21/11/2017
Pequeñeces (XXV)
Por aquellos días, la abuela estaba más alterada que de costumbre, desde que se puso la electricidad en el granero, subía continuamente a dejar comida y a charlar con su hijo que solo existía en su mente. A veces yo le seguía agazapado detrás de ella, medio escondido para escuchar sus conversaciones. Manuel, sal que no hay nadie en casa, es de noche, en la calle tampoco anda nadie, y la puerta de la calle está bien cerrada, decía en voz baja para que nadie le escuchase. Come este jamón y bebe un trago de vino. Sal tranquilo, y siéntate un rato a mi lado. ¡Pero qué delgado estás!, toma come y bebe un poco.
Me faltó el tiempo para preguntar a mi madre a ver quién era el tal Manuel. Me dijo que así se llamaba el hermano menor de mi padre, que había sido asesinado en la guerra civil. ¿Dónde lo mataron?
Es mejor no revolver esos asuntos. Me dijo seriamente. Un día, te enterarás de todo. Pero todavía eres un niño. ¿Te han dicho algo tus amigos?
No, no. Esta tarde le he oído a la abuela en el granero, llamar una y otra vez a Manuel.
Pobre abuela.
Al día siguiente intenté sonsacarle algo a la abuela. Imposible. ¿Abuela, donde está Manuel?
¿Manuel?, ¿Qué Manuel?
Manuel, Manuel repitió, moviéndose de un lugar para otro, repitiendo una y otra vez las mismas frases de siempre sin sentido aparente alguno, sin callar ni un solo momento, era capaz de hablar y hablar durante horas y horas cosas incongruentes y sin relación alguna.
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20/11/2017
Pequeñeces (XXIV)
Aquel día, 6 de mayo, nos pasamos la tarde en la chabola. Al llegar a casa nos encontramos en el portal a nuestra madre. Algo había sucedido, ya que tenía muy mala cara y estaba medio llorando. El abuelo había fallecido un rato antes. A los hermanos pequeños no nos dejaron entrar a verlo, los mayores pasaron a la habitación, y a la salida comentaron que estaba más guapo que de vivo, con chapela y la cara resplandeciente. O algo así creo recordar.
Pasados unos meses, el día después de Santa Lucia, José Mari nos comentó que había oído en su casa que muy pronto iban a hacer las maletas y que se iban a trasladar a la ciudad. Esa misma tarde, sin perder tiempo, le pregunté a mi madre, si era verdad que la familia de José Mari también se iban. Y mi madre me lo confirmó. Se iban para Pamplona. El año que viene, pasadas las navidades han decidido irse a la ciudad, me dijo sin darle excesiva importancia.
¿Pero qué van a hacer con el abuelo y el tío soltero mayor que viven con ellos?
Se van a ir con ellos. Ya lo tienen todo decidido y pensado.
¿Mamá, nosotros no nos iremos, verdad?
No te preocupes. Por lo menos estaremos aquí hasta que viva la abuela. Eso es lo que dice tu padre, y así se hará, ya sabes cómo es tu padre.
Me pareció que mi madre ponía como excusa al padre, pero que ella tampoco tenía ninguna gana de comenzar una nueva vida lejos de estas tierras. Tranquilo hijo, tu padre vive contento aquí y le costará mucho decidirse a dejar todo esto. Le va a costar mucho más de lo que parece abandonar el pueblo y las tierras. No veo a tu padre lejos de los animales y el monte. ¿No os distéis cuenta que cuando se fue la familia de Tere no fue capaz ni despedirse de su mejor amigo?. Tu padre seguirá el camino de su padre, y morirá aquí.
Llegó el momento de comenzar la escuela, de hacer la Comunión, un rollo, aprenderse de memoria rezos y oraciones. Siguió la vida como de costumbre, no se habló más de irse a la ciudad.
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15/11/2017
España
En España dentro de la legalidad se puede hablar de todo, fuera de la legalidad no existe diálogo, no existe nada. ¿Pero hasta cuándo podrán seguir manteniendo esta máxima? No creo que por mucho tiempo.
Este es el país en que vivimos, un país en el que no existe crítica, no existe controversia, los vascos lo sabemos ya desde tiempos. Solo existe la legalidad y fuera de ella nada en absoluto.
