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06/04/2010

Semana Santa

1.jpgHe aquí unos recuerdos ya bastante borrosos e imprecisos de aquellas semanas santas ya pasadas. A decir verdad aquella época es historia, aunque no por ello irreal por mucho que les cueste creer a las nuevas generaciones y hasta a los mismos protagonistas.

Sin embargo, nadie encontraba en estos actos de estos días nada peyorativo, ni tampoco impositivo, sino que era lo habitual y así lo vivíamos desde los mayores a los jóvenes.

No es extraño, que no me queden más que vagos recuerdos de estos días hace ya varias décadas, pues desde los 9 hasta los 18 años, viví la Semana Santa apartado del pueblo. Las pasé en el Colegio de las Escuelas Pías, los primeros años en el Colegio de Estella (en lo que hoy es la ikastola) y los siguientes en el Colegio de Orendain (hoy en un estado ruinoso).

A pesar de no haber estado más que en esos años, y ya cuando cumplí los 18 años, las semanas santas en Nazar, no eran tan tétricas y fúnebres como cuando las dejé, no os preocupéis que algo recuerdo del ambiente que existía en el pueblo por estas fechas.

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El pueblo se sumía en un estricto luto, hasta la temperatura y los días ayudaban a que estas fechas fuesen un poco más lúgubres. Normalmente eran días bastante apacibles, donde el sol salía pero no calentaba, para refrescar  en los atardeceres, especialmente a la hora de las procesiones, donde se sacaban los pendones y las cruces. Días de luto donde reinaba el silencio y la tristeza. Donde no se podía expresar muestras de júbilo.

La iglesia ya bastante oscura, en estos días se volvía tétrica, las figuras y los retablos se tapaban con lienzos morados, que daban al recinto todavía un aspecto más oscuro y misterioso. Las mujeres vestían de negro, con los velos especiales también negros por encima de las cabezas.

En estos días estaba prohibido demostrar alegría, ni regocijo alguno. Tampoco los niños y niñas podíamos jugar, ni correr, ni gritar por las calles. El jolgorio, los gritos y hasta los silbidos y ni que decir los cantos estaban vedados.

El momento más importante eran los oficios y las procesiones. El silencio y el recogimiento de los vecinos, por lo menos de cara al exterior era tal, que tampoco las campanas de la iglesia sonaban en estos días. Eran sustituidas por las carracas, un instrumento de madera, que al moverlo hacia arriba y hacia abajo hacía que las maderas chocasen entre ellas y saliese un ruido ronco y especial. Eran los monaguillos los que íbamos por las calles anunciando el comienzo de los oficios.

Los hombres se reunían en el pórtico vestidos de morrocos. Con unas túnicas blancas, y capuchas achatadas, a los cuales no se le veían más que los ojos. Los niños y niñas acudíamos a estas procesiones asustados ante ellos.

Gerardo Luzuriaga