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29/09/2005

SALUDOS / AGURRAK

Saludos a los de Nazar, pues ya sé que esta tarde os conectaréis a internet. Saludos Gloria, Leonor, Anabel... No os olvidéis de ver también las páginas www.mendaza.org www.azuelo.com

Laster arte, agur

Gerardo

28/09/2005

Crescencio / Engratzia

Si la vida de los hombres era difícil, no era más sencilla la de las mujeres.
Josefa, la madre de Paula, como la mayoría de las mujeres, trabajaba en las labores del campo como uno más. En las labores agrícolas no existía diferencia de sexos.
-    ¿Todavía no tienes preparada la comida?
-    ¿Cuándo quieres que la haya preparado? Bastante con que la tengo hecha desde ayer.
-    Los hombres comieron y se fueron a la siesta. La madre de Paula,  sin embargo, se puso a fregar los cacharros y a preparar la cena... 
Josefa no conocían el descanso, ni en verano, ni en invierno. En las faenas del campo no se quedaba atrás. Igual en la siega, que en la escarda, que en la siembra, como el resto de las mujeres, era normal ver a Josefa con la capaceta colgada al hombro esparciendo  la simiente por la pieza como si de otro peón más  se tratara.
 
Las horas de la colada eran los únicos momentos de esparcimiento.
-    ¿Ya sabéis lo que le ha ocurrido al hermano mayor de Gabino?
-    ¿Qué le ha pasado,  pues?
-    He oído que se le ha ido de casa la mujer.
-    Ya me parecía a mí demasiado remingada, esa señoritinga de Zúñiga. Ya decía yo que no le iba a durar ni una semana. Comentaba Teófila maliciosamente, mientras frotaba y frotaba unos pantalones sucios.
-    Sí si, se casaron en Zúñiga, en el pueblo de la mujer, han pasado  el viaje de novios en San Sebastián. Hace cuatro días volvieron al pueblo y según tengo oído nada más ver la casa puso mala cara, y le ha hecho la vida imposible al pobre marido.
-    Sí, si así es comentó otra mujer, yo la he visto marcharse con una maleta; pero no sabía que se iba para siempre, aunque si que me pareció raro que se fuese tan pronto, a los cuatro días de llegar, pero pensé que tendría algún negocio que hacer.
-    Sí, si negocio comentó una joven, a la vez que cogía de la banasta una prenda, la metía en el agua, la enjabonaba, la volvía a meter en el agua, frotaba las manchas más llamativas, para meterla y sacarla rápidamente de nuevo una y otra vez. No callaba, se le juntaba una palabra con otra, una frase con otra...  menuda pájara es ésa, ya me comentaron mis hermanos, siguió murmurando la joven mientras cogía la prenda entre las dos manos y la estrujaba como si del cuello de un gato se tratase.
Lo que ocurre que no todas son tan sumisas como nosotras comentó Paula. Las palabras de Paula dejaron boquiabiertas al grupo de mujeres, aunque no tuvieron inconveniente alguno en seguir criticando a diestro y siniestro.

 
11. Engracia y Crescencio el hermano mediano de Gabino
 
-      Hola muchachas
-      Buenas tardes
-      Bailas
-      Bueno
-      ¿De donde eres?
-      Del otro lado de Codés
-      ¿De Álava?
-      No, no navarro, como tú. Del otro lado de Codés, pero navarro.
-      ¿De donde?
-      De Nazar
Ah de Nazar, ahí tenemos parientes, los pimporretes... Los conoces.
No los voy a conocer...
-      ¿Ha venido mucha gente eh?
-      Sí, si como de costumbre, las fiestas de este pueblo son famosas.
-      ¿Cómo te llamas?
-      Engracia
-      ¿Y tú?
-      Crescencio
-      Bueno, ha acabado el baile.
-      De primera, encantado, hasta luego Engracia.
 
Había un gran ambiente. Hasta la hora de la cena anduvimos en grupo tomando tragos en las tabernas y en casas particulares, de vez en cuando nos acercamos al baile. Al llegar la hora de la cena nos dividimos de dos en dos, yo como siempre fui con Benito, y éste cuando no me lleva a casa de Engracia a cenar.
 
-      Se puede
-      Adelante
 
La mesa casi estaba llena, unos 20 comensales. Había cinco platos más preparados. Esperamos cinco minutos y allí apareció el amo de la casa con otros tres invitados de su edad.
Para entonces Engracia ya me habia echado dos o tres miradas risueñas. El amo nos saludó atentamente a todos, en especial a Benito, le preguntó por sus padres. Se quitó la boina y comenzó *“bendice Señor estos alimentos, que vamos a tomar
 
Una cena especial. De todo. Conejo, cordero, cabrito. Todo de primera, cenamos sin prisa. Las mujeres entraban y salían sin cesar, sin sentarse ni un solo momento. Dos copas de anís y con el puro en la boca fuimos en busca de la cuadrilla.
 
El baile estaba ya para acabar, cuando aparecimos unos 20 mozos.
¿Dónde habeís estado hasta ahora? Nos comentó una vieja, enseñandonos el bastón.
Le pedí baile a Engracia. Bailamos dos piezas lentas seguidas.
-      Dentro de tres semanas son las fiestas de Cabredo. ¿Irás?
-      Si. Todos los años vamos.
-      De primera. Allí nos veremos.
-      ¿Ya te vas para casa o qué?
-      Si ya tengo la hora.
 
A finales de agosto en las fiestas de Murieta me encontré con las amigas de Engracia. Unos metros detrás de ellas apareció Engracia con otra chica algo más joven que ella.
-      Hola Engracia
-      ¿Qué  tal Crescencio?
-      ¿Dónde has andado durante todo el verano?
-      En el pueblo, como siempre
-      ¿Porqué no apareciste en Cabredo?
-      Ah, ah, al final no pude. Se atrasó la cosecha y no pudimos ir.
-      ¿Bailas?
 
Dos horas estuvimos juntos, bailando, hablando. Le pedí casarse conmigo.
 
El 12 de octubre los padres de Crescencio y él mismo vestido con el único traje que tenía fueron a Azuelo a la petición de mano de Engracia. La boda se celebró la primera semana de mayo.
 
-      Crescencio estoy nerviosa
-      Tranquila mujer, es normal. Ya verás que bien te llevas con los de casa.
-      No sé. No sé. Igual tiene razón mi hermana, que no para últimamente de repetir : “La boda no es una cosa de bromas. Lo que se hace en una hora dura para toda la vida”.
-      No te preocupes, mujer.
-      Piensa en el viaje de novios. Iremos a San Sebastián. Mejor dicho a Lasarte y Hernani a la casa de nuestras tías. Así gastaremos menos.
-      Tira. Bien me parece. Me han comentado que San Sebastián es precioso.
 
A la semana ya estaban de vuelta. Engracia subió la cuesta que llevaba a  la casa detrás de Crescencio.  Tipi-tapa, tipi-tapa. Empujaron la puerta de la calle, agradecieron la frescura del portal, pero para Engracia no fue agradable encontrarse con una nube de moscas revoloteando. Tampoco le agradó el olor intenso. Crescenció dio la luz, al lado, en la cuadra había dos vacas royas, un caballo.
 
Subimos las escaleras a oscuras, pasamos al salón. Estaban todos esperándonos, excepto el padre de Crescencio. Una multitud, todos de casa. El tío soltero, dos tías solteras viejas, dos hermanos de Crescencio, la tía viuda...
 
-      Hola
-      Hola
-      ¿Qué tal en San Sebastián? ¿Habeís visto el mar? ¿Os lo habeís pasado bien? Nos preguntó la madre de Crescencio toda nerviosa.
-      Si, ha sido muy agradable. Nos han tratado muy bien. El ambiente de la ciudad nos ha gustado mucho. El mar nos ha encantado.
-      ¡Ay San Sebastián, San Sebastián! ¡Qué tiempos aquellos!
-      Nosotros también hace 40 años estuvimos en San Sebastián de luna de miel. Todavía recuerdo Igueldo, La Concha, la iglesia de Santa María. Allí vi los hombres más modernos del mundo, ¡Qué sombreros!
-      Bueno siéntate. Me callaré. Seguro que estáis cansados. ¿Os apetece un café con leche?
 
Cansados del viaje tomaron un baso de leche, y enseguida se fueron a la cama, aunque estaban desechos Engracia no logró conciliar el sueño tan fácil.
-      ¿Qué te ha parecido la casa?
-      Está bien. Lo que más me ha llamado la atención ha sido la  puerta labrada del salón.
-      ¿Y la familia?
-      Bien.
 
Nos despertamos hacía las 8 de la mañana, ya estaban en la cocina el tío Tomás, las tías Felicitas y Cirila. No había luz eléctrica más que en el salón y en la cuadra. La vida se hacía en la cocina vieja al lado del fogón. Los demás estaban sentados en el banco corrido.La cocina era una habitación pequeña, sin ventanas, en medio de la casa, oscura, ennegrecida por el humo. La chimenea estaba en el centro de la habitación.
 
-      ¡Crescencio qué  horas  son éstas de levantarse! Dijo el padre sin decirle ni buenos días, ni saludar.
-      Nada más desayunar iré a casa de Primitivo, a ver donde me manda; pero siendo el primer día...
-      No tiene nada que ver, aquí no ha cambiado nada. ¿Entendido?
 
Crescencio se bebió de un trago el tazón de café con leche y sin decir ni palabra salió de la casa. Engracia estuvo todo el día esperando la llegada de su esposo. Barruntó la llegada de Crescencio y bajo las escaleras. Era de noche, no le preguntó nada. Cerró la puerta, la abrazó y le dio dos besos, estuvieron unos diez minutos contemplando los animales, ella subió a la cocina, mientras Crescencio se quedó media hora más.
 
Pasaron dos, tres semanas y no cambiaba nada. Los días eran uno la copia del anterior. La media hora que Crescencio se quedaba en la cuadra junto a los animales se convirtió en una hora.
 
Las miradas cariñosas de Crescencio seguían siendo como el primer día; pero pronto se dio cuenta que se había casado con un hombre de pocas palabras, que de nada serviría intentar explicarle sus preocupaciones.
 
Las discusiones entre Crescencio y su padre fueron en aumento. Cualquier contratiempo era causa de polémica.
Crescencio ¿No es tiempo de sembrar la avena?
¿A quién se le ocurre pasar la narria con este tiempo?
El colmo fue cuando al padre de Crescencio se le ocurrió echarle en cara el comportamiento de Engracia: “La mujer que has traido va a arruinar la hacienda”. ¿A quién se le puede ocurrir en un domingo cualquiera matar una gallina?
 
No estoy preparada para llevar esta vida de matrimonio, se repetía una y otra vez Engracia. Al principio ella misma se consolaba, tranquila, no tienes más que 20 años, con el tiempo todo cambiará. Pero pasaban los meses y la situación se iba convirtiendo poco a poco en un infierno.
 
