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19/09/2007

Ramón Abrego (Iguzkitza)

La arqueología campesina de Ramón Mientras labra sus terrenos, Ramón Ábrego va desenterrando la historia de Tierra Estella. Saca piezas celtas, romanas y medievales, investiga para descubrir viejas obras y edificios, y se asoma a curiosidades geológicas.

Ramón Ábrego practica lo que podríamos llamar labranza arqueológica o arqueología campesina. Durante muchas décadas, este agricultor y ganadero de Igúzquiza, de 76 años, ha arado sus tierras para cultivar cereal, forraje y maíz, y de paso ha desenterrado tesoros como para montar un museo: losas celtas, ruedas de molino romanas, tumbas y estelas medievales También ha dado a conocer restos olvidados de castros y monasterios, ermitas y hospitales, puentes y trujales, canales y ermitas. Algunos de estos hallazgos han aparecido de improviso, pero en muchos casos Ramón ha llegado hasta ellos después de investigar y seguir las pistas de la historia. Sin embargo, cuando se le pregunta cómo localizó las ruinas de un hospital de peregrinos o el acueducto de un señor feudal, da un manotazo al aire para quitarle importancia y dice: «¿Eso estaba ahí desde siempre!».

Ramón terminó la escuela a los 14 años pero no ha dejado de leer y estudiar en 62 años de labranza. Su abuelo y su tío, también campesinos, le pasaban los libros. Y su curiosidad por la historia se encendió definitivamente a finales de los años 40: «Entonces venía a nuestra casa un profesor de Zaragoza, sería historiador o arqueólogo o algo así. Yo tenía 17 o 18 años y mi padre me mandaba con el profesor, para que le enseñara los alrededores. Le llevaba a ver unas ruinas o un puente y él me iba explicando: esto es un puente romano, esto es un castro, aquí tenían un trujal Y así me aficioné. Me encantan los romanos, desde chaval. En la escuela justo nos decían 'Egipto, Grecia y Roma', sólo las etiquetas y cuatro cosas de cada civilización. Y yo pensé: para qué voy a estudiar Egipto y Grecia, si desde Roma hasta hoy tengo toda la historia al lado de casa. Y me puse a estudiar sobre los romanos, cómo hacían los pueblos, los caminos Como soy labrador, también me interesaba cómo labraban ellos. Tenían varios tipos de arados, hasta una segadora mecánica, técnicas muy avanzadas. Tan avanzadas que hemos trabajado casi como los romanos hasta ayer mismo, hasta que entraron las máquinas».

Bajo las losas, huesos

Las piedras que guarda Ramón cuentan la historia de Tierra Estella desde tiempos anteriores a Cristo. De los celtas tiene varios molinos de mano o de vaivén (una especie de tabla de piedra rugosa, ligeramente cóncava, sobre la que se trituraba el grano frotando con otra piedra). De los romanos, algunas ruedas de molino bien conservadas. De la Edad Media , una estela, un sillar con la cruz de la orden hospitalaria de San Juan y varios fragmentos de un conducto de aguas. En un breve paseo por Igúzquiza, el muestrario arqueológico se amplía mucho más.

Ramón posee unos terrenos amplios junto al castillo medieval de los Vélaz de Medrano, en las afueras del pueblo. Pasamos junto al edificio, caminamos hacia un montículo y Ramón empieza a escudriñar la tierra. «Yo me imaginaba que por aquí tenía que haber tumbas. Y cuando nos pusimos a arar aparecieron un montón de losas. Debajo de las losas había huesos. Eran sepulcros medievales. Y de cristianos, porque estaban orientados hacia el oeste. Por esta zona hubo pocos musulmanes. Mis hijos han vuelto a tapar las tumbas bajo tierra, porque molestaban para labrar, pero todavía queda alguna a la vista». Nos lleva a un pequeño talud, aparta unos arbustos y aparece un sarcófago vacío, encajado en la tierra. ¿Por qué imaginaba Ramón que aparecerían todas esas tumbas? «Porque sabía que en esta zona los señores del castillo tenían una ermita pequeña y era probable que el cementerio estuviera a su lado».

