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25/09/2017

Pequeñeces (X)

Al llegar a casa nuestra madre le dijo al hermano mayor, me ha parecido oír maullar a unos gatos recién nacidos en el rincón de la cocina vieja donde se guardan las escobas, al lado de la vieja alacena. Muy bien mamá, le respondió nuestro hermano, en cuanto traiga la paja para las vacas me encargo de ello. Pasado un cuarto de hora, apareció mi hermano con un saco de trigo vacío. Cogió los gatitos, los metió en el saco y salió de casa. Le seguí de cerca, sin que me viese, siguió hasta el cementerio, dio la vuelta por fuera, se escondió en la parte de atrás del muro, para volver de nuevo cinco minutos después con el saco vacío de nuevo.

A las ocho y media de la mañana nos despertó nuestra madre. El que nada tiene que hacer siempre dispuesto y el resto duerme que te duerme, murmuró mi madre al verme aparecer el primero en la cocina. Venga, vete ahora mismo a la cama. ¿Qué vas hacer toda la mañana con este frío? Lavada la cara en la fregadera, el pelo bien remojado, después de haber tomado un buen tazón de leche de cabra con sopas, y el pelo bien repeinado salieron para la escuela todos los hermanos y hermanas. ¿Mamá cuándo podré ir a la escuela?

El año que viene, cuando cumplas seis años.

¿Tienes ganas, O qué?

No, no, que va.

Cogí las zapatillas, y sin atar salí corriendo a la calle ¿Pero a dónde vas tan temprano? Me gritó mi madre, cuando ya estaba en la otra esquina de la calle. Voy a llamar a Pedro. Ven aquí, todavía no estará ni despierto. En balde, ya no oía los gritos, ya para entonces había dado la vuelta a la esquina y había comenzado a subir la cuesta hacía casa Pedro. Cinco minutos después ya estábamos correteando con los corronchos y los ganchos por las calles. Cualquier obstáculo – una piedra, un palo, una huella de caballo, vaca o cabra- era suficiente para que el aro se fuese al suelo, y tuviésemos que engancharlo de nuevo.

La chabola era nuestra casa, todo el día andábamos de un lado para otro buscando aparejos para construirla.

Aquel día también, como otros muchos nuestra hermana mayor se quedó en casa, y aunque no tenía más que 12 años y debería ir a la escuela, eran muchos los días que no podía hacerlo. Siguió al pie de la letra lo ordenado por nuestra madre. Ayudado por el bastón y por nuestro hermano mayor sacó al abuelo al cobertizo, desde donde controlaba todo lo que ocurría en la calle. La abuela, como si notase la falta de su hija, anduvo mucho más nerviosa que de costumbre, iba de un lugar para otro, repitiendo una y otra vez la misma frase. De vez en cuando se acercaba hasta la puerta del granero, la abría y ante la oscuridad que aparecía ante ella, volvía medio asustada de nuevo a la cocina.

20/09/2017

Pequeñeces (9)

No había bicicletas, ni balones, la televisión ni existía, nosotros mismos nos ingeniábamos los artilugios para pasar el rato. Los juguetes preferidos fueron las corronchas, silbos, tirabiques, trenes y tractores con botes de conservas de sardinas en aceite, no nos hacía falta más que una punta para hacer un agujero y una cuerda para unir los botes y crear una locomotora con sus vagones, o un tractor con su remolque. Los botes largos de tomate y pimientos nos servían como zancos, con una punta hacíamos dos agujeros, le pasábamos  unas cuerdas largas con dos nudos que se quedaban dentro del bote, lo que hacía que las cuerdas quedasen fijas. Cogíamos las cuerdas con las manos y con ellos íbamos andando por las calles orgullosamente, hasta organizábamos competidas carreras entre los chicos y chicas (Félix, Gerardo, Alfredo, Maria Jesús, José Miguel, Javi, Pedro, Encar y Bego, en orden de edad). No había ni un niño más.

El monte lo teníamos a dos pasos, pero nos estaba prohibido ir al monte y también acercarnos a la carretera. Eran los tiempos de los mantequilleros, el sacamantecas, el hombre del saco, el coco, y los morrocos. Hasta creíamos que una vez que se hacía la noche se caían los tejados. Tuvieron que llegar los veraneantes, mal llamados forasteros para quitarnos estos miedos y otros también.

