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09/09/2006

De “cayucos” y gitanos en la Berrueza.

¡Dramático!, para todos. Y van casi 20.000 inmigrantes en lo que va de año, llegados en los cayucos, en esas travesías a ninguna parte que nos traen al mundo rico a gente que no tenía futuro en sus países y que tampoco lo tendrán aquí. Dicen que llega sólo la tercera parte, el resto se queda en el camino. Si alguno tiene una receta que funcione para resolver esto que lo diga ¡ya! 

Así, una de las noticias de este verano, los inmigrantes de los cayucos, me ha traído el recuerdo de otra inmigración distinta que ocurría en los pueblos de nuestra Berrueza y de la posguerra, la de los gitanos viajando con sus carros tirados por burros de blanco pelaje. He recogido recuerdos y nombres con el ánimo de refrescar la memoria de aquella gente que periódicamente visitaba nuestros pueblos ofreciendo servicios y arañando caridades y todo aquello que se dejase rascar, los gitanos, un modo de vida nómada que contrastaba con el nuestro y que ha desaparecido.

La saga familiar más recordada se remonta a la generación de la Blasa y el Zocas. Este último ofrecía sus servicios de restañador. Cuentan que probaba los calderos reparados con una “prueba del algodón” muy personal, se meaba en ellos como control de calidad de sus soldaduras.

La vida nómada de “nuestros gitanos” englobaba a los pueblos de la Berrueza, Torralba, San Vicente, Santa Cruz, valle Lana, Acedo para volver a empezar la vuelta. Es posible que los que visitaban Mendaza, no lo hicieran en Nazar o en el fondo del valle. Todo depende de los buenos recuerdos dejados la última vez. Sería bueno conocer la ruta seguida.

Una hija de la Blasa heredó el circuito migratorio, la Petra, casada con un payo de Zúñiga y madre de una familia larga, interminable. Siempre se le veía en estado de buena esperanza y a los comentarios provocadores de las mujeres del pueblo siempre solía despistar con un: -“Pues tengo 12 hijos, dos más y uno que voy a comprar”, o –“Pos yo no hecho na, debe ser de la última vez que algo se quedó”.

Recuerdo que en Mendaza solían recalar un par de días en distintos lugares, el calvario, el lavadero, los álamos del camino de subida la pueblo, en la cantera.  Aún me dura el “congojo” de pasar por el camino delante de ellos. Durante el día iban por las casas ofreciendo sus mercancías de artesanía, cestos, cunachos, etc..., y pidiendo limosna, oportunidad ésta para que la gente pusiera a prueba sus virtudes cristianas.

Uno de los recuerdos más vivos de ese descubrimiento de niñez de los gitanos es el olor. Y no es que, por aquel entonces, la higiene de los payos fuese un ejemplo, en el mejor de los casos se pasaba con la ducha semanal antes de ir a misa los domingos, sin embargo, nuestros gitanos destilaban un aura de aroma que los identificaba a distancia. Ante los requerimientos de las mujeres del pueblo por la cuestión de la limpieza personal la Petra intentaba conciliar con ellas y les reconocía: -“ Que ya les digo, peinadibus, lavadisus la cara, que como subáis asins de güarras a casa de la Puri sus va a despachar”.

Otra familia gitana de visitantes con sus carromatos fue la del “Moreno y la Morena”, de los que se guardan buenos recuerdos en Mendaza debido a la defensa que hicieron de un natural del pueblo (“el Chino”) delante de otros gitanos con no muy buenas intenciones.  La Morena contaba la historia de aquel cura al que le intentaba confesar los pecados de los dos, de ella y su marido, y que el cura no quería darle la absolución: -“Pero no ves que eso no puede ser, cada uno los suyos”, mientras que ella insistía:-“Quién mejor que yo puede conocerlos”.

Entre los hijos de la Petra hay que recordar a -la Carmen- que acabó con la vida nómada instalándose de manera estable en Legaria, donde sus hijos parecen haberse integrado en la vida convencional. Seguro que sus bisnietos, los hijos de los tataranietos de la gran Blasa, pasan horas delante de la tele viendo el TRIKITRAKA TRIKITRON de los payasos de la ETB. Así se escribe la historia.