Pasaron los meses y nada cambió.
La hermana solía venir de vez en cuando a pasar el día con ella. Por fin un día se decidió a comentarle sus preocupaciones.
Cuando llegó la hora de casarme me sentí la mujer más feliz del mundo. Logré lo que aspira toda mujer. Un hombre, una familia, una hacienda, una casa.
- No sé como explicarte, no es fácil. No vivo contenta, siento una tristeza que no puedo expulsar.  Creo que lo voy a dejar todo, no me queda ilusión.
No sabes cuantas noches cuando se duerme Crescencio echo a llorar como una niña.
No te preocupes, es pronto. Deja pasar unos meses. A todas nos ha pasado lo mismo.
La soledad se me hace insoportable. Engracia se sentía invadida por la soledad.
 
Gracias a las visitas de sus familiares y el cariño de su marido, los meses pasaban más mal que bien.
 
El padre acostumbraba a visitar a su hija una vez al mes por lo menos. El perro comenzó a ladrar, señal de que se acercaba su padre por el camino de Otiñano. Salió a su encuentro. Cinco minutos después apareció con la cesta de fruta en una mano y el bastón en la otra. Sin dejar el bastón se sacó el papel de fumar del chaleco y se puso a liar un cigarro, le dio unas cuantas veces a la rueda de la chispa, una vez encendido el cigarro rodeo el ahujero del mechero con la mecha y de nuevo se metió el mechero en el bolsillo pequeño del chaleco.
¿Qué tal hija?
Tirando.
Estuvo en un trance de decirle la verdad. ¿Pero como le podía preocupar con sus tonterías, si ni ella misma sabía  a qué se debía su preocupación? El padre se fue al otro día por la mañana para poder contar a su esposa e hijas las obras  hechas en la casa de su hija: se había construido una nueva cocina, con luz natural y eléctrica, con un armario blanco en medio de la habitación y una cocina económica que no la había visto ni en las mejores casas del pueblo.
 
 
Engracia intentó hablar con su marido. En vano. Era hombre y de pueblo, aunque  a veces, en los momento dulces y especialmente en la cama no lo parecía. Pronto se dio cuenta que el hablar sería en balde, pues aparte de no entenderlo no tenía muchas oportunidades de conversar con su esposo a solas.
Se trataba de un hombre especial, nunca tenía la menor duda, tomaba las decisiones en un abrir y cerrar de ojos. Me da la impresión que nunca  se enteró de mi soledad y melancolía. No tenía en la cabeza más que el trabajo, el ganado y el sexo, especialmente el sexo.
 
Un domingo después de misa decidí comentarle:
No puedo más, el ambiente de esta casa, de este pueblo se me hace insoportable.
Jode, jode... se quedó pensativo: Mirándome fijamente a los ojos me dijo:
Tranquila, ya verás como todo se pasa con el niño que está por llegar. Y se quedó tan tranquilo. No le dio ninguna importancia. Descolgó la escopeta, llamó a los perros y se fue a cazar como si nada hubiese ocurrido.
 
Una semana más tarde llegó mi hermana.
Hermana, no puedo más. Tengo que volver a casa, este modo de vivir no es vida.
¿Te arreglas mal con Crescencio o qué?
No. No es eso. Lo quiero y me corresponde como el primer día.
Todas las noches viene donde mí como si fuese el primer día. Por ese lado no me puedo quejar. Aunque han pasado algunos meses, no se ha apagado la ilusión sobre todo para eso. En el pajar, en la cuadra, en la cama, después de comer, de cenar, en la siesta, al amanecer.
Todo no se puede tener. Ya te lo advertí. Somos mujeres,  hemos nacido para sufrir. Sé fuerte. Sé inteligente. Hazlo por lo menos por el niño que llevas dentro. El padre de Crescencio es ya mayor, pronto todo será tuyo.
Piensa que no te ha tocado la peor casa, ni mucho menos, ni tampoco el peor pueblo. ¿Cuántas quisieran para sí tu situación?
Eso no me consuela.
Bueno. Prepararé el almuerzo. ¿Qué quieres? Te parece bien ¿Unas magras?
Es un poco tarde, pero tira.
 
La mesa estaba preparada. Todos esperando. Por fin llegó el padre de Crescencio. Apareció con un puño de espigas en la mano.
¡Mira Crescencio!
¡Me cagüen Dios!
¡Me cagüen la Virgen Santa!
Las espigan no han granado. ¡Están huecas!
Les ha entrado la niebla.
¡Qué simiente habeís usado!
Ya sabes que simiente hemos usado. La que nos algenció ese amigo tuyo, ese maldito explotador. La que te vendió Primitivo. A él es al que te tienes que enfrentar y no con los de casa.
 
La comida no fue  tranquila, se entabló una fuerte discusión entre los hombres. Crescencio una y otra vez mencionó las injusticias y abusos de Primitivo.
Padre esto es insoportable. Primitivo cada año nos roba un trozo de terreno, este año ha movido la muga por lo menos 20 centímetros. Y tú lo sabes.
Padre de seguir así, nos dejará sin hacienda. Este año nos quedaremos sin cosecha.
¿Qué nos pedirá este año, a cambio de nueva simiente?
Algo tenemo que hacer. ¿No están de acuerdo?
 
 
Todos de la casa nos quedamos preocupados, en el reloj de la torre de la iglesia daban las dos y media de la tarde, cuando vimos a Crescencio con la escopeta al hombro bajar las escaleras del granero. No reparó en nadie, ni en el vecino que estaba picando la guadaña debajo de un nogal. En un instante atravesó el pueblo. Aunque no era tiempo de caza nadie le dio importancia a los dos tiros que se oyeron. El cuerpo de Primitivo cayó junto a la mies recién segada.
 
La desgracia entró en la casa. La mujer amaba a Crescencio. Él la hacía feliz. De ese día en adelante la vida de la familia cambio por completo. ¿Cómo vivir sin sus caricias, sin su sudor, sin su fuerza? Lo llevaron preso a  la cárcel de Pamplona.
 

Pasado un mes, nació el niño. Le pusieron de nombre Jesús. Aunque parecía normal a medida que pasaron los años las taras quedaron a la vista. Aquel mismo invierno murieron el padre y la madre de Crescencio. Uno detrás del otro.  El pueblo fue cruel con la familia, hasta les prohibieron espigar las plantas  que se quedaban en los campos y en los caminos después de recogida la cosecha. Les robaron  las tierras. Quedaron en la pobreza total, hasta que tuvieron que ir de pueblo en pueblo, de casa en casa en busca de caridad. En toda la tierra de Estella se les conoció como el tonto de Nazar y su madre.

 
11. Emakumeen eguneroko bizimodua
 
 
            Gizonen bizimodua gogorra bazen, emakumeena askoz ere latzagoa zen.  Soroetan gizonen moduan ibili behar. Neguko egunetan idien aurreko zihoana emakumea zen. Eskukakada-eskukakada gari-hazia soroan sakabanatzen zuten. Ereingo garai guztia egun osoan lepoan, pausoak eman ahala eskuekin aleak sakabanatuz, pisu handia, arratsalderako erdi hila, indarrik gabe. Lepoko mina, egun batean bai eta hurrengoan ere bai,  egun osoa hogeitamar kilo  gainean, bete eta hustu, bete eta hustu. Hura zen kalbarioa.
 
Etxera ailegatu eta etxekoa egin behar. Gizasemeek patioko putzuan aurpegia busti, alkandora kenduta galtzarbea, lepoa, burua;  iturri azpian jarrita hamar minutuko atseden ezin hobea hartu zuten  bitartean andreek bazkaria prestatu, eta mahaia atondu behar zuten. Bazkaldu ondoren gizontxook ordubeteko premiazko loaditxoa egin bitartean emakumeek afaria edo askaria prestatu eta harrikoa egin.
 
-         Bazkaria oraindik ez dago prest?
 
 
            Idunari lotua zeukan musuzapia burugainean jarrita arta-jorrari gogor eta gogoz ekiten zion, ilaran atzean gelditu gabe. Gero etxean ailegatu eta sukaldari, zerbitzari egin behar zuen. Gizonen  kapritsoen esanetara. Lotsagarria. Ez zegoen eskubiderik.
 
            Lan eskerga ere izan arren,  ordurik alaienak putzuan emandakoak ziren. Etxean egindako jaboiaz arropa jo eta jo, igurtzi eta igurtzi aritzen ziren bitartean emakumeen kontuetan ibiltzeko aprobetxatzen zutelako; maindireak, praka zikinak,  galtzerdi garbiezinak, kaltzontzilo zulodunak bihurtzen zituzten bitartean solaserako aukera bakarra baitzuten.  Putzuetako ura zuri-zuri, bitsez gainezka, hainbeste ordu jaboiari ematearen poderioz herrian gertatukoak jorratzeko baliatzen ziren.
 
-         Gabinoren anaiari gertatutakoa jakitun zarete?
-         Zer gertatu zaio?
-         Emaztea etxetik ihes egin omen zaio.
-         Baina, bi aste baino gehiago ez daramate elkarrekin.
-         Joan zen astean Donostian ezkonberrien bidaian eman zuten. Ezta?
-         Gabinoren anaia zaharra, harro-harro,  pozaren pozez ibili den bitartean neskari, berriz,  etxea, herria, sendia ikustean tristura sartu omen zaio gorputzan. Beste batek gehitu du.
- Bai, bere herrira joan da berriro ez itzultzeko. Komentatu du Teofilak.
 
            Banastakada arropak garbitu behar bagenituen ere, gezurra iruditu arren unerik erosoenak ziren, arropa eskuetan hartu, uretan sartu, ondo busti orduko, harrian zabalduta jaboi zati eskuineko eskuz ondo igurtzi, berriro arropa hartu eta zatika-zatika  igurtzearen igurtzeaz uretan ondo bustita, bederatzi edo hamar sartu-atera azkarretan, gainbegirada bat eman orban garbiezin baten bila joan eta aurkitu ere egiten genuen; berriro jaboi eman ostera ere hasteko, bi eskuekin hartuta katuaren lepoa balitz bezala xukatzen genuen ur osoa ahalik eta azkarren lehor zedin, beste oihal bat hartzeko gobada osoa amaitu arte. Gezurra irudi arren, unerik aproposena zen gure gauzez, herriko kontuez hitz egiteko. Une atseginak ziren. Une hauei esker emakume batzuok egoera latz hura  jasatea lortu genuen.
           
            Sumisoak bezain alaiak. Hitz txar bat atera gabe. Aurpegia atsegina. Diruz eskas, beti janaria demasa, denontzat, beti edozein eskaera egiteko prest, beti aurpegi onarekin. Arropa denontzat, zapatak, zapatilak, gabonetako jostailuetarako aurreratutako dirua ostegun goiz batean Lizarrako dendetan gastatu; eta konturatu orduko berriro premia batzuk gainean, dirua atzera prestatu beharrean beste zeregin berri batzuetarako, ume pilaren ilusioak ez dezepzionatzeko.
 
           
 
           
 

12. Engratzia eta Krestentzio, Gabinoren ertaineko anaia.
 
 
            - Arratsaldeon neskak.
            - Arratsaldeon.
            - Dantzatu nahi?
- Beno. Bale.
- Nongoa zara?
- Kodesez bestaldekoa.
- Arabarra, beraz?
- Ez, ez. Naparra. Joar mendiaz bestaldekoa, baina alderdi honetakoa.
            - Jende asko etorri da. Eh?
            - Bai, bai. Betiko moduan. Hemengo jaiak oso onak dira eta.
            - Bai, bai. Ez dut  hori zalantzn jartzen.
            - Zein da zure izena?
            - Krestentzio
            - Eta zurea.?
            - Nirea, Engratzia.
            - Beno, Krestentzio. Dantza amaitu da.
            - Ederki, gero arte Engratzia.
 
