27/09/2017
Euskal Herria
Aspalditik komentatu dut, esan dut, idatzi dut Euskal Herrian demokrazia gutxi eduki dugula. Dena izan dela terrorismoa. Terrorismoa dela eta eskubide pilo zapaldu dizkigute. Asko eta asko denbora dezente jasan ditugu eskubideen zapalkuntza. Euskal Herrian ontzat eman dute normala ez zena.
Orain kataluniaren garaia ailegatu da, eta Estatuak Euskal Herrian egin dutena egin nahi dute, baina zoritxarrez asko zailagoa daukate. Katalunian alderdi nazionalistak ez daude bereiztuta, eta bide berean ibiltzen dira. Hori da Euskal Herrian gertatu ez dena.
Kontu hauekin zer edo zer ikasiko dugulakoan nago. Ziur ez izan arren, ez dakit ba?
Dena den, adierazgarria da, ikustea sakratutzat eduki dugun kontu batzuk pikutara joan direla une soil batean. Polizia autonomoaren autonomia lekuko, Estatuaren aginduaren mende jarri dutelako.
Adierazgarria izan da, ez dakigu nola bukatuko den hasitako erronka, baina bai badakigu denboraren poderioz Katalunia irabazle irtengo dela.
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Pequeñeces (XI)
Aquella misma tarde nos enteramos de que Tere y su familia se iban del pueblo para siempre; nadie volvía si no era por vacaciones. La tristeza y la pena nos invadieron. Yo no me quiero ir, nos comentó Tere con las lágrimas en las mejillas, pero nuestra madre nos ha dicho que en este pueblo no tenemos porvenir alguno, que en la ciudad estudiaremos y seremos alguien en la vida. ¿Pero qué nos falta aquí? Tenemos de todo, somos felices... Todavía recuerdo ese día, estábamos jugando a médicos. Dejamos las vendas, las tijeras, el alcohol y el resto del material que teníamos entre manos para sentarnos alrededor de Tere e intentar consolarla.
La despedida y la marcha de Tere y su familia fue un gran golpe, y no creo que solo para nosotros. Recientemente seis niños de la misma familia habían dejado la escuela. El pueblo se iba despoblando, su ida nos dejó un gran vacío. Aquel día marcó nuestras vidas, aunque no fuese más que porque todos teníamos presentes que un día u otro nos podía ocurrir lo mismo, ese miedo vivió con muchos de nosotros durante la niñez.
¿Mamá, también nosotros nos iremos del pueblo?, le pregunté al día siguiente.
¿Tú también quieres irte, o qué?
No, no.
Tranquilo, hijo, por lo menos hasta que vivan tus abuelos no nos moveremos de aquí. Si hasta aquel día había querido a los abuelos, y los había cuidado, de aquel momento en adelante sus molestias y sus quejas fueron mi preocupación. Todos los días en las oraciones de la noche rezaba por ellos y por su salud. Y especialmente cuando rezábamos el rosario, siempre pedía a Dios por la salud de los abuelos. De todas maneras, la abuela presentaba una salud de roble, aunque de la cabeza no andaba bien; pero el abuelo además de tener una edad muy avanzada, pasaba de los 85, su salud estaba bastante resquebrajada.
La despedida de Tere fue muy triste, se acercaron los tratantes, se llevaron los cerdos, los primales y el caballo, a Ceferino le vendieron las dos vacas, y el burro. La mayor parte de las herramientas de labranza las compró el padre de Pedro, que también se llamaba Pedro, las gallinas y los conejos se las regalaron a un tío soltero que se quedó en el pueblo, las dos cabras se las quedó el pastor. Las camas y los muebles de valor los medio regalaron a un gitano de Logroño.
Tere cogió el autobús entre sollozos, la hermana pequeña ni se enteró, no parecía que estuviese tan triste. No se llevaron más que cuatro cajas de cartón y dos maletas llenas a rebosar, atadas con cuerdas de atadora. Por lo que se ve todo lo que tiene valor en el pueblo en la ciudad no vale para nada, o algo así le quise entender a mi padre en una conversación con Ceferino. A Tere, le regalamos una pequeña piedra de yeso que cogimos en la yesera. Se la guardó en la mano, mientras se le resbalaban unos lagrimones por la cara. Nos hizo prometer que cuidaríamos de Lur, su perro blanco. Desde aquel día no se separó de nosotros, nos seguía a todos los lugares donde íbamos. Sin embargo, por las noches desaparecía para ir a dormir donde lo había hecho hasta entonces, en un cobertizo delante de lo que fue su casa.
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25/09/2017
Pequeñeces (X)
Al llegar a casa nuestra madre le dijo al hermano mayor, me ha parecido oír maullar a unos gatos recién nacidos en el rincón de la cocina vieja donde se guardan las escobas, al lado de la vieja alacena. Muy bien mamá, le respondió nuestro hermano, en cuanto traiga la paja para las vacas me encargo de ello. Pasado un cuarto de hora, apareció mi hermano con un saco de trigo vacío. Cogió los gatitos, los metió en el saco y salió de casa. Le seguí de cerca, sin que me viese, siguió hasta el cementerio, dio la vuelta por fuera, se escondió en la parte de atrás del muro, para volver de nuevo cinco minutos después con el saco vacío de nuevo.