Lo sabíamos el camino de los catalanes no era sencillo; pero ha sido un paso de gigante, no está todavía nada dicho. Y eso que el PSOE y el PNV se han fotografiado con toda su naturalidad. Pero esta carrera no es de un día, tampoco de una semana, ni de un mes, ni de un año...
La apuesta está hecha, y nadie sabemos como acabará.
21:31 | Permalink | Comentarios (0)
Pequeñeces (23)
Ese día salí de casa como una exhalación, bajé las escaleras de dos en dos o de tres en tres, antes que a mi madre le diese tiempo a mandarme algún recado, o por lo menos para que yo no lo pudiese oír. No nos podían ver sin hacer nada. Los niños valíamos para todo.
Salí en busca de los chavales y las chavalas, pues ese día habíamos quedado para ir a buscar gardachos, en otros lugares denominados lagartos, cuando Crescencio, un hombre mayor, serio y de una gran religiosidad, como todos los de la casa Delegardon. Hombre pausado, de muy buenas formas y palabras, me preguntó por algo que no recuerdo en este momento ni la pregunta, ni el tema; tanta prisa tenía por reunirme con los amigos que cuando me preguntó alguna otra cosa, desde lejos le respondí algo así “como a joder preguntadores”. Algo insólito, un mocoso faltando el respeto a un mayor ¡a quién y al señor Crescencio¡ Algo inaceptable en aquella sociedad rural en la que los niños debíamos obedecer sin rechistar a lo que nos ordenaban los mayores.
Estuve con los amigos hasta la hora de comer, no vimos ni un solo gardacho. Pasé la mañana preocupado, tenía algo en el estómago que no sé cómo describirlo. Sabiendo que no había hecho bien y que la reprimenda sería brutal, llegué a casa a comer algo antes de lo normal, esperaba que de un momento a otro Crescencio llamase a la puerta. Sabía que en casa no iba a tener apoyo alguno, ni de mis hermanos, y mucho menos de mis padres. A la tarde no me atreví a salir a la calle, los días siguientes hice todo lo posible por ir al campo con mis hermanos.
Crescencio tuvo mucho más sentido común del que yo suponía, que aunque bien me cuidé de no coincidir con él en las siguientes semanas, la siguiente vez que lo vi, hizo como si nunca hubiese ocurrido nada. Lo cual me hizo reflexionar hondamente.
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09/11/2017
Pequeñeces (22)
Esperábamos la llegada de los veraneantes con ansia, mucho aprendieron de nosotros, pero mucho nos enseñaron ellos también. Dos mundos muy diferentes el rural y el urbano se mezclaban los veranos.
A casa Landa, a casa de Aniceta y Felisa llegaban casi todas las vacaciones Gloria y Sixto con sus hijos, muchos (seis o siete). De nuestra edad era Mari Carmen, y la que más asiduamente venía, un invierno hasta comenzó la escuela con nosotros, estuvo hasta pasar las Navidades. Ella me dio el primer beso, y con ella jugué a médicos y enfermeras en el patio y en los pajares de su casa. No tendríamos todavía ni 7 años.
Juegos inocentes, que con el devenir de los años, me dieron grandes quebraderos de cabeza como contaré en el momento oportuno.
Para entonces ya vivíamos en el barrio de abajo, no hacía mucho que nos habíamos trasladado. Mis padres tuvieron problemas con una vecina, Engracia, apodada la pinta, pariente lejana que se había casado a Zirauki y había enviudado joven, los problemas llegaron por un medianil en malas condiciones de unos pajares de su propiedad, por lo que nos vimos obligados a trasladarnos hasta que se resolviese el asunto que estaba en los juzgados. Nuestro padre creía que sería para una corta temporada, pero en la casa del barrio de abajo pasamos los siguientes 15 años sin que se arreglase el asunto del medianil.
Al final el alcalde hizo de mediador y todo se solventó con una reunión formal entre Engracia, el alcalde y yo. Nos juntamos en Zirauki, que es donde vivía Engracia. Llegamos fácilmente a un acuerdo, ella daba el permiso para reforzar el medianil, los gastos a nuestra cuenta, solventado el problema, y tras hacer una gran reforma en la casa volvimos de nuevo al barrio de arriba con nuestros viejos vecinos.
Curiosidades de la vida a los pocos años Engracia también se trasladó a Nazar, con lo que la tuvimos de vecina durante muchos años, hasta que falleció, nunca existieron más fricciones.
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