            Giro aparta zegoen. Arratsalde osoa iji-aja, inguruetako mutilekin algaran, tabernan eta etxe partikularretan ardoa edaten, dantzaldian noizean behin agertu, dantzaren bat egin, eta konturatu gabe afaltzeko ordua iritsi zen. Ohiturari muzin ez egiteko betiko moduan ordu hori ailegatu arte taldean ibiltzen ginen mutilak eta afaltzeko binaka joaten ginen herriko etxeetara. Betiko moduan Benito eta biok parekatu ginen elkarrekin. Benitok Engratziaren etxera eraman ez ninduenean!            
 
            Dantzaldia bukatu orduko, herriko mutil batek agurtu gintuen. Eskua Benitoren bizkar gainean jarriz etxera eraman gintuen.
            Kontxo, Benito, orain arte ez zaitut ikusi. Zer moduz herrian? Familia? Gurasoak?
            Ondo, oso ondo denak
            Aurtengo uzta nolakoa?
            Ondo datorrela dirudi.
 
            Heldu ginenerako, gehienak mahaian zeuden. Hogei eta hamar pertsona geunden eserita mahai inguruan, bost plater gehiago paratuta bazeuden ere. Denak gizasemeak, Engratzia barne, etxean bost emakume izan arren.
            Lau kanpotar geunden, ohiko galderak egin ostean, bost minutu itxoin eta han agertu zen etxeko nagusia bere adineko beste hiru kanpotarrekin.
            Engratziak begirada adeitsua luzatu zidan,  soberan zeuden bi plater kendu zuen bitartean.
 
            Nagusiak ohiko agurren ondoren, eskuineko eskuarekin txapela kentzearekin batera bazkarietako aintzineko otoitza errezatu zuen: benedikatua, zu Jauna: bizidun guztiei jatekoa ematen diozuna; zabal ezazu gure bihotza zu goresteko, zabal gure eskua zuk emanetik behardunari emateko. Amen.
 
            Aparteko afaria. denetik, untxia, bildotsa, antxumea. Dena ondo, presarik gabe afaldu genuen, bi ordu eta erdi eserita eman genuen jan eta jan. Zerbitzari eta sukaldari xalo, bost emakume, behin eta berriro azaldu eta desagertu, instante batean eseri gabe.  Gainontzekoak bapo gelditu ginen. Kafea, bina kopa anis gaina egiteko eta purua ahoan etxeko mutilarekin aldameneko etxera joan ginen beste kopatxo bat hartzera.
 
            Dantzaldia bukatzear zegoenean azaldu ginen hogei mutileko taldea, zuzenean Engratziari eskatu nion dantza. Bi dantza lotu egin genuen bitartean txutxumutxuan ibili ginen afarian gaineko kontuekin.
            - Hiru aste barru Kabredoko jaiak dira. Joaterik bai?
            - Bai. Urtero joaten gara.
            - Ederki, bada. Han ikusiko dugu elkar.
                       
            Abuztuaren bukaeran Murietako jaietan, gutxien espero nuenean Engratziaren  lagunak ikusi nituen. Haien atzetik Engratzia beste neska batekin zetozen.
            - Arratsaldeon, Engratzia.
            - Halan ekarri,  Krestentzio.
            - Non ibili zara uda osoan?
            - Herrian, ezer berizirik egin gabe.
            - Zergatik ez zinen azaldu Kabredon?
            - Ah, Ah! Ezin izan nuen. Uzta atzeratua generaman eta, igande arratsalde horretan ere ezin izan genuen jai hartu.
 
***
 
            Bi ordu elkarren ondoan eman eta gero, dantza gozo batzuk egin ondoren Krestentziok ezkontzea eskatu zidan.  Urriaren hamabian Krestentzioren gurasoak eta baita Krestentzio bera ere traje ilunez eta halamoduzko gorbataz etxera etorri ziren ezkontzeko mandatu egitera.
 
                        Betiko bihurrikeriak egin ondoren maiatzaren lehenengo astean ezkontza egin zen.  Atezuan esan zizkidan ahizpa zaharrak ezkontza aurreko egunean behin eta berriro esandakoak: ezteia ez da txantxetako gauza. Ordubetean egiten den gauza da, baina bizitza osorako dirauena. Eztei-bidaia Donostiara egin genuen. Edo hobeto esanda Lasarte eta Hernanira, Krestentziok ezkonduta zeukan bi arreben etxeetara. Bost egun egin ondoren etxera bueltatu ginen.
 
                        - Krestentzio, urduri nago.
                        - Lasai emakumea, normala da. Bizitza berria da. Ohitutakoan etxean moduan ibiliko zara.
 
                        Krestentziori segika egin nion aldapan gora, ttipi-ttapa, ttipi-ttapa. Baita etxeko atea zeharkatzean ere. Sarrerako atetzarra bultzatu eta gero, iIluntasun eta freskurarekin batera euli multzo handi batekin topo egin genuen. Gure inguruan bueltaka geratu ziren eta ezin izan genituen uxatu. Usain gogor eta sakona barruraino sartu zitzaidan. Argia piztean aldamenean bi behi gorri, astoa eta txerrikorta ikusi nituen.
 
 
            Eskaileretan goruntz, ilun-iluna zegoen, lehenengo eskailerak eta lagunea pasatu eta gero beste hamabi eskailera igo genituen pasilo ilun batera heltzeko. Horma beltzetan, pasiloaren  muturrean arasa luze eta txiki bat berdez margotutako koloreagatik nabarmentzen zen. Goiko apaletan gordetzen zituzten etxekoek lanabes txiki gehienak, izan ere, denetik zegoen, eskua sartu eta aizkora zahar baten kirtena, mailuren bat, ingude zaharra, zer ez ote zen  zulo luze horretan egongo.
           
            Egongelan  zegoen familia osoa gure zain, Krestentzioren aita izan ezik. Tropel bat. Osaba mutilzarra, bi izeba neskazahar, bi anaiarreba ezkondugabeak, izeba alarguna...
 
            - Arratsaldeon.
            - Baita zuei ere.  Bi musu.
-  Zer moduz Donostia aldean? Itsasoa ikusi duzue? Ondo aprobetxatu duzue? Galdetu zigun Krestentzioren amak urduri.
            - Bai, primeran ibili gara. Hiriko giroa atsegina egin zaigu. Itsasoak txundituta utzi gaitu.
            - Ai, Donostia, Donostia.
            - Horik denbora horiek!
            - Gu ere, Donostian ibili ginen duela berrogei urte edo Igeldon, La Conchan, Alde Zaharreko Santa Maria elizan, Konstituzio enparantzan, La Bretxa merkatuan, Kaian, Alamedako ibiltokian, munduko lekurik ederrenean, han ikusi nituen gizonik modernoenak, ederrenak, horiek kapelak horiek! Gizonenak nahiz emakumeenak! Horiek janzkerak horiek! Zuhaitzak, saltegiak, argindarra, errotuluak, urte dexente iragan arren gaur izango balitz bezala gogoan ditut. Ibiltoki zabala, ederra, bikain argiztatua, udal banda jotzen. Aste bukaezina, dena ordainduta,  nire ahizpa zaharra Donostian bizi baitzen umezain.
            Beno, isildu egingo naiz. Ziuraski zisko egina zaudete. Atsedena beharko duzue.
 
Etxe osoan deigarri gertatu zitzaizkidan bakarra egongelako haritzezko habe sendoa eta irudi geometrikozko haritzezko atea izan ziren. Benetan dotore bai habea  eta bai atea. Habe nagusia etxe dotoreetan zeuden parekoa baitzen. Garai batean etxe nagusi batetik ekarritako mahai errektangularrak ere,  orain sitsak janda zegoenak atentzioa eman zidan.
 
            Nekatua nintzenez, baso bat esne edan ondoren, segituan oheratu ginen. Neka-neka eginda oheratu arren, loak ez ninduen gau hartan luze hartu.
 
            Esnatu nintzenerako Osaba Tomas, izeba Felizitas eta Zirila  sukaldean ziren. Argindarra sartu berria izan bazen  ere, sukaldea eta ikuiluan baizik ez zuten paratu, bonbila  bana. Sukaldean subajua egun osoan piztuta zegoenez argi honetaz baliatu ziren.
 
            Gaiontzeko gizonak sisiluan zeuden, aitona txapela eskuan noizean behin euliren bat akabatzen saiatuz. Izan ere, sukaldea euliz gainezka baitzegoen. Leihorik gabeko gela zen, etxeko erdi erdian kokatuta, txikia, iluna, beltz-beltza kearen ondorioz, lekurik sakratuena zen, eguzkiaren izpitietatik at. Sukalde erdian burdinazko plaka gaiean su bajua zegoen bi lonazko oihal gogor oliotsuk babesturik. Sutondoa goizez lapikoz gainezka zegoen,  txikiak, ertainak, eta handiak; arratsaldez patatak, azak eta gainontzeko hondakinekin egosten zen txerrijana lapiko itzel batean.  Bizitza su-baju ondoan egiten genuen, denak eserita, makurtuak, batzuk aulkitxoetan eta beste batzuk lurrean, denok ke eta usainez inguraturik.
            Armairu zuri erosi berriari eta sisiluari esker ematen zuen herriko familia arrunt baten sukaldea eta ez ijitoek udan erabiltzen zituzten lastotegia.        
 
            - Krestentzio, zer ordu dira hauek esnatzeko?
            - Aitak egunonik eman gabe luzatu zion.
            - Lasai aita, Primitiboren etxetik gozaldu bezain laster pasatuko naiz, ea non bidaltzen nauen. Baina lehenengo eguna izanda...
- Zer lehenengo eguna edo bigarrena, hemengo gauzak ez dira aldatu, lehengo moduan jarraituko dute zuzenean begira zidan bitartean.
 
 
            Krestentziok zurrutada batez amaitu zuen antosina eta fitsik esan gabe eskaileretan behera jo zuen, Primitiboren etxerako bidea hartuz.
            Giroa tentsioz gainezka zegoen. 
 
            Gaua noiz iritsiko irrikitzen nengoen. Atarramendurik gabeko solasaldiak bizilagunekin trukatzea jasanezina egiten zitzaidan,  ea zer moduz zeuden  nire senidak, eta antzerako ganorabako galderaz gogaituta nengoen.
            Krestentzioren presentzia igarri nuen, kaleko atearen tranka entzun bezain laster berarengana jaitsi nintzen, gau ilun-iluna zen, ez nion ezer galdetu, ezta berak ere. Atea itxi, bi musu eta besarkada bat emanez gora bidali ninduen, ikuiluan hamar minutu ganaduei begira iraun ondoren igo zen,  ordu erdi bat  sukaldean suari so elkarrizketan eta ohera joan ginen.
 