En estas andábamos cuando Tere, que le faltaban pocos meses para cumplir los 6 años, la chica que me gustaba y que tenía la misma edad que yo, de un día para otro se fue con su familia y su abuela ya mayor Antonina a Sestao. Para entonces José Mari y Angelines ya se habían ido a Pamplona con sus padres Eloy y Milagros. Los años anteriores otras muchas familias habían vendido los animales y las pocas tierras que tenían y se fueron para las ciudades. Fueron años en que el pueblo se iba quedando sin vecinos.  

Anhelábamos la llegada del verano, que es cuando los niños y niñas de las ciudades volvían a la casa de sus abuelos.

18/09/2017

Pequeñeces (8)

La casa es de construcción recia, de gruesas paredes de piedra, y maderas de roble (por desgracia cuando hicimos la reforma toda la madera fue sustituida por vigas modernas de cemento). El edificio es un rectángulo de unos quince metros por diez, en la actualidad existen tres viviendas; pero a lo largo de los siglos la división de las viviendas ha sido muy variada, no hace falta más que picar  el yeso de las paredes para encontrarnos con puertas tapiadas, la distribución de las viviendas a lo largo de los siglos  fue diferente. Sin duda las herencias han hecho variar de forma continúa los medianiles de las casas. La altura de la casa es considerable, de unos 10 metros, con tres pisos, la zona baja para las cuadras, la mediana para la vivienda y la tercera se usaba de granero y trastero.

La puerta daba a la calle principal, rara vez se cerraba con llave. Se accedía a una pequeña cuadra, donde conocí un burro, dos vacas  y el cerdo para la matanza, unas escaleras daban acceso al pasillo, donde había una honda alacena donde se guardaban de una manera desordenada hachas, martillos, cuñas… también había colgado un espejo, ya antiguo para aquella época, que seguramente era herencia de generaciones anteriores, el cristal del espejo estaba ya muy desgastado, recubierto con un cuero que seguramente era de vaca.

De este pasillo se llegaba por una parte a través de una puerta preciosa de roble pintada de verde a una espaciosa cocina nueva que daba a la fachada de la calle. Una mesa amplia, un precioso armario de dos cuerpos con un espacio en el centro, y una cocina económica con un depósito incorporado para el agua caliente, el cual  había que rellenarlo con una cazuela y había que sacar el agua  a cazos. es todo lo que había.  De aquí se pasaba al cuarto de los padres, amplio, también con una ventana a la calle, lo único que recuerdo es el orinal de debajo de la cama.

Quiero acordarme de una conversación de mis hermanas con sus amigas en esta misma cocina, estaban Begoña, hija de Moisés, que habían emigrado a Sestao, Lourdes y tal vez alguna amiga más. Puse todos los sentidos, el tema era sobre sexo, novios, píldoras…  se me quedó grabado para siempre ese momento, creo que no entendí muy bien sobre lo que hablaban, quiero pensar que en otros momentos he tenido más detalles de lo que hablaron, estoy seguro que sí, pero que con el tiempo los hechos se han desvanecido.

Desde el mismo pasillo una cortina separaba  la cocina vieja, un espacio oscuro, sin ventilación y sin luz, con paredes negruzcas del humo, nunca se pintaron. Este era el lugar preferido de la familia, especialmente en invierno, aquí es donde escuché todos los recuerdos, anécdotas del pueblo que quedan en mi memoria. Una gran chimenea  que llegaba hasta el techo  ocupaba casi la mitad del espacio,  un fuego bajo con dos chapas metálicas, una en el suelo y otra en la pared, con el grabado de un caballero con lanza, un gancho que colgaba de la chimenea, una caldera, y dos sillas pequeñas eran todos los objetos que había. De aquí se pasaba a otra habitación amplia con dos camas, con  el suelo completamente irregular, hasta el punto que el desnivel podía ser de hasta 10 centímetros. La habitación no tenía más que un pequeñísimo ventanuco, por el que en invierno entraba el frío y las ventiscas, ya que daba al norte. Este cuarto era multiusos, denominado vulgarmente como cuarto de amasar el pan.