A las ocho y media de la mañana nos despertó nuestra madre. El que nada tiene que hacer siempre dispuesto y el resto duerme que te duerme, murmuró mi madre al verme aparecer el primero en la cocina. Venga, vete ahora mismo a la cama. ¿Qué vas hacer toda la mañana con este frío? Lavada la cara en la fregadera, el pelo bien remojado, después de haber tomado un buen tazón de leche de cabra con sopas, y el pelo bien repeinado salieron para la escuela todos los hermanos y hermanas. ¿Mamá cuándo podré ir a la escuela?
El año que viene, cuando cumplas seis años.
¿Tienes ganas, O qué?
No, no, que va.
Cogí las zapatillas, y sin atar salí corriendo a la calle ¿Pero a dónde vas tan temprano? Me gritó mi madre, cuando ya estaba en la otra esquina de la calle. Voy a llamar a Pedro. Ven aquí, todavía no estará ni despierto. En balde, ya no oía los gritos, ya para entonces había dado la vuelta a la esquina y había comenzado a subir la cuesta hacía casa Pedro. Cinco minutos después ya estábamos correteando con los corronchos y los ganchos por las calles. Cualquier obstáculo – una piedra, un palo, una huella de caballo, vaca o cabra- era suficiente para que el aro se fuese al suelo, y tuviésemos que engancharlo de nuevo.
La chabola era nuestra casa, todo el día andábamos de un lado para otro buscando aparejos para construirla.
Aquel día también, como otros muchos nuestra hermana mayor se quedó en casa, y aunque no tenía más que 12 años y debería ir a la escuela, eran muchos los días que no podía hacerlo. Siguió al pie de la letra lo ordenado por nuestra madre. Ayudado por el bastón y por nuestro hermano mayor sacó al abuelo al cobertizo, desde donde controlaba todo lo que ocurría en la calle. La abuela, como si notase la falta de su hija, anduvo mucho más nerviosa que de costumbre, iba de un lugar para otro, repitiendo una y otra vez la misma frase. De vez en cuando se acercaba hasta la puerta del granero, la abría y ante la oscuridad que aparecía ante ella, volvía medio asustada de nuevo a la cocina.
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20/09/2017
Pequeñeces (9)
No había bicicletas, ni balones, la televisión ni existía, nosotros mismos nos ingeniábamos los artilugios para pasar el rato. Los juguetes preferidos fueron las corronchas, silbos, tirabiques, trenes y tractores con botes de conservas de sardinas en aceite, no nos hacía falta más que una punta para hacer un agujero y una cuerda para unir los botes y crear una locomotora con sus vagones, o un tractor con su remolque. Los botes largos de tomate y pimientos nos servían como zancos, con una punta hacíamos dos agujeros, le pasábamos unas cuerdas largas con dos nudos que se quedaban dentro del bote, lo que hacía que las cuerdas quedasen fijas. Cogíamos las cuerdas con las manos y con ellos íbamos andando por las calles orgullosamente, hasta organizábamos competidas carreras entre los chicos y chicas (Félix, Gerardo, Alfredo, Maria Jesús, José Miguel, Javi, Pedro, Encar y Bego, en orden de edad). No había ni un niño más.
El monte lo teníamos a dos pasos, pero nos estaba prohibido ir al monte y también acercarnos a la carretera. Eran los tiempos de los mantequilleros, el sacamantecas, el hombre del saco, el coco, y los morrocos. Hasta creíamos que una vez que se hacía la noche se caían los tejados. Tuvieron que llegar los veraneantes, mal llamados forasteros para quitarnos estos miedos y otros también.
En estas andábamos cuando Tere, que le faltaban pocos meses para cumplir los 6 años, la chica que me gustaba y que tenía la misma edad que yo, de un día para otro se fue con su familia y su abuela ya mayor Antonina a Sestao. Para entonces José Mari y Angelines ya se habían ido a Pamplona con sus padres Eloy y Milagros. Los años anteriores otras muchas familias habían vendido los animales y las pocas tierras que tenían y se fueron para las ciudades. Fueron años en que el pueblo se iba quedando sin vecinos.
Anhelábamos la llegada del verano, que es cuando los niños y niñas de las ciudades volvían a la casa de sus abuelos.
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18/09/2017
Pequeñeces (8)
La casa es de construcción recia, de gruesas paredes de piedra, y maderas de roble (por desgracia cuando hicimos la reforma toda la madera fue sustituida por vigas modernas de cemento). El edificio es un rectángulo de unos quince metros por diez, en la actualidad existen tres viviendas; pero a lo largo de los siglos la división de las viviendas ha sido muy variada, no hace falta más que picar el yeso de las paredes para encontrarnos con puertas tapiadas, la distribución de las viviendas a lo largo de los siglos fue diferente. Sin duda las herencias han hecho variar de forma continúa los medianiles de las casas. La altura de la casa es considerable, de unos 10 metros, con tres pisos, la zona baja para las cuadras, la mediana para la vivienda y la tercera se usaba de granero y trastero.