            Bi aste, hiru aste iragan eta dena berdin jarraitzen zuen, egunero lehendabiziko egunearen kopiaren kopia izan baitzen. Krestentzio hasieran ikuiluan behien artean hamar minutu ematen zuen, hilabeteak pasatu ahala ordubete bihurtzeko. Nahiz eta maitasuna, maitasun-begiradak, laztanak, ferekak eta gaiontzeko kontuetan lehendabiziko egunean bezala iraun, hitz gutxiko gizona zela agerian utzi zidan, hasieratik ezinezkoa egin zitzaidalako edozein solasaldiari ekitea, baita egunerokoari ere, izan ere, egunerakoa komentatzeko irrikitzen banintzen ere berak ez zidan jaramonik egiten. 
 
            Aitaren eta Krestentzioren arteko eztabaidak piztu ziren berriro. Lehendik bazetorren, ni etxera ailegatu nintzenetik kalapita gero eta latzagoak ziren. Gero eta ugariagoak gainera. Hala ere, gertatutzearen gertatzeaz batzuk salbu indargabe geratu ziren. Hau kasu:
            - Krestentzio! Garaia da halako eta halako soroetan oloa ereitzeko.
            - Krestentzio! Ez dago girorik goldea halako soroetan ibiltzeko.
            - Krestentzio! Ekarri duzun emakumeak haziendarekin bukatuko du. Nori otutzen zaio oilaskoa igande arrunt batean jartzea. Zer prestatuko digu jaietarako?, bide honetatik txahal eta guzti akabatu beharko dugu! Ohiko ika-mika bero hauek ateratzen zuten agurea bere onetik. Izan ere, bizitza osoan zehar, batik bat ezkondu zenetik  bera izan zen etxe honetan agindu duen bakarra, inor ez baitzen ausartzen hitz batere bere kontra esaten.
 
           
            Lehen-lehenik, ez nengoen prestatuta ezkon-bizitzarako, hogeita bat urtek agerian utzi zuten  gauza asko, haien artean  nire inseguritatea eta ezjakintasuna  bizitzaren aurrean.
 
            Herrian utzi nuen gure ama, baina, zorionez, etxe honetan ama ordea aurkitu nuen. Izan ere, etxea handia ez zenez, egun osoan elkarren ondoan derrigorrean ibili behar genuen. Horrela, Krestentzioren amak nire amaren hutsunea bete zuen, herrian utzi nuen ama bat, beste bat aurkitzeko etxe honetan. 
            Ezkondu nintzenean Nafarroako neskarik zoriontsuena sentitu nintzen. Nesken artean bizitzaren helburu bakarra gizona aurkitzea baitzen. Ezkontzea, azken finean.  Baita nirea ere, baina nire poza bi aste baino ez zuen iraun.
            Ez dakit nola azaldu, izan ere, ez da erraza. Alde batetik,  edozein emakumek eska dezakeena lortu dut: zoriontasuna, osasuna, lana, gizona... Beraz, zergatik nabil kexaka bizitzaren helburutzat neukana lortu dudanean? nola egon naiteke ernegatuta bisitzaren xedea lortu dudanean?
            - Engratzia, oso ondo ulertzen dizut kontatzen ari zarena niri ere gertatu zitzaidalako. Dena den, ez espero niregandik aholku handirik, ondo ezagutzen nauzu eta. Ez dakit asmatu dudan edo ez, baina ezkondu nintzenetik besteen kapritxoak jasaten baino ez dut egin. Ez banaiz damutzen ere, ez dakit hartu behar nuen bidea hartu dudanetz. Dena den, ulertzen dut zein zaila izan behar den zure barneko korapilo hori askatzea. Neu ere ari bainaiz ezetz esatearen faktura ordaintzen.
            - Ama, hau gogorra da, adiskiderik ez edukitzea, egun osoa planta egitea, kalera atera naizen bakoitzean sufrimentua jasatea. begitarte alaia, atsegina jartzea ez da nire gustukoa, planta egitea ez da nire estiloa. Bost axola niri, herri honetako jendearen esamesak.
            - Bai, neska, bai, ulertzen dizut, baina, herri honetan jendearen iritzia arau sakratua da. Krestzentzio maite baduzu, zure alde nahi baduzu eduki, ez egin arau honi muzin. Alaba maitia herri honetan jendeak dioenari begira egon behar dugu, bai nik, bai zuk, baita Krestentzioren aitak ere.
            - Ama ezin dut gehiago, ate batetik sartutako ilusioak atzeko leihotik ihes egiten zaizkit. Negar-zotinka hasiz gero, bukaezina izango da.

En el tajo / Errealitatean

 
En la entrada de la casa de Primitivo encima de la puerta destacaba una copia barata de las espigadoreas de Millet, con un marco de época de gran valor. Cada vez que cruzaba el umbral no podía menos que apartar la mirada. Imagen bucólica, que para nada tenía que ver con la realidad. La tranquilidad, el sosiego, la paz y las ropas recién planchadas en nada se correspondían con las horas de trabajo que nos esperaban.
 

Contrato por un día

 
Viernes, cinco y media de la mañana, allí estábamos todos en fila, delante de la fuente, esperando la llegada del amp. Aquel día también se quedaron sin trabajo los mismos, los de siempre. Los más necesitados. Me vinieron a la memoria las palabras del abuelo: algún día tendríamos que acabar con este atropello.
-                Tú, tú... y tú.
-                Igual que todos los días, los más viejos, débiles y necesitados descartados.
 
 
La siega.
 
-No te pares. Sigue la renque.
- Le reprendió agriamente Benito al más joven del grupo.
Todavía no habían dado ni las  10 de la mañana, el día no había hecho más que comenzar, aunque ya  llevábamos 4 horas y media sin descanso.
- No puedo más, tengo todas las articulaciones doloridas, me comentó el joven que iba delante de mí, aprovechando que el amo había llegado ya al final de la hilera.
- Este ritmo es insoportable, comentó un tercero mientras agarraba con la mano izquierda, resguardada con la zoqueta, un manojo de trigo y con la hoz en la otra mano de un golpe cortaba la mies a ras de suelo. Todo ello a la máxima velocidad posible, una y otra vez, durante todo el día, y durante toda la temporada.
- No dejes tanto espacio, y date más prisa, le reprendió de nuevo Benito.
- ¿No te das cuenta que hace aire y es necesario dejar bien apelmazadas las manadas?, le respondió sin mirarle a la cara.
-                Sin hacerle caso siguió rodeando cada puñado de trigo con cuatro espigas para que el viento no esparciese la mies. Tal como lo había hecho hasta ahora en todos los lugares en que había estado contratado.
-                No cojas tanta anchura, sé un poco espabilado. Mira la renque que lleva el nuevo de Los Arcos, le comenté por lo bajo.
De esta año no pasa, me voy para la ciudad. No aguanto más.
 
El  único momento de descanso eran los escasos segundo que teníamos para tomar un trago de agua, y de vez en cuando de vino, las menos.
Todos los días es igual, me comentó aprovechando otra ausencia del amo. No sé que es peor si cuando va tirando del grupo Benito, o cuando van a la cabeza esos dos esbirros: Cirilo y Antonio. Dos gallegos que venían todos los años para la siega a casa de Primitivo. No te fies de ninguno de los dos, le comenté. Es difícil saber quiés es más zalamero y traicionero de los dos.
 
 

Un día normal

 
Ya estábamos todos en la plaza esperando a Primitivo, llegó primero Benito y comenzó a señalar con el dedo uno a uno  los elegidos para el día. Fue de uno en uno señalando con el dedo. Este día contrató a todos los reunidos menos a uno.
-                ¿No me digas que no puedes contratar a uno más?.
-                Gabino, métete en tus asuntos, y sigue a los demás.
-                ¡Te arruinarás por pagar un jornal más!
-                Pero si hay trabajo para diez personas más.
-                Se oyó un murmullo. Pero si es el amo de medio Navarra. Será cabrón.
               ¿Para quién querrán el dinero que les sobra? Se oyó de nuevo.
-                Solo con la hacienda que ha aportado su mujer tienen para contratar a media Berrueza. Solo con las tierras que tienen en Andosilla a la orilla del Ebro tienen para dar de comer todo el año a toda la Merindad de Estella. 
-                ¡Cuánto más tienen más quieren!
-                ¿Qué pasa aquí? Gritó Primitivo que llegaba al galope.
-                Nada, nada comentó Benito. Sin decir ni palabra nos dirigimos al tajo, mientras el padre de Félix tomó el camino de casa.
No se sabe si la avaricia y la racanería surgió a raíz de la compra del primer tractor que se conoció en el valle, o como se decía en el pueblo, le venía de familia. Primitivo no tuvo suerte con la compra del tractor. Con lo que se gastó en este tractor podía haber comprado la otra mitad de Navarra. El primer día que lo usaron se dieron cuenta del fracaso. Nada más entrar en la finca las ruedas se metieron en la tierra y no había manera de andar. Tuvieron que sacarlo con la ayuda de dos parejas de bueyes, para dejarlo aparcado para siempre en el cobertizo de la era.
 
 

La trilla

 
Hacía un día caluroso el bochorno es de los que hace historia, el calor pegajoso se mezclaba con el abundante sudor. El  polvo de la mies recien triturada invadía todos los rincones del pueblo, especialmente la era y los alrededores estaba cubierta de una canícula asfixiante.
Los caballos habían acabado de dar las primeras vueltas sobre la parva. Era el momento de poner manos a la obra. Todos los presentes tomábamos parte para  dar vuelta a la parva lo más rápido posible. Entonces comenzaba el ajetreo. La era se convertía en un hormiguero en que todas las manos eran pocas:  el movimiento, la  prisa, el correr, el ruido, el polvo, el calor, el sudor y en cierto modo también el nerviosismo se apoderaba del ambiente.
Dada la vuelta a la mies, los caballos hasta este momento atados algún árbol a la sombra comenzaban de nuevo a dar vueltas y más vueltas sobre la mies esparcida por la era. Hacía la una y media llegaba el momento de dar la última vuelta a la mies. Mientras los demás comíamos, padre se quedaba dando las últimas vueltas con la caballería, hasta convertir la paja fuerte y rígida de las habas casi en polvo.
Con la comida en la boca, bajo un sol sofocante recogíamos la parva en un extremo de la era. Los hombres con las horcas iban recogiendo la parte principal, detrás los niños con los rastros, detrás las mujeres con las escobas, hasta por fin recoger lo que quedaba con la plegadera. Llegaba el momento crucial, la espera del aire. No siempre movía el aire, y cuando andaba no siempre era el apropiado.
Todavía recuerdo el día que entré a formar parte de los aventadores. No tendría más de 15 años. 6 hombres en hilera, encima de la parva, tirando las paladas de mies al aire con la altura y dirección apropiada. Zas, zas, zas, seguían las paladas sin interrupción. Pasada tras pasada, comenzaban a diferenciarse los dos montones el de la paja y el del grano. Una vez que se había formado el montón de grano las mujeres ibán detrás de nosotros escobeando por  encima separando las gardajas, piedras, trozos de tierra, trozos de palos.
Por último los niños cribaban las gardajas, hasta dejar el montón reluciente como el oro. 
 