No existía libro, ni papel alguno de lectura, la enciclopedia que usábamos en la escuela allí se quedaba, tampoco traíamos nada a casa. En los años de juventud un solo libro llegó a la casa fue un cuento ilustrado que le regaló Caya Montoya que vivía en Estella a mi padre para mí, sería de sus hijas;  yo todavía no sabía leer, pero recuerdo las ilustraciones con ensueño, aquel libro me hizo soñar, aunque pronto desapareció. Mis padres los pocos documentos que tenían los conservaban en un bolso negro, que guardaban celosamente debajo del colchón de la cama. Muy pocas veces se consultaban, allí se guardaban los papeles importantes. Cuando se consultaban se hacía con gran parsimonia, es que algo importante se estaba buscando, aunque muy pocas veces aparecía lo que se quería encontrar. Allí aparecían siempre los mismos documentos, unas escrituras amarillentas  con alguna hoja rota por la mitad, alguna factura, algún papel del médico,  algún otro papel suelto y una esquela.  Nuestro padre siempre que revolvía  esta carpeta acababa enfadado pues decía que se habían guardado papeles que no venían a cuento, y el que buscaba nunca aparecía.

Un gran escalón de unos 40 centímetros daba acceso a la puerta y las escaleras del granero. Este escalón era un calvario durante todo el año, pero especialmente  en la época de la cosecha, pues había que subir el grano en sacos y dar este paso suponía un gran esfuerzo, especialmente para los extraños que no lo conocían. El granero  era un espacio abierto, sin paredes interiores. Había tres alorines adosados a las paredes, uno pequeño para el trigo, y otros dos para la cebada y la avena. Los alorines son espacios cercados por una pared de unos 40 centímetros de alto para guardar el grano. Aparte de guardar el grano,  era el desván donde  se guardaban las camas turcas para cuando venían los parientes y ocupaban  las camas habituales, los de casa éramos deslazados  al granero, también se guardaban otros trastos y pequeños utensilios de la labranza, como el arca de  los jamones, un arca vieja, que en  los últimos años tenía la tapa de arriba sin sujeción, con lo que cuando se abría se resbalaba y se caía,  o la tinaja de los chorizos y del lomo en manteca. Mi padre, tenía durante todo el año un par de palomas torcaces que las usaba para el paso de paloma y su caza a parado, caza con zumbel. Al tejado se accedía una especie de ventana  vertical, la tronera, colocada en la zona más alta del tejado, el gailur.

16/09/2017

Pequeñeces (VII)

El hijo mayor del pastor (que había llegado al pueblo recientemente de Soria), que siempre andaba descalzo y con pantalones llenos de petachos, cogió una piedra y se la tiró a un gato negro tuerto, no antes de echarnos una mirada desafiante a los que estábamos al otro lado de la calle, el gato antes de que la piedra saliese de la mano de un salto se escondió en el zarzal junto al camino.

Los tres niños,  que todavía no teníamos edad para ir a la escuela, estábamos jugando al hinque en un lodazal de al lado del frontón, cuando de repente oímos el chirrido del carro de bueyes de Ceferino,  que subía por la cuesta del carbón. Todos a una dejamos los hinques y nos acercamos corriendo al carro. Felipe, no sin gran esfuerzo, logró subirse al carro, y poniéndose a pie juntillas logró llegar a lo alto de las camportas, sacando  cinco hermosos racimos de uvas, y uno a uno nos los fue echando desde el carro. En un santiamén se tiró del carro, sin que Ceferino que iba delante de los bueyes se diese cuenta de nada.

Grano a grano fuimos dando con las uvas. Cuando estábamos en esas se nos acercó la mujer de Ceferino a echarnos la bronca,  que había visto todo desde lejos. Cualquier día de estos os va a suceder una desgracia, nos reprendió la mujer vestida de negro, con  un pañuelo oscuro tapando el moño de la cabeza. Sin hacerle excesivo caso, nos encaminemos hacia la escuela a esperar a que saliesen los niños mayores al recreo.

No pasaron más de cinco minutos cuando se oyeron las pisadas y las carreras de los niños escaleras abajo. Félix fue el primero en salir, como si le faltase el aire para respirar. Pasado el recreo, volvieron a subir las escaleras oscuras de la escuela, y nosotros  fuimos a intentar buscar los gatos recién nacidos a la casa de Pedro.

La casa de Pedro era grandísima. La fachada principal tenía dos puertas de entrada, una para la casa y otra para el corral. Contiguos a la vivienda había  tres pajares y otro corral, con puertas exteriores. A decir verdad, no sabíamos por dónde empezar a buscar; ya que los gatos aunque normalmente vivían en las dependencias habitadas, a la hora de tener las crías buscaban lugares  fuera de nuestro alcance.