Del castillo queda en pie una torre defensiva con varias troneras -reconstruida- y algunas construcciones agregadas (habitaciones, bodegas y graneros). También se mantiene un arco de entrada con el escudo de los Medrano en la clave. En un documento del siglo XV ya se dice que este castillo era «antiquísimo» y «famoso por la esplendidez de las fiestas celebradas por su Señor, sus hijos y sus nietos, a las que solían asistir con frecuencia los mismos monarcas navarros». Los señores de Medrano, familia de ricohombres, siempre estuvieron muy ligados a los reyes y aparecen junto a ellos en los episodios más notables de la historia navarra. En 1212 tenemos a Pedro González de Medrano en la batalla de las Navas de Tolosa, acompañando a Sancho el Fuerte; en 1270, a Iñigo Vélaz de Medrano participando en las Cruzadas con el rey Teobaldo; en 1521, a Jaime Vélaz de Medrano como alcaide del castillo de Amaiur, último reducto de la soberanía navarra ante la invasión castellana

El «antiquísimo» castillo de Igúzquiza debió de construirse en el siglo XII, porque en esos tiempos a los Medrano se les encomendó una de las vigilancias más importantes del reino: el cinturón defensivo de Estella. A las pocas décadas de fundarse esta ciudad (a finales del XI), se levantaron el castillo de Igúzquiza y el de Monjardín, ambos bajo mando de los Vélaz de Medrano, para vigilar los caminos que llegaban de Álava y de Logroño.

Ramón estudió la historia de esta familia y de su castillo, y gracias a esos conocimientos localizó las tumbas y varios silos enterrados. También descubrió una de las obras medievales más notables y desconocidas de la comarca. Le llamaban la atención algunas piedras que los vecinos de Igúzquiza recogían del campo para construir las paredes de las casas, grandes losas atravesadas por un canalito tallado. Ramón se dio cuenta de que eran piezas de un gran puzle: el conducto de piedra que los Vélaz de Medrano habían construido para traer agua desde dos manantiales de Montejurra hasta el castillo. Ramón, con la ayuda de sus amigos Santos y Florentino, buscó el trazado de la obra y desenterró unas cincuenta piezas, de unos cien kilos cada una. «Pero hay muchas más tapadas por la tierra y la vegetación, porque el conducto medía tres kilómetros. En la Edad Media muy pocos pueblos de Navarra tendrían una obra semejante».

Ese canal, a su vez, le ayudó a descubrir los restos de un hospital de peregrinos. «El conducto de agua pasa por unas tierras que yo leí que habían pertenecido a los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, herederos de los templarios. Construyeron un hospital menor, al borde del Camino de Santiago, y recibían agua del canal de los Vélaz de Medrano. En un sitio que se llama la Cuesta del Hospital quedan las ruinas de un corral de ovejas, cuatro piedras. El conducto pasa justo al lado. Verde y en botella, pipermín». Los arqueólogos y los historiadores confirmaron el pipermín de Ramón: el corral era el hospital jacobeo, que acabó guardando ovejas después de las desamortizaciones del siglo XIX.

Soplidos del Averno

Ramón también le da a la geología y muestra, en diversos parajes de Igúzquiza o en las cuchillas pétreas de Montejurra, las capas que se levantaron y quedaron en vertical. «Aquí sopló el Averno y se puso todo patas arriba. Son los bordes de una falla que empieza en esta zona y llega hasta Dax, en Francia. Nosotros padecemos las simas y a ellos les sale agua caliente sin gastar un real». Por Igúzquiza se extiende el diapiro de Estella, un gigantesco bloque mineral en el que las sales, los yesos, los materiales más livianos van aflorando hacia la superficie. En estas tierras blandas es frecuente que el suelo se desplome y se abran simas y huecos muy profundos, como enseña Ramón: en un terreno suyo apareció, de la noche a la mañana, un socavón que podría tragarse dos o tres autobuses.

Las simas suelen ser refugio de leyendas y de historias tenebrosas. Se dice que en el fondo del pozo de Igúzquiza, una pequeña laguna circular, yace un viejo castillo que se hundió porque sus dueños no dieron limosna a un mendigo -esta historia, con variantes que suelen identificar al mendigo con Jesucristo, se repite en lagos y pantanos de mil lugares-. Cerca está la sima de Igúzquiza, un socavón de 55 metros de profundidad, colonizado por robles, avellanos y boj. Las tropas gubernamentales fusilaron aquí al tudelano Ezequiel Llorente, alias Jergón, guerrillero carlista a quien acusaban de «asesinar sin compasión, piedad ni temor de Dios a jóvenes de 15 y 18 años, hombres en la mejor edad de su vida, ancianos casi decrépitos y a doncellas de 22 años, sepultándolas en los insondables abismos de la sima de Igúzquiza, unas veces después de muertos, otras mal heridas y otras vivas, sin más motivo que leves sospechas de que eran de opinión liberal o que habían conducido algún parte para columnas del ejército constitucional». En el mismo informe fiscal se le acusaba de haberse comido «una sartén llena de orejas fritas, cortadas a personas vivas que después tiraba a la sima».