 

Otro día de siega

 
Sábado, las 6 de la mañana, ya estamos preparados con las hoces en el tajo. Nos encontramos ante otro día de bochorno infernal. Hoy hemos venido sin los amos, ni Primitivo, ni Benito han aparecido. Los gallegos marcan el ritmo, un  ritmo irresistible. Para las 7:30 el muchacho que el día anterior resistió más mal que bien la jornada, está ya rendido.
- Cuando traen el almuerzo, nos preguntaba una y otra vez.
Hacía las 11 comenzaron a quedarse rezagados dos peones que rondaban los 50 años.
-    Por fin aparecieron dos niños con sendas cestas con el almuerzo. Lo tomamos en un santiamén y de nuevo a la faena. Dale que te pego. La cintura para arriba y para abajo.
-    A las 12, el Angelus. Un poco después llegó Benito montado a caballo. Ya casi nadie les podía seguir. Pero nadie se quedaba  atrás.
-    Cuarenta grados, toda la mañana bajo el sol, doblando una y otra vez  la cintura.
-    Dos horas para comer y echar la siesta.
-    A las 3 en punto arriba de nuevo. El calor después de la siesta se hacía inaguantable, cuando más calentaba de nuevo a la faena y toda la tarde sin descanso. Las horas no avanzaban, por más que mirábamos al sol siempre parecía estar en el mismo lugar.
-    ¿Ya es hora de que traigan la merienda no?  Preguntaba insistentemente el joven, que no tenía mucha experiencia en la siega.
-    No te fíes hay días en que no se merienda.
-    Este día tenía pinta de ser uno de esos. Pasaban las horas y por mucho que mirábamos a la senda, no se acercaba nadie.
-    A las 7:30, Benito dio permiso para echar un trago de vino, y sentarnos un rato. La tarde iba hacia delante pero el calor no aflojaba.
-    ¿Hoy también seremos los últimos en marchar para casa?
No lo pongas en duda.
- Por fin se escondió el sol entre los montes, pero alli seguimos segando y segando.
-    ¿Es que no es hora de marchar para casa? Dijo completamente enfadado Marcelino.
-    Todavía se ve, le respondió Cirilo el gallego.
Para Benito, y mucho menos todavía para Primitivo nunca era hora de dejar la tarea. Hoy también llegaremos a casa de noche ciega.
No te quepa la menor duda, le contesté.
 
 
La trilladora
 
Domingo, las 5 de la mañana, en casa ya estábamos todos levantados. Los hombres nos dirigimos al campo con los bueyes para acarrear la mies.  Para la hora de misa se trilló un carro de mies del Ceferino que había quedado del día anterior, se barrió hasta el último grano de la era, dejamos ya todo preparado para trillar lo que le correspondía al carbonero y acudimos todos a misa, bien nos vino el  descanso de media hora .
 
El ruido era insoportable. Se hacía imposible comunicarse hasta con el de alado. Todo era ruido. Una vez puesto en marcha el motor, el ruido era inaguantable. Pun, pun, pun, pun…
 
El sonido que sacaba la trilladora también era ensordecedor. No había una sola pieza que no estuviese en movimiento. Aunque parecía que de un momento a otro iban a saltar por los aires todos los tornillos, las ruedas, las poleas… nunca ocurrió ninguna desgracia, todo estaba bajo control.
 
A media mañana el estruendo, el calor, el sudor, el polvo, el picor comenzaba a hacer mella, más vale que de vez en cuando tenía la oportunidad de cruzar alguna mirada, y alguna palabra suelta con Francisca.
 
El motor, para nosotros conocido como el  “matakas” era el corazón. Las poleas eran las venas,  la polea mayor era la aorta, de 12 metros de largo. La trilladora tenía unas 20 poleas más de distintos tamaños, como si fuesen las diferentes venas del cuerpo. De todos los tamaños, algunas pequeñas, de medio metro o menos, otras de 2, 3 ó 4 metros.
Ruedas de metal que estaban unidas por maderas, que hacían funcionar a un gran número de piezas, algunas de suaves desplazamientos y otras de bruscas vibraciones. Dientes de hierro que trituraban las espigas, las cribas de ritmos suaves y horizontales.
 
Se trataba de un maremágnum en movimiento anárquico. Hasta la tierra misma parecía moverse, como si estuviésemos encima de una masa flotante. Todo estaba en movimiento.
 
En este hormiguero todos teníamos nuestro cometido. Los acarreadores, los alimentadores, los que recogían los sacos del grano, los niños que reunían  los líos, los que amontonaban la paja, los que barrían la era…
Bastante entrada la noche, llegaba la paz. Parado el motor de gasoil, poco a poco todos los demás aparatos se iban apagando tenuamente, con lo que la calma se adueñaba de nuevo del pueblo. 
9. Errealitatea
 
 
 
 
           
            Primitiboren etxeko sarreran   Millet margolariaren “las espigadoras” izeneko kuadroaren kopia handi bat zegoen eskegita, ondotik pasatzen nintzen bakoitzean zeharka begiratuz esaten nuen: zer demontre jakingo duzue zuek!
                       
            Zelako irudi bukolikoa!
Lasaia bezain gezurrezkoa. Langileen eta emakumeen arropa ondo zaindua, izerdiaren aztarnarik ez, aurpegietan ez zaie ikusten tentsiorik, ezta nekerik ere; poza eta osasuna baizik ez zaie igartzen. Hiritarrentzat, sasijauntxo hauentzat soroetan langile talde bat ikustea une bateko irudia da eta ez egun osoan eguzkipean aritzea. 
            Morroi hauen aurpegiak hezurtsu, zahar, zaildu, beltzaran izan beharrean oso gazte, zurizka, zainduak agertzen dira. Iruzurra, gezurra. Aitoren seme-alabak edo hobeto esanda hirritarren seme-alabak ziren, masailak borobil eta gorriak zeuzkatelako.  Nabarmentzen dena zelaia da, gari soroa mitxoletaz jantzita, errealitatetik at, zinez.
            Paisaje bukolikoa. Jauntxo baten etxean esekita egoteko modukoa. Herriko pasabide baten istorioa baina bidetik soilik ikusitakoa. Lana, izerdia, miseria egongo ez balitz bezala.            
 

10. Atazan
 
 
 
           
            Udan lan nekosoa  zetorren.
 
            Segan (I)
Ilaran bederatzi gizonak bata bestearen atzetik, egun osoa gerria dantzan, gora eta behera, zutik eta makurturik ibili behar. Egunsentitik ilundu arte, siesta txiki bat egiteko denbora izan ezik egun osoan  jarrera beran. Gorputza jarrera txarrean, zinez.
- Ez gelditu, jarraitu, esan zion mespresuz Benitok gazteari.
            Gerria bihurtuta, belaunak etengabe lanean, giltzadura guztiak minduak. Kaiku batez babestu ezkerreko eskua gari sorta bati heldu eta eskuineko eskuko igitaiarekin, ipurdi-ipurditik, kolpe jarrai eta gogor batez gari guztia ebaki. Ebakitako garia sorta lau gariekin inguratuz haizeak soroan zehar sakabana ez dezan. Ahalik eta azkarren. Eta horrela behin eta berriz. Hau den-dena, idazten baino askoz denbora gutxiagoan;  -hurrengo astean, hainbat sortarekin besartekada egin eta lau zekale landarekin ondo lotu, haizeak garia soroan zehar sakabana ez dezan; asaoak pilatan utzi batean bestean-. horrelaxe behin eta berriz.
            - Ezin dut gehiago. Hau jasanezina da komentatu zidan anaia zaharrenak.
            Geure artean tarte handia ez sortzeko aurrekoari erne eta arretaz begiratu behar genion, nahiz eta izerditan patsetan izan, udako eguzki gorripean. Hamar minutuetatik  behin, gari lerroa bukatzean,  ur-tragoa egin, eta noizean behin ardo-zurrutada bata dastatu, ugazaben arabera, baina normalena zen hiru tragotxo egun osoan hartzea.  Giltzurrunei atseden eman eta zutik egoteko aukera bakarra beste lerro bati ekin baino lehen. Hamar minutuero, hamabost segundo beste ilara bat hartzeko unea, alegia.
            - Etxera noa, esan zidan gazteak. Oraindik hamaikak ez dira, bost ordu jarraian atsedenik gabe. Ezin dut gehiago.
            Lerroan lehena zebilena jauntxoaren seme indartsua, Benito. Jakina, lanean ari zenean, bada, edozein aitzakia zen ona, ilaratik irten eta potrojorrean ibiltzeko, baina gure artean ibilita tropela arnasarik gabe utzi arte ez zen konformatzen; denok ito beharrean; bigarren eta hirugarren ugazabarik ezean bere esklaboak:  Antonio eta Cirilo, Galiziatik urtero etortzen zirenak. Zein baino zein sendoagoak, zein baino zein harroputzagoak. Egun osoan abiadura handiz ahalik eta azkarren. Ea jabeari zuria nork egiten zion hobeto, ea jabeari berea nok erakusten zion hobeto.

           

 
            Egun baterako kontratua.
            Egun hartan ere betikoak gelditu ziren lanik gabe, behartsuenak hain zuzen ere. Lanik denontzat ez zegoenez  morroien arteko borrokak belaunaldiz belaunaldi irauten zuen, errepikatzen zuen behin eta berriro aitonak.  Konpetentzia latz, gogor, anker honekin bukatu beharko dugu, errepikatzen zuen.
 
            Ez zen erraza onartzea  herriko plazan hogeitamar gizon-mutil elkartu, ugazaba etorri eta betiko morroskoak kontratatu, zaharrak eta  behartsuenak lanik gabe uztea. Egun horretan ere, ahulenak, behartsuenak jornalik gabe konformatu behar.
 
