse de su madre que se quedó en el umbral de la puerta con las lágrimas resbalándole por la mejilla. No se llevó más que el recuerdo de las lágrimas y el llanto desgarrador de su hermana. Era consciente de que era un  viaje sin vuelta. El resto de su vida la pasó en el convento de monjas clarisas de Pamplona.

 Tan pronto como dio a luz un niño sano y regordete se lo quitaron para ingresarlo en la inclusa.

Gerardo Luzuriaga

22/10/2015

Gabino (4)

  1. Juventud (amor imposible entre Gabino y Francisca, dos jóvenes de condición social diferente)

     

Nueve años después, otro día de fiestas, se oye un murmullo en el baile.

  • Gabino se ha licenciado

  • ¿Pero no se licenciaba para Navidades?

  • Sí, sí; pero parece que se ha licenciado antes.

Eran las 12 de la noche, todo el vecindario estaba en la plaza, los músicos de las Amescuas, Rufino y su mujer, se disponían a tocar la segunda pieza de la noche, cuando llegué al pueblo, sin pensarlo dos veces fui dónde Francisca y le pedí baile.

  • Sin andarme con rodeos, le comenté,  quiero casarme contigo.

De repente llegaron los mozos, se armó las de Cristo en verso.

  • ¡Has vuelto!

  • ¡Ven aquí!

  • ¿Qué haces ahí bailando?

  • Ya tendrás tiempo de sobra para bailar más tarde.

  • ¡Vamos a probar el vino de las bodegas!

Se armó un gran revuelo, todos los mozos a una abrazándome, me cogieron entre unos cuantos y me zarandearon como una pluma. Fuimos a recorrer las bodegas, una por una, no dejamos ninguna.

Al día siguiente Primitivo se levantó más temprano que el resto de los días. Se sentó en el sillón de paja del comedor  esperando a que se levantase el resto de la familia.

Una vez todos reunidos, Primitivo expresó de forma vehemente lo que había estado rumiando durante toda la noche:

  • Francisca, tienes todos los pretendientes que quieras. ¿A quién se le ocurre bailar con el hijo del Carbonero? No permito que andes en tonterías, de aquí en adelante sé prudente. No saldrás en el resto de las fiestas. El jueves que viene, día de mercado concertaré la boda con el padre del Josetxu de Mendaza, ya lo tenemos de sobra apalabrado. La boda se celebrará dentro de dos meses.

  • No te puedes ni imaginar lo qué has dado que hablar, no se habló de otra cosa en la taberna ayer noche.

Primitivo conforme iba hablando se iba encolerizando más. ¡Con quién y con el hijo del Carbonero! ¡Con esos que no tienen ni tres termones dónde caerse muertos!

Justo cuando Francisca iba a responder se encontró con la mirada de su madre, pidiendo piedad. Fue suficiente para que no abriese la boca.

Primitivo estaba fuera de sí, tenía el rostro desencajado. La madre intentó encontrar alguna palabra conciliadora, aunque lo único que hizo es empeorar la situación,  en realidad tampoco ella sabía lo qué decir, pues no comprendía cómo su hija podía haber bailado con uno que no era de su condición, pero por otro lado se veía en la obligación de mediar de alguna manera ante su hija. Lo dejó para ocasiones más oportunas, la situación tan tensa le impidió gesticular palabra, silencio que le pesaría durante el resto de sus días.

Francisca, se retiró a su habitación a desahogarse.

Gabino:

No hay derecho. Tan cerca y tan lejos. Mi amor. En definitiva para vivir lejos, muy lejos. Más lejos imposible.

De aquí en adelante no nos veremos más. Entiéndeme mi amor. Aunque el corazón me pide lo contrario, la razón manda también en este caso. No nos queda más remedio que vivir en soledad. Separados.

Ten siempre presente estas palabras, estés donde estés, sea el día que sea, siempre te querré, siempre te tendré en el recuerdo. No existirá otro más que tú. Me consuela el saber que los dos estamos sufriendo el mismo tormento.

No nos queda otro remedio. Perdóname no ser más atrevida, me faltan las fuerzas para desobedecer a los padres.

Gabino, llora lo que sea preciso. No puedo más. No te rebeles. Lo primero es lo primero y la palabra de los padres es sagrada.