Ramón desmiente aquellas acusaciones contra el guerrillero carlista: «En el fondo de la sima se hicieron búsquedas y nunca apareció ni un solo hueso. Todo era propaganda de guerra. A Jergón lo pintaban como un demonio porque era carlista, y al Cojo de Cirauqui, que mató a no sé cuántos pero era liberal, le llamaban paladín de la libertad». En algunas familias carlistas aún se oye hablar del Cojo de Cirauqui como del coco: si se decía su nombre, huían hasta las gallinas. En esas guerras del miedo, las simas eran un elemento valioso: «Tanto los isabelinos como los carlistas decían que tenían tal o cual sima, para asustar al enemigo. Es como los países que dicen ahora que tienen la bomba atómica, aunque no la tengan. Ahora se le llama arma psicológica, ¿no? Pues eso. Las simas eran armas psicológicas».

De vuelta a su casa, Ramón señala un paraje lejano. «Allá está el despoblado de Santa Gema. Había un monasterio del siglo X. Encontré unas piedras de una ermita posterior, del siglo XII. Pero eso ya es tema para otro día»

Artículo de Ander Izagirre publicado en el Diario Vasco.

18/09/2007

Leonor - Fidel

745e0286d439edb8bb82e636111128df.jpgEste fin de semana los vecinos de Nazar Fidel y Leonor han celebrado en el pueblo los 65 años de casados. Ahí es nada. 65 años.

ZORIONAK.

Espero dut ahalik eta azkarren egun honetako argazkiak edukitzea eta leku honetan jartzea. Agian beten batek galdetuko du zer ikusirik daukan bi erratz Fidel eta Leonorrekin. Fidel izan da Berrotzako azken erratz-egilea...

Halaber espero dugu 75 urteko ezkontza biok elkarren ondoan, eta orain dauden osasunaz, ospatzea.

Zorionak Fideli eta Leonorri.

 

14/09/2007

Las mujeres de nuestro pueblo (II)

9a2f847c9ef207d96d1cd19cd9b39cc6.jpgGure herriko emakumeak

María  recoge y frega los cacharros. Barre la cocina. Prepara de nuevo la alforja con la merienda. Los hombres vuelven de nuevo al tajo. María levanta al abuelo, le ayuda a sentarse en el sillon de mimbres del patio junto a su mujer. Salen los hombres para el campo. María les grita hacia las seis llegare al terreno. No le contesta desde lejos Fortunato, no hoy no vengas que no haces falta todavía, el trigo no está del todo seco. Sale de nuevo a la calle con la escoba de biércol y le da una pasada a lo mayor.  Coge del patio un pozal y echa unos cuantos pozales de agua a las flores del patio y a las de la calle.

 

Echa al fuego dos astillas grandes y arrima una cacerola grande con agua que ya casi estaba hirviendo, echa unos tronchos de berza y unas cuantos kilos de patatas del año pasado, ya arrugadas. Mira el montón de ropa para planchar, desecha la idea, y se dirige al corral con un balde lleno de salvado para los cerdos. Lo mezcla con agua en el cocino. Los cerdos se acercan apresuradamente  y acaban inmediatamente  con la comida. María coge dos berzas y se las echa a la pocilga por encima de la puerta.  Vuelve al patio, se pone un sombrero de paja, coge dos calderos y un azadón y se dirige al huerto, que está a un kilómetro de la casa, aprovecha el agua que se ha filtrado en la poza, unos 30 calderos que los emplea en las berzas que habían plantado la semana pasada. Saca tres potes de patatas, elige 5 tomates grandes, rojos y maduros, tres leguchas, unas cebollas, y unos pimientos con los que llena completamente los dos cubos.