            Asteazken horretan gertatutakoa larrutik ordaindu behar izan nuen.
            Haraneko aberatsena hamar morroiren bila abiatu zen. Benitok, bere ilobak,  hatz erakuslez seinalatuz,  banan-banan ilaratik atera gintuen. Ez zuen bakarrik ere gehiago seinalatu.
            Pausoa aurrera emanez oihakatu nion:
            - Herri erdia daukanak ezin du kontratatu egun baterako behintzat behartuena. Primitiboren anaiak ez baitzekien non sartu zeukan diru guztia.
            - Sartu zure aferetan, hartu zure igitaia eta segi besteek hartu duten bidea, erantzun zidan zakar.
            Temati ekin nion, lurrik ederrenak, hurbilenak, emankorrenak dauzkan horrek ezin du ordaindu jornala ala?  Herrian izateaz gain, Kabredon, Meanon, Agilarren eta beste leku batzuetako lurren jabea da. Emazteak ere Andosillan labore-lur ugari dauzka, Ebroko ondoko lur zati onenen jabea da. Zer axola zaizue soldata bat gehiago ordaintzea? Agian ez dago lanik? Baita halako hamar gehiagorentzako ere!
            Atzean marmara entzun zen, baina Nafarroa erdia berea da! Norendako nahi du poltsikoan daukan dirua!
            Izan ere, senar-emaztea bakar-bakarrik bizi ziren ondoko jauregi itzelean, haraneko jauregirik hoberenean,  mutilzahar eta neskazahar izanik ezkondu zirelako. Bizitza tristea bezain laburra eduki zuten, urte gutxira  bizi ziren moduan Heriok eraman zituen, gizona, hirurogei urte betetzear zegoenean, Iruñeko ospitalean gripeak jota hil zen, gorpua hilerrian lurperatzera ekarri zuten. Emazteak sei urte goibel iragan eta gero bide berbera eraman zuen. 
            Gezurra irudi arren, pasadizo batzuengatik izango ez balitz, zaila izango litzateke familia horren aztarnak aurkitzea, bere izena, baita etxea eta azienda ere aspalditik ilobarentzat, Benitorentzat izan denez, egun ez dago arrastorik. Umore gabeko eta zuhurra zen. Zinez, zekena zen. Umeek, aldiz, ez zeukaten entretenimendu hoberik,   ortuetako sagarrak eta madariak lapurtzea baino. Egun batean bai, eta hurrengoan ere bai,  ehun kiloko kankarroa, kupel itxurakoa, buru handia, ipurdi itzela, tripaduna umeen atzetik zebilen bi sagar ez ziezaizkioten lapurtu.
            Behin entzun nion fidegarria ez zen herritar bati, hain zekena izatearen zergatia traktore bat erostetik zetorkiola, erosketa eskasa bezain garestia izan baitzen; porrot harengatik ote zuen bizitzaren aurrean zeukan jarrera piper hori eramatea.  Gehienek, aitzitik,  bestelako iritzia zeukaten. Baita nik ere, jarrera trakets hura berezkoa zen, familiatik zetorrena.
            Traktore harekin xahutu zuen diruarekin Nafarroa herena eros baitzitekeen, Nafarroa erdia berea zenez, ez dut uste zakarkeriaren zergatia traktorea erostean zetzanik. Gauza da, soroetara eraman orduko gurpilak lurrean sartu eta astoa balaztan bezala gelditu zela, ez aurrera, ez atzera, gurpilak lokatzetan trabaturik barru-barruraino sartuta. Behien laguntzaz lortu zuten ateratzea, betiko larrainekoko bazter batean uzteko. Eta horrela ezagutu dugu belaunaldiz belaunaldi, larrainean aparkatuta, hautsez gainezka. Ederra. Gurpilak handiak. Den-dena burdinazkoa, bolantea, argiak, kanbioen palanka, galgak, baita gurpilak ere. Urteak eta urteak pasatu arren, han zegoen oso-osorik, bazter batean, amaraunez eta lasto artean ia ezkutatuta. Denboraren joanaren lekuko.
           
            Animaliako gizona agertzearekin bat erabateko isiltasuna egin zen, zurrumurruak bukatu ziren, nik neuk alorrerako bidea hartu nuen, Felixen aita, burua makurturik, etxeko bidea hartu zuen bezala.
 
 
            Segan (II)
Ohiko moduan, seietarako soroan ginen. Ezbairik gabe, egun sargoria zetorren, dagoeneko bero sapa baitzegoen. Hego-haize egun horietako bat baitzen.
            Erritmo ikaragarria jarri zuten galiziarrek. Goizeko sei eta erdietarako, hamabost urte bete berriak  mutikoak,  eginahalak eginda ere,  ezin zion jarritako erritmoari jarraitzea.  Hamarretako doi-doi ziren jarraitzeko berrogeitaka zeukaten beste biak. Hortik aurrera gehienentzat kalbario zetorren, batez ere Benito aurrean zegoenean. Ezinezkoa zen erritmoa eramatea, hura beroa.
 
            - Datorren irailean hirira joango naiz lan bila. Komentatu zidan gazteak serio-serio.
           
            Saskia ekartzen zuen umea ikustearekin batera poza igartzen zitzaigun, batez ere zaharrenei eta gazteenei, hauek batik bat zeramatelako batik bat ordubete bidera begira saskia eskuan umeak noiz agertuko zain. 
                        Angelusa errezatuta ere artean ordu erdi gehiago geneukan, jabearen etxeko bidea hartzeko. Berrogei gradu, goiz osoan gerriak bihurtuta. Egun osoan eguzkiaren izpi zuzenak jasaten. Izerditan blai. Jasanezina. Etxera heldu bezain pronto eskuak, besoak, besapeak, aurpegia, ilea putzuan garbitu, helduak itzalira, joaten ziren bitartean, guk gazteok animaliak ura edatera eraman behar genituen, maihara joan, ziztu bizian jan, lasto pilan lokaiku bat egin eta ohartu orduko hirurak jotzean prest geunden arratsalde luzeari aurre egiteko. Orain aldapatik behera, Berrogeita bi gradu, lehen baino bero handiago, sorora ailegatu orduko arratsalde osoko  lanari ekiteko.
            Tenoreak ez zuen aurrean egiten. Bidezidorrera begiratu azkaria ailegatzeko zenbat denbora falta zen asmatu nahian. Zer  merienda zer meriendaondo, egun hartan beste batzuetan bezala ez ziguten askaria ekarri. Bost minutuko atsedena hartu genuen ardo zurrutada eta txiza egiteko. Iluntzen hasita bazegoen ere, artean egun osoko sargori itogarria present zegoen.
            - Ezbairik gabe. Ez dut egingo herri honetan beste uzta bat, errepikatu zidan gazteenak.
Herriko azkenak ginen, betiko moduan,  etxeko bidea hartzeko, eguzkia mendi artean galdu arte lan eta lan.  Benitorentzat inoiz ez zen garaila segak eta igitaiak uzteko ordurik iristen, herriko lehenengo etxeetara ailegatzerakoan gau itsu-itsua beti.
 
 
            Garijotzea
Egun osoa hautsetan itota.
            Aurrean zaldia, atzean  babak jotzeko makina, ehun, mila buelta uzta gainean, trostan. Orduero zaldiei atseden eman eta larraineko guztiok dantzan jarraitu behar genuen;  uztari buelta eman behar geniolako ahalik eta azkarren. Hori zen giroa, mugimendua, korrika, presa, zarata, hautsa, beroa, izerdia, urduritasuna. Hura giroa hura!
            Uztari buelta emanda berriro zaldiarekin jira eta bira. Ordu bata eta erdiak inguruan heltzen zen uztaren azken buelta, bazkaltzen genuen bitartean zaldia eta baten bat gelditzen ziren larrainean jiraka, baba lastoa xehetu arte.
            Arratsaldeko eguzkitan, bero itogarriaren azpian uzta biltzeari ekin behar genion, lehengo eta behin gizonek gaineko lastoa sardeez,  atzetik mutikoak eskuarez,   emakumeok erratzarekin larraineko bazter batean bildu behar izaten genuen. 
            Gero gerokoa, haizearen mende. Haize egokia ibiliz gero esku aditu guztiak abian jarrita bost orduan lanean jardunda bi tontor lortzen genituen, bata  aleena, txikia baina polita bezain distiratsua eta bestea lastoarena.
Baina hain gutxitan ibiltzen zen haize aproposa!
Haize egokia ibiliz gero, sei edo zazpi pertsona batera zebiltzan uzta lerro gainean, metro erdi bateko distantzian,  bere gainean jarrita sardeen bidez sardekada altura eta norabide zuzenera jaurtikiz, eta pasada bakoitzean aleak ezkerreko tontor batean eta lastoa gero eta urrutiago  baztertzen saiatzen ziren. Hauen atzetik beste bi emakume zihoazen eskobatzen alearen tontorraren gainean zeuden harriak, lur zatiak, lasto kirten sendoak baztertzen. Hauen atzetik lau ume zakarreria hau galbahetzen gelditu barik.
            Haize egokirik gabe ezin zitekeen ezer egin, ez bazen Bargotako aztiaren pasadizoak gogoraraztea, baina horiek beste kontu batzuk dira. Gehienetan oso luzea zen  haizearen zain itxaronaldia. Askotan, lo ere larrainean egin behar izaten genuen aita eta biok inork ostu ez zezan erdi garbituratko alerik. Kanpora lo egitea, berriz, helduentzat amorrazioa zena umeentzat zoria zen, ilargi azpian, udako gau sargori horietan, izar pila bat sabaian.
 
            Haize egokia ateraz gero hura zen abiadura, mugimendua, denok batera zas, zas, zas, zas uzta haizetara. berez ikasitakoa. Trebetasuna. Lerroaren muturraraino denok batera heldu eta segundo bat galdu gabe, buelta eman eta  jo eta ke haizea gelditu arte. Ahalik eta azkarren bai,  baina ale bat bera ere lasto pilara bota gabe.
 
             
 
            Garia jotzeko makina.
Garia jotzeko garaian ez zegoen iganderik. Egia esateko negu partean izan ezik urte osoan ere apenas. Ordubete galdu mezatara joateko eta berriro denok larrainean Han geunden  denok: helduak, emakumeak, zaharrak, umeak.  Inor ez zegoen sobera,  nagusiaren uzta izan arren gurea balitz bezala genbiltzan.
 
            Zarata jasanezina zen. Ondokoak ulertzeko  belarri ondoan  oihuka aritu behar zen. Dena zarata zen. Gehien ateratzen zuena Matakas motorea. Piztu ondoren jasanezina, burrunbatsua, manibela baten bidez gizonik indartsuena behin eta berriro saiatuz gero, pun, pun, pun, pun, pun...  erritmikoa, motela, etengabeko hotsa ke beltzez nahasten zen. Une horretan hasten zen beroa, azkura, izerdia;  gaitzerdi, aukera baineukan Frantziska ikusteko eta lantzean behin solasaldi motz-motzak edukitzeko.
 
            Garia jotzeko makina erraldoia zen. Ez zuen ematen tinkoa, dena mugimenduan  zelako. Poleak, burdinazko eraztunak, galbaheak, helizeak, torlojuak, pieza guztiak une batetik bestera intengo zirela ematen bazuen ere, irmo zirauten. Poleen ondoan eta batik bat azpitik pasatzea beldurgarria zen.
 
            Bihotza Matakas motorea zen. Zainak poleak. Hamar metro luze eta berrogei zentimetro zabal, polea nagusia zen aorta. Zaratatsua, bizia, mugikorra, izugarria. Polea nagusiak eraztunen puntaren puntan zeuden irteteko moduan, zarata jasanezinarekin lotura zeukana. Hogei polea gehiago, bere zainak balira bezala, batzuk txiki-tkikiak, besteak erdikoak, beste batzuk handiak. Dena zen mugimendua, bai barrutik, bai kanpotik,  anabasa begiratu batera, baina dena zegoen kontrolpean.
                       
            Tramankulua abian jarriz gero lurra ere mugimenduan jartzen zen. Egurrezko makilatxoz lotuta zeuden burdinazko berrogei eraztunak, barruko piezak ere mugimenduan ziren,  batzuk bizi-bizi, beste batzuk motelago, beste batzuk berriz, mantso-mantso. Zoramena. Mota askotako zaratak bereizten ziren. Burdinazko haginek garia txikitzean kirkilenena zirudien;  galbaheena, erritmikoa, suabea, tza, tza, tza, tza... atsegina, leuna;  helizeena erleen zumbidoren modukoa, fuuuuu, fuuuuu, fuuuuu...; aleena tutuetatik pasatzean euri suabeak egiten duen modukoa; lastoarena tutuetatik pasatzean neguko haize boertitzena zirudien, sukaldeko leihoko kristalen kontra euri tanta lotiek joko balute bezala.
            Inurritegi honetan bakoitzak bere eginbeharra geneu0kab. Mahaian garia bereizi,  mahai gainean gabilak  ipini, garraiolariak, alea zakuetan sartu, lioak batu, lastotegian eta larrainean lastoa pilatu behar genuenok, alegia.  Denak dantzan. Denak beharrezkoak. Lana kateatuta zegoen. Denak ondo eginez gero, ondo zihoan, baten bat fin ez ibiltzeak arazo handia zekarren.