José Luis Paternáin Suberviola

07/09/2006

Olvidados

No conocí a mi tío Pedro, y si no hubiese sido por una esquela en cartón duro que se guardaba con los papeles importantes de la casa, es fácil que tampoco hubiese conocido nada de su vida.
Pocas muy pocas veces se consultaban los papeles que se guardaban en una especie de cartera de cuero negro. Era mi padre el encargado de hacerlo, hombre de campo, rudo, poco acostumbrado a andar con papeles y escrituras. Se repetían siempre las mismas acciones, mandaba a mi madre traerle aquella especie de bolso negro con cerradura dorada, se sentaba en una silla e iba sacando lo que contenía la cartera, despacio, uno por uno. Se detenía en casi todos, conforme los desechaba los iba dejando en el mismo orden que estaban en un montón. Entre aquellos papeles desde pequeño siempre me había llamado la atención un cartón cada vez más amarillento, por fin un día se la pedí para leerla, la leí con detenimiento. Se trataba de una esquela de un hermano de mi madre.
Mi madre no es de muchas palabras, le pregunté por su hermano, lo que me dijo en aquella ocasión me lo ha repetido tantas veces como ha salido la conversación. Según mi madre, mi tio fue un mozo apuesto e inteligente. “Las guerras no traen nada bueno” dice que comentaba antes de ir al frente. Una vez en el frente, en el bando de los Nacionales, le alcanzó una bala en la cabeza, estuvo inconsciente y sin ser identificado vagó por varios hospitales. Se recuperó milagrosamente, volvió al pueblo, se casó, entró en la guardia civil y unos años después murió repentinamente, seguramente a consecuencia de la bala incrustada en el cerebro.
Ni a los abuelos, ni a los padres, ni a los tíos oí otros comentarios sobre el tío Pedro. Hasta hace muy pocos años no había visto ninguna fotografía en que apareciese el tío. Si no hubiese sido por la esquela ni estos escasos detalles me hubiesen llegado. Eso sí, la esquela, especialmente para mi madre supone seguir manteniendo vivo el recuerdo de su hermano, es el único recuerdo, el único detalle que ha perdurado en nuestra casa de aquel tío elegante e inteligente.
Todo lo ocurrido durante la guerra civil se ha mantenido en secreto, mi familia no ha sido especial, mi pueblo no ha sido especial; pero la realidad es que cada familia ha mantenido su secreto, el pueblo ha olvidado todo lo ocurrido durante aquellos años turbulentos. Los secretos de cada familia han quedado en las fotografías, en la mayoría de las casas guardadas en las mesillas de los padres.
Intenté en vano que mi padre -hombre dado a contar historias, buen narrador- me desvelase los secretos del resto de las familias. No conseguí más que alguan referencias a las historias de contrabando, como se veían obligados a guardar la cosecha de garbanzos en la gavillera para que no fuese confiscada, o alguna que otra historia de maquis. Pero nada de nada, de lo que ocurrió en el pueblo, nada de nada de lo que ocurrió en el resto de las familias.
Con el paso de los años me di cuenta cual fue la causa del silencio de mi padre y del resto de los vecinos. La decepcón, el miedo y especialmente el terror se apoderó de muchas familias que habían puesto su esperanza y algo más en las ideas republicanas. Y la sensación de haber perdido más que ganado se apoderó de las familias que se inclinaron por el bando nacional. Todos se sintieron decepcionados y en cierto modo perjudicados.
Los secretos familiares de la guerra, de estos años no han querido ser recordados, no han querido ser desvelados. Han quedado en una esquela, a lo sumo en una fotografía que se ha guardado con mucho cariño junto a los papeles importantes.
Olvidados de todas las ideologias, (izquierdas, derechas) de todas las clases sociales (ricos y pobres). Olvidados aquellos que murieron defendiendo las ideas revolucionarias, aquellos que murieron en el bando nacional, aquellos que huyeron...

Gerardo Luzuriaga