 

De nuevo en casa, lo primero que hace es preparar dos tazones grandes de leche, con unas galletas para los abuelos. Le pone bien la boina y le suena los mocos con el pañyuelo que guarda en el bolsillo del chaleco. Aparta la cazuela grande con comida para el cerdo que matarán en el invierno  del fuego. Unos minutos después ayuda al abuelo a subir al pajar, lo coloca a la sombra, junto a las higueras, coge los huevos que han puesto las gallinas.  Coloca a la abuela al lado de su marido. Baja de nuevo a la casa y sale con una cazuela con las sobras de la comida que las echa cerca del nogal. Las gallinas se alboratan y acuden todas a la vez a picotear los desperdicios.

 

Sube la comida al cerdo que se encuntra en el pajar.  Sin darse cuenta, ya comienza a anochecer.  Por la cuesta suben las dos cabras solas. María se mete la mano al bolsillo y saca un currusco de pan, lo parte en dos y se los acerca a las cabras, mientras le abre la puerta del pajar y las guarda. Llama a las gallinas y una a una van entrando por la puerta hasta que llega la última de siempre. Cierra la puerta.  Ayuda al abuelo a bajar a casa y vuelve a por la abuela.

 

Pone la mesa de prisa y corriendo. Nueve platos. Llegan los hombres. Ya se oyen los perros. Le quitan el capazo, y los aperos  al caballlo. Los cuñados se lavan las manos y se van un rato a sentarse en el poyato de la calle, mientras Fortunato echa de comer al caballo y a la vaca. Fortunato se entretiene en exceso. Manda a un niño a avisarle que ya está la comida. Todavía esperan unos minutos. Ya se encuentran todos sentados en la mesa para cuando sube Fortunato.  María pone el perol con la sopa de ajo encima de la mesa, va sirviendo uno a uno. También deja unas guindillas y el salero al lado de su marido. ¡Fortunato grita donde está el pan y el vino!. María abre el cajón de la mesa y saca un pan redondo, que se lo da a cortar a Fortunato. Coge el porron medio vacío y lo llena de la cuba que se encuentra en la bodega.  Para cuando vuelve la jarra de agua estaba vacía, la llena y le sirve dos vasos llenos hasta arriba a los abuelos. Los hombres ya casi han acabado la sopa. Pone encima la mesa la bandeja con huevos fritos y patatas fritas que ya tiene preparada. Va sirviendo dos huevos conforme van acabando la sopa.  Fortunato grita de nuevo, chica, ponle los huevos a padre. María deja la cuchara medio llena en el plato, se levanta y sin replicar le sirve dos huevos con patatas fritas al abuelo.  Los hombres, incluidos los niños salen todos a la fresca.

 

Prepara la comida del día siguiente, prepara también la comida del cerdo. Lava los platos, y dos cazuelas que están en el pozo de la fregadera. Hala niños a la cama, grita María desde la cocina. Acuesta a los abuelos.  Barre la cocina. Lava en la fregadera unas prendas que tiene en el cubo.  Los hombres ya marchan para la cama.  Mira a ver si los niños están bien tapados. Al pasar por el lado de  la puerta de su cuarto oye los ronquidos de su marido. Llama  a los perros, les echa las pocas sobras de la cena y  les pasa la mano por el lomo. Cierra la puerta del patio y pasa la tranca de la del corral.  Se desnuda y se acurruca junto a Fortunato sin meter ruido para no despertarlo. 

 

Gerardo Luzuriaga

 

 

09/09/2007

Emakumea (I) / La mujer (I)

d1b700e46bb4ff6754a403a14dea11cc.jpgAniceta, Gregoria, Josefa, Patrocinio, Hermenegilda, Seberiana, Julia... Puy, Josefina, Teresa, Felisa, Lucía, Paz, Pilar, Nieves, Ángeles... Dos generaciones de mujeres del pueblo distintas que coincidieron en llevar el mismo modo de vida.
Cirila, María, María Paz, Concha, Antonia... mujeres de José, Fortunado. Pedro Mari, Màximo, Miguel... mujeres de labradores y pastores del pueblo.

La jornada de todas estas mujeres (y las del resto del pueblo) comienza muy de mañana, antes del amanecer, cuando menos a las seis de la mañana, y siempre media hora antes que sus maridos se pongan en marcha.
María (como cualquier mujer del pueblo), la mujer de Fortunato, nada más levantarse acude a la gavillera en busca de abarras, ramas secas y delgadas que conservan las hojas secas, muy útiles para prender el fuego. Sube al pajar a por un buen montón de astillas, que deja al lado del fogón. Se lava la cara y se peina. Prepara los tazones para el desayuno de los dos cuñados solteros y de su marido, a la vez que arrima a la chapa del fuego los pucheros de la comida ya casi preparados la noche anterior.