            Matakas geldituta, emeki-emeki gainontzeko tramankuluak baretzen joaten ziren. Paradisua zirudien. Isiltasuna.

Gerardo Luzuriaga Sánchez

27/09/2005

Llegada a las Américas

Sin darme cuenta me encontré en mitad del Océano. Rodeado de extraños, de todo tipo de gentes. Sus miradas se clavaban en mi. No me atrevía a intercambiar con los viajeros más allá de las palabras imprescindibles. Medio mareado, sin poder olvidar  la mirada triste de mis padres, entre los recuerdos familiares llegué a las Américas. Acurrucado en un rincón del barco pasaba las horas recordando las tardes invernales reunidos junto al fuego, rememorando los cuentos relatados por los mayores, o me imaginaba los aterdeceres rezando el rosario, a los niños alrededor del padre removiendo los pocos pelos de la cabeza mientras recitaba la inacabable letania:
 
Kyrie eleison
          Kyrie eleison
Christe, eleison
          Christe, eleison
Kyrie eleison
         Kyrie eleison
Christe, audi nos
         Christe, audi nos
Christe, exaudi nos
         Christe, exaudi nos
Pater de Coelis Deus
         Miserere nobis
Fili Redemtor mundi Deus
         Miserere nobis...
Sancta Maria
         Ora pro nobis
Sancta Dei Genitrix
         Ora pro nobis...
Mater Creatoris
         Ora pro nobis
Mater Salvatoris
         Ora pro nobis...
Virgo clemens
         Ora pro nobis
Virgo fidelis
         Ora pro nobis...
Vas insigne devotionis
         Ora pro nobis...
Turris eburnea
         Ora pro nobis...
Stella matutina
         Ora pro nobis...
Regina Sacramentissimi Rosarii
         Ora pro nobis
Regina Pacis
         Ora pro nobis
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi
         Parce nobis Domini...
Ora pro nobis Sancta Dei genitrix
         Ut digni officiamur promissionibus Christi.
 
Los recuerdos de las noches desgranando maíz en la casa de Primitivo, familias enteras en amena conversación, a veces acompañados de una acordeón que tocaba un peón venido del norte de Navarra, hacían que los largos días en que no tenía ante mis ojos más que agua y más agua fuesen desgranándose poco a poco como las mazorcas en las invernales noches en la casa de Primitivo bajo la mirada agradable y sosegada de Francisca.
 

No fueron de menos ayuda los recuerdos de los días pasados con el rebaño de vacas en en la vertiente que da a  Campezo y Zúñiga. Días de invierno, con niebla que parecía imposible dar dos pasos; pero que con la inestimable ayuda de Beltza y Lur   dejaba las vacas en una vaguada, para adentrarme con la escopeta y la cartuchera bien repleta de cartuchos en la Dormida, volviendo al atardecer con el zorrón lleno de palomas. No fueron pocas las veces que había anochecido de lleno y todavía las vacas no habían llegado al pueblo ante la sorpresa del vecindario, y especialmente de mi padre. Sin duda fueron días duros, de mojaduras, resfriados, pero llenos de libertad. Todo lo contrario que los días de hoy, bien comido, pero sin más aliciente que ver el agua, y más agua a nuestro alrededor. 

(Lehenengo atalaren azkena, itzuli ahala agertuko da, barkatu, conforme vaya traduciéndola iré añadiendo capítulos, sé que no es un betseller, pero...)

Gerardo Luzuriaga

 8. Itsasoan
 
 
 
 
            Ohartu gabe, Itsas erdian aurkitu nintzen, era guztietako jendez inguraturik. Haien begiak nire gorputza iltzatuta sentitzen nituen egun osoan, non hitz  egitera ere ez nintzen ausartzen. Itsasoko bide osoan egonezin ibili nintzen, leku batetik bestera burua makurturik. Egunak ez ziren oso gozoak,  erdi zoriabiaturik egonda higuingarri egiteaz gain aitaren begien tristura burutik kendu ezinak eta etxekoez eta seme-alabez bereziki oroitzeak  tristurak gainditu egin ninduen. 
 
            Artera arte senperenak ikusita baneuzkan ere aurrerago zorte hobea izango nuelakoan abiatu nintzen iparraraldera, Amerikako kostaldera heltzeko asmoz.
 
            Gomutek gainezka egiten zuten neure baitan. Baita amesgaiztoek ere. Hala nola, udazkeneko eta neguko ilun ordu horiek denok sutondoaren  inguruan, familia osoa aitona eta amamaren betiko pasadizoak kontu-kontari, aita arrosarioa esaten…  Ume gazteenok aitaren ondoan buruko ileak mugitu eta hazka egiten genuen berak litania bukaezinari ekiten zion bitartean…: 
Kyrie eleison
             Kyrie eleison
Christe, eleison
             Christe, eleison
Kyrie eleison
            Kyrie eleison
Christe, audi nos
            Christe, audi nos
Christe, exaudi nos
            Christe, exaudi nos
Pater de Coelis Deus
            Miserere nobis
Fili Redemtor mundi Deus
            Miserere nobis...
Sancta Maria
            Ora pro nobis
Sancta Dei Genitrix
            Ora pro nobis...
Mater Creatoris
            Ora pro nobis
Mater Salvatoris
            Ora pro nobis...
Virgo clemens
            Ora pro nobis
Virgo fidelis
            Ora pro nobis...
Vas insigne devotionis
            Ora pro nobis...
Turris eburnea
            Ora pro nobis...
Stella matutina
            Ora pro nobis...
Regina Sacramentissimi Rosarii
            Ora pro nobis
Regina Pacis
            Ora pro nobis
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi
            Parce nobis Domini...
Ora pro nobis Sancta Dei genitrix
            Ut digni officiamur promissionibus Christi.
 
            Oroipenei esker bidaia aurrera zihoan. Izan ere, bidaia orduak, egunak, asteak eta hilabeteak  txoko batean erretiraturik oroipenetan murgildurik egiten bainuen  bidaia. Ilunabarretan artazuriketan han ginen aitoren etxean etxekoez gain hamabost lagun, giro aparta, soinu eta guzti, betiko pasadizoez solasean. Negu-neguan izanda, afaldu ostean, bederatzietan, familia osoa berokia aldean, txamarraren lepokoa alferrik altxatua, elur haizea zebilelako, ziztu batean familia guztiok abiatzen ginen jauntxoaren etxera artazuriketara.
            Aitak edo anaiak Goizeko  zazpietan unai-adarra jo orduko etxe guztietako behiak “Pikotako” plazan biltzen ziren. Beheko auzotik hasita, etxez etxe, mendiko azkenengo etxeraino Lur eta Beltza txakurrak behiak biltzen zihoazen bitartean, gaiontzeko anaia-arrebek eta Frantziskak ahuntzekin egiten zuten gauza bera, bildu ondoren  ahuntzak bazkatzera eramaten zituzten urte horretarako artzain izendatutako anaia zaharrenak.
            Errementariarengandik ikasitako joaregilearen sekretu  guztiak semeari patzientziaz erakusten ari nintzenean itsasontziko kanpaiak esnatu ninduen.  Begiak igurtzi eta errementeriaren irudia ezin nuen kendu, su ondoan  zebilen errementaria, semearen eta bion ondoan. Han genbiltzan burdina malgutzen ingude eta mailuaren kolpeen bidez, lanbide honi buruzko sekretuen sorburuak iaiotasun eta ñabardura txikienekin semaeari erakusten.  Bukatutako joaren soinua probatzeko geundenean, hots, unerik garrantzitsuenan, dagoeneko joareak mihia jarrita zeukan, joarearen ahoak bi mailukada besterik falta ez zituenean itsasontziko brankako mihiak gogor jotzen zuen kanpaia eta hotsa itsasontzi osoan entzunez errealitatera bueltatu ninduen. Esna izan arren, artean joarearen ahoa lodiegia iruditzen zitzaidanez, errementaria azken kolpeak ematen jarraitzen ikusi nuen.

            Segundoak aurrera joan ahala begiak ontzaren  moduan ireki eta berriz aurre egin behar nion aurrean neukan ur-masa urdin mugikor beldurgarri. Horrekin tristatu egin nintzen. Txakurraren biolina! Amesgaiztoak begiztatzen nituen iratzarri nintzenean. Baina ez. Jendetza nonahi, eta ura eta ura demasa. Zergatia ez banekien ere etxean txikitan bizi izandakoa, entzundakoa burutik kendu ezinean nenbilen. Frantziskak umeentzako janaria lortzeko neketan ibili behar zuela pentsatzeak ez ninduen batere laguntzen.

 Gerardo Luzuriaga

 
 

 

6. Salida hacia las Américas

La soledad comenzó a hacerme mella. A veces los recuerdos no eran tan agradables como me hubiesen gustado. Se agolpaban uno tras otro en la cabeza.
 
-         Gabino no te metas en política. La política no trae nada bueno.
-         Tranquila Francisca. Le respondía en sueños.
-         Gabino no te mezcles en asuntos que no te incumben.
-         Tranquila mamá. Le respondía, despertándome sobresaltado sin saber donde me encontraba.
 
Los carteles que colocaron en la pared del pozo de lavar la ropa crearon acaloradas discusiones en la taberna. Se calentó y enrareció el ambiente. Hasta los mayores tomaban parte en las discusiones.
 
Esa misma semana 6 mozos acudieron a la fiesta que la Falange convocó en el Palacio de Cábrega para toda Navarra. A las 6 de la tarde volvieron completamente exaltados, con camisas azules, correajes de cuero negro y con las escopetas colgadas al hombro. Por la noche bien bebidos, insultaron a todo el pueblo por su falta de valentía y coraje. Una y otra vez repetían los cánticos y eslóganes aprendidos aquella misma mañana.
 
Los cuatro hombres del pueblo que no mostramos el debido entusiasmo ante sus brabuconadas lo pagamos caro. El ambiente se fue enrareciendo cada vez más. Las noticias de las detenciones corría de pueblo en pueblo. Se comentaba que en otros pueblos, algunos fueron donde el alcalde en busca de refugio. En vano. La decisión ya estaba tomada, aunque en el momento de la verdad se arrepintieron de las decisiones tomadas de antemano. Tampoco para ellos fue fácil ver como se llevaban a los vecinos; pero el alcalde, el cura, y el secretario ya no podían hacer nada. Pues la decisión venía firmada por instancias superiores. Inocentes. ¡Mira que ir a pedir consuelo a los propios verdugos!
 