Francisca, mi amor:

El paso del tiempo no me consuela, que los dos suframos no me alivia. Todavía sigue viva la llama que se encendió hace años. Cariño, no cedo, los dos juntos le haremos frente. Ten presente que yo también siempre te amaré, suceda lo que suceda, allá donde estés; pero esa no es la solución.

Mantengamos la llama del amor viva. Sigamos la ruta que nos marca el corazón. No puedo vivir sólo de los recuerdos.

Sueños imborrables, pero que algún día espero hacerlos realidad. Los dos juntos, sin prisas.

 Más de una vez me despierto junto a ti, abrazados, camino de la era, unidos por la cintura, atravesando las calles sin prisa, sin que nos importe la gente, para acabar haciendo el amor en el hueco debajo de la encina, justo la que está debajo de la roca. Allí medio escondidos, medio al aire libre. Besándonos, sin movernos.

No quiero perderte. Quiero tenerte para siempre. No cedas, resiste.

El fuego que encendimos hace ya años me da ánimo para seguir luchando. Estoy preparado para esperar lo que haga falta. Resiste. No hay nada que sea capaz de apagar la llama de nuestro amor.

Tan pronto como Francisca acabó de leer la carta, roto el corazón, se retiró a un rincón de un pajar alejado de la casa, donde nadie la pudiese molestar, a llorar desconsoladamente, lejos de la familia.

  • Ave María Purísima,

  • Sin pecado concebida.

  •  Padre hace tres días que no me he confesado.

  • Dime hija, cuáles son tus pecados.

  • He tenido pensamientos carnales.

  • ¿Varias veces hijas?

  • ¿Y han sido consentidos?

  • ¿Cuántas veces?

  • No lo sé, diría que cientos

  • ¿Qué clase de pensamientos han sido?

  • Feos, muy feos, padre.

  • ¿Tú sola, o aparecen otras personas en esos sueños?

  • Sí, padre

  • ¿Sí, qué?

  • Sí, con un hombre, padre.

  • ¿Con quién?

El silencio, la oscuridad y el fresco de la parroquia se rompió con el estruendo de un trueno, el rincón oscuro dónde estaba colocado el confesionario, y también la cara blanquecina del cura resplandeció por un instante con la luz que entró por el ventanal de un costado del templo. El silencio, la oscuridad de la iglesia se mezclaron con las palabras del cura  y se convirtieron en intranquilidad y desasosiego.

  • ¿Quién, Quién?

  • ¿Con quién, con quién cometes esos actos impuros?

  • Gabino, con Gabino.

  • ¿Gabino? ¿El hijo del Carbonero?

  • Tienes que quitártelo de la cabeza. En verdad, es por tu bien. Aparte de que es un pecado mortal. De aquí en adelante cuando te vengan esos pensamientos imagínate el fuego eterno. Te ayudará.

  • Tienes que permanecer pura y limpia para tu futuro esposo. Pura y limpia también de pensamiento. Tan pecado es el que se comete realmente como el que se imagina, o más pues éste se puede cometer una y otra vez. La imaginación es el verdadero pecado de este mundo.

  • Tienes que acercarte inmaculada al altar.

  • Ego te absolvo…

  • Pero, ¿Cuál era el otro pecado?

  • Padre, pongo en duda lo que mis padres me aconsejan.

  • Hija, hija, este pecado es tan grave como el anterior.

  • Es preciso respetar y obedecer a los padres. Nunca yerran, nunca se equivocan. Todo lo hacen por la seguridad y el bien de los hijos. Igual ahora no lo entenderás. Eres joven, y tienes la cabeza sin asentar. Al igual que los animales preservan a sus crías de los enemigos, cuidan nuestros padres de nosotros, y no quieren más que lo mejor para sus hijos. No tengas duda alguna, obedece y haz lo que tus padres te aconsejan. Son buenos cristianos. Lo que ahora se te hace incomprensible con el paso del tiempo lo comprenderás y estarás siempre agradecida a tus padres.

  • Ego te absolvo…

Las siguientes semanas fueron tormentosas, hasta el punto de caer enferma en cama. Las palabras del cura se mezclaban con las palabras escritas por Gabino, y los sentimientos que me brotaban del corazón.