Para cuando Fortunato se despierta ya le tiene preparado un perol con agua caliente, el jabón y la brocha de afeitar, pues hoy es jueves y Fortunato tiene la costumbre de rasurarse la barba todos los jueves y domingos, especialmente los jueves que va a Estella a vender las escobas de biércol. Esta semana hará una excepción y no acudirá al mercado de Estella.

María coge un puchero vacío , se calza las albarcas, se pone por encima un abrigo que se encuentra colgado de un clavo junto a la puerta de salida de la casa y sale hacía el pajar donde guardan las gallinas, los conejos, una cerda y las dos cabras. Ordeña en un periquete las dos cabras. Vuelve de nuevo a casa y pone a cocer la leche recién ordeñada. Los hombres desayunan en los tazones café con leche con sopas.

María echa tres astillas grandes al fuego, aparta la cazuela principal del fuego, cierra el tiro y se dirige de nuevo al pajar. Ya ha amanecido. Parece que el día será bueno, caluroso. Abre la puerta del pajar, por las que salen el gallo y las gallinas a picotear por los alrededores del pajar. Se acerca a las conejeras, les echa un puñado de lechocinos que había recogido la semana anterior junto al camino de mataverde. Llena los bebederos y por fin suelta las cabras que bajan ellas solas a la picota donde espera el pastor de las cabras, ya casi con el rebaño completo.

Vuelve de nuevo a casa. Se calza unas zapatillas viejas, cuelga el abrigo en el clavo de junto a la puerta, y coloca las albarcas encima del mueble en el que los hombres tienen algunos utensilios de tamaño no muy grande, como el hacha pequeña, dos hoces para cortar la maleza de alrededor de la casa, una caja con puntas, clavos y el martillo.
Da una vuelta por los cuartos de los padres de Fortunato y de los niños. Sigilosamente mira desde la puerta, la madre duerme plácidamente, el padre ya hace horas que carraspea y se le oye dar vueltas en la cama. Los niños duermen apaciblemente.

Los hombres ya han desaparecido de la cocina. María lleva los cacharros del desayuno a la fregadera. Prepara las alforjas que llevarán al campo. Hoy vendrán a comer, abre el cajón del armario y mete medio pan , un buen casco de chorizo y medio queso blando en una tartera y coloca todo en las alfojas. Mete una botella de vino y otra de agua cada una en un lado de las alforjas, las deja colgads de una punta que sobresale de la viga del pasillo, al lado de la alacena donde se guardan las hachas. Coge una cebolla, unos pimientos y cinco guindillas verdes, un puño pequeño de sal gorda que la envuelve en un trozo de papel de periódico y coloca todo dentro de las alforjas.
Ya se oyen los perros en la calle de abajo, María se asoma a la ventana y ve como los cuñados están ya ajustando la cincha al caballo. Ya están listos para marchar al tajo. Fortunato sube las escaleras, coge las alforjas, y con un hasta luego desde el pasillo se despide de María.
María retira del fuego la leche, que como de costumbre ya se ha sobrado. Mira por la ventana como se van los hombres al campo, los despide con la mano, pero ellos no se dan cuenta. Arrima a la chapa un cacillo con un poco de café y mucha leche , hace unas sopas con el pan duro y se sienta a desayunar. Retira el tazón usado a la fregadera.

Coge el cubo de la leche vacío y baja las escaleras que dan al corral. Se calza unas botas viejas y limpia la cama de la vaca y el caballo. La vaca agradece la paja limpia, arrima el morro al suelo,  da dos bocados a la paja nueva de debajo de las patas. María coge el taburete de tres patas de un hueco de al lado de la puerta y se dispone a ordeñar a la vaca. Poco a poco el caldero se va llenando de leche. María sube la leche a la cocina, la pasa por un colador grande y la separa en 12 botellas de litro y otras nueve las rellena con medio litro.