La puerta daba a la calle principal, rara vez se cerraba con llave. Se accedía a una pequeña cuadra, donde conocí un burro, dos vacas y el cerdo para la matanza, unas escaleras daban acceso al pasillo, donde había una honda alacena donde se guardaban de una manera desordenada hachas, martillos, cuñas… también había colgado un espejo, ya antiguo para aquella época, que seguramente era herencia de generaciones anteriores, el cristal del espejo estaba ya muy desgastado, recubierto con un cuero que seguramente era de vaca.
De este pasillo se llegaba por una parte a través de una puerta preciosa de roble pintada de verde a una espaciosa cocina nueva que daba a la fachada de la calle. Una mesa amplia, un precioso armario de dos cuerpos con un espacio en el centro, y una cocina económica con un depósito incorporado para el agua caliente, el cual había que rellenarlo con una cazuela y había que sacar el agua a cazos. es todo lo que había. De aquí se pasaba al cuarto de los padres, amplio, también con una ventana a la calle, lo único que recuerdo es el orinal de debajo de la cama.
Quiero acordarme de una conversación de mis hermanas con sus amigas en esta misma cocina, estaban Begoña, hija de Moisés, que habían emigrado a Sestao, Lourdes y tal vez alguna amiga más. Puse todos los sentidos, el tema era sobre sexo, novios, píldoras… se me quedó grabado para siempre ese momento, creo que no entendí muy bien sobre lo que hablaban, quiero pensar que en otros momentos he tenido más detalles de lo que hablaron, estoy seguro que sí, pero que con el tiempo los hechos se han desvanecido.
Desde el mismo pasillo una cortina separaba la cocina vieja, un espacio oscuro, sin ventilación y sin luz, con paredes negruzcas del humo, nunca se pintaron. Este era el lugar preferido de la familia, especialmente en invierno, aquí es donde escuché todos los recuerdos, anécdotas del pueblo que quedan en mi memoria. Una gran chimenea que llegaba hasta el techo ocupaba casi la mitad del espacio, un fuego bajo con dos chapas metálicas, una en el suelo y otra en la pared, con el grabado de un caballero con lanza, un gancho que colgaba de la chimenea, una caldera, y dos sillas pequeñas eran todos los objetos que había. De aquí se pasaba a otra habitación amplia con dos camas, con el suelo completamente irregular, hasta el punto que el desnivel podía ser de hasta 10 centímetros. La habitación no tenía más que un pequeñísimo ventanuco, por el que en invierno entraba el frío y las ventiscas, ya que daba al norte. Este cuarto era multiusos, denominado vulgarmente como cuarto de amasar el pan.
No existía libro, ni papel alguno de lectura, la enciclopedia que usábamos en la escuela allí se quedaba, tampoco traíamos nada a casa. En los años de juventud un solo libro llegó a la casa fue un cuento ilustrado que le regaló Caya Montoya que vivía en Estella a mi padre para mí, sería de sus hijas; yo todavía no sabía leer, pero recuerdo las ilustraciones con ensueño, aquel libro me hizo soñar, aunque pronto desapareció. Mis padres los pocos documentos que tenían los conservaban en un bolso negro, que guardaban celosamente debajo del colchón de la cama. Muy pocas veces se consultaban, allí se guardaban los papeles importantes. Cuando se consultaban se hacía con gran parsimonia, es que algo importante se estaba buscando, aunque muy pocas veces aparecía lo que se quería encontrar. Allí aparecían siempre los mismos documentos, unas escrituras amarillentas con alguna hoja rota por la mitad, alguna factura, algún papel del médico, algún otro papel suelto y una esquela. Nuestro padre siempre que revolvía esta carpeta acababa enfadado pues decía que se habían guardado papeles que no venían a cuento, y el que buscaba nunca aparecía.
Un gran escalón de unos 40 centímetros daba acceso a la puerta y las escaleras del granero. Este escalón era un calvario durante todo el año, pero especialmente en la época de la cosecha, pues había que subir el grano en sacos y dar este paso suponía un gran esfuerzo, especialmente para los extraños que no lo conocían. El granero era un espacio abierto, sin paredes interiores. Había tres alorines adosados a las paredes, uno pequeño para el trigo, y otros dos para la cebada y la avena. Los alorines son espacios cercados por una pared de unos 40 centímetros de alto para guardar el grano. Aparte de guardar el grano, era el desván donde se guardaban las camas turcas para cuando venían los parientes y ocupaban las camas habituales, los de casa éramos deslazados al granero, también se guardaban otros trastos y pequeños utensilios de la labranza, como el arca de los jamones, un arca vieja, que en los últimos años tenía la tapa de arriba sin sujeción, con lo que cuando se abría se resbalaba y se caía, o la tinaja de los chorizos y del lomo en manteca. Mi padre, tenía durante todo el año un par de palomas torcaces que las usaba para el paso de paloma y su caza a parado, caza con zumbel. Al tejado se accedía una especie de ventana vertical, la tronera, colocada en la zona más alta del tejado, el gailur.
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