Probemos en el pajar donde se guarda la trilladora, dijo Pedro. Tras una búsqueda de más de una hora por todos los rincones de la casa y los pajares, nos dimos por vencidos, ya que antes de que nuestros hermanos llegasen a casa lo debíamos de hacer nosotros. Al salir a la calle nos dimos cuenta que nuestra ropa estaba completamente sucia, aunque intentamos sacudirnos los unos a los otros, a más de uno nos castigaron sin salir por la tarde.

Llegamos a casa antes que nuestros hermanos. Ya teníamos asignadas las labores cotidianas:  llevar las vacas al abrevadero, limpiar las cuadras, bajar agua fresca de la fuente, traer la paja para las camas de las vacas, subir las berzas del huerto para los cerdos, a mí me tocó poner la mesa. Para cuando llegó nuestro padre, ya estábamos todos en la mesa, también los abuelos, ya que nuestra madre los había traído de la sombra donde habían estado sentados casi toda la mañana.

Después de comer salimos todos los hermanos a la carrera, a la madre ya se le había olvidado el castigo que me había puesto antes de comer. Para entonces nuestra madre ya tenía la cabeza en otros asuntos.

Felipe, Gerardo, y Pedro  seguimos buscando los gatitos. He andado vigilando a la gata, nos dijo Pedro, pero que sepáis que los gatos son bastante más inteligentes que las personas. Ya sabéis que como barrunten algo, son capaces de llevarse los cachorros al monte, me ha dicho mi padre que no es la primera vez que lo ha hecho. ¿Bueno, que os parece si miramos en el granero?

Era una gozada andar revolviendo en el granero de Pedro. Los graneros guardaban los secretos de las casas. Allí estaban bien guardadas las ropas viejas, camas antiguas, utensilios pequeños en desuso de la labranza, cencerros, collares... los chorizos y las morcillas colgadas en las latas, las tinajas de lomo y chorizo en aceite... allí también se guardaba el grano... También estaba el horno... Para cuando nos quisimos dar cuenta, los hermanos de Pedro ya habían llegado de nuevo de la escuela, con lo que cada uno nos fuimos lo antes posible hacía nuestras casas.

15/09/2017

Pequeñeces (6)

El Diccionario Geográfico-Histórico de España, que comprende el Reyno de Navarra, Señorío de Vizcaya, y Provincias de Álava y Guipúzcoa, publicado por la Real Academia de la Historia el año de 1802, entre otras cosas dice que parece que en el apeo de 1366 lo que hoy denominamos Nazar se llamaba San Pedro y tenía entonces dos fuegos pudientes. No he querido poner esto donde le correspondía para no hacer el capítulo excesivamente largo y especialmente para no confundir a los lectores, pues lo que está claro es que ya en el siglo XII aparece en los documentos como Naçar, Nasar, Nasarre (también en otro momento expondré los documentos sobre Nazar del Archivo ´General de Navarra ya publicados).

Lo recogido en el Diccionario Geográfico-Histórico me viene muy bien para defender la teoría de que Nazar proviene del término en euskera de Donazar, santo viejo, ¿y qué santo más viejo que San Pedro? Es fácil que durante siglos se usase el nombre en euskera (Donazar) y con el tiempo pasase a denominarse también San Pedro, aunque también puede ocurrir que hubiese alguna otra población cercana ya desaparecida que se denominase San Pedro. Los despoblados en la zona son muy corrientes, Estemblo, Disiñana, Burguillo y hasta el mismo Cábrega.

Pero ahora nos toca hablar del Odrón. Los mapas dicen que el río Odrón, afluente del Ebro, nace en Nazar (aunque en Otiñano dicen que no, que ese mapa es erróneo y que el río Odrón es otro, un río paralelo que nace y trascurre por el término de Otiñano), según este mapa y también algún libro que he consultado al río Odrón lo hacen nacer en la Parzonería de Mataverde, y como es a Nazar al que le corresponde la presidencia vitalicia (a finales del siglo XIX, allá por 1890 se declaró un incendio en estos terrenos y tan solo acudieron a apagarlo los nazarenos, aunque también cuentan las malas lenguas que el incendio había sido provocado por el alcalde de Nazar) es lógico que los libros den como lugar de nacimiento a Nazar.