Una mañana  a eso del amanecer, con las manos unidas y sin atrevernos a mirar hacia atrás, nos dirigimos carretera abajo. A las 7 en punto subimos al tren en Acedo. A las 9 llegamos al convento de las Clarisas de Estella, ya estaba esperándonos, Basilio. De pie, nervioso, no aparentaba 30 años. Tuvimos que esperar una hora a que llegasen los testigos, que también llegaban de Nazar en la Estellesa. La ceremonia no duró media hora.

Para la una y media ya estábamos de vuelta en el pueblo. Cada uno a nuestra casa, como si no hubiese ocurrido nada. Una semana tardaron Primitivo y su mujer en conocer la noticia. Inmediatamente la encerraron en el convento de clausura de las monjas de Los Arcos y la desheredaron.

Tras 6 largos meses de enclaustramiento, tras varias ocasiones fallidas, por fin llegó la ocasión  de huir, en un momento en que la puerta principal se quedó  abierta, y el resto de monjas se encontraban rezando maitines Francisca aprovechó para huir, andando llegó hasta Cábrega, dónde gracias a las recomendaciones del Padre Basilio,  Gabino había encontrado trabajo como peón para los Marqueses de Cábrega.

Volvimos al pueblo, alquilamos la única vivienda que quedaba libre, ubicada en un callejón que no daba el sol, la única ventana exterior daba a un patio interior. Las 24 horas debíamos usar candelas y candiles; pero allí vivimos unos años inolvidables.  

Gerardo Luzuriaga

20/10/2015

Gabino (3)

  1. Adolescencia (en este capítulo se cuenta una época de la adolescencia de los dos protagonistas Gabino y Francisca, dos jóvenes de un pueblo pequeño y rural)

Recién cumplidos los 8 años esperaba con impaciencia que diesen las 8 de la mañana, para con las primeras campanadas salir corriendo para la parroquia. Entre el primer toque y el segundo preparábamos las ropas de celebrar misa del párroco, y las nuestras de los monaguillos. Coincidiendo con el segundo toque de campanas las chicas ya se habían sentado en  los primeros bancos del lado derecho de la iglesia, el que correspondía a las mujeres.

Entre el segundo y el tercer toque los monaguillos ya vestidos con la túnica blanca y el cíngulo rojo salíamos una y otra vez de la sacristía al altar, o al coro con cualquier excusa. Todo valía con tal de intercambiar una mirada con las chicas, salíamos a encender las velas, o  las luces, cambiar las flores del lugar, llevar las vinajeras, preparar el libro de lecturas, alisar un paño… Cualquier pretexto era buena disculpa para cruzar la mirada con Francisca, sentada siempre en la esquina más de la derecha del primer banco de la derecha, el lugar más cercano de la sacristía. Eran momentos especiales.

Estos momentos antes de la misa, y especialmente los de la comunión se fueron convirtiendo en instantes sagrados e inolvidables. Sobre todo, en el momento de colocar la patena sobre el pecho de Francisca. Sin duda fueron estos pequeños guiños de juventud, repetidos  semanalmente los que crearon un halo de mutua complicidad.

Fue con 12 años, cuando noté que estos coqueteos con Francisca, también eran  correspondidos por ella, la primera vez ocurrió  en el portal de la escuela, medio oscuro y la puerta medio cerrada,  un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, estaba ensimismado con la presencia y la mirada de Francisca, que ni reparé que llegaba la  maestra. Al despedirnos  me pareció intuir una sonrisa pícara en el rostro de Francisca, que perduró en la memoria bastante más que aquella tarde.

Desde aquel día esas miradas comenzaron a crear nuevas sensaciones.

Tendría unos 16 años, todavía con pantalón corto, cuando le pedí baile por primera vez, no sin dudarlo varias veces y la extrañeza de sus amigas. ¡Pues no era normal que una Aranaz bailase con un hijo del Carbonero!

  • ¿Francisca, bailas?

  • Sí.

Sólo el simple roce de las manos me hizo recorrer un suave escalofrío de arriba abajo.

  • No sé bailar, me comentó.

  • Tranquila, yo tampoco. Mueve las piernas, haz lo que yo haga.

El baile no duró mucho, pero fueron momentos inolvidables. Uno-dos, uno-dos, vuelta, dos pasos.

Gerardo Luzuriaga