La noticia de los  fusilamientos de los pueblos de alrededor -Mués, Piedramillera, Los Arcos, Acedo, Asarta, Mendaza, Aguilar- se extendieron como la pólvora. Los primeros meses  de la postguerra fueron de una represión atroz. El terror impuesto por los falangistas fue salvaje.
 
 
 
Félix, el cabecilla de la revuelta en el pueblo, también fue el primero en dar su nombre para la Armada Nacional, pero todo fue en vano. Llegó el Coche de la Muerte, lo apresaron, y lo llevaron ante los gritos de sus hijos pequeños y su mujer. Le dieron dos  dos tiros a bocajarro en la cuneta de Arquijas.
 
-Se acabó
-¿Hoy le ha tocado a Félix?
-¿Mañana a quién?
 
 
La soledad comenzó a hacérseme insoportable. Con el paso de los meses la moral se me iba desgastando. Lo único que rompía la monotonía del día a día eran los toques de las campanas. Para entonces ya distinguía el sonido de todas las campanas de los pueblos del valle: Mendaza, Asarta, Cábrega, Sorlada, Ubago, Mirafuentes, Otiñano...
 
-¿Me estaré volviendo loco, me preguntaba una y otra vez?
-No sé, pues. A veces, no soy capaz de distinguir entre los sueños y la realidad.
-No puedo olvidar la familia, los hijos, la esposa. Tan cerca y a la vez tan lejos.
-No puedo distinguir entre los pensamientos y lo verdaderamente vivido. ¿Como distinguirlos cuando se repiten en mi interior las mismas anécdotas una y mil veces?
-Que va, estoy bien, de primera. Tengo todo bajo control, acababa animándome a mí mismo.
 
 
Desde muy pequeño me corroía la curiosidad por saber qué tipo de animales podrían estar dentro del reloj de muñeca de mi padre. Todo el día tic-tac, tic-tac sin descanso alguno. ¿Qué tipo de animales serían? ¿Sería alguna especie de hormigas enanas? Aprovechando que el padre se quitaba el reloj para echar la siesta, entré de puntillas en la habitación, cogí el reloj y con un martillo y un destornillador intenté abrirlo. Imposible. Lo sacudí, esperando que los animales que estaban dentro se parasen. En vano. Por fin, dí un  un martillazo seco, el cristal y las agujas saltaron por los aires, salieron todas las tripas. ¡Qué desilusión¡ No aparecieron más que ruedas dentadas y muelles. El final es mejor dejarlo para otro momento.
 
 
Otras tardes me daba por recordar los momentos de apuro pasados ante la pareja de bueyes Giputxi y Txiki. Ya con 7 años más de una vez nos tocó a mi hermano y a mí  permanecer delante de los bueyes para que no se moviesen.  Recuerdo los momentos con cierta nostalgia, nerviosos ante la responsabilidad, con una mano apoyada en el yugo, y en la otra una pértiga de un metro más larga que nosotros permanecíamos nerviosos ante los movimientos de los bueyes. Cuando menos lo esperábamos sacudían el rabo contra la tripa, levantaban una pata para golpear fuertemente contra el suelo, o movían la cabeza de un lado para otro para espantarse las moscas de alrededor. Pasados los años nos dimos cuenta que no existían en el pueblo bueyes más leales, y que hasta que no hubiesen oído la voz de aida de nuestro padre, allí habrían permanecido sin moverse ni un solo centímetro.
 
 
Siendo todavía un chaval una tarde de invierno acompañe a mi padre a Mendaza, fuimoa a llevar a Cenizosa al toro. Un toro enorme, negro, con grandes ojos, luego me enterñe que lo habían  traído de la zona del Baztán.. Aunque para entonces ya estaba acostumbrado a ver  los animales aparearse sentí una sensación no muy agradable al ver a nuestra novilla Cenizosa encajonada en un rectángulo estrecho de madera. Al instante llegó un enorme toro bufando. Se acercó pausadamente. Sentí pena por nuestra joven y débil novilla, tener que soportar semejante animal. No creo que aquel día Cenizosa gozase demasiado.
 
 
No fue casualidad que los últimos recuerdos fuesen de los animales de casa y estuviesen relacionados con su libertad.  Excepto los perros guardianes de las casas poderosas, que no conocían la luz natural, ni las calles, ni las caricias, ni tampoco el sexo. Tal como habían nacido, morían. Presos. Atados con cadenas cortas, recluidos en lo más profundo de los corrales, sin luz natural... el resto de los animales del pueblo correteaban por las calles y los campos como si de niños se tratasen: gallinas, perros,  vacas, cerdos andaban a sus anchas por todo el pueblo.
 
¡Quién pudiese tener la libertad de Beltza! Libre. Pero siempre atento a la llamada de nuestro padre. Nada más silvarle allí estaba entre sus piernas. Pero sin embargo, no era extraño encontrarlo en cualquier pueblo intentando conseguir los favores de cualquier perra en celo. A veces llegaba exhausto, sin resuello, sucio, ensangrentado de sus correrías. Pero no siempre era así, otras veces, se le veía  alegre, orgulloso como diciéndonos a los mocetes ¿a que no sabéis lo que he conseguido esta tarde en el pueblo de alado? Estuviese donde estuviese siempre oía la llamada del amo.
 
 
El zumbido de las campanas  retumbaban sin cesar, cada dia que pasaba  se me hacían más insoportables. Especialmente los toques de la noche se hicieron insufribles. No podía conciliar el sueño. Hoy hace cinco años que decidí resguardarme en el techo falso de la iglesia. Estaba pensando en ello cuando comenzó a retumbar la campana grande. Aunque ya lo tenía decidido fue el momento en que resolví salir del escondite y buscar un nuevo modo de vida al otro lado del mar, en las Américas.
No cogí más que una navaja, el resto todavía se encontrará allí, me deslicé por la pared hasta la torre y de allí baje hasta una ventana de la iglesia, salí a la calle; no había andado ni cinco metros cuando me salieron al encuentro dos perros semejantes a Lur y Beltza.
 
 
 
Estuve una hora mirando al cielo, estaba precioso estrellado,  con una luna llena grandiosa, en silencio tan solo interrumpido por el canto de los grillos.
 
Como de costumbre la puerta de la calle estaba vuelta, la empuje con cuidado y pase a la cuadra, subí las escaleras, antes de pasar a la habitación de los hermanos bebí un gran trago de la lechera de la alacena, mis hermanos no podían creer lo que veían. Para no  despertar a toda la familia bajamos de nuevo a la cuadra, en unos minutos me puesieron al día de todo lo ocurrido en estos últimos años.
-         ¿Pero no vendisteis a Lur y Beltza?
-         No los vamos a vender.
-         Al día siguiente los llevé al tío de Antoñana. Esos perros eran capaces de no haberse movido durante días de donde has estado, y aunque la Guardia Civil no es que tenga muchas luces, no se puede decir lo mismo de algunos vecinos.
-         Hace dos años, fui donde el tío y me traje dos cachorros de Lur. Nada más traerlos tus hijos le pusieron por nombre Lur y Beltza.
-         ¿Ha sucedido algo en la familia?
-         El abuelo se murió a los pocos meses de irte.
-         Ya, ya lo sé. Tú mismo me lo dijiste hace cinco años en Costalera.
-         No, no me contéis, seguro que acierto todo lo que ha pasado.
-         ¿Qué niño se ha muerto hace tres meses?
-         Sucedió una desgracia. Mari Jose, de cinco años, la hija del alcalde se ahogó en el pilón.
-         Ha habido cuatro muertos más. ¿No?
 
 
 -Generoso, Dionisio, Sebastiana y Romana. ¿No?
No, no. Romana anda también o mejor que nosotros. Hace tres años trajeron el cadáver de Daniel del hospital de Zaragoza. Parece que cuando estaba a punto de acabar la guerra una bala perdida se le incrusto en la cabeza. Después de estar unos años en el hospital cuando parecía que se estaba recuperando se murió de repente.
 
Bueno hermanos, no tengo mucho tiempo, voy a ver a Francisca, mañana a la mañana saldré para América, espero no tener muchas dificultades, ya no creo que nadie se acuerde de mí.  
 
Subí las escaleras de dos en dos, pronto reconocí el olor peculiar de nuestra casa.  Tantos años sin haberlo sentido, abrí la puerta y me precipité a los brazos de Francisca. Nos acercamos a la habitación de los niños, no los despertamos, pero si estuve cinco minutos mirándolos de cerca-. Francisca preparó agua caliente, vertió la mitad del agua en la palangana. Bien jabonado con la navaja de afeitar bien afilada me corté la barba y Francisca hizo lo propio con el pelo. Por lo menos rejuvenecí 20 años. Nos fuimos juntos a la cama, sin darnos cuenta y sin haber dormido ni un solo momento amaneció. Oí los ladridos de los perros, padre apareció detrás de madre, lo encontré completamente envejecido, justo podía seguir el paso de madre. Fui consciente que esta era la última vez que nos veríamos. Hasta al padre le salieron las lágrimas al despedirse. 
 
Me puse una camisa de color oscuro, y con los primeros rayos del amanecer, sin despedirme de los hijos tomé de nuevo el camino del extranjero. En este caso el definitivo. Al salir  de la casa leí en El Pensamiento Navarro que estaba encima de una silla del portal: Caen en una emboscada los maquis el tuerto y el Perico en las inmediaciones de Caín. De buena me he librado pense para mí.
 
Animado y  con la sensación de haberme salvado de nuevo inicié el camino en busca de la frontera.
 
Me costó acostumbrarme a la claridad del día. El valle estaba precioso, los árboles en flor. A lo lejos divisé un grupo de gente, me dio tiempo justo para esconderme detrás de unos chaparros. Don Secundino llevaba en las manos la cabeza de plata de San Gregorio, a un lado iba un monaguillo con el hisopo, un poco más adelantados dos monaguillos con sendas cruces que justo las podían levantar, -Como ya me había tocado de pequeño cargar con aquellas cruces, ya sabía lo que era tener que llevarlas levantadas  durante los 3 kilómetros largos de procesión- detrás unos 20 feligreses. Me dio una gran alegría verles las caras de mis vecinos. De repente al pasar por mi lado se pararon, el cura tomó el hisopo y esparció el agua bendita a los cuatro vientos: "Quisdam sanctus episcopus, Gregorius nomine..." líbranos de todas las plagas, especialmente de la langosta.
 
 
Me quedé ensimismado durante varios minutos mirando los campos de cultivo. La infinidad de colores y parcelas, bien diferenciada cada una por los verdes ribazos de hierbas y matas.  Mil colores productos de los diversos cultivos: avena, cebada, yero... mezclados con las mil especies de hierbas y plantas silvestres: avena mala, cardos, amapolas, girasoles... Infinidad de árboles frutales salteados entre los cultivos: pomales, cerezos, manzanos, nogales y también fresnos, olmos, olivos...
 
Al entrar en el bosque me encontré con las enormes encinas de toda la vida, alguna  que podían cobijar hasta rebaños de 500 cabezas, al seguir el camino hacia arriba tuve que evitar  tres grupos de carboneros, y  los pastores que estaban cuidando el ganado en la sierra de Codés. A pesar de haber estado durante bastante tiempo escondido, solo por los andares me hubiesen reconocido.
 Gerardo Luzuriaga Sánchez