Se trata de un riachuelo, con un caudal escaso, los últimos veranos no es extraño verlo casi seco; sin embargo de gran importancia estratégica para el valle, pues ha hecho posible la existencia de varios molinos, huertas y dónde hemos cogido cientos de cangrejos, berros y alguna que otra rata de agua. Su curso corre por términos sin habitar, atravesando los campos de Nazar, Otiñano, Mirafuentes, Ubago, Sorlada. Sin embargo tanto en Mues, como en Los Arcos pasa por medio del pueblo.  

En la gran crecida de enero de 2015 por su paso por Los Arcos murió ahogado un hombre de 70 años al quedar atrapado en la furgoneta que había caído al cauce.

Por el pueblo, por Nazar no pasa río, ni riachuelo alguno, hace unos años atravesaba las calles un redajo, visible tan solo en la Picota, dónde competíamos por hacernos un espacio los chiquillos y los cerdos sueltos que iban a revolcarse entre el fango. El lugar dónde pasábamos las horas era la fuente, el abrevadero y los pozos de lavar la ropa.

El agua corriente y la luz eléctrica llegaron a las casas unos pocos años antes de que yo naciera. Pocas casas tenían más de dos bombillas, y menos todavía las que contaban con baño; por aquellos años la electricidad se pagaba según el número de bombillas que se instalaban y también por los kilovatios consumidos.

El agua era un bien muy preciado. La fuente cuenta con dos caños para consumo humano, un pilón para abrevadero de los animales, un pozo para lavar la ropa, y por fin el agua no consumida se recogía en otro pozo para regar las huertas. El agua ha sido y es un bien muy valiaso y estimado.

Nazar villa de abolengo, hoy venida a menos, 45 vecinos estamos empadronados, aunque todavía conservamos ayuntamiento propio. Todavía hoy vamos por el mundo como vecinos de la villa de Nazar, comparándonos por lo menos en el título con la ilustre villa de Bilbao.

El terreno agrícola más estimado y con mejores cualidades cercano al pueblo sigue denominándose La Villa.

Existe en Zamora muy cerca de Benavente la población de Villanázar, con acento en la segunda a. No hace mucho me puse en contacto con la alcaldesa de dicha localidad, Margarita Anta, la cual me acogió de buen agrado visitando los pueblos de Villanázar y Mózar. Convencido estoy que el fundador de Villanázar allá por los siglos XII o XIII era un nazareno que emigró hacia tierras castellanas en busca de un futuro más próspero, que sin duda lo logró.

Estas tierras arrebatadas a los moros se quedaron despobladas por lo que se tuvo que echar mano de gentes del norte. Muchos fueron los segundones que aprovecharon esta oportunidad. Le comenté todo esto a la alcaldesa de Villanázar y Mózar, aunque no creo que se quedase muy convencida, y tampoco creo que le hiciese una ilusión especial pensar que sus ancestros proceden de pobladores vascos.

Sin embargo por extraño que pueda parecer no es nada ilógico que Villanázar fuese fundada por un nazareno, veamos lo que ocurre con Espinosa de los Monteros, y esto sí que está probado históricamente. Espinosa de los Monteros es una población de Burgos que limita con Cantabria. Dos vecinos del Valle de la Berrueza, no sabemos el pueblo concreto, Martín Ruiz de Berrueza y su hermano allá por el siglo XI refundaron Espinosa de los Monteros. Alfonso VI de Asturias una vez expulsados los árabes dio permiso a los hermanos Ruiz para poblar la zona y es así como Martín fundó y repobló seguramente con gentes de La Berrueza el barrio alto de Espinosa y le denominó Berrueza.

Igualmente tenemos otro caso en el que estamos investigando, se trata de Gabriel Acedo de La Berrueza, que sabemos que nació a finales del siglo XVI en Jarandilla de la Vera, provincia de Cáceres, sacerdote, poeta y escritor, el cual dejó un libro impreso que lo dedicó a su familiar cercano, Diego de Acedo seguramente tío o abuelo, propietario del palacio de Acedo. Gabriel como buen emigrante añadió Berrueza al apellido para reivindicar la procedencia noble y también para que con el tiempo se supiese de que familia procedía, algo que por desgracia no hizo o no nos ha llegado el fundador de Mózar y Villanázar.

En cuanto al acento de Villanázar, en Nazar, no lo lleva; pero por mucho que nos pese a los actuales nazarenos, no es extraño que esta forma de pronunciarlo no sea la que fue hace cuatro o cinco siglos; pues tan solo se pronuncia Nazar en la zona de la Berrueza, vayas dónde vayas, siempre dirán Názar.