Entra en la habitación de los suegros, abre un poco los ventanillos, por donde entra la luz de la mañana. Levanta al abuelo. Le ayuda a vestirse y poco a poco llegan hasta la fregadera donde se lava la cara con abundante agua. Le ayuda a sentarse junto a la mesa de la cocina. Vacía los orinales del cuarto de los cuñados, y de los abuelos. Hace las camas de los cuñados y la suya propia. Entra en el cuarto de los niños y los va despertando suavemente. Les deja encima de la mesilla la misma ropa que habían usado el día anterior. Se dirige de nuevo al cuarto de la abuela, le habla y la despierta cariñosamente. Le comenta que hoy toca baño. Llena un cuenco de metal con agua hirviendo que tiene en la chapa del fuego, la mezcla con agua del grifo hasta dejarla tibia. Levanta a la abuela, la limpia con una esponja desde los pies a la cabeza. Hoy no le lava la cabeza.

Prepara cinco tazones con café con leche y sopas. Desayunan los cinco, sin prisas. Recoge los tazones y las cucharas de los cinco últimos que han desayunado. Friega los cacharros amontonados en el pozo izquierdo de la fregadera.
Pasa un trapo mojado por encima de la mesa, y un trapo seco por encima del armario, barre la cocina y el pasillo, saca toda la porquería al patio, donde cambia la escoba de casa por la de biércol. Barre por encima el patio, y lo mayor de la calle, entra al patio y esparce cuatro calderos de agua por el patio y la calle. Aprovecha para echar otros dos calderos a las plantas.

Abre las ventanas de los cuartos, quita las sábanas de los abuelos y las saca a airear a la ventana. Comienza a hacer las camas y los cuartos de los niños, recoge las sábanas y hace la cama de los abuelos, quita el polvo por encima y de vez en cuando atiende alguna vecina que llega en busca de la leche que tiene ajustada.
Ayuda al abuelo a salir al poyato de la calle, donde se sienta. Coloca a su lado a la abuela sentada en una silla de ruedas. Allí estarán hasta la hora de comer que coincide con el momento que el sol invade el rincón donde están sentados los abuelos.
María reúne la ropa para lavar. Hoy no es día de colada. Todavía no hay suficiente ropa, esperará a mañana o pasado para bajar al pozo a hacer la colada. Se da una vuelta por el pajar, recoge los huevos que han puesto las gallinas, les pone pienso y agua a los conejos, en el momento que se acuerda que tiene que subir al palomar a poner agua a los pichones. Deja los huevos en casa. Sin quitarse la bata atraviesa todo el pueblo para ir a casa de Celes en busca del pan, charlan un rato y Celes le pone los cuatro panes redondos que tiene concertados para ese día. Se tropieza con unos cuantos vecinos a los que saluda y vuelve deprisa a casa. Les saca a los abuelos un vaso de agua fresca y le coloca bien el vestido y el pañuelo de la cabeza a la abuela. Le comenta si tiene frío, pues están en un lugar en que la sombra no deja penetrar los rayos del sol radiante. Echa de nuevo una astilla al fuego.

Pone la mesa con los nueve platos, cucharas, tenedores y cinco vasos. Los hombres beben del porrón. Llegan los hombres del campo. Los dos niños mayores bajan la vaca a beber agua al pilón. Los hombres sin mediar palabra se sientan a la mesa. María saca el porrón lleno de la fresquera. El niño pequeño sube con el barril lleno de agua fresca de la fuente. Los hombres, incluidos el abuelo, después de comer se van directos a la siesta.

Gerardo Luzuriaga

07/09/2007

Gobierno de Nabarra

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Hace unos meses comenté que había visto en Irantzu, Acedo y Codés un mapa precioso de una parte de Tierra Estella, en la que no aparecía Nazar, y en vez de poner Mendaza pone Menzaza.  Esta semana he tenido tiempo de darme una vuelta por Otiñano, Mirafuentes, Ubago, San Gregorio... Cuál ha sido mi sorpresa al encontrarme en todos los lugares donde he ido con este mapa. ¡Qué poca crítica existe en estos pueblos con lo que nos llega de la capital! En Nazar por lo menos no lo han puesto. Faltaría más.  Yo creía que con el comentario anterior sería suficiente para que el Gobierno de Nabarra rectificase e hiciese corregir el error. No sólo no ha sido así, si no que ha inundado los alrededores con el citado mapa. Un bochorno por parte del Gobierno, y una dejación por parte de los ayuntamientos y alcaldes de la zona.  Esperemos que lo antes posible se subsane este error.

Por otro lado,  los ayuntamientos del valle, con alguno de los alrededores han propuesto crear un centro de día en Acedo.  Aplaudo la iniciativa y esperemos que se consiga lo antes posible.

Gerardo Luzuriaga